Hacia el fin de la noche. Constelaciones satelitales y capitalismo espacial - Carcaj.cl

Imágenes del cielo nocturno captadas por el Observatorio Interamericano Cerro Tololo en 2019, donde se pueden apreciar las huellas de luz de los satélites de Starlink. (DELVE / CTIO / AURA / NSF)

09 de julio 2021

Hacia el fin de la noche. Constelaciones satelitales y capitalismo espacial

por Giordano Muzio

0. ¡Poyéjali! (¡Allá vamos!)[1]

En 1961, en medio de las tensiones de la Guerra Fría, Yuri Gagarin se convertía en el primer ser humano en viajar al espacio y orbitar la Tierra, a bordo de la nave Vostok 1. Cuentan que durante sus casi dos horas de viaje, a unos 300 km de altura, el joven astronauta soviético se asombró enormemente al observar que la Tierra era azul, y luego, sobrecogido por la visión del planeta desde el espacio, dijo algo como: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”.

60 años después del viaje de Yuri Gagarin y de sus recordadas palabras, nos encontramos ante una intensa reactivación de la carrera espacial, a lo largo de la última década y especialmente desde hace tan solo un par de años atrás, impulsada esta vez por distintos proyectos comerciales de grandes corporaciones privadas [2], así como por la reciente creación de nuevos mercados de infraestructura de telecomunicaciones.

1. LEO con ascendente Starlink

La carrera espacial del siglo XXI está siendo disputada principalmente por megaempresas como SpaceX, OneWeb, Amazon, Samsung o Facebook, las cuales prometen proveer de internet de banda ancha, baja latencia y cobertura mundial a un bajo costo, a través de la creación de constelaciones de satélites de órbita baja (LEO, por sus siglas en inglés)[3], que son enviados masivamente por cohetes a la órbita terrestre.

Liderando la carrera, el proyecto Starlink de SpaceX, compañía del multimillonario Elon Musk, ha lanzado desde el 2019 más de 1.500 satélites de órbita baja, con los cuales a partir de agosto de este año espera lograr ofrecer cobertura de internet en todo el mundo[4]. La empresa a la vanguardia de la tecnología aeroespacial trabaja intensamente en la creación de una megaconstelación de 12.000 satélites para el año 2025, con el objetivo de brindar acceso a internet de alta velocidad a nivel mundial. Y por si fuera poco, la compañía ya solicitó el lanzamiento de otros 30.000 satélites más en los próximos 20 años.[5]

A la constelación de Starlink se suman otras más pequeñas, como la de OneWeb, empresa con sede en el Reino Unido que busca lograr este año poner 650 satélites en órbita; o la del Project Kuiper de Amazon, iniciativa espacial de la gigantesca empresa del magnate Jeff Bezos, cuya solicitud para desplegar una constelación de 3.200 satélites de comunicaciones antes del 2030 ya fue aprobada. Recientemente, China también anunció su entrada en la carrera espacial-satelital, a través del proyecto Guo Wang de la compañía Beijing Commsat, que contempla un plan de construcción de una constelación de alrededor de 13.000 satélites LEO para el 2035[6].

El escenario resulta ser tan grotesco como evidente: algunas de las principales fortunas del mundo se disputan comercialmente cuotas del cielo, ofreciendo a cambio una hiper-conectividad a escala planetaria. Pero esto solo es posible, por supuesto, a costa de saturar la ya bastante congestionada órbita terrestre: se calcula que existen actualmente alrededor de 5.000 satélites en órbita, de los cuales realmente solo 2.000 siguen estando operativos; el resto ha quedado convertido en un montón de chatarra espacial. De los que siguen activos, en tanto, más de la mitad son propiedad de una sola empresa, SpaceX, y están destinados principalmente a ampliar la infraestructura de internet. Con el aumento explosivo de satélites en órbita en los últimos años, y los nuevos proyectos de megaconstelaciones que también buscan posicionarse en la carrera espacial, es probable que en unos pocos años más llegue a haber decenas de miles de satélites en órbita alrededor de la Tierra, propiedad de unas pocas corporaciones transnacionales o, mejor dicho, transplanetarias. 

2. ¿Las colisiones de satélites serán las estrellas fugaces del futuro?

