Jóvenes escritores latinoamericanos: esos ilustres “desconocidos”
Son gente que ha ganado premios dentro y fuera de su país de origen, que ha escrito y publicado más de un libro o ha aparecido en antologías diversas. Son también ilustres desconocidos para un lector chileno común y para un librero cuyo máximo interés es el de responder a las demandas del mercado y no el de formar lectores.
Esa y otras razones, como por ejemplo la frustrada búsqueda de escritores jóvenes latinoamericanos por diversas librerías de Providencia y del centro de Santiago, me abrieron el apetito por la antología Nuevas rutas, jóvenes escritores latinoamericanos (LOM 2010) editada con el auspicio de Cerlac (Centro Regional del Libro para América Latina y El Caribe). Este trabajo se suma a los títulos publicados por la Coedición latinoamericana –agrupación de editores independientes de este continente– que ya tiene 30 años de existencia y cuyo objetivo es “publicar, promover y difundir la literatura latinoamericana infantil y juvenil.”
Hay en esta antología personas como la cubana Ena Lucía Portela, traducida al francés y destacada en 2003 por “Cien botellas en una pared”, con el premio Dos Océanos–Grinzane Cavour que otorga la crítica francesa a la mejor novela latinoamericana publicada en Francia en un período de dos años; como la argentina Samanta Swelin, ganadora del Casa de las Américas en 2008 por “Pájaro en la boca”, o el guatemalteco Arnoldo Gálvez Suárez, ganador del premio centroamericano de novela “Mario Monteforte Toledo” (que lleva el nombre de un destacado escritor y político de Guatemala).
La edición dirigida por Julio Serrano Echeverría, compila textos de 17 autores de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Se trata de hombres y mujeres nacidos entre los 70´y comienzos de los 80 una época de utopías y masacres en América Latina. Algunos de ellos podrían ser hijos o nietos de las generaciones que lucharon por esos ideales o de quienes fueron cómplices en el derribo de los sueños; ¡quién sabe!. Hay que leerlos para descubrir sus fantasmas o alegorías (afortunadamente, después de casi un lustro de exacerbado maniqueísmo hemos llegado a validar la sinfonía coral; al menos en el ámbito de la creación).
El documentado prólogo de David Fernando Feliu-Moggi, doctor en Literatura Hispanoamericana, nos introduce en la estrategia de esta antología. En contraposición a otras, cuyo propósito fue mostrar que las nuevas generaciones de escritores pasan de todo, rompiendo no solamente con los antiguos cánones, sino con un pasado donde la literatura quiso jugar un rol identitario, esta selección “muestra que la escritura más actual presenta una recuperación inevitable, una constante que niega el vacío y que con sus interrogantes y cuestionamientos ofrece puntos de apoyo para el diálogo sobre la cultura y la historia americanas”. Así, los personajes e historias de los relatos cortos escogidos son tan diversos como lo es nuestro amplio territorio y más aún, porque varios de los autores varios han vivido o hecho carrera lejos del país de sus progenitores.
Algunos ilustres desconocidos
Uno puede sentirse reflejado o no; o revivir sus fantasmas con personajes como el duro, nuestro “viejo del saco”, que en la pluma del venezolano Gabriel Payares (1982) nos pone en la piel del temido personaje hasta hacerlo querible (situando al otro lado a las madres): “Tras mucho batallar al final he comprendido el odio en sus miradas (la de los niños). Se que tiene que ver con sus madres y con lo que les dicen cuando no quieren dormir, o cuando escupen con desprecio la sopa del almuerzo. Se que han aprendido a odiar el espacio prometido dentro de mi bolsa“.
También uno puede solidarizar con el vacío existencial del periodista que protagoniza “El Golden ticket”, cuento del dominicano Rey Emmanuel Andújar (1977), cuya prosa contrapone la sordidez de un pueblo fronterizo donde se trafica de todo, con la ensoñación de un paisaje paradisiaco y un momento febril/romántico: “Ella le encaracolaba las manos, protegiéndolo de la mirada de Caín. El se derramó en sus hombros, como prometiendo amanecer en sus islas, sudando huracanes, regalando brazos de mar. Pensé: si le besa la espalda, si le abre el vestido, saldrán de ellas girasoles, miramelindas, jazmines… una selva alegre e imposible”.
O quizás sumergirse en la alienación de un personaje que deseando lo del prójimo y asistiendo impávido a su derrumbe, da cuenta de su nula existencia en una ciudad que no es la suya pero que es igual la de muchos (Barcelona). Ese descrito en breves líneas por la mexicana Guadalupe Nettel (1973) en “La vida en otro lugar”: “Llevaba más de dos años trabajando en una dependencia de la Generalitat y tres sin pisar el escenario. Según Alina, debía darle gracias al cielo por ese empleo de mierda y dejar el teatro para los ratos libres, como hacía ella con la pintura”.
En el mismo espíritu, pero con guiños borgianos, la argentina Samanta Scheweblin (1978) se descuelga con un cuento de ciencia ficción donde los pasajeros de un tren fantasmagórico quedan varados durante años en una estación ignota, mientras el guardavías y su mujer los acogen como si se tratase de una gran familia extendida. Una vez aprendida la forma de detener el tren para llegar a su destino, el protagonista se enfrenta a la pregunta de cuál es realmente la mejor alternativa.
Así, cada autor de la antología Nuevas rutas, jóvenes escritores latinoamericanos nos enfrenta a una realidad distinta. Y nos confronta con este panorama literario donde la identidad se construye o denota a partir de los episodios más cotidianos, cada vez más compartidos en la vastedad geográfica, como respondiendo a la lógica enunciada por Feliu-Moggi:
“La cuentística actual resulta de una evolución concreta, que no responde a una ideología o a una circunstancia común ni inmediata, sino a redes dialógicas que se han ido ampliando a medida que los medios de comunicación acercan geográficamente a autores y lectores, y a la manera en que los medios del mercado cultural han homogenizado la producción y distribución del objeto libro”.
No obstante la posibilidad de un diálogo simultáneo e inmediato a través de twitter, mensajes de texto, o redes sociales que puede encauzar las apetencias o saberes por un mismo carril, dentro de esa gran masa homogénea puede haber muy distintas miradas. Tampoco es cuestión de desdeñar la brecha digital, aunque resulte poco probable que un escritor de estos tiempos no sepa usar un computador o acceder a Internet. Más cuando, un adolescente twiteando en su celular en el Óvalo de Miraflores, en Lima, puede ser muy similar a otro instalado en la Plaza Altamira, en Caracas, o en la Plaza Italia de Santiago de Chile. Pero sus preocupaciones serán muy diferentes a las de un chico de la sierra peruana, que habla y entiende poco castellano y que por su vestimenta corre el riego de ser discriminado y expulsado de un cine en un mall pituco, en la misma capital peruana (como da cuenta un video profusamente difundido en la red).
Allí reside el valor de una antología como la Coedición latinoamericana que refleja esta pluralidad y que asume con rigor la tarea de tender puentes para el diálogo y el conocimiento.
1 comentario
Clarísimo: al sector privado (libreros) no le interesa fortalecer el imaginario latinoamericano. Y al Estado tampoco, porque no hay un gobierno con fuerte vocación panamericana, sino, pareciera, todo lo contrario. Cuando uno se lo pasa gruñendo con el vecino e invita a tomar té al que vive en otro barrio algo anda mal ¿o es muy tonto lo que digo?