Foto: @geografiahumanachile
El viejo Peter
El Peter se dispone hacer su rutina normal, acompañado de sus fieles escuderos, Negro, el Máscara y el Pichulo. Eran sus amigos, sus guardianes, y compañeros de viaje.
Generalmente su día comienza a eso de las ocho de la mañana, donde se coloca cerca de la placa bancaria de la ciudad.
– ¡Buen día jefe!, ¿una miradita a las mercedes?
Peter conocía muy bien su oficio, siempre tenía una palabra amable, una entrada jocosa, con cierta zalamería, pero graciosa y cariñosa.
– ¡Buena pinta sacó jefe!
Era gracioso incluso cuando desarrollaba el macheteo diario para juntar las moneditas de la cañita de grapa o bigoteado.
– ¡Caballeros míos, disculpen que les entorpezca e interrumpa su camino!, pero quisiera pedirle una monedita. ¡No les voy a mentir! ¡La monedita es para beber!, así era Peter, no necesitaba andar con dobleces, ni artilugios.
Peter, instalaba su ruco en dos sectores, fuera del terminal de buses de la ciudad y en el sector de la cantera. Ambos lugares estratégicos. En el caso del terminal de buses les quedaba a pasos de la placa bancaria, y el segundo ruco estaba cerca de una Hospedería.
Si bien siempre existía la posibilidad de poder pernoctar, y tener una cama caliente. El viejo Peter, nunca se quedaba más de una noche, nadie sabe realmente por qué, pero sus motivos tendría.
Pese a que Peter era muy afable en el trato con las personas. No era muy de amigos, prefería estar solo con sus fieles escoltas.
Cabe si señalar, que estos tres bribones en más de una ocasión le trajeron problemas al viejo Peter. El Máscara no era de los trigos muy limpios, y a veces les pegaba la desconocida a las personas en la calle, un ladrido fiero, incluso un tarascón.
Hace un par de años caminaba por el bulevar de la ciudad, era tarde por la madrugada, la hora en que comenzaban a cerrar los locales del sector, principalmente bares, pubs y restaurantes.
Un grupo de unos seis jóvenes pasaron por las afueras el Liceo de Hombres que se ubica en dicho paseo, pateando basureros, y botellas. Los Perros de Peter comenzaron a ladrar a los jóvenes, uno de ellos reaccionó con ademán de tirar una piedra, los perros siguieron ladrando. Peter les dijo, ¡ya!, ¡ya! ¡ya! ¡chu! ¡Chu! Uno de los jóvenes, de cabeza rasurada, con bototos y cadenas al pantalón, lo empujo, y le dijo ¡viejo culiao! Peter cayó al suelo, y se golpeó la cabeza. Los Perros se acercaron inmediatamente a ver como se encontraba, preocupados al verlo tirado, con un gesto de profunda humanidad y amistad.
Con la llegada de la Pandemia, unas personas se acercaron a Peter para vacunarle contra la influenza. Le explicaron de que había un virus que estaba expandiéndose por todo el mundo, que se llamaba coronavirus, que era altamente contagioso y que afectaba principalmente a los mayores.
Era difícil saber a ciencia cierta cuantos años tenía el viejo Peter. Se le llama viejo, pero no sabemos qué tan viejo era. Aun cuando el mapa de su rostro señala un largo camino en este mundo. Esto puede deberse a la vida de la calle, el alcohol, y a su constante exposición al sol. Y, por cierto, a su barba cana y abultada, estilo Rasputín, que lo hacía ver mayor.
Como todas las personas de calle, sus vidas resultan siempre un enigma, y se tejían mitos, leyendas e historias. ¡Se dice que!, ¡yo supe que! … él tenía una esposa y lo dejó, que era profesor, que trabaja súper bien, que tenía una oficina. Por supuesto historias que nadie podía comprobar, y tampoco descartar.
En unas de las tantas idas exprés a la Hospedería, una voluntaria extranjera le ofreció barbearlo, él aceptó coqueto la propuesta. Le sacaron varios años de encima. Parecía otra persona.
Uno día cualquiera, tratando de conseguir alguna moneda por cuidar y lavar autos, Peter fue interceptado por carabineros. Le solicitaron el salvoconducto para poder desplazarse en cuarentena.
¡No tengo mi cabo!, dijo de manera clara y sin titubeos el viejo Peter.
– ¡Y tampoco tiene mascarilla!, le dijo el funcionario.
– ¡Usted no sabe que estamos en cuarentena!, solo están autorizadas a salir algunas personas que desarrollan actividades esenciales, y las personas que cuenten con el salvoconducto para fines puntuales y establecidos.
– Mi cabo, yo vivo en la calle con mis amigos.
El funcionario lo miró con escepticismo, estaba afeitado, con ropa limpia, y se infería en su tono que era una persona educada. No le calzaba con el perfil de una persona de la calle.
-¡Va a tener que acompañarme a la comisaria!, lo voy a detener por infringir el artículo 318 del código penal, le decía el funcionario.
-Mi cabo, si quiere me acompaña a mi casa, para que vea con sus propios ojos lo que le estoy diciendo, le decía Peter.
El funcionario hizo caso omiso de la propuesta, y se lo llevó detenido.
Peter no tenía ni cédula, ni el carné de contacto de la hospedería. Nada con lo que pudiera comprobar su situación de calle. Solo contaba con su palabra.
No tenía antecedentes penales, aunque no se sabe si habrá sido detenido alguna vez. Lo cierto es que ese día pasaría la noche en una celda, hasta que se esclareciera y comprobara si era o no una persona en situación de calle. Allí estaba, con cierta cara de aflicción y afirmando para sí ¡el Negro, el Máscara y el Pichulo deben estar preocupados!