I just wanna fuck o por qué la autenticidad es sexy (para el capitalismo) - Carcaj.cl
27 de julio 2022

I just wanna fuck o por qué la autenticidad es sexy (para el capitalismo)

por Catalina Segú

Sobre Pleasure, de Ninja Thyberg 
((spoiler alert)) 

Pareciera haber una diferencia abismante entre hacerlo por querer follar (incluso mejor, en  inglés, “because I want to fuck”), y hacerlo por dinero, obligación o necesidad. Una obviedad,  dirán algunos, que sin embargo replica el eterno debate respecto al trabajo sexual y la agencia y  consentimiento—o no—de quienes lo realizan. Un debate muchas veces entrampado en  categorías binarias que separan el sexo del trabajo, el deseo de la necesidad, lo performativo de  lo auténtico (incluso, del amor), entre otras cosas, relegando al placer al ámbito de lo evidente.  Pero ¿es el placer evidente—o no debería, simplemente, serlo? Y más aún: ¿es el placer algo  necesariamente grato, agradable, feliz? Sentir placer, querer follar, convertirse en actriz porno  por eso, porque sí, porque le gusta, por deseo, porque además le pagan; ¿cabría problematizar tan  sensata afirmación, cuestionando el lugar desde el cual se quiere y se reconoce que se quiere

I just wanna fuck” es lo que declara Bella Cherry, protagonista de la recientemente estrenada  película Pleasure (2021), cuando le preguntan por qué decide entrar a la industria del porno en  Los Ángeles. Dirigida por Ninja Thyberg, la película relata la historia de una joven sueca  (interpretada por Sofia Kappel) que sueña con convertirse en la próxima estrella del porno,  mostrándonos el recorrido que hace desde la grabación de su primera escena hasta que logra  convertirse, tras una serie de eventos desafortunados y no tanto, en una Spiegler Girl—una suerte  de clase superior y aparentemente protegida de performer en la cual se adquiere de manera  inmediata el aura platónica de poder, profesionalización y celebridad. Eso es al menos lo que  Bella Cherry ve en Ava Rhoades, la Spiegler Girl por excelencia—en la frialdad de su belleza, en  la pulcritud de su piel y su pelo, en el halo paradójicamente intocable, inalcanzable, que proyecta, cuando se cruza con ella en una sesión fotográfica. De alguna manera Ava es la  mercancía por excelencia, el cuerpo alcanzando un grado de objetivación tal que aparece como  puro fetiche, idealizado, preexistente a toda producción (sin voz y sin amigas), y por tanto  dispuesto a ser poseído, ensuciado, penetrado. Es ese cuerpo—esa imagen—el que genera en  Bella un deseo y un propósito. Se obsesiona con ella, la estalkea por las redes sociales, la sigue  en los eventos, la desea. Desea convertirse en ella y con eso entrar al círculo más alto y  hermético de la industria, ampararse bajo el poderoso alero del patriarca Spiegler, llevar su  nombre. Para lo cual no sólo debe ser hermosa y mostrar algo de clase (no puede ser,  evidentemente, ni gorda ni racializada ni pobre) sino también demostrar que está dispuesta a  hacer cualquier cosa, ser radical, atreverse, querer atreverse. 

Volvemos entonces al inicio. Bella quiere follar, es lo que declara, y en eso invoca a la figura de  la autenticidad, tan valorada en la industria actual del porno[1]. No lo hace ni por necesidad ni por dinero (después de todo, es una chica blanca proveniente de Suecia), sino porque quiere, porque  lo disfruta, porque lo pasa bien, porque ella es así. Se nos presenta así a la trabajadora ideal de la industria del porno en unos términos no tan lejanos a aquellos impuestos por el management  post-fordista, donde el imperativo ¡sólo sé tú misma! (just be yourself!) en el trabajo actúa como  principio que gestiona y asegura la existencia de trabajadores motivados, felices, que disfrutan su  trabajo—y que por tanto trabajan más y mejor[2]. Para Heather Berg, es justamente la autenticidad la estrategia que viene a sustituir las lógicas de la “sexualidad manufacturada”[3] —fingida, artificiosa, ‘falsa’—del porno mainstream y que emerge como una respuesta tanto a cierta crítica  feminista del porno como a las estrategias organizacionales propias del management.

