¿En qué momento se jodió el país, Mayol?
Nuevas anotaciones para explicar el derrumbe del modelo. El 2011 la imagen y opiniones de Alberto Mayol se viralizaron, cuando el joven sociólogo irrumpió con zapatillas y melena en pleno Encuentro Anual de Empresarios (ENADE) de ese año en Casa Piedra. Convidado-de-piedra que se animó a decir, en los códigos de los asistentes, porqué estábamos ante el derrumbe del modelo económico chileno, bajo la consigna: Vox Populi-Vox Dei. Pues había sido invitado a referir a las movilizaciones sociales. Y eso hizo, muy escuetamente, abriendo con la cifra: 2011. Contrario a recibir rechiflas, lo que hizo fue estremecer los asientos, desempañar los anteojos, ver ajustarse las corbatas a inversionistas incrédulos, ante la estampa de Marx brillando en la presentación de este aparecido; para luego en medio de la catarsis, desatar como después de un terremoto, una seguidilla de réplicas de mayor y mediana intensidad que se proyectan hasta hoy, 2013: año de elecciones presidenciales, con una muestra reforzada de aquella contundente reflexión, su libro El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en Chile contemporánea, publicado por LOM ediciones.
La segunda edición –luego de más de 10.000 ejemplares circulando en las manos, suponemos de los millares que han marchado estos últimos tres años, en busca de razones en la virtuosa propuesta discursiva, equilibrio entre sensibilidad y principios– donde Mayol continúa enfatizando el quid del malestar, con perspectivas abarcadoras y punzantes. A esta altura también dentro de lista publicaciones gatilladas por el tema, se sostienen con vigente definición las claves para entender, por extensión, los temblores mundiales de la globalización, en palabras de Levi-Strauss, citado por Mayol: “Decir que las sociedades funcionan es una obviedad. Decir que las sociedad solo funcionan, es una estupidez”.
De ahí que cobre relevancia el concepto de impugnación, una del modelo y dos del discurso que, dificultosamente, lo sostiene. Porque si algo tiene la tesis de Mayol, es consistencia y espíritu, para exponer de manera digerible la verdad indigestade “la crisis de legitimidad y operación del modelo chileno”, producto de una clase política despolitizada y sin ninguna sintonía, mal que les pese, con la gente que avanza por las grandes alamedas o colma las redes sociales con signos de exclamación e interrogantes acusando a sus nombres propios y coaliciones partidistas. Algo de lo que también ha adolecido el discurso de la izquierda y que ha desencantado a muchos de los hijos y nietos de la Dictadura, inclinados a la inmediata reacción más que a in-formarse, fortalecer la conciencia fundamentada del rechazo al presente que vivimos. Leyendo a Mayol, desde la literatura (otra razón de imprescindible: su lectura es llana a toda militancia disciplinaria, que no sea leer por leer) uno parece hallar respuesta a la interpelación del personaje de un joven Vargas Llosa: “¿En qué momento se jodió el país, Zavalita?”. (Imagen también recurrida por Pablo Torche, en la columna de un diario digital, citando la misma novela, para ahondar de manera general en la «crisis de la política». Las analogías literarias no son muchas. El mismo Mayol recoge para ilustrar su relato, también fuentes y tópicos literarios o del arte universal. Recordemos, con esto, su primera formación como Esteta.)
Con todo, es oportuno revisar esta nueva edición, en el marco del periodo eleccionario. Sumado a falta de representatividad, la abstención, la segunda vuelta, marcar AC, pensar la carta republicana del siglo XXI. Pues esta necesaria y útil reedición aparte de replantear lo que ya había dicho, adiciona en su prólogo, un ajuste de cuentas con sus retractores, polemistas y omisores de sus postulados, que sin cita ni referencias lo interpelaron, y este se dispone a responderles. Un fenómemo de redes, que en la vanguardia de los discursos, entra y sale del mismo libro. Así, aunque Mayol no se ofusca, busca poner las cosas en su lugar y decirlas por su nombre. Estamos ante un sujeto mediático, cuestión que Mayol asume como situación y recoge como oportunidad para polemizar sobre la ola. Ya al final, en un excurso, integra como epílogo, las columnas escritas post libro, para hacer una revisión final, aclarativa y actualizada de sus anotaciones del 2011. De este último apartado seleccionamos algunos párrafos.
