El puñal afilado de Epicteto - Carcaj.cl
28 de febrero 2012

El puñal afilado de Epicteto

La moral estoica nació en Grecia hacia el siglo III a. C. y tuvo amplia influencia en las élites romanas del siglo II d. C. Para ella, el dominio de las pasiones y el alejamiento de lo superfluo permitían cumplir con el orden universal (logos) impuesto a la naturaleza (physis). De este modo, ética, física y lógica conformaban un todo indisoluble para el ser humano, según el cual vivir conforme la razón o la virtud será vivir conforme la naturaleza.

Epicteto, fue un filósofo griego, nacido alrededor del año 50 y muerto hacia el 140.

Llevado a Roma como esclavo, fue liberado por su amo, impresionado por su inteligencia y capacidad. Estudió con diversos filósofos y adhirió al estoicismo. Junto con otros filósofos que vivían en Roma fue expulsado de la ciudad, bajo el cargo de promover desórdenes. Regresó a Grecia, donde vivió hasta su muerte, haciendo clases y dando ejemplo de vida, conforme a sus ideas. Su obra fue recogida por su discípulo Arriano. Han perdurado dos textos: Las disertaciones y el Manual o Enquiridión (palabra griega que significa puñal, aludiendo al filo de sus meditaciones), conjunto de sentencias y consejos que resumen su doctrina. Fueron contemporáneos suyos los filósofos Marco Aurelio y Séneca, también estoicos.

El estoicismo ha sido una constante histórica en el pensamiento occidental. Se menciona entre sus seguidores a San Agustín, Orígenes, y Plotino. Asimismo su influencia alcanzaría a personalidades tan disímiles como Kant, Descartes y Spinoza, Montaigne, Corneille y Pascal, Emerson, André Malraux y Albert Camus.

La presente edición de LOM fue tomada del griego por Josef Ortiz de Sanz Enchiridion o Manual de Epicteto, Imprenta Benito Monfort, Valencia, 1816. Actualizado por Hernán Soto con la traducción de Jean Pépin del “Manuel” incluido en el libro Les stoïciens de la Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París, 1962.

Selección de sus consejos para la vida pública:

Cap. 1 (I, 1)
Hay cosas que dependen de nosotros y otras
que no. De nosotros dependen las opiniones,
los deseos, las inclinaciones, las aversiones. En
otras palabras, todo lo nuestro. No dependen de
nosotros el cuerpo, la riqueza, el prestigio, los
altos cargos, es decir, todas las cosas que nos
son ajenas.


Cap. 2 (I, 2)
Las cosas que dependen de nosotros son naturalmente
libres, no tienen impedimentos ni
trabas; las cosas que no dependen de nosotros
son frágiles, dependientes, están sujetas a impedimentos,
son ajenas.

Cap. 3 (I, 3)
Recuerda por lo tanto: si tomas por libres las
cosas que naturalmente no lo son, por propias
las cosas que son de otro, te verás entrabado,
afligido y acusarás a los dioses y a los hombres;
pero si tomas para ti solamente lo que es tuyo y
como ajeno lo que es ajeno, nadie te apremiará ni
te pondrá obstáculos y tú no acusarás ni reprocharás
a nadie, no harás nada contra tu voluntad
ni tendrás enemigos y no sufrirás ningún daño.

Cap. 6 (II, 1)
Recuerda que el objetivo del deseo es la obtención
del objeto deseado, que el propósito
confesado de la aversión es no caer en el objeto
de la aversión; quien no logra su deseo se siente
desdichado, el que tiene una aversión y cae en
ella se siente desgraciado. Reserva entonces tu
aversión para las cosas contrarias a la naturaleza
que dependen de ti. Si tu aversión se dirige
a la enfermedad, la muerte o la pobreza, serás
desgraciado.

Cap. 9 (IV)
Cuando emprendas una obra, examina de qué se
trata. Si vas a bañarte, imagina las cosas que pasan
en el baño: que te salpican, que te empujan o incomodan,
que te insultan o roban, de modo que irás
con más seguridad si te dices: “Quiero bañarme y
al mismo tiempo no me quiero alterar”. Así lo harás
para cada obra. De manera que si hay un obstáculo
que te impida el baño podrás decir: “Yo no quiero
solamente bañarme, quiero también que se respete
mi condición, la que perdería si me indignara”.



