Entre caníbales, fragmentos de mi amistad con José Molina.
Texto leído de manera parcial el día martes 14 de mayo de 2019 en la Biblioteca Andrés Henestrosa de Oaxaca. Corregido levemente para esta edición.
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Recuerdo un recuerdo de Pepe sobre Chile. En el recuerdo de Pepe que ahora rememoro, él está jugando fútbol con algunos poetas, en Valparaíso. Entre los jugadores se encuentra Rodrigo Arroyo, de eso estoy casi seguro, un poeta que además es pintor, y al parecer uno bastante bueno. Tal vez también está Antonio Rioseco, un poeta que estuvo uno o dos años en el DF y se regresó. Suficiente. Quizás está también Jaime Pinos, actual director de La Sebastiana, la casa porteña de Neruda. Imagino que además juega César Hidalgo, quien estuvo en esta biblioteca hace un par de años, una noche que algunos de ustedes recordarán. Y que en el equipo contrario a Hidalgo juega el poeta y abogado Enrique Winter. Imagino, por último, que Pepe mete un gol de último minuto y todo queda en un armonioso empate. Ambos equipos se acercan a abrazarlo y él sonríe y habla en perfecto chileno.
No tengo claro si Pepe estuvo dos o tres veces en Chile. Ese partido en un cerro de Valparaíso me lo contaba acá. Yo lo conocí el año 2011, y tal vez fue en ese viaje que nuestro amigo jugó futbol en el puerto. O tal vez fue en un viaje anterior, y cuando yo lo conocí era su segunda vez por allá lejos. No lo sé, y no importa mucho. César Elí García, aquí a mi lado, recuerda que Pepe venía de Argentina cuando presentó en La Jícara su libro Juno desierta (2011), recién publicado por sus amigos de Mangos de hacha en el DF. Le regaló su libro al terminar la presentación y se fueron a lidiar con esta ciudad de noche.
Mi conversación con Pepe circulaba constantemente entre México y Chile, con largas paradas en la literatura argentina, y un poco menos en la peruana. También hablábamos, instigado principalmente por mi curiosidad, de poesía estadounidense y los brasileños, temas que él conocía como ningún otro.
Lo vi por primera vez ese 2011 en un bar de Santiago de Chile llamado El Rapanui, nombre nativo de la tierra de los Moái, esas cabezas gigantes de la Isla de Pascua que nadie sabe cómo diablos llegaron ahí. Primero entró “black belt”, largo y hormigueante, el poeta Germán Carrasco. Era verano, creo que enero. Lo seguía un mezclillero José Molina de bermudas y zapatos tipo mocasín. Su chaqueta, jaspeada de un leve blanco, era una auténtica chamarra de mezclilla sacada de las profundidades de los 80´, ideal para abrigarse de la noche fresca de Santiago en verano. Ambos venían entonados. Pepe había llegado ese mismo día a Chile y Germán lo recibió para invitarlo, primero a La Piojera, una cantina del siglo XIX que sirve el famoso “terremoto”, trago que mezcla vino blanco, helado de piña y fernet, y luego al Mercado Central de Santiago, a un costado de esa cantina dieciochesca. Una tarde regada y después la lectura.
Esa noche llegó al Rapanui el poeta Héctor Hernández Montecinos, quien vivió varios años en el DF. Al entrar Germán al local, Héctor me comentó que Carrasco parecía una hormiga. Y sí, tenía razón Héctor, con esos brazos largos, su piel más morena, largo, flaco, y una cabeza móvil, Germán parecía una hormiga. Una hormiga que miraba a otra hormiga, a otro poeta flaco y alto, Leonardo Sanhueza, compañero de generación en los 90´.
