
Collage digital a partir de caricatura "Foucault, Lacan, Levi-Strauss y Barthes", de Maurice Henry
El seminario como libro colectivo: Introducción a The Years of Theory
* Publicado originalmente como Fredric Jameson, “Introduction: The Seminar as a Collective Book”, The Years of Theory. Postwar French Thought to the Present, ed. Carson Welch, Londres, Verso, 2024, 1-8. Traducción de Rodrigo Zamorano.
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Hegel distinguía tres tipos de historia: la de los participantes o testigos contemporáneos; la historia reconstruida en torno a un tema posible pero no necesariamente arbitrario; y finalmente la historia vista como el progreso de la Idea, como realización de lo Absoluto. La historia de la teoría francesa que presento aquí puede ser captada desde las tres perspectivas. Si sustituimos el Absoluto hegeliano por la evolución del capitalismo, entonces se vuelve gradualmente claro cómo la emergencia de la teoría francesa en la década de 1940 y su progresivo agotamiento en el periodo neoliberal puede considerarse como expresión de una respuesta intelectual singularmente nacional a esta trayectoria más fundamental.
En cuanto a la construcción de la historia en términos de un tema, y uno ciertamente en cuestión a lo largo de este periodo, las clases ponen de relieve la relación de la producción de teoría con el marxismo y las diversas soluciones de alternativas principalmente lingüísticas a una lectura marxista incompleta de las situaciones en aquel entonces actuales. Esta versión también podría expresarse como la construcción de tantos otros idealismos frente a un materialismo filosóficamente insatisfactorio o, de hecho, como lo opuesto. Finalmente, y esto es lo primero que quisiera recalcar, el libro puede entenderse en sus dimensiones autobiográficas, como el relato de quien fuera un testigo y a veces un participante.
Por lo tanto, hay al menos tres historias que contar aquí. La primera es la de la productividad de un marco o problemática marxista. Entonces los textos mismos exigen periodización y reconstrucción en un contexto autoral, así como también en uno temático más general. Finalmente, está mi propia (muy mediada) participación en un periodo que va desde la Liberación de París en 1944 a las décadas de 1980 o 1990 o, en otras palabras, a la desmarxificación de la vida intelectual francesa, la subsunción de Francia en la Unión Europea, y la gradual primacía de una agenda económica neoliberal de privatización y austeridad.
Uno cree que los propios seminarios son una cuestión más bien personal, algo entre uno mismo y sus estudiantes; y, por otra parte, una relación de performance con los textos en cuestión. Clases [lectures] es también una palabra demasiado formal (aunque debamos emplearla), charla un poco demasiado informal. Tampoco son escritura, aunque hemos intentado reducir la dimensión hablada a un mínimo respetable. Mientras tanto, necesariamente suponen una filosofía pedagógica de algún tipo, pero dejo eso a los lectores, los antiguos o imaginarios escuchas, para que lo resuelvan.
En el caso de este conjunto de clases, me encuentro, al leerlo por primera vez (como no lo escribí, nunca antes lo había leído), con que está informado por un impulso autobiográfico que no puedo clasificar con precisión; aunque una vez identificado, lo encuentro en funcionamiento en otros seminarios míos de los últimos años. Solo puedo explicarlo mediante la revisión no cronológica de lo que llamaría ciclos de interés intelectual que en distintos periodos me han obsesionado: de modo que podría imaginar definirme a mí mismo en términos de la ciencia ficción, la arquitectura, el cine, la cultura alemana, la teoría y práctica marxista, el psicoanálisis, el hegelianismo, el modernismo y tal vez algunas otras rúbricas que ciertamente suenan como temas de seminario, pero que para mí han sido dimensiones de una vida –del orden de Francia, China, Los Ángeles, los Balcanes, Italia–; en otras palabras, experiencias o pasiones antes que temas. Quizás uno también podría identificarlos como tantos otros lenguajes. En ese sentido, el tema de estas clases es en igual medida Francia y la “teoría” y, del mismo modo, ciertos años específicos y un compromiso o especialización constante.