En torno a la Tierra orbitan, además de miles de satélites en uso y en desuso, una gran cantidad de basura espacial: metales oxidados, fragmentos de cohetes, satélites o trozos de objetos espaciales explotados; millones de pequeños objetos, de distintos tamaños[7], que viajan alrededor de la Tierra a más de 25.000 km/hr, acumulando una cantidad de energía de proporciones enormes, que hace posible que cualquier objeto sea capaz de provocar una mega explosión al chocar con cualquier otro. Y con cada choque producido se generan miles de escombros más. La órbita terrestre es un gran basural, pero además es una especie de enorme fábrica de artefactos explosivos.

Para evitar posibles colisiones, y que la cantidad de basura espacial siga aumentando, empresas como OneWeb o SpaceX están diseñando mecanismos para que sus satélites se incendien en el espacio después de algunos años de vida útil, y han implementado sistemas de monitoreo terrestre y de modificación remota de órbitas. Además, desde el 2002 la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos) obliga a las empresas satelitales estadounidenses a comprometerse a desorbitar sus satélites una vez terminada su vida útil, y enviarlos a la denominada órbita cementerio, una zona orbital situada por encima de la zona geoestacionaria (que es donde se ubican los satélites de “infraestructura crítica”: meteorológicos, militares, o de investigación científica).

Este cementerio espacial funciona como un gran depósito para satélites viejos, y se ha constituido como una solución provisoria a corto plazo ante el problema de la basura espacial; una especie de “postergación” del problema, pues lo único que se logra, con suerte, es acumular la basura un poco más lejos. Además, debido a la dificultad de la maniobra, gran parte de los intentos de reubicación de los “satélites muertos” terminan fracasando, y estos quedan indefinidamente en alguna órbita intermedia. La NASA afirma en su página web que quizá algún día el ser humano tenga que enviar “camiones de basura espacial” para limpiar la órbita terrestre[8], y ya existen algunos sofisticados proyectos de “aspiradoras-espaciales” que buscan reducir el exceso de basura en la órbita[9]. Ninguna de las soluciones contempla, por supuesto, la posibilidad de enviar menos objetos al espacio.

3. Fin de la noche o fin del cielo

Además de las posibles colisiones de satélites y el aumento de basura espacial, otro aspecto altamente problemático, que ha sido denunciado por varias comunidades de astrónomos en el mundo, es que estos miles de satélites brillan en el cielo nocturno como pequeños espejos, reflejando la luz solar y dificultando enormemente la observación del cielo.

Aunque a simple vista los satélites no sean tan fácilmente identificables, salvo durante las cerca de 2 semanas que les toma llegar a su posición orbital (donde se ven como largas filas de puntos de luz cruzando el cielo nocturno), sí complican bastante las observaciones mediante telescopios. Por un lado, el brillo de los satélites dificulta la observación nocturna del cielo, y por otro, las ondas de radio que emiten generan ruido espacial que interfiere con los instrumentos de medición científica. Así mismo, cada vez es más frecuente que en fotografías del espacio aparezcan estelas de luz atravesando la imagen; rayas brillantes que cubren galaxias, estrellas o cometas. Son las nuevas generaciones de satélites de órbita baja, que contaminan el espacio y perjudican, además, la observación de eventos astronómicos de gran importancia, como ocurrió por ejemplo el año pasado, cuando los satélites de Starlink se interpusieron justo durante el paso del cometa NEOWISE[10], al cual tendremos que esperar para ver otros 6.800 años más.

La órbita terrestre baja se está llenando de miles o decenas de miles de satélites que, iluminando la Tierra, ciegan zonas completas de observación del cielo. Con la velocidad que avanza este proceso[11], no sería extraño pensar que en un futuro cercano comencemos a ver el cielo nocturno como una especie de “recurso natural en peligro de extinción”. Ya se ha comenzado a hablar incluso del “derecho a un cielo nocturno”[12].

