Ilustración: diseño de Joaquín Contreras S.
Kafka antes de Kafka
Epílogo a Contemplación de Franz Kafka (traducción de Miguel Carmona T. y Nicolás Slachevsky A.), publicado por Carbón Libros, 2024.
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Franz Kafka publicó solo siete libros en vida, durante un período que estuvo lleno de tormentos, persistencia en producir y sobrellevar una tuberculosis que consumirá sus últimos siete años de vida: “En realidad, para evitar la locura un escritor, jamás debe alejarse de su escritorio, debe aferrarse a él con los dientes”. Recuerda Elias Canetti en El otro proceso de Kafka, que el día en que éste escupe sangre en 1917 comprendió que los dados estaban echados, y ya nada lo separaría de la escritura. Su pasión por la letra –das schreiben– comenzó a los quince años y cumple su primera etapa con la publicación de este primer libro en 1912, una selección de prosas germinales que antes habían aparecido en revistas como Hyperion, fragmentos de proyectos de juventud posteriormente abandonados, y otros pasajes que pudo concluir solo días antes de entrar a imprenta. El libro apareció por el sello del editor alemán Ernst Rowohlt y su socio Kurt Wolff de Leipzig, gracias a la mediación e insistencia de su amigo Max Brod, a quien el conjunto está dedicado. El tiempo ha permito mirar en perspectiva esta apuesta literaria, que sigue considerándose una rara pieza dentro de la posterior y tan vasta obra póstuma que conocemos hoy.
Al momento de la publicación de Contemplación, Kafka tiene 29 años y vive en el departamento de sus padres, en el corazón de la ciudad de Praga, aquella “madre con garras” donde permanecerá casi toda su vida. Miembro de una minoría judía que solo recientemente ha accedido a los plenos derechos de ciudadanía, trabaja como especialista jurídico en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo para el Reino de Bohemia –a menudo debe tratar con mutilados, víctimas de accidentes de trabajo que acuden a él en busca de indemnización–, una oficina pública del entonces declinante imperio austrohúngaro. Participa activamente de la vida nocturna y cultural de la ciudad. Allí asiste a los cafés mundanos, burdeles, frecuenta los medios literarios de la comunidad germano parlante, dialoga con los anarquistas checos y se deja seducir por el teatro popular yiddish. Si bien cuenta ya con algunas publicaciones en revistas, entre las cuales aparecen algunos de los textos que luego integrarán este volumen, su nombre sigue siendo casi completamente desconocido en la escena de la literatura en lengua alemana.
Acontecimiento de un libro
Contemplación, tiene como mayor particularidad haber sido una fracción defendida de su obra que, hacia el final de su vida, no creyó necesaria condenar a la hoguera. En efecto, cuando en un último deseo que pasó a la historia, Kafka le pide a Brod juntar todos sus escritos y quemarlos, en su carta hará esta salvedad que: “Los pocos ejemplares de Contemplación pueden quedar”, argumentando que, si bien no deseaba que el libro fuera reimpreso, “no quisiera imponerle a nadie el trabajo de destruirlos”. Como se sabe Brod hizo todo lo contrario. La publicación del libro había en efecto intervenido en un momento decisivo en la vida de Kafka. El manuscrito final fue enviado al editor el 14 de agosto de 1912, y pocos días después, en su diario, Kafka ya evidencia toda la inseguridad que le será característica a la hora de publicar –“Si solamente Rowohlt me devolviera el manuscrito, si pudiera ordenarlo y considerar todo aquello como fuera de lugar…”. El 13 de agosto, sin embargo. cuando Kafka va a visitar a Max Brod para mostrarle la versión definitiva del manuscrito, en esa velada en su casa conocerá a la taquígrafa berlinesa Felice Bauer, con quien pronto entablará una larga y tormentosa relación sentimental, mediada por una nutrida correspondencia y unos escasos y malogrados encuentros. El inicio de la relación con Felice, que coincide con la preparación y publicación de los textos de Contemplación, será clave en la vida de Kafka, y tendrá el efecto de un verdadero detonante. A partir de ese día, no solo se entrega a escribir cartas como un poseso y a vaciar todo ese proceso creativo en su diario –situación que solo se entiende al admitir interrogantes, como las que advierte la especialista Carla Cordua, en su libro Kafka en primera persona: “¿Cómo es que un diario de vida pueda convertirse en un salvavidas en medio de las graves crisis de impotencia y descontento consigo mismo por las que pasa un escritor? El diario, ¿no es acaso de nuevo escritura?” –. De la misma manera, apenas un mes después de aquel encuentro, la noche del 22 al 23 de septiembre, escribirá de un tirón el relato La condena, y en noviembre, en tan solo algunas semanas, La metamorfosis, dos de sus narraciones más conocidos que surgen apenas separadas por un par de meses. Imposible no sellar su estado con uno de los aforismos de paso por Zürau: “A partir de un cierto punto, ya no hay regreso posible. Éste es el punto a alcanzar”.