Mientras tanto, bajo ciertas circunstancias, puede haber un involucramiento personal con la “producción de textos” que excede por mucho lo meramente vocacional y que también constituye un posicionamiento en los debates, la investigación, las posiciones ideológicas de otras personas, a algunas de las cuales he conocido personalmente pero con todas quienes he mantenido una relación peculiarmente ideal que es más sustancial que la abstracta o académica del investigador o la imaginaria del fanático. Tampoco fue esta una relación puramente individual: en todas sus fases fue colectiva y supuso la participación de grupos de personas –estudiantes, colegas, compañeros– en sus entusiasmos y sus desilusiones. Las posiciones teóricas sobre las cuales hablaré en breve, es decir, las transcripciones escritas de las explicaciones habladas que vienen a continuación, todas tienen el estatuto de lecciones que yo a la vez aprendí y enseñé, y que ensayé en común con otras personas.
Descubrí por primera vez mi propio profundo reconocimiento del espíritu del existencialismo sartreano en contacto con el novelista Georges Auclair, en Haverford College, y con René Girard, en Bryn Mawr. Me permito recordar mi excitación intelectual al desempacar esa primera encomienda desde Francia de los novísimos y completos volúmenes de Saint Genet y L’Être et le néant en el living de la casa de mi familia en Haddon Heights, New Jersey, a comienzos de la década de 1950. Pero fue la lectura de la novela L’âge de raison de Sartre lo que primero me golpeó como un rayo y reveló la verdad de un existencialismo al cual, desde entonces, siempre he tratado de ser fiel. Menciono estos asuntos personales porque documentan las maneras en que un individuo, y de hecho un extranjero, participa fenomenológicamente, si puedo decirlo así, en lo que de hecho es un fenómeno colectivo. En efecto, mis profesores, tanto en Haverford como en Yale y en su mayoría franceses, confirmaron la manera en que una filosofía o una “teoría” adopta una existencia cuasimaterial y ciertamente histórica por medio del reconocimiento colectivo.
Fue de hecho durante este periodo, como frecuentes estadías en París confirmaron, que la hegemonía del marxismo y el existencialismo durante la Resistencia y la Liberación comenzaron a complicarse por las excitaciones de la lingüística y la semiótica y también por el surgimiento de nuevas formas de política en la izquierda y la emergencia de adherentes del trotskismo y el maoísmo junto con los del partido comunista, a los cuales yo solo tenía un acceso limitado.
Fue durante esta transición que comencé a entender que las nuevas actividades semióticas, así como las distintas “filosofías del concepto” que estaban siendo elaboradas junto con los idealismos y materialismos más habituales, estaban todas en diálogo (palabra que no me gusta mucho pero que prefiero al blando término “conversación” de Rorty) con el marxismo. Pero también fue en este momento que, en la Universidad de California San Diego, mi propia participación intelectual en lo que por ahora podemos llamar la evolución de la teoría francesa (del estructuralismo a la semiótica, del existencialismo sartreano a los distintos así llamados posestructuralismos) adoptó una forma más abiertamente colectiva.
Uno aprende tanto de los estudiantes, y en particular de su compromiso con el material, como de las propias afinidades, de modo que mi propio trabajo durante este periodo constituyó una suerte de colaboración no teorizada con diversos interlocutores: tanto estudiantes como visitantes, colegas y compañeros, profesores y aprendices, en La Jolla y (tras interludios en Yale y en Santa Cruz) en Duke, donde, durante los años de la peste, remotamente, tomaron forma estas clases a las que estos interlocutores, de una u otra forma, contribuyeron. No puedo nombrarlos a todos, ellos saben quiénes son, pero debo hacer una excepción para el nombre de mi entrañable amigo, compañero y colaborador Stanley Aronowitz, junto a quien fundamos tanto el Marxist Literary Group como la revista Social Text, y a cuya memoria está dedicado este seminario.