El astrónomo Didier Queloz, premio nobel de Física por sus descubrimientos de los primeros exoplanetas conocidos, ha denunciado la instalación de estas nuevas constelaciones de satélites, y ha dicho que “el impacto que tiene para la astronomía significa prácticamente que, desde el principio al fin de la noche, ves esos satélites porque reflejan la luz del sol”[13]. Por un “afortunado” error de traducción, varias páginas de noticias y astronomía hispanohablantes han comenzado a referirse, a partir de las palabras del astrónomo, a un “principio del fin de la noche”[14]. Pero más allá del cambio de sentido de la frase, lo que también dice Queloz en la misma entrevista es que las personas que han enviado estos satélites “están obsesionadas con crear una red de satélites que provea de wi-fi al mundo entero (…), pero ellos no lo hacen gratis, sino que lo van a vender; es un negocio. Son gente que está mercantilizando el cielo ahora mismo. Están haciendo dinero con eso, y la consecuencia es que vamos a perder el cielo.”

El fin de la noche o el fin del cielo, en cualquier caso, lo cierto es que no tenemos todavía una idea clara del impacto que puede significar tener en unos pocos años una superpoblación de decenas de miles de satélites repartidos por el cielo nocturno, pero lo que sí sabemos es que megaconstelaciones como las de Starlink son solo el comienzo de un proceso que se está acelerando a ritmos vertiginosos, y que consiste en un movimiento global de priva(tiza)ción del cielo y la noche. Esto quiere decir, en primer lugar, que estamos experimentando nuevos niveles de privatización de lo común nunca antes imaginados en la historia, a través de la mercantilización de la órbita terrestre, a fin de llenar cada rincón de la Tierra con señales de internet pagadas. Sobrepoblar el cielo, saturando la Tierra; eliminar, en definitiva, cualquier zona de opacidad.

El “fin de la noche” acontece por exceso de luz y electricidad, por saturación de contaminación lumínica; y no sólo desde las ciudades, como desde hace ya tiempo, sino que ahora también desde el cielo, en la configuración de una noche siempre brillante, dominada por luces que impiden la visibilidad del espacio exterior. Porque, como olvidamos a menudo, se necesita de un cierto grado de oscuridad para ver, y la oscuridad del cielo es la condición básica para poder observar el universo del cual somos parte.

4. El programa ciber-espacial

Cada día más personas requieren de una buena conexión a internet para poder realizar actividades básicas como trabajar, estudiar, conseguir alimentos, obtener permisos para desplazarse, o poder comunicarse con otras personas. Internet se ha convertido en una infraestructura necesaria para la supervivencia en casi cualquier Metrópolis. Pero, puesto que el acceso nunca es gratis, estamos siendo “forzados” a pagar por tener una conexión a internet y servicios digitales. Y convertidos así en usuarios a la fuerza, enfrentamos nuevas forma de desigualdad y marginalidad digital; particularmente para quienes tienen menos recursos, o habitan zonas rurales, o tienen mayor edad: todos aquellos que no son capaces de adaptarse rápidamente a la transformación digital en curso, y que por eso están siendo sometidos a formas de exclusión mucho más sofisticadas de las que ya conocíamos.

Por otra parte, frente al drástico aumento de la demanda de internet de banda ancha durante los últimos años, la capacidad de las redes de comunicaciones existentes es cada día más crítica. Este escenario se ha visto especialmente agudizado por las restricciones y políticas de confinamiento que se han implementado en muchos países a partir del 2020, como medidas político-sanitarias de contención de la pandemia de coronavirus[15]. En términos generales, mientras más restricciones a la movilidad de las poblaciones se aplican, mayor es la demanda de redes de telecomunicaciones. La hiper-conectividad y la inter-conexión van de la mano con el confinamiento, el encierro o el aislamiento como formas consolidadas de existencia colectiva. Por eso, mientras se implementan cuarentenas y toques de queda en diversos países del mundo, y operan distintas formas de clausura sobre la noche, el aumento general del tráfico de datos exige la ampliación de la infraestructura de redes de comunicaciones existente, impulsando la construcción de constelaciones satelitales en el espacio, que puedan asegurar una conectividad global, confiable, estable y veloz en cualquier lugar de la Tierra.

De alguna manera, el estado de confinamiento funciona como condición general sobre la que se despliega el programa espacial. En palabras del propio Elon Musk: “el futuro sería mucho más interesante e inspirador si logramos estar allá afuera, explorando las estrellas, en lugar de estar confinados por siempre en la Tierra”[16]. Y es que, realmente, hace falta concebir el planeta como una especie de prisión para querer salir de él a cualquier precio.