Max Brod consigue que, comenzada la circulación, se publique en un semanario de Múnich su nota reseñística, El acontecimiento de un libro. Luego aparecerán otros comentarios en la prensa alemana. Afirmará Brod muchos años después: “El dolor de su muerte tampoco es responsable de la franqueza de mis juicios. Porque mientras todavía estaba vivo, hablé y escribí mi ensayo El escritor Franz Kafka, con la misma claridad. Franz Kafka tenía, sin duda, una opinión diferente. Discutíamos con frecuencia, precisamente, sobre ese punto, porque Franz, en mi opinión, subestimaba drásticamente sus obras. Todo lo que publicó se lo tuve que quitar con astucia, persuasión y rudeza. Esto no se contradice con el hecho de que, a menudo, durante largos períodos de tiempo, sus escritos lo hacían muy feliz. (Él, por supuesto, hablaba constantemente de solo garabatos o esbozos). Los siempre pequeños grupos que tuvieron el privilegio de escucharlo leer su propia prosa experimentaron fervor y entusiasmo, un ritmo cuya vitalidad ningún actor igualará jamás, el tremendo impulso creativo y la pasión que había detrás de su trabajo. Que, sin embargo, lo repudiara se explica, primero, por ciertas experiencias lamentables que lo inclinaron al autosabotaje y, por lo tanto, al nihilismo con respecto a su propia obra. Pero, independientemente de eso, se explica por el hecho de que había puesto su trabajo (es cierto que nunca lo dijo) en los más altos estándares espirituales, pero que, arrebatado por el tormento y la duda, nunca pudo satisfacer. El hecho de que su trabajo podría haber sido de gran ayuda para muchos que buscan la fe, la naturaleza, la salud mental, no le importaba, justamente porque con el fervor más implacable buscaba el camino correcto, y primero tenía que aconsejarse a sí mismo, no a los demás. Había que vencer mucha resistencia antes de que se publicara algún volumen suyo. No obstante, disfrutaba realmente de los hermosos libros terminados y, ocasionalmente, del efecto que tenían en los lectores”.
El sabor de la manzana del conocimiento
En su célebre texto “Kafka y sus precursores”, anota Jorge Luis Borges esta afirmación que, a primera vista resulta algo extraña: “El primer Kafka de Betrachtung [Contemplación] es menos precursor del Kafka de los mitos sombríos y de las instituciones atroces que Browning o Lord Dusany.” Y es que, en efecto, Contemplación es todavía un libro de juventud, y el lector no hallará en él la diabólica atmósfera onírica, las transformaciones monstruosas o los suplicios administrativos que se asocian usualmente al aura de lo kafkiano. También otra cosa que resulta llamativa viniendo del análisis borgeano, es que en estos textos no es raro encontrar imaginaciones felices o liberadoras, como la del sujeto que alegremente consigue sustraerse de la pesadumbre del espacio doméstico y aventurarse a la calle, en “El súbito paseo”, o la del espacio que, en vez de contraerse opresivamente, se dilata hasta desaparecer en la extensión en “Deseo de convertirse en un indio”. Lejos de quedar sepultados en la noche previa a los orígenes, sin embargo, estos textos nos ofrecen una entrada inédita a la imaginación kafkiana, y sin ser completamente ajenos a los temas que se despliegan en sus escritos más tardíos, acaso esa misma independencia le otorga una sorprendente libertad de tono. Como anota Walter Benjamin: “la sobriedad en el lenguaje de Kafka debe haber sido el sabor de la manzana del árbol del conocimiento”.
