Foto: Paulo Slachevsky
Evgene Barrios
La historia de Evgene Barrios terminó mal. Dos hombres grises vestidos de modo formal, con ese mal gusto que tienen los agentes de seguridad, lo arrastraron al pie de aquella playa y uno de ellos desenfundó su revolver 9 mm y le disparó un certero balazo que atravesó el cráneo de quien llegó a ser uno de los científicos más brillantes de su generación, hasta que, claro, se pasó al “lado oscuro”, como medio en broma a veces decía en esas orgías que los agentes se daban en los cabarets que administraba el Ejército. Es recurrente la idea de que antes de morir, supuestamente vemos pasar, como en un flash, toda nuestra existencia desde nuestros primerísimo recuerdos hasta ese instante misterioso que marca el paso de la vida a la muerte. Muerte que a Evgene le llegó en aquella playa abandonada de palmeras melancólicas y arenas en constante cambio, y en donde ahora Andrea, su viuda, observaba el paisaje apoyada en la reja que instalaron los militares para evitar que alguien tratara de escarbar en esa patética historia. Pero Evgene, a pocos segundos de dejar este mundo, no recordó nada de eso, solo pudo reconstruir parte de lo que había vivido en esos últimos días de locura y horror. Quizá no había querido creer a esa intuición que siempre le rondó en sus pesadillas y que le susurraba: “¿Y después de esto qué? ¿Y si todo se fuera al carajo?” Pero no hizo caso de esa voz, más bien se embriagó de esa borrachera espesa que atrapa a quienes beben del poder… Quería convencerse de que lo suyo era la ciencia, y el poder total que le daba aquel régimen le abría las puertas a experimentar lejos de las barreras propias de la ética humana. En ese mundo podía ser como una especie de Dios, tomar o liberar a quien él quisiera, experimentar o testear los más letales compuestos en quien él decidiera… “Con dos gotitas yo elimino a quien me plazca”, fanfarroneaba estirando sus suspensores frente al General. Así lo había cometido pocos años antes, aquella vez que internaron al ex Presidente para tratar una dolencia menor de salud. Evgene Barrios recorrió los tres pisos de aquel hospital y luego de una breve conversación con aquel ex mandatario, fríamente procedió a explicarle lo que causaría aquel producto en su organismo, al tiempo que se ponía guantes y una mascarilla y arrojaba sobre aquel cuerpo entubado e impotente unas gotitas de una toxina que provocó una lenta muerte a quien alguna vez gobernó ese país. El error final del Presidente fue el de convertirse en acérrimo opositor de El Padrino de aquella máquina moledora. Como por una puerta que une el mundo de las pesadillas y la realidad, aquella tiranía fue donando poco a poco el poder a los civiles (En un proceso ejemplar, decía la prensa), y con ello algunas ratas empezaron a abandonar el barco. Evgene no sabía cómo ni cuándo, pero sí tenía claro que un día vendrían por él, sospechaba ahora de cada palabra y orden que recibía de sus superiores. Pensaba que aquella era una lucha psicológica para conocer hasta dónde llegaba su lealtad “en caso de”, él juró hasta el cansancio que no delataría a nadie, ni siquiera a su Padrino… Pero el sudor que empapaba su camisa comenzó a delatar su nerviosismo, primero frente a los esbirros que lo protegían y más tarde de cara al generalato, donde su boss, sabía que detrás de esa seguridad aparente de semidios, se escondía un hombre débil, pusilánime y que tampoco resistiría una sesión de interrogatorio de parte de la policía. Entonces decidieron ocultarlo en un país lejano y lo más pequeño posible, donde fuera sería fácil controlar sus pasos y, al mismo tiempo, ubicarlo rápidamente si intentaba escapar, que fue precisamente lo que intentó Evgene aquella tarde de Verano… Habló con Tomy Cassena, el perro de turno que lo celaba y le dijo que tanto encierro en aquel departamento lo tenía ahogado, que quería dar un paseo, que por favor lo llevara y que, de paso él le regalaría un poco más de ese polvo blanco que tanto amaba Cassena. El perro accedió, confiado en que poco podía hacer aquel científico de modales finos que le tocaba vigilar. Fue entonces que se abrió la oportunidad que buscaba Evgene para huir… Cuando estaban en un bar o chiringuito de esos de bordemar, agregó unas gotitas de cierta sustancia al trago de Cassena, mientras su guardia meaba en el baño. Cuando la poción surtió efecto y una espuma mezclada con sangre empezó a emanar de la garganta de Cassena, el científico se dio a la fuga y se entregó en la comisaría más cercana aullando con histeria: “me siguen, me tienen secuestrado, me van a matar, quiero declarar”. Los policías del lugar, acostumbrados al lento transitar de la vida no dieron mucho crédito a lo que pasaba y trataron de calmar al hombre, pero esto aumentó aún más su pánico. El reloj avanzó 10 minutos y de un automóvil sin patente salieron dos matones que mostraron una placa y una hoja recién impresa que señalaba que aquel “refugiado” estaba bajo su custodia… Nunca se supo exactamente quién firmaba aquel documento, lo que sí se pudo saber es que el hombre fue llevado hasta la playa, puesto de rodillas y que, justo antes de ser fulminado, escuchó un “esto le pasa a los traidores” y el ruido de un disparo que se llevó el viento… La elección de aquella playa distaba de ser casual, sus arenas en constante movimiento daban la certeza a los asesinos que aquel cuerpo nunca sería hallado, a lo que sumaron sepultarlo al borde de un extraño árbol, que de acuerdo a la creencia popular, se nutre de todo lo que está en el subsuelo, incluso hasta de un cuerpo. Pero eso resultó ser solo una creencia popular. Años después un cambio inusitado de la dirección del viento reveló la osamenta de Evgene abrazada por las raíces de aquel árbol, y es hasta ese sitio donde Andrea cruza hoy sus brazos para desentrañar la historia de traición y horror de su difunto marido.