Kafka dice.
Acercarnos al mundo íntimo de Franz Kafka puede resultar un alucinante y oscuro proceso hacia una vida insistente en el transcurso de una escritura y, a la vez, en una radiografía de la enfermedad, la euforia, el estudio y el trabajo en sus más dilatadas dimensiones.
Es así como en el libro Kafka en primera persona (selección, traducción y notas de Carla Cordua a partir de sus diarios de vida. LOM Ediciones, 2010) podemos palpar, olfatear y acompañar al autor en sus permanentes desasosiegos. Pues este autor, fallecido a temprana edad, nos va develando su instancia diaria de lucha por poder escribir y alcanzar algo que pareciera nacer solo dentro de la desesperación. Algo así nos señala Cordua en la siguiente apreciación que aparece en el prólogo del libro:
“El escritor que dijo que escribir no era una profesión sino la vocación de hacerse infeliz estaba probablemente pensando en sí mismo, pero su declaración puede ser aplicada a Kafka sin modificaciones. Pues este sufría haciendo lo que quería hacer, releyendo lo producido antes y, sobre todo, considerando cuán poco tiempo dedicaba en general a lo único que le importaba hacer: le dolía escribir, lo escrito y no escribir”.
Situaciones como su odio al trabajo en la fábrica donde se desempeñaba laboralmente, sus deseos de matrimonio y su eterno amor a Felice, sus ganas de estar y a veces irse de Praga e ir a Berlín y sus relaciones familiares son instancias sabrosas para un fanático del autor, pero también apreciaciones memorables para cualquier lector gustoso de “instrucción literaria” y qué mejor que desde los diarios de Kafka:
3 de marzo de 1912
Así transcurre un día. Por la mañana, la oficina; en la tarde, la fábrica; ahora en la noche, gritería en la vivienda a la derecha y a la izquierda; más tarde, recoger a la hermana que está viendo Hamlet. Y yo no he sabido qué hacer con ninguno de estos instantes.
Y está siempre el padre, ahí, con su presencia insistentemente desagradable, persistiendo en bajar los ánimos del escritor y a menoscabar constantemente el trabajo literario que va desarrollando, junto a esa especie de tiranía que constituye algo ya cotidiano. Es así como Kafka no se siente bien con su permanente mala salud y su debilidad física, situación que podemos constatar en un extracto de la Carta al Padre (noviembre de 1919) que nos evidencia este punto de vista sobre si mismo, generando una reflexión que nos llega fresca y detonante, como una jarra de agua lanzada al rostro:
“Recuerdo, por ejemplo, cómo a menudo nos desvestíamos en una misma caseta. Yo, débil, flaco; tú, fuerte, alto, ancho. Ya en la misma caseta me sentí despreciable, pero no solo ante ti, sino ante el mundo entero, pues tú eras para mi la medida de todas las cosas”.
Luego de esto, se hace grato ir descubriendo algunas lecciones de las lecturas que realizaba el autor en sus constantes devaneos: Goethe, Schiller, Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, Dickens, Shakespeare y Kierkegaard, entre otros, eran parte del material literario en su insistente necesidad de leer. Se podría decir que Goethe es el autor más nombrado en esta lista de autores, existiendo instantes aclaratorios en su importancia para el autor:
31 de enero de 1912
Leo sobre Goethe con un fervor que me traspasa (las conversaciones de Goethe, sus años de estudio, las horas pasadas con Goethe, su estadía en Frankfurt), fervor que me aparta de toda escritura.
Ya habiendo recorrido mayoritariamente las entradas del diario de Kafka y conociendo un poco su mundo interior y exterior, nos vamos sintiendo parte de una especie de cercanía mayor la cual, no obstante, se nos dificulta en la aventura de “diagnosticar” una personalidad clara y categórica en el autor. Pues si bien vemos desazón, crítica, depresión y a veces hasta desgano de vida, en otras lo vemos ser una persona casi optimista, con ganas de casarse, de viajar, de ver gente, de hablar con las hermanas o con la mamá. Un ser enigmático, quizás, pudiera ser la mejor afirmación para Franz Kafka, aunque siempre dibujado con el delgado pincel del atormentado vivir con su escritura. “Kafka y la escritura”, podría ser el mejor resumen (o el imposible resumen) de toda su breve vida, llena de sinsabores y sorpresas a veces favorables, que nos sorprenden muchas veces, pues en ciertos instantes puede verse al autor como la persona más “expresionista” y exagerada ante las cosas, y en otras, como una persona práctica y más bien fría, entregándonos una de sus entradas más escuetas:
2 de agosto de 1914
Alemania le declaró la guerra a Rusia. Por la tarde, clases de natación.
Asombro, sutileza, aguda crisis de desesperación, un asumirse trabajador en constante desgano en la “horrorosa fábrica”, el amor como péndulo, la salud delicada, la rabia por no tener tiempo para escribir, y cuando se tiene, no lograr algo satisfactorio. Todas estas sensaciones y una decena de otras más son los pilares que sostienen este diario. Un diario de una potencia incuantificable, que desembarca con un poderío de acorazado y que nos invita a ese oscuro túnel de la eterna metamorfosis. Franz Kafka dice, en sus diarios, lo que siente desde lo más adentro de su ser, tomando la rienda de esta bitácora con la prioridad inmensa de una vida que se quema al paso de los días, una vida que se lleva a cuestas de todas las formas posibles, y que se registra mientras se intenta escribir de otra cosa. Se intenta escribir, a como dé lugar.