Vista aérea barrio Estación Central de Santiago de Chile (año 1964). Foto: Higinio González (intervenida)
«Habitando el Entretecho»
30 años después, de la transformación patrimonial a la propagación comercial del «barrio» Meiggs
Mis primeros seis años de vida los pasé en la calle Abate Molina 483, en la comuna de Santiago, junto a mi madre Rosa, mi padre Luis y mi hermano mayor Nicolás, además de una tía abuela de mi papá llamada Blanca. Ella vivía en el primer piso de la casa, en una pieza de techo alto con largas vigas de madera. Tenía una cama de bronce de plaza y media junto a un gran ropero de madera casi rojiza, donde guardaba sus extensas telas de ropa. Recuerdo que entraba mucha luz gracias a las inmensas ventanas que daban al patio interior. El patio, con un suelo de baldosas, tenía un fregadero pegado a la pared y, en el centro, una larga y empinada escalera de madera gris, algo agrietada por las inclemencias climáticas. Esa escalera llevaba a nuestra vivienda, un entretecho de dos ambientes.
En el primer ambiente se encontraban la cocina, el comedor y el baño; en el segundo, una cama de dos plazas, un clóset empotrado en la pared y un camarote para mi hermano y para mí. Ambas áreas tenían ventanas orientadas hacia el suroeste, desde donde se veía claramente la Basílica de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ubicada en Blanco Encalada. También podía ver los gatos de los vecinos, la ropa tendida, las copas de los árboles de patios aledaños y las juntas caladas de los ladrillos antiguos que formaban grandes murallas divisorias.
Abate Molina es una calle perpendicular a la Alameda, como lo son Av. España y Unión Latinoamericana, y su extensión va desde el Club Hípico en el sur hasta la Alameda en el norte. En la época, la calle estaba llena de casas antiguas, todas contiguas, de diversos colores, profundas y con patios interiores, almacenes de barrio. También había tres hoteles, dos de los cuales aún se mantienen, y un restaurante chino. Hacia el sur, casi al llegar a Blanco Encalada, se encuentra una gran casona patrimonial que en mi infancia estaba en su mayoría cerrada. En la esquina con Claudio Gay había un negocio llamado «La Rueda», porque en su frontis tenía una rueda de carreta antigua que me doblaba en tamaño. Me encantaba ir a comprar allí porque me permitía conocer ese pequeño espacio, algo oscuro, pero sin lugar a duda lleno de historia, socialización e intercambio.
Es de conocimiento público la desaparición histórica y patrimonial que están sufriendo algunos barrios de la ciudad de Santiago, lo que ha conllevado la pérdida no solo del patrimonio tangible, sino también del patrimonio intangible, es decir, la identidad barrial, que se ve sometida a una constante metamorfosis. Si bien entendemos que la identidad no está destinada a ser estática, sino que está en continua transformación debido a los procesos sociales, espaciales, políticos y culturales, surge la pregunta: ¿qué sucede con la identidad cuando el barrio se desvanece, y con él la memoria, el lugar, la historia?
El “Barrio” Meiggs es conocido por ser uno de los polos comerciales más importantes de los últimos 10 años. Este barrio se originó a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La calle Meiggs fue bautizada en honor al estadounidense Henry Meiggs, quien estructuró gran parte del ferrocarril de Chile y donó su quinta, ubicada junto a la Estación Central en 1872, para lotearla. En estos terrenos, al costado oriente de la estación, comenzó a surgir un pequeño comercio incipiente asociado al tren, ya que este era la principal ruta de las mercaderías hacia y desde el sur.
Para nadie es una sorpresa que el «Barrio» Meiggs ha ido expandiéndose, abarcando no solo la vereda sur y sus límites originales, sino que el comercio ha cruzado la Alameda, extendiéndose hacia el norte, llegando con bodegaje incluso hasta calle Romero. Hemos visto cómo las municipalidades a cargo de este barrio —Santiago y Estación Central— han implementado una serie de proyectos para mediar diversas situaciones, muchas veces conflictivas, que han provocado que el territorio se diluya o se mantenga en constante disputa entre los actores que lo habitan. A su vez, es evidente que en este barrio comercial —y en otros— el tipo de comercio está vinculado a una clase trabajadora de escasos recursos. De ahí la necesidad de regularizar el comercio ambulante y generar más empleabilidad y oportunidades laborales para todas y todos, pero dentro del marco de la ley y la buena convivencia.
Por ello, la importancia de conocer los planes reguladores comunales, que tienen como objetivo ordenar el uso del territorio y fomentar una buena organización y planificación territorial. La existencia de un «barrio» comercial cercano a entornos con una importante carga histórica requiere la intervención de diversos agentes que dialoguen, con miras a las transformaciones espaciales que estos impactos comerciales generan en la comunidad y en el patrimonio. Hemos presenciado una serie de problemáticas, por ejemplo, recientemente se encuentra latente el riesgo de incendios debido a la construcción de bodegas y galpones para almacenar mercadería, que a menudo contiene materiales tóxicos e inflamables, como también la intervención de los agentes inmobiliarios. Además, el territorio ha sido ocupado por diversos grupos, los que han transformado el espacio público, convirtiendo calles y veredas en callejones con un fuerte impacto visual y auditivo.
Meiggs presenta un componente relevante, similar a otros barrios como Patronato en la comuna de Recoleta o Franklin en el sur de Santiago: el multiculturalismo o la diversidad cultural. La llegada de una gran población migrante a Chile ha generado nuevos fenómenos en estos territorios, no solo a nivel cultural, sino también en su estructura comercial. La búsqueda de una mejor calidad de vida es una prioridad para cientos de personas que, día a día, migran en busca de nuevas oportunidades. En este contexto, Meiggs se ha consolidado como un polo de atracción laboral; sin embargo, no ha logrado satisfacer plenamente esa demanda, en parte debido a las dificultades para obtener la documentación necesaria para acceder a un empleo formal. Como resultado, muchos migrantes han sido empleados en condiciones precarias y sin derechos laborales, o en su mayoría se han visto obligados a trabajar en las calles, veredas y avenidas, buscando un sustento.
Este comercio informal ha contribuido a la ocupación y transformación del territorio, generando una mezcla caótica y sin precedentes. Mientras tanto, aquellos migrantes con mayores posibilidades como en muchos casos la comunidad china, han sido en gran parte los principales beneficiados, extendiendo su influencia cultural, comercial y habitacional, impactando incluso en el comercio y patrimonio local, formando algo así como un oligopolio económico.
El entretecho fue el cimiento que dio vida a mi familia, y así cientos de familias de clase obrera que históricamente habitaron un territorio vinculado al famoso «Barrio Meiggs». Abate Molina, en particular, se ha convertido en una especie de conurbación patrimonial que está a punto de desaparecer, arrastrando consigo su historia y memoria. Por ello, resulta fundamental valorar, proteger y conservar el patrimonio local a través de la participación ciudadana, la narrativa histórica, las metodologías participativas y la historia oral.
Entendemos los profundos cambios que trae consigo la migración y el comercio en el hábitat urbano. Sin embargo, lo importante aquí es enmarcar la espacialidad dentro de una categoría de lugar, de modo que quienes lo habitan, los y las vecinas del barrio no queden expuestos al olvido o a la desaparición de su identidad, y que su entretecho y vida en comunidad no sean reemplazados por un «mall chino» o una edificación inmobiliaria, estructuras que sustentan su uso en un intercambio monetario, pero dejan de lado todo lo otro importante que es considerado un barrio.