Contemplación: el título del libro remite a una postura, una forma de mirar. Llevado al lenguaje, este gesto parece dar cuenta de la tensión de las coordenadas entre el sujeto y su realidad. Si bien estos relatos están cruzados parecen cruzados por el personaje característico de aquel que contempla (ya sea que mire a través de una ventana o que camine por la calle de un lado a otro), la unidad de su postura parece sostenerse en una técnica narrativa donde, a la manera cinematográfica, los cortes de montaje y los efectos de iluminación, despliegan una inédita perspectiva de un mundo y los objetos, jugando con las claves de la alucinación.
La melancolía de un patinador sobre hielo
Al momento de su publicación, los primeros lectores de Contemplación creyeron reconocer, en el subjetivismo afirmado y el tono efusivo de los relatos, una similitud con el estilo de los impresionistas, y, de hecho, no es imposible que una parte de los textos (los más antiguos de los cuales datan de 1904) hayan sido escritos bajo la influencia de este movimiento cultural, cuyo espíritu impregnaba las revistas literarias de vanguardia de las que Kafka era lector. Otros, sin embargo, vieron en la actitud lúdica y distanciada del narrador un parentesco con los escritos del prosista suizo Robert Walser, al punto de que Robert Musil, el autor de El hombre sin cualidades, llegó a insinuar la sospecha que aquel todavía desconocido Franz Kafka no fuera en realidad otro que el mismísimo Walser, tan “desconcertante” le parecía que el estilo singular de este último pudiera dar cabida a otro escritor similar. Acota Musil: “Las oraciones que van llenando las páginas [de Contemplación] son similares a la concienzuda melancolía con que el patinador sobre hielo va dibujando sus largas curvas y figuras”.
Más allá de la influencia real que Walser pueda haber ejercido en Kafka –o viceversa–, la comparación parece de hecho inevitable, tanto Kafka parece sostener aquí un tono de alegre ligereza comparable al del escritor suizo, dejándose libremente llevar por la ensoñación o rematando los textos con giros breves y levemente sarcásticos, como buscando poner a distancia la intensidad de los afectos levantados. La forma, digamos, “utópica” que este ánimo lúdico y soñador pareciera estar contenida en el canto que los chicos elevan mientras corren en “Niños en el gran camino”, expresión de una comunidad evanescente que, reconciliada en un mismo coro dispar, pareciera por fin abolir la separación entre el sujeto-espectador y las imágenes del mundo circundante. Ya en estos textos, sin embargo, Kafka parece forjarse un lugar solitario como “máquina soltera” entre los restos de aquella comunidad sin arraigo: embaucadores bondadosos, parias y seres desgraciados en medio de los cuales, con una ironía intransigente, va investigando las grietas de la necesidad y las falsas soluciones de compromiso.
Escapar de un salto de la fila de los asesinos
Los textos de Contemplación no profundizan la imaginación de aquello que Borges designa como las “instituciones atroces” y los “mitos sombríos” que han dado renombre a Kafka; su universo y su estilo es, por así decirlo, irremediablemente anterior: funcionan como un sustrato o los vestigios de una fase pre-kafkiana. Quizás en esto consista la promesa de las ventanas abiertas hacia la calle: motivo arquitectónico que no dejará de retornar en la obra de Kafka, y que aparece por primera vez aquí como aquel lugar encantado por donde los otros niños nos invitan al juego y por donde se infiltra el bullicio caótico de la “concordia humana”. Si bien esta promesa cede rápidamente el paso al espacio desolado del soltero que vuelve solo a casa –y donde las ventanas se transforman en aquella otra cosa que también serán en su obra: fisura alucinada donde desfilan las imágenes diabólicas de un mundo enloquecido–, la prefiguración utópica que se permiten estos relatos ofrece una aproximación inédita al sentido liberador que anima el ejercicio de la escritura en Kafka.