En la llamada “era espacial”, el capital ha tenido que empujar los límites de la materia hacia el espacio exterior, abriendo dos nuevos horizontes de expansión y colonización, para poder seguir aumentando su velocidad de crecimiento y su capacidad de creación de valor: el mercado “aeroespacial” y el mercado “ciberespacial”. Dos formas de espacialidad, en suma, que el capitalismo ha tenido que diseñar e imponer,para conquistar, precisamente, un poco más de espacio, en un mundo en pleno colapso social y ecológico.

Es innegable, en todo caso, que un mundo en estado de confinamiento se ha vuelto un mercado altamente rentable, tanto para las nuevas potencias dueñas de infraestructura de telecomunicaciones como para los conocidos imperios de Internet: los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), empresas dedicadas a construir, bajo la fragmentación total, un orden absoluto mediante la forma de la hiper-conectividad; un orden global que ya no depende de producir sentimientos de pertenencia alguna, sino que se realiza brindando una materialidad que se nos impone masivamente y de forma incuestionable, a través de la construcción y el uso masivo de dispositivos móviles, redes, servidores, cables, antenas, autopistas, y satélites. Una red terrestre y espacial, a la vez, a la que tenemos que estar conectados permanentemente, puesto que nuestra situación en el mundo está cada vez más definida en términos de acceso y conectividad. De ahí que la fachada a través de la que se despliega este programa ciber-espacial sea la propaganda del “acceso universal”: conectar a unos 4 mil millones de potenciales usuarios que aún no tienen acceso a internet (cerca de la mitad de la población mundial), brindando una conectividad global y cerrando la llamada “brecha digital”, en lo que es quizá la consumación de la promesa cibernética de una interconexión global, segura, instantánea y omnipresente.

En este movimiento global, donde las redes de comunicación ocupan un lugar cada vez más central en los procesos de acumulación del capital, resultan fundamentales tanto la construcción de constelaciones satelitales como la propagación de la tecnología 5G. Así, como ha señalado la investigadora Silvia Ribeiro, la carrera satelital actúa como espejo de la guerra comercial entre empresas telefónicas e informáticas por el control de las redes 5G. Ambas son complementarias y necesarias para avanzar en la instalación del Internet de las Cosas, que es como se denomina a la nueva generación de aparatos digitales conectados, que intercambian información sobre los usuarios para dárselo a las empresas: “Por ejemplo, el refrigerador detectará que no hay leche, y basado en los patrones de consumo, podría ordenarla por sí mismo al supermercado, que la entregará en un dron u otro vehículo no tripulado, pagando con una tarjeta integrada. Es el sueño del capitalismo: adelantarse a la decisión de comprar, adivinando lo que supuestamente necesitamos, y haciéndolo por nosotros”.[17]

Pero, a pesar del enorme despliegue de esta nueva infraestructura de comunicaciones, sigue predominando una cierta ilusión de que internet existe como en una “nube”: la cloud como un espacio abstracto, inmaterial, en lo que constituye una especie de fetiche digital que actúa ocultando la base material sobre la cual opera internet y la industria de telecomunicaciones: cables que surcan océanos, millones de hectáreas de bosques y cerros devastados para ser convertidos en parques fotovoltaicos, nuevos proyectos mineros enfocados en la extracción de litio y minerales raros, miles de pequeños satélites rondando el espacio y produciendo en pocos años un montón de basura espacial, o millones de trabajadores explotados en fábricas de ensamblaje de smartphones en Taiwan, China o Vietnam. Distintas formas de extractivismo y precarización de la vida, que por lo general están siendo impulsadas bajo una cáscara de sustentabilidad y uso de “energías limpias”.

5. Nostalgia de la oscuridad. Chile: paraíso astronómico, infierno neoliberal

Debido a sus particulares condiciones geográficas y climáticas, el norte de Chile es una de las zonas con las noches más despejadas del planeta para observar el universo. Por su sequedad extrema y gran claridad del cielo, el desierto de Atacama es llamado el “paraíso de la astronomía”[18]. Es por eso, principalmente, que más de la mitad de la infraestructura de telescopios que hay en el mundo están instalados en este país. Actualmente, además, se están construyendo 3 de los telescopios más grandes y potentes que habrá en el planeta: el Observatorio Vera Rubin, en cerro Pachón, Región de Coquimbo, que está programado para empezar a obtener imágenes de campo amplio del cielo nocturno en el 2022, con su Gran Telescopio de Sondeos Sinópticos (LSST); el Telescopio Magallanes Gigante (GMTO), que se está construyendo entre las regiones de Coquimbo y Atacama, y que tiene planificadas sus primeras observaciones para el 2023[19]; y el Telescopio Extremadamente Grande (ELT), “el ojo más grande del mundo para mirar el cielo”[20], que se está instalando en el cerro Armazones, al sur de Antofagasta, para comenzar a operar hacia el 2024.