En efecto, el rol de la autenticidad ha sido ampliamente analizado en el ámbito de los estudios  del porno y el feminismo a la hora de pensar e intervenir en las políticas de representación y  éticas del trabajo en una industria tradicionalmente marcada por lógicas capitalistas y patriarcales  de objetivación y explotación[4]. Una industria de hombres hecha para hombres que utiliza y violenta cuerpos feminizados que rutinariamente parecieran no querer y no elegir estar ahí.  Contraria entonces a la caricaturesca performance de fingir—fingir placer, fingir orgasmos,  fingir querer estar ahí, obedeciendo a la mirada deseante del todopoderoso hombre blanco—la  autenticidad aparece como una solución tanto ética como estética, adquiriendo una cualidad “casi  mitológica” y un “estatus de Santo Grial”, dirá la directora Shine Louis Houston[5], que instalaría unas lógicas basadas en la agencia, el consentimiento, y el placer, particularmente en  producciones independientes de post-porno y porno feminista. 

Sin embargo, señala Berg, la autenticidad no sólo quedaría relegada a dicho ámbito  independiente sino que se convertiría en la ética y estética predominantes de la industria en su  totalidad. Esto se manifestaría tanto en la consolidación de la estética amateur y las visualidades  propias del do it yourself (DIY)promovidas, en parte, por el internet y las redes sociales— como las más vistas y demandadas por las audiencias (una estética de ‘lo real’)[6], como por un cambio en las estrategias de producción y en las relaciones entre directores, productores y  performers, basadas en las lógicas del consentimiento y del querer estar ahí. Pero tal como  sugiere la crítica del management, la autenticidad del trabajador feliz y motivado es en sí misma  algo manufacturado—una performance del “ser uno mismo” y del “querer estar ahí” (no sólo por  el dinero) que pasa a constituir, especialmente en la industria del porno, un requerimiento más  que la trabajadora debe cumplir[7]. La autenticidad, después de todo, se trabaja. Un requerimiento que además impide muchas veces que se discutan temas relativos a las condiciones materiales  del trabajo—¿por qué demandar mejores condiciones o que se paguen las horas extras si amo mi  trabajo? Los principios de autenticidad (be yourself!) y diversión (have fun!) instalados en la  industria del porno, permiten entonces que la directora-productora Joana Angel diga que “en un  casting, cuando las contactas, si la primera cosa que te preguntan es ‘¿cuánto me pagan?’ en  general dejamos de conversar, ya que hemos tenido experiencias en el pasado… sabemos que  con ese tipo de chica eventualmente habrá algún problema”. O que la directora Courtney Trouble  considere que porque en el porno queer y feminista se paga considerablemente menos ($200- $400 dólares por escena versus $800-$1000 en el mainstream), quienes quieren trabajar con ella  lo hacen porque “realmente quieren”, asegurando en la baja remuneración un piso básico de  consentimiento y autenticidad[8].