En 1922 una pista en su diario parece volver a Contemplación: “Extraña, misteriosa consolación de la escritura, tal vez peligrosa, tal vez redentora como escapar de un salto de la fila de los asesinos, acto-observación. Acto-observación porque una especie más alta de observación es creada; más alta, pero no más aguda, y cuanto más alta sea, cuanto más inaccesible desde la fila, más independiente se tornará, más seguirá las leyes de su propio movimiento, más imprevisible, gozoso, ascendente será su camino”. La Contemplación, convertida aquí en una forma de acción, acto-observación, nos brinda así el sentido mismo de la escritura para Kafka: escapar de un salto de la fila de los asesinos. Si sus escritos más tardíos perfeccionarán sin tregua la libertad y la lucidez terrible de este “acto-observación”, al punto de llegar casi a tocar los horrores que se fraguan allá en la “fila”, ya en esta obrael salto ha comenzado y se alza alegremente, haciendo vibrar el texto, a la manera ascendente de un canto que gozosamente va accediendo al misterio peligroso y redentor de su libertad.
¿A quién pertenece Kafka?
El éxito póstumo de Kafka, en las décadas que sucedieron a su muerte, estuvo marcado por la violenta desaparición del mundo en la que el autor había vivido: el medio histórico y cultural en el que transcurrió su existencia, drásticamente interrumpido por el Holocausto. En 1939 los nazis ocuparon Checoslovaquia, y sus tres hermanas perdieron la vida en los campos de concentración o en los guetos donde fueron encerrados los judíos. Muchos leyeron entonces su obra como una especie de presagio de los horrores que preparaba el siglo, y hasta el día de hoy es frecuente advertir que sus textos nos permiten desvelar, de manera inquietante, el sentido o la estructura de algunas experiencias del presente.
¿A quién le pertenece Kafka? Es esta la pregunta que se hace Judith Butler, en un ensayo donde fustiga los intentos de apropiación nacional y económica de los escritos del escritor de Praga. Anota la intelectual estadounidense: “La pregunta misma por la pertenencia de Kafka ya es algo escandaloso dado el hecho de que la escritura traza las vicisitudes de no pertenecer o de pertenecer demasiado. Recordemos: él rompió todos los compromisos que tuvo alguna vez, nunca fue dueño de un departamento, y le pidió a su ejecutor literario que destruyera sus papeles, después de lo cual esa relación contractual había de terminar. […] Si la obra hubiese sido destruida, quizás los fantasmas no hubiesen sido alimentados — aunque Kafka no podría haber anticipado cuan ilimitadamente parasitarias serían las fuerzas del nacionalismo y el lucro, aún cuando sabía que esas fuerzas espectrales estaban a la espera. De modo que en el acto de morir, Kafka escribe que quiere que la obra sea destruida después de su muerte. ¿Significa esto que la escritura está atada al vivir, y que con su propio fallecimiento, debiera fallecer la obra? ”
Cien años después de la muerte de su autor, esta obra siga siendo venerada como una especie de objeto universal o de símbolo del siglo XX. Paradójicamente, quizás sea este uno de los motivos por los que Contemplación figura como uno de los libros menos leídos de Kafka. Como si, a diferencia de lo que vendrá después, estos textos de juventud no hubieran alcanzado a sustraerse de la catástrofe de aquel mundo en el que Kafka vivió, y permaneciesen todavía demasiado arraigados a un espacio y un tiempo, una lengua y una historia cuya huella se desvanece cada día un poco más. Esta historia y esta lengua, sin embargo, irrigan toda la obra de Kafka, y, basta con inclinarnos un poco para convencernos, sus espectros y sus promesas siguen alimentando la imaginación literaria hasta el día de hoy.
El día 3 de junio de 1924, mientras agonizaba, Kafka le exigió a su asistente que le proveyera una inyección de morfina, y cuando ésta le es negada, dirá: “Máteme, si no; usted es un asesino”. El médico que le atendió en el momento describió: «Su rostro es tan severo, rígido, inaccesible, como era severo y limpio su espíritu… Un rostro de rey, del más noble y viejo linaje”. No pasó del mediodía. Fue enterrado en Praga.
Contemplación, Franz Kafka
Traducción: Miguel Carmona T. y Nicolás Slachevsky A.
Carbon Libros, 2024