La calle es una selva de cemento. Sobre «Santiago, otra visita» de Eduardo Cobos – Carcaj.cl

Foto: @pauloslachevsky

26 de abril 2025

La calle es una selva de cemento. Sobre «Santiago, otra visita» de Eduardo Cobos

La calle es una selva de cemento
Y de fieras salvajes, como no
Ya no hay quien salga loco de contento
Donde quiera te espera lo peor

Héctor Lavoe, “Juanito Alimaña”

La primera vez que escuché de los Beatniks fue cuando estaba saliendo de la U. Estos escritores tenían un background fascinante para mí en esos años. Un anecdotario digno de cualquier movimiento que de alguna manera podría agruparse en aquello llamado contracultura. Una mitología propia. Kerouac escribiendo sin parar su novela En el camino en su máquina de escribir. Ginsberg expulsado de Cuba por decir que encontraba rico al Che Guevara. Burroughs matando a su esposa de un escopetazo. Pura gente piola. En esos tiempos, para mí, una de las cosas más placenteras era escarbar cajones de libros usados. Escarbaba con el deseo de encontrar algo de ellos más allá de lo que el internet te podía ofrecer en esos tiempos, que en verdad es lo mismo de ahora solo con una capa gruesa de información mugre.

Así fue como encontré En el camino en la versión compacta de Anagrama, que lo vendía un amigo librero de Valparaíso. Lo que me llamó la atención era ese ir y venir de allá para acá y de acá para allá, y en ese movimiento, Dean y Sal se metían en líos, se enamoraban, se peleaban y se volvían a querer. Muy buen libro, por cierto. Luego abandoné el interés o algo me hizo desviar la mirada. Me leí Aullido en una reimpresión muy mala que compré en una FILSA. Tengo por ahí El almuerzo desnudo en la eterna espera mientras llegan más títulos a mi colección.

De ellos no escuché mucho hasta el lanzamiento de Santiago, otra visita (Caracas, Fundarte, 2024) de mi amigo/editor/colega Eduardo Cobos. En dicho lanzamiento Eduardo comentaba que el nombre del título hacía referencia a un libro escrito por un Beat, cuyo nombre no puedo acordarme, que fue traducido por el mismísimo Poli Délano. Después de tomarme el vinito de cortesía, saludarlo, felicitarlo y conocer a su madre procedí a comprarle el ejemplar. Físicamente Santiago, otra visita es un libro cómodo, transportable. Un buen acompañante en los trayectos de la micro y el metro.

En el verano que acaba de irse varias cosas confluyeron. Una de esas es que empecé a escuchar salsa. Todo partió así. En YouTube un joven dj china pincha discos de salsa clásica mientras baila con un compañero invisible. Esos videos salieron recomendados por el algoritmo luego de escuchar uno de los temas nuevos de Bad Bunny. ¿A qué viene esto? Así como el jazz complementa la lectura de Kerouac, la salsa complementa la lectura de Cobos.

“Sunset Boulevard”, cuento con el que se da inicio a la experiencia lectora, es puro movimiento, puro Beatnik. Ese ir de acá para allá y de allá para acá atraviesa todo el relato y se trenza con relaciones intensas, amigos que no son tan amigos, harto copete y harta falopa y una femme fatal bautizada con el mejor nombre que podría tener. Todo con Lavoe de fondo. Es como las fiestas de En el camino en México, pero en Venezuela. El narrador, un poquito ni tan ajeno de esa realidad, en lugar de contarnos lo que le agrada, constantemente nos cuenta lo que le desagrada. Hilo que los demás narradores recogen en los siguientes relatos.

Continuando con el ritmo salsero, nos encontramos al final de la antología con “La antorcha”. Un relato coral que nos habla de un, quizás no tan infame, carrete que involucró a profesores y estudiantes de una universidad. Cobos le da voz a cada uno de los personajes, las cuales están tan bien construidos, que nos hacen sentir en una Venezuela muy diferente a la idea que, los que no hemos tenido el gusto de conocer, podríamos tener de ella.

