La mirada de Koen Wessing - Carcaj.cl
20 de mayo 2011

La mirada de Koen Wessing

“En las prisiones se acumularon ojos negros de agraviados y de ofendidos”, escribe Neruda, y la cámara escueta de Koen Wessing es capaz de capturar e interpelar tal sentencia. Los versos son del Canto General y sintetiza la atmósfera que crea Koen Wessing en la exhibición de sus trabajos que nos remiten a Chile, septiembre 1973; Nicaragua, abril 1979; y El Salvador, Marzo 1980, plasmados en este libro de LOM Ediciones, El arte de visibilizar la pregunta.

Es América Latina en tiempos de la ira,  esa que va y viene a lo largo de su historia, mostrándonos la infamia de Nicaragua, bombardeada por Somoza; el asesinato del Arzobispo Romero en El Salvador, y el Golpe de Estado contra Salvador Allende, en Chile.

A mediados de los años setenta y gran parte de los ochenta América Latina es una gran prisión. Las dictaduras militares asolan el continente; las calles son  un vasto campo de represión. En ellas circulan hombres, mujeres y niños. ¿Son sus miradas? Pienso que sí. No hace falta bajar la vista o recorrer el encuadre que ha capturado Wessing para completar el relato, porque éste se juega en las miradas.

Basta con ver las miradas de esos ojos negros de agraviados y de ofendidos para encontrar los  fragmentos principales de una narración  coral de intolerancia y de horror.

Las fotografías de este periodista holandés que murió hace pocos meses, seguramente con el cigarrillo entre sus labios delgados, escrutando tras su mirada clara empañada en los gruesos cristales que atenuaban la miopía, resultan impactantes.

Walter Benjamín escribió a propósito de la obra del fotógrafo Atget que “con toda justicia se ha dicho que fotografiaba las calles desiertas de París como escenas de crímenes. La escena del crimen también está desierta, dice Benjamín; se fotografía con el propósito de reunir pruebas.

Con Atget –concluye Benjamín– las fotografías se transforman en pruebas standard de los sucesos históricos y adquieren una significación política oculta.”

Me apropio de esta apreciación de Benjamín para analizar el trabajo de Wessing:

–          En un primer plano, una mujer casi de perfil. La observa un militar con su arma al costado; al fondo, las ventanas y balcones destruidos del frontis de La Moneda;

–          Otra mujer mira la cámara mientras Wessing dispara. Un militar la está registrando. ¿Ella le sonríe al fotógrafo? Podría ser por la mueca de sus labios. Pero no. Al ver sus ojos se advierte que en esa mirada interpela al fotógrafo. Ella denuncia en silencio. Y la cámara captura esa denuncia.

–          Un grupo de soldados revisa libros sobre un mesón. Otro, hace un hoguera con esos libros, y uno de ellos atiza el fuego con la punta de su fusil.

–          Más adelante, un grupo de prisioneros se baja de los autobuses. Van con la cabeza gacha, las manos sobre la nuca. Los soldados apuntan…

–          En el Estadio Nacional, tras las rejas un prisionero y un soldado se disputan un paquete de cigarrillos lanzados por Wessing al cautivo. Para mitigar con el humo su dolor, piensa Wessing.

–          Más adelante, los soldados le cortan el pelo a un detenido que luce con el rostro crispado y el torso desnudo.

Todas ellas son escenas de la vida cotidiana. No hay espectacularidad en estas imágenes sobre el Chile de septiembre de 1973. Tampoco hay sangre, y no se ven los muertos. Sin embargo, la violencia que transmite es infinita, como el olor a derrota, o el dolor de la humillación.

Un código estético y ético de la derrota

Wessing nació en Ámsterdam en 1942; desde joven se interesó por la fotografía y, por ende, en los conflictos sociales y políticos.

El Mayo francés del 68; los conflictos en Irlanda, Guinea Bissau, Sudáfrica, China, Tibet, Kosovo, forman parte su amplio registro premiado internacionalmente.

A propósito de sus fotografías en Nicaragua, expuestas en este libro, Roland Barthes, en su texto La Cámara Lúcida, comenta: “Muchas fotos de Wessing me atraían porque comportaban una especie de dualidad que acababa de descubrir; eran bellas, expresaban bien la dignidad y el horror de la insurrección, pero no comportaban para mis ojos ninguna marca. El cuadro –dice Barthes– no tiene nada de compuesto según una lógica creativa, la foto es sin duda  dual, pero dicha dualidad no es móvil de ningún desarrollo, como ocurre con el discurso clásico: basta con que la imagen sea suficientemente grande, con que no tenga que escrutarla, con que, ofrecida a plena página, la reciba a pleno rostro”, concluye el crítico francés.

Este libro sobre el trabajo de Koen Wessing en Chile, Nicaragua y El Salvador es un homenaje no sólo al talento y lucidez de su autor, sino además a las víctimas anónimas que retrata.

La dignidad que trasuntan sus miradas, serias, a veces sombrías, impacta. Tal vez porque en cada una de ellas está el relato de una historia que empieza a escribirse desde la perplejidad de tanto horror.

Mientras hojeo el libro, pienso que en las calles de Santiago de Septiembre de 1973, como la escena de un crimen a la que aludía Benjamín, se ha escabullido la épica. La cámara de Wessing no registra a los obreros desfilando, a Allende vitoreado por el pueblo, ni las banderas rojas, rojinegras flameando en medio de los puños en alto.

No. Aquí no hay épica. La epopeya del pueblo se ha trastocado a punta de botas y fusil.

Pero en las imágenes escuetas del lente de Wessing se filtra la estética y, por qué no, también la ética de la derrota.

Ambas, sin estridencias, con los ojos negros abiertos, apretando los labios, mirándolo todo, registrando cada escena, para que no se nos olvide, para que nunca más…

En su ensayo Sobre la Fotografía, Susan Sontag señala que “la sabiduría última de la imagen fotográfica es decirnos: ella es la superficie. Ahora piensen –o mejor sientan, intuyan– qué hay más allá, cómo debe ser la realidad si ésta es su apariencia.”

En el código visual que nos propone Koen Wessing, está no sólo la superficie. También el relato de un tiempo de horror que marcó a sangre y fuego el destino no sólo de un país, sino de todo un Continente y de más de una generación.









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