Entonces, Bella Cherry quiere follar, dice, pero al poco rato de entrar a la industria se da cuenta  de que para hacerlo, para convertirse en alguien que quiere y hace lo que quiere, debe producirse  como tal. Puesto que para ser una Spiegler Girl y lanzarse al estrellato, debe primero demostrar  que es capaz de hacer cualquier cosa, involucrándose en prácticas sexuales extremas y  construyéndose así como un agente cuyo consentimiento no tiene límites. Y entonces decide hacer su primera “rough scene” y tiene la suerte de llegar a un buen lugar—una escena BDSM  rodada por un equipo predominantemente de mujeres, donde se vislumbran una prácticas  efectivamente marcadas por el cuidado y el consentimiento. Para su sorpresa, Bella lo disfruta,  decide que ella está hecha para esto, para lo rough, y le pide a su agente que de ahora en adelante  le agende escenas de este tipo. Y es así como llega a una casa con tres hombres, dos actores y un  director-camarógrafo, para grabar lo que en toda regla es una violación con consentimiento. Se  muestran amables, cuidadosos, y cuando la cámara se enciende, la violan. Le piden su  consentimiento y la violan. Le dicen que todo está bien, que es solo una escena, que no es real,  que se puede ir cuando quiera, y la violan. Cuando no puede más, cuando pide que paren, cuando  decide que se quiere ir, la manipulan y amenazan. El consentimiento aparece aquí como un arma  de doble filo, como un hacer como si te cuidara bajo el cual se perpetúan las dinámicas de la  violación y explotación de siempre. La autenticidad, por otro lado, como algo que la atrapa y la  sentencia: ¿no es acaso lo que te gustaba? ¡Pero si tú lo pediste, tú elegiste estar aquí! 

El trauma de esta escena, que marca un punto de inflexión en la trama, no hacen sin embargo que  Bella renuncie a su deseo de ser la próxima estrella del porno—de convertirse en Ava Rhodes, la  Spiegler Girl con la que se obsesiona. Y se prepara, entonces, con un enorme plug anal, para una  de las escenas más difíciles y escasas, se infiere, en toda la industria: una doble penetración anal  ‘interracial’, con dos hombres negros, asumiendo, con un dejo no menor de cinismo, las lógicas sexistas y racistas del porno mainstream. Y lo consigue; somos testigos de ello a través de una  escena que la directora construye a partir de la mirada de Bella (evitando caer en la ‘mirada  masculina’ tan característica de este tipo de porno), y lo que vemos es una serie de esfuerzos más  bien deserotizados, la desnaturalización de un acto que en la pantalla pareciera ser fluido,  placentero. El montaje en todo su esplendor y el absurdo de las acciones que tres actores deben  realizar para materializar una fantasía que bordea lo físicamente imposible. Accedemos así a una  de las formas en que Bella folla, una forma que, más o menos alejadas del placer, más o menos  cercanas a eso que en un inicio declara que quiere, le permiten, como era de esperarse, ser  aceptada por Spiegler, convertirse en su girl.

Y así, tras una breve trayectoria bajo el alero del renombrado patriarca (seguida por unas cuantas  traiciones y cuestionables decisiones), Bella llega a lo que sería la culminación de la realización  de su deseo: grabar una escena con Ava Rhodes, hacerlo de igual a igual, estar a su altura,  poseerla. Y más aún: ante la negativa por parte de Ava de practicarle sexo oral a Bella “por tener  una infección”, y la consecuente decisión del director de cambiar la escena por una “escena con  arnés”, Bella tiene la oportunidad de ubicarse en la posición dominante y presuntamente  masculina de penetrar a Ava con su prótesis. Y lo hace de una manera no muy distinta al modo en  que había sido previamente violada—los movimientos de la cámara y los cortes, de hecho, son  los mismos. La denosta, la humilla, la golpea; la arrastra, la escupe, la penetra. Bajo su mirada,  que de pronto se ubica en el clásico plano de la mirada masculina del mainstream, vemos por  primera vez a Ava completamente frágil, desprolija, violentada. Lo que en otro caso podría ser  una escena no muy compleja de dominación y sometimiento, se devela aquí como una imagen de  agresión auténtica, donde Ava pareciera a ratos estar en peligro y Bella completamente fuera de  sí. De alguna manera, Bella pareciera posicionarse en el lugar de sus violadores, tal vez por  placer, tal vez por venganza, tal vez por haber naturalizado la cultura de la violación como vía  por la cual se llega a donde ella había llegado. De esta manera, nos muestra, se folla