Cap. 10 (V)
Lo que perturba a los hombres no son las cosas,
sino los juicios relativos a las cosas. Por ejemplo,
la muerte no tiene nada de espantable porque de
tenerlo la habría temido Sócrates, pero lo que la
hace espantosa es que se diga que lo es. Entonces,
cuando nos sentimos contrariados, cuando estamos
turbados o afligidos, no culpemos a otros,
sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras
propias opiniones. El ignorante acusa a otros de
sus fracasos; el que ha comenzado a instruirse se
acusa a sí mismo; el que se ha educado a fondo
no acusa a nadie.

Cap. 11 (VI)
No te vanaglories por alguna cualidad ajena a
ti mismo. Si tu caballo se alabara diciendo “soy
hermoso”, eso sería tolerable, pero si tú te jactaras
diciendo “yo tengo un caballo hermoso”, te envanecerías
por un bien que pertenece a tu caballo. ¿Qué
hay de tuyo en eso? El uso de las ideas, de manera
que cuando en el uso de esas ideas te ajustas a la
naturaleza, es el momento de que te congratules,
porque lo harás respecto de un bien que es tuyo.

Cap. 12 (VII)
En una navegación, cuando el navío ha recalado
en la costa y bajas a buscar agua, puede que en
el camino te afanes en recoger mariscos o raíces;
pero siempre estarás con el pensamiento puesto
en el barco, por si te llama el piloto, y entonces
dejarás lo que estás haciendo, so pena de ser
llevado a bordo amarrado como una oveja. Igual
sucede en la vida, si te han sido dados una mujer
e hijos, no te deben detener si te llama el piloto,
como si fuesen mariscos o raíces. Corre hacia el
navío dejando atrás todo, sin mirarlo siquiera. Y
si eres viejo, no te alejes mucho del barco, no sea
que un día falles al llamado.

Cap. 15 (XI)
Nunca digas “yo la he perdido”, sino “yo la he
devuelto”. ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto.
¿Ha muerto tu mujer? Ella ha sido devuelta.
¿Me han robado mi campo?… también ha sido
devuelto…- Pero es que me lo ha robado un
malvado – ¿Qué te importa el medio por el cuál
alguien te lo dio y lo ha recobrado? Mientras tú
lo tengas, cuídalo como un bien de otro, así como
lo hacen por la posada los que pasan por ella.

Cap. 24 (XVIII)
Cuando un cuervo lanza un graznido de mal
agüero no te asustes, reflexiona de inmediato y di
luego: ese graznido ominoso nada tiene que ver
conmigo, sino que se refiere a mi pobre cuerpo,
mis pocos bienes, mi escasa fama, o a mis hijos
o a mi mujer. Para mí todos los presagios serán
buenos si yo lo quiero así, porque depende de
mí sacar provecho de cualquier cosa que pase.

Cap. 25 (XIX, 1)
Tú puedes ser invencible si te mantienes al
margen de toda lucha en que la victoria no
dependa de ti.

Cap. 26 (XIX, 2)
Cuídate de envidiar a todo hombre colmado de
honores, investido de gran poder o enaltecido de
cualquier modo. Porque si la sustancia del bien
reside en las cosas que dependen de nosotros,
no hay lugar para la envidia ni los celos. Tú no
deseas ser estratega, senador o cónsul, sino que
anhelas ser libre. Ahora bien, hay un solo camino
que lleva a ese fin: es el desprecio por las cosas
que no dependen de nosotros.

Cap. 24 (XVIII)
Cuando un cuervo lanza un graznido de mal
agüero no te asustes, reflexiona de inmediato y di
luego: ese graznido ominoso nada tiene que ver
conmigo, sino que se refiere a mi pobre cuerpo,
mis pocos bienes, mi escasa fama, o a mis hijos
o a mi mujer. Para mí todos los presagios serán
buenos si yo lo quiero así, porque depende de
mí sacar provecho de cualquier cosa que pase.