“Las entrañas del modelo” (21 de octubre de 2013)
He aquí el modelo: las triangulaciones de Saieh; las cascadas de PonceLerou (el brazo empresarial de Pinochet); el modus operandi de Larraín Vial; el caso La Polar y las complicidades masivas de reguladores, directores y empresa contables; el caso Johnsons y el perdonazo del SII, en fin, la lista es larga y se puede llenar de razones sociales y nombres propios. Y aunque estos escándalos solo llegan a puerto cuando perjudican directamente a consumidores, la noticia sigue ahí, a pesar de la televisión y la selección de fútbol. A simple vista, en esas noticias solo hay malas prácticas, eventualmente ilegalidades. Con un poco de atención, queda en evidencia que son esos casos los que reflejan la forma intestinal del proceso de alimentación del modelo económico chileno. Lo insólito, en cualquier caso, es que las entrañas sean hoy visibles, atormentando en ese hito al empresariado y a una elite cuyos modos de operación solían mantener la reserva propia de todo órgano interno (intestino).
Las entrañas han quedado al desnudo. La desigualdad no era solo entre quienes tienen una y quienes tienen mil. Había algo más profundo, más sórdido. La segregación escolar o las diferencias de esperanza de vida por ingreso terminarían por ser titulares ingenuos al lado de los escabrosos detalles que las entrañas del capital nos deparaban. Y es que el modelo ha ido develando toda su arbitrariedad, sus nombres propios, su falsedad, su tufillo a fraude institucionalizado. Y claro, lo más importante es que al final del camino se termina con una sociedad injusta, con problemas sociales, con ineficiencias, con entornos degradados y personas condenadas a su origen; pero lo que estaba oculto en el diagnóstico de este Chile impugnado por “abuso” o “lucro” es el diario de vida del capital y sus flujos, el detalle de las perversiones de cada día, la forma y el modo en que los grandes actores se comen a los chicos y luego a los medianos y luego a los no tan grandes.
Y es que cuando el modelo se presenta ante nosotros, pronuncia solo parte de su nombre: dice libre mercado, Estado subsidiario, focalización del gasto público; pero no dice unilateralidad de los contratos, asimetrías de información, oligopolios protegidos políticamente, por ejemplo. El modelo se presenta con rótulos para el libro de economía o de historia. Pero el modus operandi es más sucio y repugnante, exigiendo algunos silencios, complicidades y hasta operaciones de encubrimiento.
Las cosas, sin embargo, han cambiado. Unos tibios haces de luces atormentan el secreto mejor guardado del modelo. Sus obscenidades, perversiones, empiezan a ser descritas. Antes solo se hablaba de «abuso» y sabíamos que detrás de eso habría de existir una microhistoria algo más repugnante.
Pero no había expediente, no había detalles, no había sido nombrado el “Spiniak” del modelo económico. El caso La Polar, coincidente con la crisis de la deuda estudiantil, abrió la herida, y del secreto a voces pasamos a las voces de un secreto. Y se fueron sumando casos: Cencosud (que cuesta la candidatura de Golborne), BancoEstado, Saieh y sus triangulaciones, las cascadas de Ponce Lerou. Y las corredoras de bolsa fueron apareciendo en toda su complicidad. Y es que en un mundo donde el precio es el resultado abstracto de una expectativa, el poder de una oligarquía como la chilena tiene muchos rendimientos.
Ha quedado en evidencia que el inversionista minoritario en la bolsa, no obstante millonario para el estándar del país (miembro sin duda del 1 % más rico), era víctima de procedimientos por parte de los mayoritarios que terminaban con sus opciones mermadas. Lo que en La Polar era un consumidor unilateralmente repactado y en el BancoEstado y Cencosud fueron contratos unilateralmente modificados, en la bolsa se traducía en información privilegiada, impunidad de los organismos fiscalizadores, complicidad de las empresas especializadas en valorización de activos y silencio de los tribunales. Ese era el Chile del emprendimiento, el jaguar latinoamericano, el correlato de la anatomía de un mito que detectó Moulian en el consumo, ahora visto desde la perspectiva del modelo de negocio mismo. No era solamente un mito el consumo y la ilusión del Chile futuro.
