El río blanco jamás ha sido blanco.
El Río Blanco jamás ha sido blanco, ni cristalino ni de ninguna tonalidad que sugiera pureza. Viajo regularmente al valle Aconcagua desde el año 96 y el hecho de que en realidad lo tiñe un color verde cuproso siempre ha sido la primera observación, la más fácil y la que denota la paradoja. No hay indicios importantes de fauna y su caudal disminuye año tras año; es tributario del Río Aconcagua.
El tren pasa a su lado al menos cinco o seis veces durante las veinticuatro horas, las cuatro de la mañana siendo la última ronda que sacude el suelo. Lleva toneladas de material para ser refinado a Ventanas desde Saladillo. El pueblo de Saladillo, propiedad de la división Andina de CODELCO, ha estado nominalmente abandonado desde que un bus de la compañía JM que volvía con escolares desde Los Andes chocó de frente con un camión al que se le habían cortado los frenos bajando por el camino internacional, el que lleva a Mendoza. Inmediatamente después del incidente las familias, todos funcionarios de la gran minería, migraron del pueblo. Desde entonces la piscina olímpica y las canchas de pasto están cubiertas de cañerías y tubos, utilizadas como depósitos misceláneos y los complejos habitacionales son ahora oficinas improvisadas para los contratistas de CODELCO. Es relativamente común que a los camiones que cruzan el paso Los Libertadores se les sobrecalienten los frenos cuando van en bajada, muchas veces también se vuelcan y termina ganando la gente del valle que llega a abastecerse de chocolate, pollo o vino, respectivamente en casos concretos; dicen que las que pierden son las aseguradoras, aunque es bien posible que al fin y al cabo ellas mismas estén aseguradas y así, hasta poder dar cuenta de la gratuidad del botín.
Sin haber hecho averiguaciones minuciosas sobre cantidades y números exactos de la minería y la región, escribo sobre su estado y los impactos aparentes a través de lo que se habla en el pueblo de Río Blanco, antigua estación del ferrocarril de pasajeros Los Andes- Mendoza, ahora pueblo encrucijada para la línea ferroviaria Saladillo-Ventanas y el camino que lleva al paso Los Libertadores. La manera en que se habla sobre la maquinaria pesada de la gran minería chilena, los innumerables caminos y piques dentro de los cerros, túneles inmensos que suben y bajan orientándose dentro de coordenadas que le son propias a las entrañas de la montaña[1]; códigos mineros del pasado, desde siempre, y los nuevos también, los que van de la mano junto a las innovaciones en la técnica, a los saltos tecnológicos e industriales.
Algunas consideraciones para los que somos extranjeros a la actividad misma: cuentan que la división Andina, la que opera en el sector, está en posesión de cinco Jumbos y que cada uno cuesta alrededor de cinco millones de dólares. Dicen que es una máquina con un brazo extensible, probablemente hidráulico, que termina en una suerte de mano con puntas de diamante en sus extremos. En las fronteras de los piques, donde se extrae el material subterráneo, esa mano comienza a girar y a ampliar el límite del pique, taladrando profundas vetas donde luego se introducen explosivos a mano, con colihues y que se detonan desde una distancia prudente con una mecha larga; el personal tiene diez minutos para evacuar. Son muchos los sonidos que se han escuchado allá abajo, así como las figuras que se aparecen entre los escombros y el polvo. El cerro respira cuando se utilizan explosivos dentro de él, el aire se comprime y luego libera toda la energía a través de sus gruesas paredes. Las palas que se utilizan son del porte de una casa. Pienso en que me gustaría colocar un sistema parecido al de un estetoscopio por los cerros e ir marcando su pauta de sonidos, revisar lo que indican los timbres y las frecuencias. Su particularidad sería su magnitud y su superficie.
La Divisón Andina de CODELCO tiene presupuestada ampliar su producción en cuatro veces (400%), es decir, el aumento ya está en marcha y en los años por venir eventualmente se alcanzaría aquella meta. A las siete de la mañana de cualquier día de la semana se puede ver una caravana interminable de camionetas idénticas subiendo por el camino internacional y doblando hacia Saladillo; rojas, 4×4 y con una larga antena de radiofrecuencia doblada hacia atrás, una tras otra sin interrupción durante al menos un par de horas; de vez en cuando la intercala una procesión de buses JM donde suben los sub-contratistas, en realidad el grueso del total del personal que labora en la mina. En la encrucijada de Río Blanco ya se han puesto cuatro conteiner como puestos de completos para la gente que sube a la mina, incluso uno que se gestó a partir de la separación del matrimonio al que se le ocurrió la idea original; el primero que se ve subiendo el camino es el de la Chuchita, y un poco más arriba, el marido divorciado fundó el de la Re-Chuchita, “más sabroso que el original”.
Mi padre dejó de trabajar en Andina hace no más de diez años y en medio de alguna anécdota le mencionó a uno de sus vecinos que también trabaja allá algo sobre un tal Cerro Negro. El vecino respondió que no existía ningún lugar con ese nombre. Debe haber desaparecido, dice como si nada mi papá; y alguna otra vez, exagerando quizá por el vino, dijo que yo viviría para alcanzar a ver cómo partían los cerros por la mitad. El valle es estrecho, cruzando el filo hacia el norte hay un inmenso proyecto de Anglo-American a punto de comenzar su fase productiva. Hacia el sud-oriente se encuentra la división Andina y si se cruza un valle más hacia el sur se llega a la mina La Disputada (también de Anglo-American), en los Bronces, por el valle del Río San Francisco que tributa al Río Mapocho más o menos a la altura de El Arrayán y Lo Barnechea. Los valles, los cajones, los desagües que forma la cordillera son combados y se acoplan unos con otros como piezas de un puzle curvilíneo y desparramado. Los arrieros de la zona los conocen bien, hablan de cada lugar por su nombre.