También estaban los editores del sello Libros del Perro Negro, Elías Hienam y André Urzúa, quienes editaron y publicaron en Santiago de Chile Juno + Rápame (2010) y Símbolos patrios (2012), sendos libros de José. Hace unos meses me enteré que André vive en el DF, trabaja en la librería Bonilla y tiene una hija, una niña chileno-mexicana, como también lo tiene Alejandro Zambra, el poeta y novelista que desde hace un rato radica en la Ciudad de México, junto a su mujer y su hijo Silvestre, Silvestre Zambra. ¿Y por qué a los escritores chilenos les da por venirse a México? ¿Qué túnel nos comunica desde tan lejos y nosotros nos vamos por él, como en un acerado tobogán de madera? ¿Será por Bolaño, Mistral, Neruda, Jodorowsky, Claudio Giaconi, Poli Délano, Álvaro Ruíz? ¿Será por Lowry? ¿Será por la mota, los hongos, la química blanca? ¿Será por el chavo del 8, las librerías del DF, las rancheras, Cantinflas, por la séptima luna de Emmanuel, por Frida Kahlo, Buñuel, Paz, el zapatismo, por C.U., café Tacuba, por la antropología?
Esa noche en el Rapanui leyó Pepe y Santiago Llach, poeta de Buenos Aires. Hay video, un video en que se oye a Pepe leer sus poemas concentradamente, con alegría, contento. Su mirada pícara e inteligente observa a la galería, a los parroquianos del Rapanui, entre ellos yo, de paso por Santiago después de mi año laboral como profe. de prepa. en Valdivia, en la región de los ríos. Pepe manejaba una pequeña cámara portátil. Con ella, es probable, grabó a los poetas de la pichanga en Valpo. y pidió a alguien que lo registrara en el Rapanui. Con ella filmó al poeta Tomás Harris, de quien hizo además una antología que llamaron Los sentidos del viaje (filodecaballos, 2013), junto a su amigo, profesor en EEUU y también poeta, Cristián Gómez Olivares.
Pepe y Cristián fueron compañeros en Iowa. Éste le presentó al poeta de Concepción, un poeta cuya estética reversiona la ciudad, el continente, los territorios, tiñéndolos con la luz y el sonido de los márgenes, arrabales de un futuro abyecto instalado plenamente el día de hoy. Ese libro será el testimonio perenne de la admiración de Pepe por la poesía chilena.
Después del Rapanui todos nos desperdigamos, pero a los pocos días, ya cuates, nos volvimos a ver. Nos juntamos en el Mercado Central de Santiago, cercano a La Piojera, y nos servimos a gusto pescados y vinos. Recuerdo que le relaté a Pepe una escena que él no podía ver porque estaba de espaldas. Divisaba a un hombre, a unos veinte metros de nosotros, vaciando una caja de vino sobre una botella, con buen pulso, en una clara acción de trasvasije y adulterio. Le conté lo que veía y nos reímos con la avivada y brindamos por el hombre. Al final, un vino blanco de caja, dijimos, bien frío, pasa piola por uno de botella, de mayor alcurnia y además caro. Después de la comida nos movimos al depto. de Germán en Santa Isabel y pasamos una tarde cheleando casi en pelotas. Pepe nos tomó una foto en que aparezco con Germán simulando una pelea entre cinturones blancos.
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Pepe y yo vivimos juntos en Pueblo Nuevo, aquí en Oaxaca. Me mudé a su casa de bello antejardín, tipo villa italiana, en mayo de 2017. En mayo de 2018 Pepe estaba feliz porque cumpliríamos un año de rúmis. Tenía esos gestos, esa memoria del afecto, esas consideraciones íntimas, más allá de la captura programada que el sistema hace de esos acontecimientos. En la casa de su madre, Rebeca Robles, participé en dos de sus cumpleaños. Su sonrisa de bienvenida, su amabilidad, sus cambios de lengua, del inglés al italiano, del italiano al chilensis, eran rasgos característicos de su personalidad.
Un día lo oí hablar en alemán largo rato por teléfono. Su hábito matutino era escuchar en su laptop la Deutsche Welle, mientras se preparaba para salir a la chamba. Con Ricardinho, un lusitano musical, de bellos chinos canosos, que pasa algunas temporadas en esta city, lo escuché platicar fluidamente en portugués, una tarde, en el patio de la Babel, un bar inmejorablemente bien ubicado en el centro de Oaxaca.
