Foto: René Bravo y Gary Go
LA DESPEDIDA DE ASAMBLEA INTERNACIONAL DEL FUEGO: EL VIENTO SE HIZO HURACÁN
a Rodrigo Salgado y Guillermo Canales
A la distancia parece que todo fue un parpadeo: salimos de la tocata de Asamblea Internacional del Fuego y la revuelta estaba a la vuelta de la esquina. El carnaval y la masacre. Y nos decíamos: ¿te acuerdas del ambiente que había? Fue un preludio de la revuelta. Sí, fue el preludio. Pero quizá la música de Asamblea siempre será el preludio de las revueltas por venir. Del asalto al cielo. Del viento huracanado que sopla desde el paraíso.
Quise recuperar esta crónica tal como la escribí en ese momento sin moverle una coma porque creo que es una fotografía llena de ruido de ese sábado tan lejano. Porque fuimos muchos los que nos encontramos ahí como en una especie de misa pagana que antecedió la llegada de octubre, esa trágica y alegre primavera antes de la peste.
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Septiembre es un mes preñado de símbolos y recuerdos. Un mes-animita, pienso. Un mes-escapulario. Ayer, 16 de septiembre, se conmemoró un año más de la muerte de Víctor Jara. De ese crimen cobarde, como cobardes fueron todos los crímenes de la dictadura, nos queda la voz y las canciones. Toda la violencia militar no pudo con el canto de Víctor Jara. Su voz, diría un poeta popular, está escrita en el viento. Y el viento sopla donde quiere.
No fue casualidad que Asamblea Internacional del Fuego eligiera septiembre para celebrar su despedida. Tampoco fue casual el lugar donde se celebraría esa última reunión: el 14 de septiembre de 1973, Víctor Jara fue sacado de la Universidad de Santiago hacia el Estadio Nacional. 46 años después, en esa misma universidad, una banda que supo construir su carrera al margen del mainstream, sin pisar los lugares comunes en que siempre se intentó etiquetarlos –que el hardcore, que el post hardcore, el emo: etiquetas, clasificaciones, taxonomías inútiles— colgaba los guantes.
Para muchos –esto lo escribo a título personal—Asamblea Internacional del Fuego fue una literatura. Cuando no leíamos ni la etiqueta del shampú, las letras de Emilio Fabar fueron un vocabulario. Una música de combate hecha con los fragmentos de un discurso roto a la fuerza. La banda sonora de los escapados, de los derrotados, de la rabia –habría que subrayar la palabra rabia— y la memoria con su insistencia.
Lo dijo el mismo Emilio en los interludios de esa tocata final: “nosotros somos gente de izquierda, eso tienen que tenerlo claro. Esto no es hardcore, esto es rock de combate, compañeros”. Dialéctiva Negativa, su último larga duración, es la señal más clara de la urgencia de ese mensaje. En ese disco, que para muchos podría entrar fácilmente en la lista de los mejores de la música chilena, las letras se volvieron mucho más explícitas, sin metáforas. Panfletos feroces escritos con la delicadeza de un trueno.
Esa tarde del 14, esa última asamblea, estuvo también llena de mensajes. Mensajes de despedida, pero también llamados a la lucha y la resistencia. Porque de eso se trata. De eso siempre se trató, quisieron decirnos Emilio y compañía. Por eso, luego de un par de canciones, invitaron a la dirigente de la Coordinadora 8M a dar un discurso y contar que en ese mismo lugar se organizó el paro feminista del año pasado. Por eso –cómo no—el cover a Noticias de Puerto Montt de Víctor Jara en clave actual: “usted debe responder, señor Andrés Chadwick / por qué a Camilo Catrillanca acribillaron con fusil”. Por eso los lienzos que colgaban de las galerías: ni perdón ni olvido.
En esas dos horas, la banda se dio el lujo de repasar su discografía completa, invitar a sus viejos amigos y abrirnos a nosotros, los que a duras penas nos sosteníamos en pie en el torbellino de cuerpos que estas tocatas suelen transformarse, un espacio simbólico dentro de esa familia que fue Asamblea. Sonaron “El último adiós”, “Albatros” –vi a una chica llorando mientras cantaba esos versos que dicen “llevaré un escapulario con tu rostro / para hacerme una bandera que hable de los buenos tiempos”—, “Comunión”, “Ícaro, apología del vuelo”.
Una tras otra, las canciones eran coreadas o derechamente gritadas a voz en cuello por todos los que asistimos. Para una banda que circula fuera de la industria musical y sus amarres, cada canción tiene que ser una pieza inolvidable o al menos tener la fuerza suficiente que la justifique dentro de un disco. Sin la obligación del single, del hit radial, la libertad de composición queda libre al vértigo de la creación, del horror vacui. Por eso no fue extraño que, en esas dos horas y fracción, las voces de todos los asistentes sonaran igual de fuerte que la banda. En esa última asamblea, fuimos todos un gran coro trágico y eléctrico. “Piedra a piedra / muralla a muralla” escribe Emilio en La estrategia del caracol. Fue con esa canción que cerraron su despedida. Fue así como se construyó la carrera de la banda: piedra a piedra, muralla a muralla. ¿Qué va a pasar con Asamblea ahora? El tiempo lo dirá. Sus canciones, retomando, quedaron escritas en el viento y la memoria. Y el viento se hizo huracán.