El tono cambia un poco en “El corvo”. Aquí los colores se van y se vuelve al gris Chile de la dictadura. Momento de la historia de Chile que no viví, pero siempre me lo imagino en blanco y negro. Como si en esos días no hubiesen existido los días bonitos. Aquí Alcides Jofré, un hombre torpe, vuelve a Chile con motivo del funeral de su madre. El villano, llamado no gratuitamente el Carnicero, lo mira de reojo y sin motivos de peso decide comenzar una dinámica de perseguidor/perseguido con Alcides que escala a dimensiones inesperadas. Alcides, al avanzar de la historia, se va colocando ropajes de heroísmo, transformándose poco a poco. El relato tiene algo de Tarantino y por lo tanto también de Scorsese. Villanos sanguinarios, guerrillas ocultas, explosiones, sangre y un final digno de cualquier película de cualquiera de estos directores. Una joyita por donde se le lea.

En “Santiago, otra visita”, el cuento que le da el título a la antología, nuevamente nos encontramos con un narrador mostrando aquello que no le agrada: demasiada gente, demasiados edificios, demasiados malls. El protagonista, Lorenzo Bosco, regresa a un Chile muy diferente al que dejó, con la misión de entrevistar a Pedro Lemebel. Lorenzo se siente un turista en su propio país, como si algo o alguien hubiese despojado todo, pero para que todo, al fin y al cabo, quede igual. En esta otra visita el personaje camina y camina topándose con algunos de sus ex-algo y metiéndose en algún lío. No sólo Lemebel pobla este relato, sino también el recuerdo de Francisco Casas, Roberto Bolaño y la mismísima Gladys Marín.

Dejo para el final “Hotel Quintero”, para mí gusto el mejor logrado. “Hotel Quintero” podría perfectamente llamarse Verano del setentaitantos. Aunque quizás lo preciso sea Invierno del setentaitantos. Aquí se nos narra las aventuras de dos primos muy jóvenes: el narrador y el Nano, en un invernal Quintero como telón de fondo. Eduardo logra rescatar en este cuento dos cosas de altísimo valor. Primero logra plasmar la belleza de los balnearios en invierno, lejos de los turistas, las aglomeraciones de gente y los colores. Aquí se ve un Quintero bello, cotidiano y real. Lo segundo es regalarnos un trocito de una realidad que ya no existe y que no volverá a existir. Una juventud sin internet, sin aparatos tecnológicos, sin consolas. Con el propio cuerpo como arma única para matar el aburrimiento. Conversaciones cómplices. Competencias de rapidez. Correr. Narrar. Remar. Explorar el territorio. Jugar a los espías y armarse aventuras. Todas imágenes muy bellas rebosadas de una nostalgia feliz. En ningún momento se nos dice algo como “antes las cosas eran mejores”, sino que provoca una cierta envidia al lector de vivir en una realidad menos frenética y llena de ruido visual como la de hoy. Pero esta envidia se rompe al notar que todo ocurre bajo la sombra de Pinochet y sus soldados.

En resumen, Santiago, otra visita tiene de todo un poco. Historias frenéticas, paisajes hermosos, cameos interesantes, violencia muy bien utilizada. Las y los lectores se van a encontrar con una experiencia estética muy bien presentada. El orden de los relatos, los nombres de los personajes, los sutiles encadenamientos entre una historia y otra, más los matices emocionales que logra equilibrar hacen de esta lectura algo muy placentero. Una amiga que me acompañó al primer lanzamiento me pidió que le comentara si me gustó o no el libro una vez leído. A través de estas palabras le digo que sí, que está bueno. Que es como Jack Keroauc pero con salsa venezolana de fondo.

Quilpué, marzo de 2025.

Eduardo Cobos. Santiago, otra visita. Caracas, Fundarte, 2024.

Mauricio Tapia Rojo

(Quilpué, 1988). Escritor, docente, editor. Licenciado en Pedagogía en Castellano por la Universidad de Playa Ancha. Ha sido finalista de los siguientes concursos de cuentos: “Luna Negra” de relatos policiales, convocado por la editorial española Lengua de Trapo (2010); y “Letras Sub 30”, auspiciado por la Fundación Cultural de Providencia, que integra Chambelán Superstar y otros cuentos (Ediciones B, 2016). Publicó los libros Semiótica de la torpeza (poesía, 2017) y Zapping (cuento, 2019, 2023), Animales muertos (2022). Fue seleccionado para el fanzine Nuestro Fuego editado en Chile y Estados Unidos por la Editorial Negra. A su vez, fue coeditor de Bathory Ediciones de Quilpué. Cuando niño quería ser un Power Ranger.

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