Uno de esos días en que recién había llegado a Pueblo Nuevo y yo estaba convertido en un zombie emocional, un yonqui del afecto como dice mi amigo, el psicólogo y poeta oaxaqueño Óscar Sandoval, Pepe me sacó a dar el roll en la noche. Estuvimos rondando los barrios bajos y terminamos en el Cuish. La lengua de la que tenía un menor dominio era el francés. Sin embargo, esa noche pude observar y oír una plática que entabló rápidamente con dos francesas, mientras bebíamos las primeras chelas. Creo que su filiación con esa cultura no era muy grande. En ese sentido fue un escritor del presente, porque en cierto modo la literatura francesa, fuera de Houellebecq, no provee nombres claves hoy. Pero este es un juicio superficial, porque nuestro presente no es lo inmediatamente paralelo, sino que abarca por lo menos un par de décadas. Y allí, cerca de nosotros, están Perec, Ponge, Michaux, etc. Recuerdo que habló de política con ellas, y sí, en el francés Pepe tenía algunas dificultades, pequeños baches, sobre todo en la pronunciación. Pero era un hábil operador de la lengua, aunque era, también, silencioso, y algo tímido. Su mirada brillaba en el contento de estar entre sus amigos y su familia. Yo lo veía platicar, entonces, con las guapas francesas, articulando su nada altisonante bagaje lingüístico en pos de una charla.
No recuerdo quién fue el que dijo que el francés era un italiano gangoso. Tal vez fue el camote de Jean Paul Belmondo. Una broma pesada, una broma que de todos modos nos pone frente al juego del habla, frente a la incorrección, frente a la responsabilidad de aprender para después jugar y ser irónicos. Creo que muy pocos se toman en serio eso. La mayoría nos mantenemos en una media corriente. Hoy en día a todos nos dio por hablar del lenguaje. Hasta los novelistas más despistados y argumentativos dicen ahora que todo se trata del lenguaje. Eso la poesía lo tenía reclaro. Flaubert lo tenía más que claro. Una vez oí a Pepe recitar de memoria y sin aviso un poema de Trilce. Estábamos en uno de sus talleres y de la nada comenzó a recitar. Me sentí aludido, porque en paralelo daba yo un taller sobre ese libro de Vallejo, basándome en un contundente volumen con su obra completa que el IAGO-Juárez tiene entre sus joyas.
En otra ocasión, una de esas noches en que nos sentábamos a platicar y a beber serenamente bajo la galería de la casa de Pueblo Nuevo, junto a la sombra de la sierra sur al fondo, Pepe recitó sin errores el Walking around de Neruda. Vi cómo se emocionaba al decirlo y en su rostro caían algunas lágrimas.
Allá en Pueblo Nuevo tenía una de sus bibliotecas. La otra se encuentra en San Felipe del Agua, en casa de su madre. Ambas bibliotecas son una maravilla. En la de Pueblo Nuevo consulté varios números de las revistas “El poeta y su trabajo” y “Poesía y poética”. Están ahí algunos de sus libros, libros de poesía latinoamericana principalmente, una colección de la que se nutría para nutrir al mismo tiempo sus talleres. Sus libros de Pound y sobre Pound, los concretos brasileños, etc. Al llegar a su casa comencé a leer algunos de esos libros. Por ahí andaba uno de Henry Miller sobre Rimbaud, uno de Hugo Gola sobre Juan L. Ortiz y Juan José Saer, El cementerio de los disidentes de Claudio Gaete Briones, poesía mexicana contemporánea, una colección hermosa de librillos de la UNAM con muestras de múltiples poetas, etc. Pero lo más valioso, me parece, está en la casa de su madre, donde tuve la oportunidad de conocer la poesía del boliviano Jaime Sáenz, leer una de las novelas de Juan José Saer, el libro de poesía Inessa Armand de Cristián Gómez Olivares, y reencontrarme con varios títulos de poesía chilena. En suma, el patrimonio lector de un hombre que amaba los libros y que amaba las posibilidades de la palabra y de la poesía.