Mientras tanto, ahora desde un punto de vista “objetivo”, ofreceré una periodización que quizás sea más idiosincrática que algunas historias intelectuales del periodo, en las cuales el grupo Tel Quel (y varios movimientos y revistas análogos en los estudios sobre cine) por lo general ha sido llamado a jugar un rol central en las décadas de 1960 y 1970 en Francia. Este para mí es más bien un periodo en el cual las vanguardias tanto políticas como teóricas comienzan a descomponerse y a constituirse en una variedad de grupos políticos con nombre, algunos de ellos verdaderamente amplios y, de hecho, sistemáticos: mencionaré a los althusserianos, los lacanianos, los foucaultianos, los deleuzianos, los derridianos, junto con una variedad de movimientos feministas y distintas subculturas. El imponente edificio de la obra de Lévi-Strauss es anterior a todo esto, sin duda, mientras que el de Roland Barthes acompaña fielmente estos desarrollos y se adapta con una sinuosidad maravillosamente creativa a sus ritmos generales. Cualquiera que no haya vivido este periodo no será capaz de entender cómo uno puede provisionalmente adherir con una cierta pasión a todos ellos por turno, sin abjurar del marxismo con el cual todos ellos estaban “en diálogo” y sin volverse un adherente fanático de ninguna de estas posiciones teóricas, ahora consideradas doctrinas o ismos. Pero esta es mi posición personal, que anima estas lecturas y que, desde otra perspectiva, ha tendido a ser denunciada como eclecticismo.
¿A qué me refiero con desarrollo dentro de una problemática marxista, o quizás debiera decir una problemática marxista occidental (distinguiéndose esta última por su énfasis en la ideología, la subjetividad política y finalmente la mercantilización, en tanto opuesto a la centralidad de las cuestiones de la organización del partido y la lucha de clases en el paradigma leninista más antiguo)? Me parece que significa el traslape de otros tres círculos de interés e investigación: el de la ontología existencial, el del psicoanálisis lacaniano y, finalmente, el de la semiótica y la lingüística estructural. Cuando los tres se traslapan al interior del marco más general de interrogantes y problemas propio del así llamado marxismo occidental, en ese punto la “teoría” se ha quitado de encima su exterior más puramente filosófico y sistemático y alcanza su momento de mayor intensidad. Cuando las tres zonas (y su marco marxiano) comienzan a desacoplarse entre sí y recuperan una autonomía más tradicional de naturaleza esencialmente académica, entonces ese ímpetu se debilita o se pierde completamente (y lo mismo puede decirse de un marxismo que recae en las cuestiones técnicas del valor, la definición de clase y demás). La filosofía académica comienza a reconstituirse, y preguntas relativas a la psicología, la ética y la estética reafirman su primacía como campos separados. Este seminario no propone una “teoría del campo” en respuesta a la situación actual, pero la intención es demostrar para quienes nunca la experimentaron la intensidad y originalidad de los problemas de esos “años de la teoría” anteriores.
Hegel no habría querido que teorizara el fin de este muy rico y excitante periodo con las muertes contingentes de sus “maestros de pensamiento”. Tampoco es necesario hacerlo. Porque el agotamiento de su trabajo coincidió con la retirada del espíritu mundial (por decirlo así) de Francia en el momento del fracaso del experimento socialdemócrata de Mitterrand y la absorción de Francia en una Europa en la que, como ha observado Régis Debray, pasó de ser un Estado nación a ser un Estado miembro, y en la cual la autonomía a la que aspiraba el gaullismo demostró ser irrealizable en la incipiente globalización.
Tampoco tenemos que postular el fin de la Unión Soviética como una causa central de la pérdida de la hegemonía cultural de Francia, aunque ciertamente debe ocupar su lugar entre las varias precondiciones “sobredeterminadas” de ese resultado. He mencionado la desmarxificación como un proceso intelectual, que supuso el fin de las simpatías sartreanas. El fin de la presencia concreta de un Partido Comunista activo e influyente es una cuestión aparte, una astutamente maquinada por Mitterrand pero claramente completada por el colapso definitivo del experimento soviético. Ya he mencionado el rol jugado por la llegada a la hegemonía del neoliberalismo en las varias transformaciones a ser subsumidas bajo el término de lo posmoderno. Lo que sigue cultural e intelectualmente es el retorno de las especializaciones académicas, la retirada de la posibilidad de la acción política (y con ello de las simpatías políticas), y una “estetización” general de la teoría y la política que Walter Benjamin ya había denunciado en la década de 1930. El retorno de ciertos neofascismos a lo largo y ancho del mundo tiende a promover la creencia en una suerte de movimiento cíclico de la política o el Zeitgeist que me parece que sería mejor evitar.