Había algo más, que limitaba al norte con el mito del empresariado y al sur con su fraude. Las entrañas del modelo tienen su punto de realización histórica en el sistema financiero. Pero, claro, cuando hablamos de él, nos dicen que veamos reglas del juego, números en la bolsa, evoluciones y perspectivas. Le sugiero, sin embargo, un ejercicio: considere al sistema financiero un escenario, vea sus actores, vea detrás del reglamento al que lo hizo, vea detrás del perfeccionamiento de sus reglas un juego complejo de intereses.
Y verá algo distinto. La configuración de un gran empresariado, de un selecto grupo de capitalistas de nivel mundial, se hizo con tres mecanismos: 1) el uso de las posibilidades oligárquicas para producir rendimientos económicos; 2) el uso de la dictadura y luego de la transición para articular una elite que mantuviera la institucionalidad orientada en la medida del capital, y 3) el uso del mercado de capitales creado con el sistema de AFP para tener capital fresco, disponible y barato.
El primer punto, el uso de las posibilidades oligárquicas, conecta este proceso de producción de capital con la historia anterior de Chile. La oligarquía terrateniente, dominante históricamente en el país, fracasó en el esfuerzo de construir una sociedad exitosa en el marco del capitalismo. Fracasó tanto que solo produjo la parte oscura del capitalismo: pauperización de trabajadores, un proletariado devastado, malestar social. Y no fue capaz de producir acumulación de capital. Fue cruel con los trabajadores (como todo proceso de acumulación de capital) e ineficiente (no acumuló capital). Sin embargo, la concentración de poder político y capital social tendría beneficios para el proceso de acumulación en algún momento. El pacto entre terratenientes y militares, propio del entorno oligárquico, terminaría por abrir algunas “vías de solución”. Además, la oligarquía concentraba información privilegiada, lo que sedujo a los ávidos inversionistas. Pero había que santificar un nuevo objeto de deseo, había que pasar desde la tierra al capital. Y eso solo lo podía hacer el Dios de los oligarcas. Por eso la Universidad Católica fue clave, santificando a Friedman y a Guzmán. La Iglesia católica salvaría a la izquierda de la muerte, pero le presentó a la moribunda oligarquía (herida gravemente por la reforma agraria) un nuevo camino de verdad y vida.
El segundo punto, esto es, el uso de la dictadura y la transición para articular una elite capaz de producir y reproducir el capital. No es infrecuente usar las dictaduras para esto. Mucha literatura abunda en detalles sobre cómo se resuelve la reducción de la tasa de ganancia por la vía de guerras, golpes de Estado y violencia política en general. El abaratamiento de los costos del trabajo es una consecuencia poco comentada, pero bastante normal, de las dictaduras. La persecución a sindicatos, movimientos sociales, partidos de izquierda se traduce en un ítem contable simple: el salario baja. No en vano en Chile se pasó de tener en 1974 la desigualdad más baja de la historia del país a tener, diez años después, la más alta de la historia y una de las mayores del mundo. Sin embargo, lo llamativo es haber usado la transición para el mismo fin de la dictadura. Comprender esto es difícil. Lo que sabemos es que se dibujó una idea según la cual eliminar los elementos dictatoriales era acabar con la tutela militar. Se desatendió, de modo ingenuo o cómplice, al poder fáctico empresarial. A esto podemos añadir un cambio sustantivo: la elite política transicional fue incorporada (cuando no estaba dentro ya) de modo fluido a la oligarquía histórica y a la floreciente y nueva burguesía (o a sus cuadros directivos). La Concertación, sostenida en su prehistoria por la olla común, terminó no solo recibiendo financiamiento y prebendas del capital, sino directamente participando de él. La alegría democrática para un ciudadano feliz fue reemplazada por la gobernabilidad para una inversión rentable.