Un día llegó a la casa con una novela de Fito Páez, La puta diabla, que comentábamos positivamente, elogiando el talento del rosarino; y tiempo después llegó con Ensayos bonsái, de otro argentino, Fabián Casas. Cuando llegó con el de Casas, Pepe ya estaba trabajando como gerente de la librería Grañén Porrúa, labor que lo tenía contento y activo, organizando diferentes actividades y conociendo a fondo el mundo del comercio libresco. A través del libro de Casas me enteré de una peli. que nunca había visto, donde unos jovencísimos Matt Dillon y Nicolas Cage, secundan a un bellísimo Mickey Rourke. La peli. se llama “Rumble Fish” (traducida como “Ley de la calle”) y es de 1983. Pepe por supuesto la conocía, y me di cuenta además que era una de sus películas favoritas, junto a una de Aronofsky, “El Luchador”. En ambas actúa Mickey Rourke y en ambas también, de alguna forma, se trata de personajes que enfrentan la vida con rudeza, con los puños, actitud que en términos simbólicos representaba, creo yo, una parte significativa de la personalidad de nuestro amigo. Eso, y también el silencio.
En Pueblo Nuevo, sentado en un tronco frente a su cancha de fútbol, escribí un poema en que dibujo una estampa, una escena-síntesis, y en la que apareció, de manera necesaria y espontanea a él, la figura de un perro negro, amigo del hablante. Este es el poema:
Pueblo Nuevo
La plaza pública de esta agencia es una cancha
De tierra que ayer aplanó una Caterpillar
Y que hoy luce sin jugadores
A la hora en que bajo con mi amigo el perro
De pelaje negro frente a las montañas
Para volver con el agua al hombro y sentarme
Un rato a mirar a las personas de Pueblo
Nuevo por un instante.
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El 2011 pasé medio año en el DF, tomando talleres en el Claustro de sor Juana y caminando esa ciudad como si me hubieran contratado para hacerlo, y en parte así fue, con la ayuda de una beca del estado chileno. En Chile yo vivía en Valdivia, una ciudad a 800 km al sur de Santiago, rodeada de bosques y ríos, y una de las más lluviosas del mundo. Una ciudad ciertamente bella, pero muy diferente a Oaxaca, empezando por el imperio del sol, que en Valdivia a veces no se deja ver durante meses.
En esa ciudad viví dos temporadas, cada una de 8 años. Con un grupo de amigos formamos un colectivo al que una de sus integrantes bautizó con el nombre de Paratopia. A todos nos gustó la idea y se quedó así. Paratopia. Durante aproximadamente siete años estuvimos a full pensando, redactando y postulando proyectos de gestión cultural en el ámbito de la literatura chilena y latinoamericana. Publicamos revistas, una antología, hicimos 4 versiones de un encuentro latinoamericano de escritores, y también viajamos a España y luego a México, con diferentes comitivas de escritores australes. En el último encuentro que organizamos estuvo presente Pepe. Yo estaba en México y nos encontramos en una librería junto a José Luis Bobadilla*, amigo cercano de él y editor de Mangos de hacha. Era el mes de octubre, creo, y Pepe se aprontaba para volar al sur. Regresó cansado y feliz, unas dos o tres semanas después. Aprovechó para cruzar a la Argentina y estar con su maestro de poesía, el poeta, editor, ensayista y traductor, Hugo Gola, de quién valdría muchísimo la pena realizar, por lo bajo, varias tesis universitarias sobre la importancia de este poeta argentino, exiliado, en la promoción de poetas mexicanos contemporáneos.
Hay una hermosa foto de Pepe junto a un vecino de una población en Valdivia, a donde Paratopia los llevó para que se produjera el encuentro con los vecinos. Yo no estuve ese año. Vi fotos donde Pepe aparece junto a Alejandro Zambra, Elvira Hernández, Cristina Bravo, entre otros. Están en una junta de vecinos, espacio de reunión oficial, especie de agencia municipal donde se cabildea. Pepe me contó que también estuvo leyendo en el Instituto alemán Carlos Anwandter. Hablaste alemán con ellos, wn¡, le preguntaba a veces. Y luego le contaba lo que había oído acerca del alemán que se practica en esas lejanas tierras del medio sur de Chile. Que allí esa lengua se había cristalizado, casi del modo en que arribó con la colonización a mediados del siglo XIX. No podría ratificarlo, pero quizás sea una buena idea para la fantasía de un habla desfasada que provoca equívocos entre la comunidad establecida, heredera de los primeros colonos, y los que llegan por primera vez, principalmente los profesores alemanes que se incorporan cada año a dicha escuela.