Este último telescopio en particular está llamado a generar una verdadera “revolución” en la astronomía[21], pues se espera que, entre otras cosas, contribuya al estudio de lo que son probablemente los dos enigmas astronómicos más grandes de nuestra época: la existencia de materia oscura y energía oscura. La primera es un tipo de materia que no interactúa con la luz ni con ninguna clase de radiación electromagnética, por lo que su masa no es visible; mientras que la segunda es una forma de energía que está presente en todo el espacio, y podría ser la principal responsable de la aceleración en la expansión del universo. De estos dos misterios del cosmos no se sabe mucho aún, pero se piensa que, en conjunto, constituyen alrededor del 95% de la masa-energía total que hay en el universo[22].

El problema es que, cuando la construcción de los tres enormes telescopios esté completa, lo más probable es que el cielo nocturno ya esté superpoblado por decenas de miles de satélites que dificulten sus observaciones. Consideremos, por ejemplo, que desde el 2019 los astrónomos del Observatorio Interamericano Cerro Tololo vienen denunciando la contaminación lumínica que generan los satélites LEO. Y en ese entonces sólo había 60. Según los análisis de los astrónomos del Tololo, cuando se despliegue la constelación completa de 42.000 satélites de Starlink, «todas las exposiciones dentro de las dos horas posteriores al atardecer o al amanecer tendrían una raya por los satélites»[23]. Así mismo, las simulaciones que se han hecho de parte de la comunidad científica del observatorio Vera Rubin muestran que, con la constelación completa de Starlink, al menos un 30% de todas las imágenes del telescopio LSST contendrán una estela de satélite, y prácticamente todas las que se tomen durante el crepúsculo.[24]

El escenario es aún más crítico, puesto que SpaceX y la Subsecretaría de Telecomunicaciones de Chile (Subtel) están diseñando desde el 2020 un programa piloto para comenzar a realizar las primeras pruebas de instalación de internet satelital[25], con lo cual se busca llevar al país a un nuevo modelo de “economía espacial”, una “economía de servicios y equipos de alta tecnología” que ocupa cuotas de mercado cada vez más grandes. El proyecto contempla instalar 7 estaciones satelitales terrestres en el norte, centro y sur de Chile, en las localidades de Caldera, Coquimbo, Pudahuel, Talca, Puerto Saavedra, Puerto Montt y Punta Arenas. El objetivo es que desde todos estos lugares se establezca conexión con la constelación de satélites de Starlink, para que a fines del 2021 la empresa ya pueda comenzar a ofrecer cobertura de internet en algunas zonas de Chile.

Una de las razones estratégicas que motivan el proyecto es que la densidad de los satélites de Starlink se concentra a altas latitudes, por lo cual el hemisferio sur es un sector planetario de fácil conectividad para la compañía. Sobre esta iniciativa local de SpaceX, Ignacio Rodríguez, especialista de Globalsat, ha señalado que “por un curioso accidente de simetría de órbitas, y por el hecho de iniciar servicio beta en el norte de Estados Unidos, dar servicio en el centro y sur de Chile y Argentina le sale casi gratis”.[26] A quienes no les saldrá gratis, en cambio, es a las personas que quieran acceder a las bondades del internet satelital, que deberán pagar una buena suma para poder reservar el servicio y comprar la antena.