El tranque de relave de Andina se puede ver inmenso desde google maps; hace poco me sorprendió escuchar que la casa de mi padre y la de su vecino se salvarían en caso de que el tranque se desbordara. Eso porque se ubican a una diferencia de altura de unos cincuenta metros del camino y del río. Imaginé el aluvión grisáceo esparciendo sus tentáculos por los estrechos espacios que permite la cordillera. ¿Hasta dónde alcanzaría a llegar? Quizás lo suficientemente abajo en el valle para depositarse en el nuevo embalse que el Estado planea concesionar a la altura de Riecillos, para lo que se desalojarán tres pueblos pequeños expropiando sus terrenos, del tamaño o un poco más pequeños que Río Blanco, pueblos hermanados por el valle. La sequía es un problema grave para el Valle del Aconcagua, para toda la agricultura en Los Andes, San Felipe y San Esteban. Para qué hablar de las grandes plantaciones un poco más al norte, cerca de las localidades de Putaendo, Cabildo y Petorca; y su propia escena con la minera Los Pelambres a la altura de Salamanca, en donde al parecer se tiene la misma impresión del tranque que se desborda[2]. Además de los beneficios agrícolas, dicen, el embalse serviría como atractivo turístico: a un costado del valle el camino internacional hacia Mendoza, y al otro, lentamente pasando el pintoresco tren del cobre. Quizás incluso puedan decorar el panorama la sospechosa tranquilidad de las velas del windsurf aprovechando la brisa cordillerana, a la manera del embalse Puclaro.
Jamás he ido al Norte, jamás he cruzado el Río Elqui. Es la razón por la que me interesan las imágenes y las historias que nos llegan desde allá. Sabemos que la producción, su ritmo y su magnitud, tiene por reflejo cambios importantes en las localidades, en su geografía y en los modos de vida; los reflejos son multiformes, particulares pese a que se puedan observar ciertas derivas generales y esperables. Aquellas intensidades son gemelas. Prestamos oído a lo que se dice sobre Calama, Copiapó, Tocopilla, Antofagasta, sin embargo esas toponimias se me escapan al no tener un registro presencial. Por otra parte, desde el anuncio del considerable aumento de producción para la división Andina, Los Andes cambia rápidamente, ahora con espacios urbanos Líder, supermercado Jumbo, restoranes y heladerías cerca de la plaza de armas que emulan a los que se podrían encontrar en barrio Lastarria, grandes condominios antes de llegar a Calle Larga, cerca del santuario de Santa Teresita de Los Andes y, un poco más al Sur, se nos ofrece el nuevo casino Enjoy.
Hay otro tranque relativamente cerca, el de la mina La Disputada en Los Bronces, escondido por algún recoveco del panorama montañoso antes de llegar a la estatua de Chacabuco si es que se está viajando desde Santiago. He estado mirando mapas viendo si puedo hacer conexiones; lo que más me sorprende en realidad es la poca distancia que pareciera haber entre valle y valle. Llegando a Quilicura se puede ver un rayado que dice “Arsénico en el agua de Quilicura”. La distancia desde donde me dijeron que se ubicaba el tranque de Los Bronces y Quilicura no es muy grande, pero debo admitir que la relación queda en la mera sospecha. No pude localizar el tranque por google earth y es arriesgado pretender que hay necesariamente una conexión, sin embargo en el plano de procesos fabriles y el gran problema del qué hacer con sus desechos claramente se agrupan todo tipo de filtraciones a nivel de suelo, de agua y de aire. Es decir, a nivel de balanza y “trueque”, los relaves simbolizan, como contraparte, la intensidad de producción, los esfuerzos necesarios para depositarlos, contenerlos e incluso el lidiar con su posterior impacto. Están en directa proporción con el mayor vector de progreso pretendido en Chile, un progreso también refractado en diversas caras. Vale la pena mirarlos directamente a la cara, para luego saber dar cara también.
En el camino de vuelta a Santiago se me viene a la cabeza una imagen de la gran China. La desolación inminente si se acaban sus amplias zancadas, los grandes saltos. La sensata sospecha de que se gestan investigaciones destinadas a inventar algún conductor sintético más barato, más eficiente, o simplemente un proceso o producto óptimo que permita prescindir de esta extracción mineral. Nacido quizá en Corea del Sur, o alguna nueva Alemania de la época de la industria salitrera. Un piso mínimo, el que pretendiera una prudencia venida del pasado: diversificación industrial – nacionalización también como la forma de responsabilizarnos totalmente por un proceso industrial de extracción. Como única alternativa visible dentro de un optimismo que ya de por sí es fragilísimo, que concesiona demasiado a la exponencialidad fabril y a las gestiones de sus ganancias. Todos parecieran aplacados y adormecidos por los milagros de la gran teta China y sus parasitarios, los destellos de las colosales inversiones anglosajonas, mientras que el subproducto, todo aquello que sobra y que comienza a supurar por los intersticios, pareciera simplemente desvanecerse por el mágico wáter de la vista gorda.
[1] Se dice que el kilometraje total de los túneles correspondientes a la división El Teniente de CODELCO suman al menos el mismo número que la distancia recorrida entre Arica y Puerto Montt.
[2] Este artículo se escribió meses antes de la resistencia colectiva que nos demuestra actualmente Caimanes.