De vuelta en México me reuní con mi amigo cerca del famoso Sanborns de los azulejos. De ahí nos movimos al Salón Corona. Una de las imágenes más graciosas que guardo de Pepe es la de su mano sosteniendo un mini-tarro de cerveza, una miniatura inmoderada que contrastaba con el habitual jarro shopero de litro que Pepe bebía con gusto, sosteniéndolo con uno de sus llamativos brazos tatuados con obras de arte vanguardista. Llegó cantando “La corbata de mi tío”, rola de Colombina Parra, hija de Nicanor, quien justo tocó por esos días en Valdivia y Pepe estuvo en el recital. La pasó bien, y llegó hablando más chileno que nunca, con esa prodigiosa capacidad que tenía para modular diferentes lenguas. A mí me imitaba el tono, claro, con un cariño y un humor que extrañaré siempre.
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En noviembre del 2012 Paratopia cayó en Oaxaca con el proyecto “En lugar del autor”, cuyo objetivo era difundir en carne y hueso la obra de algunos escritores chilenos, tanto en España como acá. Presentamos libros e hicimos lecturas. El grupo lo conformaban Carlos Labbé, Claudia Apablaza, Paula Ilabaca, Daniel Rojas Pachas, Oscar Barrientos y Leonardo Videla. También nos acompañaban Cristina Bravo y Eduardo Lund, y los paratopia, Claudia Gómez, Miguel Rojas, y yo. En apoyo audiovisual venía nuestro amigo Cristián Méndez. Era fiesta de muertos y la algarabía de esa celebración desbordaba las calles. Tuvimos un memorable conato sin ninguna consecuencia grave con gente de La Biznaga, por un asunto de lana. Recuerdo a Pepe organizando la coperacha, haciendo la vaca. Pagamos y nos fuimos. Al poco rato aparecieron tres ninjas guardias del famoso restaurant buscando algo más de dinero, o tal vez solo para fregarnos la cachimba, y ahí, detenidos en ese parquecito donde está el monumento al maestro Álvaro Carrillo, nos trenzamos a golpes de boxeo amateur. En buen chileno, Carlos Labbé les preguntó a los ninjas, “¿quieren pelear?” Y comenzó la trifulca. El asunto no pasó a mayores, éramos más numerosos nosotros y además, creo, nos vieron básicamente como seres inofensivos, pacíficos y alegres bebedores en tiempo de muertos. Seguimos nuestro camino y nos estacionamos en la iglesia de Jalatlaco, que ardía de comparsas y buena onda. La cosa siguió en un panteón lejano, pero no puedo testimoniar eso porque me fui a dormir después de varios días de chamba y fiesta.
En esa ocasión Pepe presentó en el IAGO-Alcalá la novela Campo de tiro de Leonardo Videla, y lo hizo junto a Pergentino José Ruiz, escritor zapoteco de San Agustín Loxicha, que pasó dos años en Valdivia estudiando un posgrado y empapándose de lluvia y de cultura mapuche-chilena.
Esa actividad nos unió aún más con Pepe. A mí me entregó la confianza de conocer a sus amigos cercanos de la Biblioteca Andrés Henestrosa, especialmente a su director, el bibliotecólogo Freddy Aguilar. En 2011 había yo visitado Oaxaca por primera vez y conocí el mezcal. Conocí también a varia banda, entre ellos al poeta aquí a mi lado, César Elí García. En su crónica luctuosa, “Virgilio en un bar”, publicada en el suplemento Cronos del periódico Tiempo de Oaxaca, el sábado 16 de marzo pasado, César Elí rememora una larga jornada de conocimiento mutuo, cuyo principal episodio fue un madrugador viaje a Mitla en el coche de otro amigo, en busca del mejor mezcal de esta tierra, como alucinados personajes en busca de Cesárea Tinajero. Mucho grupo diríamos en Chile, mucha pila en ese tiempo, diría yo, después de pasarme seis años seguidos en estas tierras. Hemos sido excesivos, sin duda, como el sol de la poesía y la luz de Oaxaca. Intensos, como la pasión y la erudición de Pepe por las lenguas y las obras de la lengua. Recuerdo que Pepe quería llevarnos donde una señora, a una tiendita de expendio de mezcal, una doñita que al parecer lo había conocido de niño. Y ahí llegamos, Pepe, Sergio, Miguel, César y yo, apareciendo luego en la tiendita, ese día intenso y excesivo, una especie de vaquero mexicano salido de una peli. del far west, invitando algo con una faca filosa y reluciente que extendió frente a nuestras narices.