Su silencio, sin embargo, al terminar la escena, pareciera develar otra cosa. Un extrañarse de sí,  una tristeza. Un extrañarse que más tarde la lleva a pedirle perdón a Ava, con una mirada  cómplice, mientras van de vuelta en el auto después de un evento. Ante lo cual Ava le pregunta,  como si nada supiera, como si no se hubiera dado cuenta—habiendo naturalizado, ella misma, el  hecho de ser (o no) violada¿perdón por qué? Y así Bella confirma algo que nunca sabremos  con certeza pero que la lleva a bajarse del auto y partir. La película termina, y el final queda  abierto. ¿Habrá Bella renunciado a su título de Spiegler Girl, tras darse cuenta de que no era,  finalmente, lo que quería? ¿Habrá acaso renunciado por completo al porno, o habrá decidido  elegir otras formas, otras vías por las cuales hacerlo, hacer eso que quiere, follar?

En su descentralización de la mirada masculina—en dar vuelta la cámara hacia el set de  grabación, hacia los ojos y cámaras de directores y productores, hacia los momentos de  descanso, de preparación, hacia las relaciones a veces placenteras y otras no tanto entre las partes  que participan del rodaje—la película de Thyberg desmantela y deja ver los medios de  producción por detrás de productos—cuerpos, imágenes, escenas—que de otro modo parecen  aparecer de la nada, posibilitando el fetiche y la fantasía. Al hacerlo, expone el problema de la  autenticidad como posicionamiento y performance en el marco de una industria cuyo  combustible pareciera ser el deseo, y cuestiona el deseo, el querer estar ahí, el elegir, como algo  inevitablemente atravesado por los modos de producción capitalista. No podemos olvidar,  además, que la película es una película de películas y que la mayoría de actores, productores y  directores que aparecen en ella son ‘personas reales’ que trabajan en la industria. A modo casi  etnográfico, entonces, la película de Thyberg hace también una “performance de lo real”— quiere, de algún modo, ser auténtica—complicando los modos en que lo performático se hace  pasar por lo ‘real’ y lo ‘real’ se presenta como performance. El placer, entonces, pareciera  dibujarse en medio de este interminable entramado de actuaciones, y el consentimiento que lo  posibilita—el contrato—como algo que debe necesariamente negociarse en los entresijos de lo  que es, lo que parece, lo que se despliega y lo que cambia.

*

Notas

[1] Heather Berg, “Porn Work, Feminist Critique, and the Market for Authenticity”, Signs: Journal of Women in Culture and Society, (vol 42, n.23, 2017). 

[2] Peter Fleming y Andrew Stuart, “‘Just Be Yourself!’: Towards Neonormative Control in Organizations?”, Employee Relations, (vol 31, 6, 2009). 

 Ver Catharine MacKninnon (1988); Nancy Fraser (2013); Tristan Taormino (2013)

[3] Linda Williams, Hard Core: Power, Pleasure, and “The Frenzy of the Visible”, (Berkeley: University of California Press, 1999) 

[4] Linda Williams, Hard Core: Power, Pleasure, and “The Frenzy of the Visible”, (Berkeley: University of California Press, 1999)

[5] Heather Berg, “Porn Work…”, 669.

[6] Stephen Yagielowicz, “The New Face of Amateur Porn”, XBIZ, (junio 2009).

[7] Heather Berg, “Porn Work…”, 671.

[8] Heather Berg, “Porn Work…”, 676.


Referencias

Berg, Heather. “Porn Work, Feminist Critique, and the Market for Authenticity”. Signs: Journal  of Women in Culture and Society, vol 42, n.23, 2017. 

Fleming, Peter y Stuart, Andrew. “‘Just Be Yourself!’: Towards Neonormative Control in  Organizations?”. Employee Relations, vol 31, 6, 2009. 

Fraser, Nancy. Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis.  New York: Verso, 2013. 

Taormino, Tristan (ed). The Feminist Porn Book: The Politics of Producing Pleasure. New York:  Feminist Press, 2013.

Williams, Linda. Hard Core: Power, Pleasure, and “The Frenzy of the Visible”. Berkeley:  University of California Press, 1999. 

 Yagielowicz, Stephen. “The New Face of Amateur Porn”. XBIZ, junio 2009.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *