Foto: Pablo Pinto (@puntopablopinto)
Espuma
Tengo la convicción de que no existes pero, sin embargo te oigo cada noche cuando sube la marea.
Me desprendo de ti gracias al oleaje.
La sal se lleva todo consigo hasta las cenizas de cigarro que lloran tu presencia. Todo.
Desvelado leo la vida que tuviste la contrasto con la mía. Tomo la vitalidad de la marea como antorcha
que cae como esperma
en las espaldas quemadas del sol.
Habitas este pequeño oasis de invierno. Ahora que es tarde te invito a que vengas a regar este huerto seco.
Cada beso es una sed tatuada en las panderetas. Un sello de vida un resto de tierra. Algo me queda en la boca cuando salgo a caminar por ahí. Por ahí también siempre te veo carreteando acostado tirado en la animita de tu accidente
en calidad de bulto.
Huella de tu poema amortajado del viento.
Todo ocurre en las pestañas quemadas por la arena.
Las flores de plástico decoran la ausencia. Lágrimas plásticas derretidas
en las mejillas de las piedras.
Vez que puedo
Riego de plegarias incendiarias los paisajes desembocados en calles sin salida
reclamo tu perdida
por la chucha
golpeo todo lo que tengo a mano
pero
solo consigo herirme
como falso poema
sangro gracias a las astillas del vidrio.
Me lluevo.
Media agua.
Los retratos insignificantes cubren las fugas del vértigo al reventar las olas sobre tu rostro.
Al fin
te encuentro
al desorientar la mirada. Estás en las fechas sumergidas por el azul
profundo
del Pacífico
Estás ahí
justo donde se quiebra la curvatura del mar
donde se arruga la superficie en bruma.
El límite de mis palabras
se evapora.
Pierde deseo la gravedad.
Quiero escribir, pero me sale espuma.[1] Empujo lo que atraigo me hundo humedezco la arena con mis dedos brota sal por la boca la efervescencia suspende el oxígeno.
Expulsado
el helado refugio de las fosas comunes,
la marejada
recoge al mundo con tu ausencia.
Se absorbe la vida
Me cubro de agua.
el ataque de tos reventó la laringe rajó los intestinos
Invento la desolación en el vacío del estómago el hambre se alimenta del oxígeno que escapa del agua. Inundo los pulmones en un asombro.
El latido de escombros se escucha gracias a la arritmia que flota en los telares desprendidos
arrancados de las paredes de mi piel.
La boca y los oídos se abren a la fuerza
como vértigo de profundidad
como muerte que emigra por la densidad de la habitación
como culebra que ensancha las venas al escapar del fuego
como un frío silencio subcutáneo.
–Pese a todo, tan convencido estoy de que no existes, que te aguardo en mi sueño como un secreto de vida o muerte, como una pueblesía que me habita y destroza-
El aliento agitado es traído por la espuma que sacude la ciudad recogiendo lo olvidado.
Todo polvo llega al mar
Todas las luces son tragadas por la oscuridad.
Solo la carroña se ha dado cuenta que estoy aquí
La noche agarra todas sus estrellas y se manda a cambiar. Un grito después de la luz sopla las telarañas de este archipiélago tenebroso y despiadado.
En cosa de segundos se reestructura el caos levantando el desierto tras un espejismo de agua. Se tienden los horizontes como canaletas tras las montañas moradas, las cuales perfilan sus fisuras como un rostro quebrado por el vaho del mar
como cordilleras dejadas a vuelo
como una enorme carretera de abismo.
Me convenzo cada día del engaño de tu mirada
desgarrada en los peñascos donde las fieras hacen sus cantos. Brota por los desagües de la colina inmaculada nuevamente tu rostro, el cual adquiere tajo por la luz plasmada que achina mis ojos. El reflejo ingresa por la sombra de mi pupila de arena.
Tras perder el cielo
mi único consuelo
es enumerarte en lo incierto,
uniendo tus versos
en la distancia.
Contengo tu exceso
en mi preocupación
por respirar
bajo el sueño.
Quisiera
darte hogar en mi carne.
Podría
imaginarte una acogedora pueblesía
donde vivas.
Pero
debo emigrar de tu muerte.
Plasmo en mi vida tu recuerdo
Entrego tu rostro a la balanza del sol.
Te dejaré ir en el olvido de su ascenso.
[1] intensidad y altura. 27 oct. 1937. César Vallejo (1892-1938).