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Vivo en Oaxaca desde fines de octubre del 2015. Gracias a la obtención de un fondo montamos el 2016 una pequeña editorial llamada luz & sonido con Alan Vargas Mariscal quien, junto con César Elí García y Óscar Sandoval, representan algunos de los frutos más destacados del trabajo formativo que Pepe realizó en Oaxaca. Alan recogió las ideas estéticas por las que abogaba Pepe y ha ido construyéndose como autor a partir de esos lineamientos. César Elí G. conoce como nadie la sangre y el hueso de la ciudad de Oaxaca y sus pueblos, atesorando historias y anécdotas dignas de una trama realvisceralista. Óscar sigue escribiendo y ha incluido entre sus intereses el ajedrez, un juego que tiene mucho de composición y lucha, a la manera de un poema.
Dentro de su herencia experimental y de vanguardia, la huella de Pepe en los títulos publicados por luz & sonido en su colección de poesía chilena, es notoria. Para la feria del libro de Oaxaca del año 2016 presentamos Aguas servidas de Carlos Cociña y El orden de los días de Elvira Hernández, ambos poetas de líneas estéticas parecidas y que trabajan las partes menos obvias del lenguaje. Esa noche de la presentación de ambos títulos fue conmovedora. Entre los oyentes estaba Raúl Zurita, compañero de generación de Carlos y Elvira.
El año pasado (2018) publicamos una breve antología del trabajo poético de Alexis Figueroa, quien también trabaja dentro de una estética más disímil, no tan aliada a las modas literarias.
Y también nos tocó editar el relato que Pepe escribió a manera de estampas en torno a un personaje llamado Fermín, pintor de la mixteca formado en La Esmeralda y que vive en Oaxaca en pleno 2006 (año de la revuelta social oaxaqueña, la primera del siglo XXI), mostrando, en un collage de impresiones y movimientos, el paso de este pintor por el mundo del arte, los idiomas y los países. La gran intuición de Pepe al llamar Caballo no entra (2017) a ese texto, muestra su colmillo para señalarnos el fascinante problema de la traducción. La expresión “Caballo no entra” viene del conocido dicho específicamente oaxaqueño que dice “Zaachila quiere, caballo no entra”. Las múltiples versiones que he oído sobre el origen de este dicho, nos ponen en el plano de lo que llamaría el mestizaje de la historia y del habla que la inscribe. En una oportunidad llegué a recabar tres versiones, diciéndome alguien que esa historia venía de los tiempos de la revolución, otro que del período porfirista, y uno más que era un dicho de la época de la conquista. Hasta hoy no sé cuál de todas es la correcta, pero el punto es ese, que hay alternativas, y de la propagación del error, y de su fijación como verdad transitoria. Nos equivocamos en la ubicación espacio-temporal y mal interpretamos todo porque andamos, en ese sentido, traduciendo, errando, traicionando. Y así nos entendemos, hablando claro. Hablando claro en lenguas vecinas y diferentes, hablando con la boca, con las mejillas, con los ojos, el silencio.
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¿Quién es mi interlocutor en este momento? La muerte produce algo extraño, algo que no podemos manejar sino a través de la locura o la poesía, que son trabajos del vértigo. De una manera terapéutica escribo sobre el puro presente. Y no construyo nada. El tedio aun mayor que sobreviene con una catástrofe te parte en dos y luego ves la hora, cuentas los días o despiertas en el flujo del tiempo como en un río que te arrastra después de un tsunami. La poesía sirve para ir al grano. El grano es una esfera transparente que se deja enunciar de diferentes maneras. Enunciar es emulsionar el grano y fijarlo sin manchas, o al contrario, manchando el lugar donde quieres ponerlo.
