Jamaica Kincaid y la escritura como refugio
Jamaica Kincaid es una de las voces más potentes e interesantes dentro de la literatura caribeña. Nació en Antigua, su verdadero nombre es Elaine Potter Richardson y a los 17 años se trasladó a New York, donde trabajó como escritora y fotógrafa. Considerada por algún sector de la crítica académica como una de las autoras más influyentes de la diáspora contemporánea, Jamaica Kincaid desde una base discursiva donde la reconstrucción biográfica, los grados de pertenencia y la discusión identitaria coexisten, conforma una narrativa íntima y transgresora.
Su obra no pasará indiferente. Mediante un juego ingenioso con la autoría, presenta un pacto biográfico donde la escritura es síntoma e indicio de una búsqueda y reconstrucción de la identidad. La mayoría de sus novelas son un viaje permanente que jamás apelan al sentimiento colectivo, sino al contrario, plantean la soledad del individuo como una base común. Bajo esta perspectiva, Jamaica Kincaid es una voz aislada, llena de dolor, donde cada momento crítico (como el recurrente conflicto con el origen) resulta una instancia por superar, o tal vez un acontecimiento que mediante la escritura se intenta extirpar de la memoria.
Leer cada uno de sus libros es movilizar las piezas de un puzzle gigantesco, para así analizar el imaginario regular de una mujer impetuosa, reflexiva y desconsolada. Entender la escritura de Jamaica Kincaid es comprender cada vez más a Elaine Potter Richardson. Leer una novela es la invitación a la obra siguiente, ya que de alguna manera, todos sus libros están entrelazados. Sorprende su labor creativa, en especial por la agudeza testimonial y calidad reflexiva.
Para Adorno un exiliado solo percibe como hogar la escritura *, afirmación que parece bastante certera al momento de pensar en la obra de la Kincaid, exceptuando un pequeño punto; la autora no escribe desde el exilio, sino que desde la migración. Para Adorno, no es la tierra, ni el campo, ni el templo o la sabiduría la primera morada, no es ése el primer refugio de un sujeto en exilio. El primer espacio es la palabra y desde ahí construye y reconstruye, desde ahí recarga sus fuerzas. Caso parecido al de Kincaid, que sin vivir el exilio simpatiza con esta situación. Construye una voz narrativa desde afuera, desde la migración y se refugia del dolor con la palabra. Se arma de valor para enfrentar lo lastimero que resulta reconocer el lazo familiar roto y por ende, el lazo que con su tierra también ha desaparecido. Elaine Potter Richardson se reconstruye mediante la escritura, mediante el verbo y la realización literaria, para de este modo dar un paso adelante.
Testimonios migratorios
Si en la novela Lucy (LOM, 2011) el rol protagónico lo obtuvo una mujer de 17 años que dialoga con la cultura norteamericana, hasta reconocer que su pasado en Antigua nunca dejará de perseguir su presente. Si en Autobiografías de mi madre (LOM, 2007), novela absolutamente testimonial, fue esencial el pasado materno para definir la vida de la autora, y si en Mi hermano (LOM, 2009) la muerte de un ser querido dio a entender lo muerto que están los lazos entre Elaine Potter Richardson y Antigua, en el caso de Mr. Potter (LOM, 2012) la autora nos presenta la vida de un taxista analfabeto (padre de Kincaid), que con el transcurso de la historia conocemos su vida privada.
“Y en el rostro de Mr. Potter estaban inscritas las palabras “África” y “Europa”, pero el doctor Weizenger jamás había tenido ni jamás sería capaz (como resultó ser) de leer la lengua en la cual estaban escritas esas palabras. [Pág. 12]
Mr. Potter es una novela donde el objetivo es representar mediante la vida de un sujeto común la cultura caribeña. Trata de un hombre que recorre la tierra, que la cultiva y de este modo se cultiva a sí mismo. Trata de un hombre negro que se hace uno con la naturaleza y así convive con la sociedad. Jamiaca Kincaid, de manera impresionante, logra que la vida de Mr. Potter asuma una connotación especial y gracias a esa particularidad, logre llamar la atención necesaria para que el lector comprenda la cultura y tradición absoluta del Caribe. La estrategia de Kincaid es hablar de la vida privada.
“Me llamo Potter, Potter es mi nombre”. Y el sonido de la voz de Mr. Potter, tan llena de todas las injusticias cometidas durante casi quinientos años y que podían romperle el corazón a una piedra, no significaba nada para el doctor Weizenger, pues él solo llevaba un tiempo viviendo en el mundo compuesto solo de extinción, como si estuviese dedicado exclusivamente a su propia extinción. [pág. 19]
Es una novela que arrastra en cada página la desesperanza, dolor y fastidio de la tierra caribeña. Muestra con claridad y crudeza la realidad de una cultura saboteada durante tantos años y que está desprotegida. Es una novela que habla de la pobreza, pero también habla del anonimato que puede significar la vida de cualquier ciudadano en Antigua. A excepción de Roderick Potter, padre de la autora, que gracias a la escritura se transforma en un personaje literario (Mr. Potter), en un tópico, una ejemplificación de la cultura en Centroamérica.
Como en el general de su obra, Jamica Kimbcaid mediante la vida e historia de un personaje trata de iluminar los abismos que la preocupan. Mr. Potter es sin lugar a dudas un novela autobiográfica, que muestra los sueños y tradiciones de un viejo taxista, hombre que en un mundo común, con un estilo de vida común bajo tradiciones y culturas propias de la zona, nos da a entender la fragilidad del sujeto caribeño, como también la facilidad con que un mar de vidas quedan sepultadas en el olvido. Sin embargo, también expone, bajo una serie de confesiones al lector, los temores más oscuros y doloroso de la autora.
En Mr. Potter y en la totalidad de la obra de Jamica Kincaid, está la presencia de un discurso universalista que trata de la cercanía inevitable que la gente de Antigua tiene con la soledad, la ausencia y la muerte. Pero aún así, surgen a la vez elementos que potencian los grados narrativos de intimidad y dan protagonismo a los tópicos familiares como la distancia con el padre, la negativa relación con los hermanos y la nula cercanía con la madre.
Sin lugar a dudas, la narrativa de Kincaid es una invitación a los trastornos ocurridos en el pasado, pero también es un discurso ideológico que manifiesta con dureza la precaria manera de vivir en Centroamérica. Inevitablemente, todo intento de escritura de Elaine Potter Richardson es a su vez un síntoma de refugio y escapatoria, una puerta que expulsa al miedo. Por lo que leerla es un verdadero desafío.
* Extraído del artículo Diáspora, duelo y memoria en Mi hermano de Jamaica Kincaid, escrito por Lucía Stecher, profesora perteneciente al departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Alberto Hurtado.