Esta asociación comercial del Gobierno de Chile con SpaceX forma parte de un proyecto más amplio de desarrollo de una infraestructura espacial nacional. El plan gubernamental, oficializado recién en mayo de este año, consiste en la creación de un nuevo Sistema Nacional Satelital (Snsat), que pondrá una constelación de 10 satélites en órbita de aquí al 2025.[27] La construcción y el lanzamiento de estos satélites fueron adjudicados por SpaceX y la compañía israelí ISI Imagesat International. Además, en este proyecto están implicados ministerios como los de Ciencias, Defensa y Telecomunicaciones, así como la FACh, puesto que los satélites no solo tendrán un objetivo comercial, sino que además ayudarán a perfeccionar tanto los dispositivos de búsqueda y rescate como los sistemas de monitoreo y vigilancia militares.

6. Tierra 2019: revuelta / revolución / viralización

Antes de concluir este texto desorbitado, que se dirige hacia varias partes, como una nave sin piloto inventando una ruta en la inmensidad del espacio, valdría la pena señalar al menos un último punto:

Nos encontramos frente a una transformación e intensificación a escala global de los procesos de acumulación del capital, marcada por la renovación de su infraestructura y de su matriz energética, en lo que tal vez constituye la entrada a una nueva fase del capitalismo, una nueva “variante” ciber-viral-espacial. En la aceleración de este proceso, es interesante observar cómo el 2019 fue un año especialmente importante, pues estuvo marcado por el inicio de 3 procesos expansivos sumamente determinantes en la configuración de la situación presente:

Primero, un ciclo de múltiples revueltas y protestas masivas, con carácter fuertemente anti-neoliberal en varios casos, que sucedieron más o menos de forma simultánea en distintas partes del mundo: En Chile, pero también en lugares como Haití, Hong Kong, Ecuador, Francia, Irak, Egipto, Argelia, El Líbano, Catalunya, Colombia o Sudán, por nombrar los principales.

Segundo, al mismo tiempo que ocurrían las revueltas, SpaceX se convertía en la primera compañía privada en enviar una cápsula para humanos al espacio. Y en mayo de ese año, la empresa lanzaba los primeros 60 satélites de órbita baja, en lo que constituye el comienzo del despliegue de los proyectos de constelaciones satelitales. Durante el mismo año, OneWeb también hacía sus primeros lanzamientos y Amazon anunciaba el inicio de la construcción de su propia constelación.

Tercero, hacia fines del 2019 se tiene noticia pública del primer brote de coronavirus, en Wuhan, China; epidemia que en los meses siguientes va a expandirse por todo el planeta, acelerando diversas transformaciones en las relaciones sociales y económicas, y generando un intenso despliegue policial y sanitario, así como medidas generales de confinamiento, estados de excepción y cuarentenas a lo largo del mundo.

La revuelta social, la revolución ciber-espacial, la viralización epidémica; tres procesos expansivos que ocurren de forma simultánea, y que exigen de aquí en adelante ser pensados juntos.

De esa manera, las palabras de Yuri Gagarin que citamos al comienzo llegan ahora a nosotros como el brillo de una galaxia lejana, invitándonos a pensar la necesidad de un retorno a la tierra, una restitución de las formas de vida en común que han sido devastadas y mercantilizadas por completo.[28] Ahora más que nunca nos vincula una asfixia por la vida que se nos obliga a vivir, una vida sin mundo, entregada a la gestión cibernética y neoliberal. Hará falta producir cortocircuitos en las conexiones del capital para lograr organizar nuevos encuentros y abrir pasajes en la oscuridad, que permitan poner en contacto los pedazos de mundo que yacen fragmentados y confinados. Pero antes tendremos que hacer una “toma de tierra” colectiva, para protegernos de la enorme descarga de corriente que producirá el colapso de las líneas de transmisión del capital.


Notas

[1] “¡Poyéjali!” fue el famoso grito que dio Yuri Gagarin en el momento del despegue.

[2] Entre los que se pueden contar, además de los programas satelitales sobre los que nos centramos específicamente en este texto, proyectos de minería espacial, así como iniciativas turísticas que buscan abrir nuevos mercados en el espacio.

[3] Los satélites LEO funcionan principalmente entre los 300 y los 600 km sobre la superficie terrestre, a diferencia de los satélites de comunicaciones geoestacionarios, que se ubican a unos 36.000 km de altura. Debido a la poca distancia que tienen con respecto a la Tierra, su principal ventaja sobre los segundos es su baja latencia (menor demora entre la emisión y recepción de datos).

[4]Elon Musk prevé que en agosto habrá cobertura de Internet ‘en todo el mundo’ gracias a Starlink y sus 15.000 satélites”, en DW.

