El tacto de la existencia
Sobre Lo que la mano da de Marcela Rivera, Mundana Ediciones, Viña del Mar 2022.
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El pensamiento contemporáneo se ha abierto cada vez más al paradigma, a pensar las cosas por analogía, de modo que una imagen-concepto deviene el lugar ideal para que este se encuentre consigo y con sus límites. En Lo que la mano da, de Marcela Rivera, esta imagen paradigmática es, como podrán advertir, la mano, resultando bastante sorprendente la proliferación de elementos a partir de los cuales la mano habla sobre esas cuestiones tan cercanas e inapropiables como lejanas e inseparables que son el cuerpo y el pensamiento.
En los últimos años hemos asistido a un gran número de estudios que versan sobre lo visual y lo aural, reconfortándonos la aparición de estos últimos, que suelen poner en cuestión la omnipresencia de lo visual. Pero Rivera nos invita a otra figura menos común que vinculada con el tacto, no por ello está menos entramada con el pensamiento, sus posibilidades y límites, creando una escena en la que cuerpo y alma se vuelven inseparables. La mano es el motivo de un pensamiento sobre el pliegue, sobre aquello infinito que se despliega frente a nosotros cuando nos damos un instante de contemplación, de freno a la causalidad impresa en lo cotidiano. En el detenimiento de la laboriosidad, la mano puede inquietar al curioso con sus lineas trazadas sin lógica, o mejor dicho, con una lógica que sólo revela nuestra ignorancia, esa que gracias a la mano tenemos tan cerca. Entonces, la mano señala una cierta extrañeza que nos constituye, que nos habita y nos excede, pero que, para colmo, es con ella que escribimos y, por tanto, maniobramos el pensamiento. Cosa nada sencilla, pues la mano que escribe se encuentra escribiendo tan rápido como el pensamiento que le dicta la escritura. Quizá tan rápido que lo sobrepasa. Mano que se confunde con el pensamiento, mano que piensa al pensamiento. Eso es un quiasmo.
Dice Rivera de forma muy bella: “Valéry atisbó que la potencia matriz del intelecto radica en la sensibilidad; por ello, no habría pensamiento desligado del hacer de las manos, de lo que ellas hacen comparecer: el peso del mundo que las manos palpan jamás dejaría de asediar el trabajo del signo y el concepto. Es más, para esta poética de la lucidez que se juega en el cuerpo, ese peso sería la condición misma de su tener lugar. El pensamiento se abre paso entre materia y manera, entre la abertura extrema que el mundo provoca en nosotros y la invención de una forma singular de responder a todo eso que nos toca” (Rivera, 2022, p. 19). En juego tenemos aquí el despliegue y repliegue de una materia sensible que es el medio del pensamiento, que a su vez es tocado por él singularmente, tacto que es respuesta y modo en que el pensamiento existe.
Esto implica necesariamente una exterioridad de la mano que no determina sólo la ek-sistencia, un estar hacia afuera, sino también un estar hacia lo imprevisible de lo palpado. En ese azar inscrito en el ejercicio de tocar están los otros (otros cuerpos, otras manos, otros rostros) ya siempre a la espera. El mundo se toca como condición del existir y la mano es guía y exploradora. Por eso, la ceguera no designa tanto la simple ausencia de vista, sino una composición y organización diferentes de la sensibilidad, como ha expuesto en otro libro Carlos Casanova (Casanova, 2021). Como era de esperar, en cierto punto Rivera debe tomar la mano de Spinoza y preguntar con él ¿Qué es lo que puede un cuerpo?, pues en tanto singularidad de una trama inmanente, las manos son siempre la punta de lanza de esa potencia. Con ellas Spinoza pulía cristales, dibujaba y pensaba. La mano aparece, entonces, como extremo de un pliegue, tan abierta como capaz de tocarse a sí misma con la prolijidad que cualquier otro órgano envidiaría.
¿Existe una memoria en/de la mano? La relevancia de la mano para el pensamiento se remonta a una infancia temprana, a un gatear que no es sólo recorrer, sino también asir, tomar, afirmar, llenarse de volúmenes ajenos, reconocer lo liso y lo rugoso, apoyarse en lo firme y trastabillar con lo endeble. Si la mano tiene memoria, nuestra infancia no nos abandona jamás, porque para saber tocar es necesario recordar lo inmemorial. Así también se nos presentan las manos de las cuevas de Lascoux, impresas hace más de veinticinco mil años, cuando las manos y la escritura se encontraban aún más aferradas la una a la otra. Así, digo, la infancia del humano revela su persistencia, también a través de la mano. Homo que en la gruta oscura encuentra su más profunda experiencia de lo propio en la extrañeza y profundo secreto de su existencia, “su carencia esencial de suelo y fundamento, de principio y de fin” (Rivera, 2022, p. 47).
El libro de Marcela Rivera no es un tratado sobre la mano, sino una revelación de la pregunta de ¿qué puede una mano? Cuestión abierta que sólo puede ir de a poco tanteándose, abriendo las manos al mundo.
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Bibliografía
Casanova, C. (2021). Infancia y ceguera. Tentativas sobre la ejercitación o acerca de las artes de hacer. Buenos Aires: Ediciones La Cebra.
Rivera, M. (2022). Lo que la mano da. Viña del Mar: Mundana Ediciones.