El tercer procedimiento, la creación del sistema de AFP y su relevancia para producir un mercado de capitales (mucho más importante en la práctica que su función aparentemente principal, como era producir pensiones), queda en evidencia a través de la comprensión del brillante diseño económico e ideológico. Si la explotación de los trabajadores ha demostrado en la historia ser tan eficiente para producir capital, el sistema de AFP aprende la lección, pero la aplica con elegancia y potencia ideológica: no es necesario quitarle el dinero a los trabajadores (o al menos no todo), basta con generar un mecanismo que permita administrarlo para mayor gloria del capital. El trabajador cree que es propietario de su dinero, pero nunca está en sus manos, siempre lo administra otro. El trabajador cree que su dinero renta, pero en realidad se presta a bajos precios a las grandes corporaciones, mientras él no puede acceder con esos intereses (ni cercanos) a su propio dinero. El trabajador cree que produce su pensión futura, pero en realidad produce el capital presente. Marx vislumbró que el capital se hacía con trabajo no pagado por el burgués al trabajador. Pero el sistema de AFP permite configurar capital, además, con el 10 % del trabajo sí pagado.
La constitución, el derecho de propiedad, las legislaciones, el código minero, el de aguas, en fin, no son más que manifestaciones de un modo de hacer que ha quedado anudado en el origen. No ha habido libre mercado, sino oligopolios; no ha habido emprendimiento, sino hurto o apropiación indebida. José Yurazsceck, Roberto Andraca, Ponce Lerou, administradores de empresas estatales que se transformaron en dueños. La nueva burguesía se construyó con las pensiones o fue nombrada a dedo por la dictadura para hacerse cargo de empresas relevantes. La burguesía se construyó con los privilegios de la oligarquía y por eso su sueño no es la competencia y la creación de valor, sino el gobierno y el poder total. El capitalismo chileno sigue siendo rentista y primitivo, pero se adorna con el capitalismo financiero, para que la estética neoyorquina cubra al terrateniente pedestre que dio origen a toda esta historia (del cual Pinochet es un emblema).
Las entrañas del modelo empiezan a ser visibles. Suele ocurrir, eso de tener las entrañas visibles, cuando un cuerpo está seriamente herido y las tripas presionan por abandonarlo. Es cierto que casi no hemos visto nada de todo lo que podría salir, pero hemos visto algo. Y eso significa que la herida existe, que las entrañas del modelo se revelan y pierden con ello su supuesta santidad, su evanescente y abstracta perfección. Las entrañas han quedado visibles porque su sostén era la oligarquía de siempre y la burguesía de hace poco, era la Iglesia elitizada y una hegemonía sólida en lo cultural gracias al control educativo y de los medios. Todo esto encontraba su punto de apoyo en la institucionalidad y su ficticia integración. Los movimientos sociales destruyeron esa ficción. La institucionalidad devino en abuso; la derecha tuvo que “entregar” a Pinochet, al modelo, al lucro, a los privilegios y a sí misma; el empresariado tuvo que refugiarse en el Partido Socialista creyendo que en ese gesto no habita una contradicción que alguna vez aflorará; Edwards tuvo que declarar por su rol en el golpe; la Corte Suprema empezó a fallar contra las grandes empresas y la Iglesia declaró al lucro uno de los demonios de nuestro tiempo. Parafraseando a Kafka: “Al despertar una mañana, tras un sueño intranquilo, el empresariado se encontró convertido en un monstruoso insecto”.
Las entrañas del capital han quedado a la vista y su podredumbre ha obligado a comenzar la remodelación. Michelle Bachelet está a cargo y aunque la doctrina de la medida de lo posible se mantiene, no es menos cierto que es muy distinta la medida actual de lo exigible. Según pronóstico, el modelo agoniza frente a nosotros. El tiro de gracia está en manos del socialismo chileno, del partido de Allende, de los herederos de Recabarren. Son ellos los que tienen en sus manos al modelo.