[5]SpaceX solicita lanzar 30.000 satélites más para su constelación Starlink”, en Infoespacial.com.

[6]China está anunciado su propio Starlink: una megaconstelación de casi 13.000 satélites”, por Raquel Holgado, en 20 Minutos Editora.

[7] Se calcula que en total hay unos 150 millones de objetos en la órbita que se pueden considerar basura espacial. De estos, unos 20.000 miden más de 10 cm, y 400.000 miden entre 1 y 10 cm (https://hipertextual.com/2012/11/basura-espacial)

[8]Where Do Old Satellites Go When They Die?”, en NASA Space Place.

[9]La órbita en la que se entierran los satélites artificiales”, por Joana Oliveira, en El País.

[10]SpaceX satellites keep wrecking images of comet NEOWISE”, por Rafi Letzter, en Live Science.

[11] Empresas como SpaceX van mejorando la capacidad y velocidad de lanzamiento de sus cohetes exponencialmente. En 2019 la empresa comenzó lanzando cohetes con paquetes de 60 satélites. En Enero de este año rompió su propio récord lanzando el cohete Falcon 9, desde Florida, Estados Unidos, con 133 naves espaciales gubernamentales y comerciales, además de 10 satélites de la propia empresa. Los 143 satélites lograron ser colocados en órbita.

[12]El fin de la noche”, por Jlillo, en Eppur si muove.

[13]Why SpaceX Starlink is bad for Astronomy / Didier Queloz”.

[14] Por ejemplo: https://theconversation.com/como-evitar-que-los-satelites-artificiales-apaguen-la-noche-132452; https://www.madrimasd.org/blogs/astrofisica/2020/02/24/134562; http://perosimuove.com/2020/02/24/el-fin-de-la-noche/

[15] Solamente en Chile se calcula que la demanda de ancho de banda aumentó del 10.4% al 38.3% en el primer trimestre del 2020, a inicios de la pandemia. (https://www.oecd.org/coronavirus/policy-responses/manteniendo-el-internet-en-marchaen-tiempos-de-crisis-e5528cf8/)

[16] La frase aparece en el documental de Bloomberg (Bloomberg Risk Takers) dedicado a Elon Musk.

[17]Satélites privados y redes 5G: invasión corporativa del espacio”, por Silvia Ribeiro, en Desinformémonos.

[18]3 razones por las que Chile es el paraíso para estudiar astronomía”, en Creating Future.

[19] Gran telescopio LSST comienza a tomar forma en el norte de Chile”, por InvestChile.

[20]Chile albergará telescopio más grande del mundo”, en gob.cl.

[21] «Preparando una revolución”, por el European Southern Observatory (ESO).

[22]Content of the universe”, Mapa de la NASA.

[23]Astronomía en alerta: científicos del Tololo denuncian que satélites de Elon Musk generan contaminación lumínica espacial”, por Paulina Sepúlveda, en La Tercera.

[24]Impact of Satellite Constellations”, del Vera C. Rubin Observatory.

[25] «Las 7 ciudades de Chile donde Elon Musk busca instalar estaciones satelitales de SpaceX”, en T13.cl.

[26]Starlink: internet satelital de Elon Musk tendrá cobertura en Chile a fines de 2021”, por Camilo Suazo, en biobio.cl.

[27] «SpaceX lanzará los diez nuevos satélites de Chile”, por Óscar E. Aránguiz, en infodefensa.com.

[28] “Existe en la fragmentación algo que apunta hacia aquello que nosotros llamamos «comunismo»: es el retorno a la tierra, la ruina de toda puesta en equivalencia, la restitución a sí mismas de todas las singularidades, el llevar al fracaso la subsunción, la abstracción, el hecho de que momentos, lugares, cosas, seres y animales adquieren todos un nombre propio — su nombre propio. Toda creación nace de un desgarro con el todo. Como lo muestra la embriología, cada individuo es la posibilidad de una especie nueva desde que hace suyos los datos de aquello que inmediatamente lo rodea.” Comité Invisible, Ahora (2017).

(Santiago, 1990) Escritor, profesor, músico y cocinero. Estudió filosofía en la Universidad de Chile. Desde el 2016 trabaja en la revista Carcaj.

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