Aun así, para concluir algo más debe decirse sobre la preeminencia de Francia, y más específicamente de París, que es la premisa de esta “historia”. ¿Por qué dar un privilegio especial a la teoría francesa en este periodo de posguerra y qué podría justificar la caracterización implícita de Sartre y sus sucesores como figuras “histórico mundiales” de la teoría?
Este es el momento para enfatizar y defender un nivel de interpretación propiamente geopolítico, del cual es probable que el lector estadounidense esté menos al tanto que el europeo. Por cierto, la centralidad única de París –que no tiene equivalente en los otros países de la Europa occidental, menos aún en Estados Unidos– crea una situación para los intelectuales en la cual la fatalidad de lo provinciano es irredimible incluso para los regionalismos fuertes. La nausée de Sartre es en primer lugar una expresión potente y singularmente filosófica del ennui de la ciudad de provincia, pero su trasfondo histórico es el del retorno del aventurero global de la década de 1920. Roquentin es una caricatura de André Malraux regresando a casa desde una Indochina en la cual esperaba hacer su fortuna con obras de arte robadas; esta retirada señala la transición a una década de 1930 política en la cual el fascismo y el comunismo soviético vuelven a ocupar el campo de juego y condenan al nuevo intelectual sartreano a la investigación histórica (el Marqués de Rollebon y la conspiración) y por lo tanto a esa parálisis de la praxis o la acción de la cual brota la conciencia del ennui o el Ser. (Con respecto a esto, la Ocupación –la República del Silencio– ha de considerarse como otra forma más de la provincialización forzada en la cual las decisiones de la libertad pueden ser analizadas en su ausencia).
Como un tipo de metafísica, entonces, un análisis geopolítico presupone una visión del animal humano como una especie condenada a buscar actividades “significativas” más allá de la reproducción social como su razón de ser. Sostendré que este sino se hace sentir también al nivel del Estado nación. La derrota de Francia por Inglaterra en el periodo napoleónico –la pérdida de la hegemonía mundial frente al Imperio Británico– es, para sus ciudadanos, concientemente o no, la condena a una competencia esencialmente superestructural, del ejercicio de la acción a través del lenguaje y la creación de cultura (la producción de intelectuales y artistas también). El ennui comienza aquí, con los epígonos, los “enfants du siècle” de Musset, y comienza a cargar esas “fleurs du mal” que culminarán en las filosofías existenciales y fenomenológicas del periodo de posguerra inmediato.
Es una situación que se redobla a nivel empírico, con una renovación que dejará a Francia varada entre las superpotencias y a sus intelectuales productivamente atrapados entre el capitalismo y el comunismo, y en búsqueda de una tercera vía que no existe. La misma situación geográfica de Francia durante la guerra es alegórica de sus singulares divisiones: una zona reaccionaria pero autogobernada y una ocupación nazi. De modo que los intelectuales franceses conocieron tanto la derrota como la victoria. No habían sido, como en Italia o España (ni hablar de la Alemania nazi), completamente purgados y sometidos a esa interrupción de la producción modernista sufrida también por la Unión Soviética. Por otra parte, estaban lejos de haber sido reducidos a las americanizaciones del Reino Unido o de la Alemania occidental de posguerra. Solo Francia, de hecho, experimentó a la vez el Frente Popular y el fascismo de Vichy, a la vez una ocupación nazi y una resistencia de izquierda, junto con un nacionalismo gaullista que le dio, por un tiempo, una cierta autonomía tanto con respecto a Estados Unidos como a la Unión Soviética. Este limitado espacio libre determinará las posibilidades únicas de pensamiento y producción cultural abiertas a los intelectuales leídos y estudiados en estas clases.
Solo queda admitir que junto con mi colaborador Carson Welch hemos decidido retener un texto hablado (un tanto blanqueado), cuyas ventajas radican en las innumerables digresiones y obiter dicta que su situación permite; sin embargo, nada esencial ha sido modificado o añadido, salvo unas pocas correcciones factuales.
Fredric Jameson
Killingworth, 2023