Cap. 25 (XIX, 1)
Tú puedes ser invencible si te mantienes al
margen de toda lucha en que la victoria no
dependa de ti.



Cap. 26 (XIX, 2)
Cuídate de envidiar a todo hombre colmado de
honores, investido de gran poder o enaltecido de
cualquier modo. Porque si la sustancia del bien
reside en las cosas que dependen de nosotros,
no hay lugar para la envidia ni los celos. Tú no
deseas ser estratega, senador o cónsul, sino que
anhelas ser libre. Ahora bien, hay un solo camino
que lleva a ese fin: es el desprecio por las cosas
que no dependen de nosotros.

Cap. 36 (XXIX, 5, 6, 7)
Examina primero, entonces, cuál es tu proyecto
y luego examina tu propia naturaleza para ver si
puedes asumir la tarea. ¿Quieres ser pentatleta o
luchador? Mira tus brazos, tus muslos, tus espaldas,
porque cada uno tiene por naturaleza una
aptitud específica. ¿Crees que si te comprometes
con la filosofía podrías comer y beber como los
filósofos y tener los agrados y desagrados que
tienen ellos? Es preciso velar, fatigarse, dejar a los
tuyos, ser despreciado como un esclavo maligno,
sufrir las burlas de los transeúntes, no recibir
honores, no ser considerado para los cargos importantes
en la justicia y hasta en los menores
asuntos. Examina bien esas posibilidades y si
decides seguir adelante ganarás la impasibilidad,
serás libre y alcanzarás la serenidad. Si no lo haces,
no seas como los niños: hoy filósofo, mañana recaudador
de impuestos, orador, actor, procurador
del César. Debes ser un solo hombre, bueno o
malo. Debes ejercitar la mente o preocuparte de
las cosas externas, debes aplicar tus estudios a las
cosas externas o a las interiores. Es decir has de
ser filósofo o profano.

Cap. 40 (XXXIII, 1)
Practica desde ahora una conducta a la que te
ciñas tanto cuando estés solo como cuando
estés con otros.

Cap. 41 (XXXIII, 2)
En primer lugar, guarda silencio o habla solo lo
indispensable en pocas palabras. Si “por excepción”
te toca hablar, hazlo, pero no de cualquier
cosa, como por ejemplo de los combates de
gladiadores, carreras de caballos, atletas, ni de
comidas y bebidas que es de lo que todos hablan.
Menos aun de otras personas para criticarlas,
alabarlas o hacer comparaciones.

Cap. 45 (XXXIII, 6)
Rechaza las invitaciones a comer que te hagan
extraños y no filósofos; sin embargo, si alguna
vez aceptas, cuídate de caer en vulgaridades.
Recuerda que si el vecino está sucio, también se
ensuciará quien lo toque por más limpio que esté.

Cap. 48 (XXXIII, 9)
Si te cuentan que alguien habla mal de ti, no te
defiendas, pero comenta: “Lo que pasa es que
él ignoraba mis otros defectos, si los hubiera
conocido habría dicho más de lo que dijo”.

Cap. 55 (XXXIII, 16)
Es peligroso dejarse arrastrar por conversaciones
obscenas. Si eso ocurre no vaciles, en cuanto lo
permita la ocasión, en reprender al que lo haga
o, por lo menos, en mostrar con tu silencio, bochorno
y aspecto sombrío, el desagrado que te
produce ese lenguaje.

Cap. 57 (XXXV)
Cuando hagas una cosa que sabes que hay
que hacer, no te esfuerces para que te vean
haciéndola, lo que muchos considerarían desfavorablemente.
Pues si te equivocaras, tú mismo
huirías del fracaso, pero si tuvieras razón, ¿qué
tendrías que temer de los que te condenaron?

Cap. 63 (XLI)
Es señal de demencia pasar el tiempo preocupado
del cuidado del cuerpo, dedicándose
interminablemente a la gimnasia, la alimentación,
la bebida, la digestión, la actividad sexual.
Esas cosas son accesorias, lo que importa es el
espíritu.

Revista de arte, literatura y política.

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