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Me falta nombrar a 5 poetas chilenos más −siempre hay un chingo−, amigos que quisieron inmediatamente a Pepe al conocerlo. Uno de ellos es Manuel Illanes, compañero de ruta en esta odisea mexicana. Él vive en el DF, exactamente en Tláhuac. Entre nosotros nos referíamos a Pepe como El Comandante. Cuando Manuel vino por primera vez a Oaxaca tuvimos un pequeño incidente que siempre recordamos entre risas nerviosas y carcajadas más o menos excesivas. Conocimos en esa oportunidad Yagul y antes, por primera vez para ambos me parece, el 20, una cantinucha que es una especie de precioso e inestable agujero negro dentro del universo patrimonial de Oaxaca. Nuestro Comandante nos guiaba por su territorio fantástico, por las coordenadas de su campo de acción, contento de estar con nosotros, mostrándonos sus dominios. Manuel vino en otra ocasión y nos portamos relativamente bien, y la presentación del libro que nos convocó resultó en orden. Otra cosa fue después, pero esa historia la dejamos para el after.
En julio de 2017 vino a presentar su libro Dracma (2016) el poeta Sebastián Figueroa. Preparamos una plaquette de adelanto con poemas nuevos más otros del Dracma. Pepe y yo presentamos a nuestro amigo chileno radicado ahora en EEUU. Recuerdo que Pepe se refirió a la economía, al dinero, me sorprendió su entendimiento del fenómeno monetario en términos bien precisos, usando cierta jerga marxista. Sabía muchas cosas, y su principal sabiduría era la de la philia, palabra que le gustaba oír de mí, y que es la palabra griega para amistad.
Luego vinieron juntos Daniel Rojas Pachas y Juan Carreño, en julio del año pasado (2018). Rojas Pachas vino a dar una conferencia sobre la obra de Enrique Lihn y Juan Carreño presentó un libro de Rojas Pachas. Veo a Pepe sentado en el salón que a partir del próximo sábado llevará su nombre, interesado, haciendo preguntas, inquiriendo y comentando sobre la obra del poeta de Diario de muerte (1989).
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La última actividad pública en que estuve con Pepe fue para la presentación del libro Pedazos de agua, del poeta y profesor chileno Roberto Contreras. Para esa actividad hubiera podido convocar a José para que presentara el libro de Roberto, como habitualmente lo hacíamos de manera recíproca, pero esa vez invité al poeta de origen oaxaqueño Virgilio Torres, amigo de Roberto Bolaño y Tulio Mora, entre otros escritores de esa generación de los 70´. Quise “abrir la cancha” invitando a Virgilio y otros amigos que he conocido personalmente en el 20, ese aleph oaxaqueño que se traga la realidad en el pisto.
Bromeamos después recordando que esa noche había llegado en pleno la banda del 20, poetas y pintores, y que me veía bien acompañado por esa comitiva selecta, entre ellos el poeta Azael Rodríguez, secretario en su juventud de Carlos Montemayor y mítico personaje de los bajos fondos de Oaxaca.
Aproximadamente un mes después Pepe nos dejó con una rapidez comparable a su vivacidad y también a su ubicación. Supo vivir a todo pulmón y también sabía retirarse. Tenía 43 años y admiraba y conocía a fondo el trabajo de Ezra Pound, a quien llevaba tatuado en uno de sus brazos, la poesía concreta brasileña, la poesía chilena, Paz, Bolaño, Pessoa, etc. Se devoró el mundo para ser comido por él y como un buen guerrero y ser amado, a quien la comunidad venera en la deglución de su cuerpo, nosotros aprenderemos de su corpus y sabremos leer entre líneas su mensaje.
Hasta siempre broder.
Rodrigo Landau.
Samaritana, Atzompa, Oaxaca.
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*José Luis Bobadilla, poeta, editor y traductor mexicano, murió unos meses después de Pepe, el mismo año 2019, unidos no solo en vida, también en la sincronía del fin, como seres ofrecidos a la misma pasión duradera y a plazos similares en el tiempo mundano. Vaya un saludo a la memoria de aquel amigo también tan querido.