La nieve sobre el silencio
La historia de Antes de manaña, de Jorn Riel (Dinamarca, 1931) es, en apariencia, muy sencilla. Una anciana y un niño… los únicos, últimos habitantes de una tierra no habitada; una tierra cubierta de hielos, nieves y ventiscas infernales. Se aferran uno al otro, dormitando entre lobos, grasa de animal, antiguos orines y pieles secas. No hay poblados cerca, más que el mundo subterráneo del que vuelven sólo los que son capaces de contarlo. En ellos, una vida que comienza y otra que termina, se establece la historia. Ninioq, la anciana, confiesa una sensación extraña. La caza disminuye año a año. Los hombres jóvenes se han ido tras los renos, que partieron hace mucho en busca de tierras fértiles. Ninioq piensa que ella y la tribu están abandonando esa vida que siempre ha sido la vida de los hombres. Es cierto, algo ha cambiado, y seguramente para siempre. Los renos jamás regresarán, ni las grandes tribus del pasado. La región no volverá jamás a estar poblada. Al contrario, parece estar cada vez más sola y más lejana.
La belleza del paisaje choca ante la brisa gélida. Una montaña es hermosa como un recién nacido. La tormenta es violenta como una jauría hambrienta. El hielo es quebradizo como la piel de los ancianos. La tierra se diluye bajo las montañas, como el contenido de un intestino que se oprime con los dedos. De este modo, las palabras se transforman en pequeñas luces de entendimiento transparente: “A veces la vida le parecía incluso más divertida que cuando era joven, porque ya no deseaba todo aquello que un ser humano no podía alcanzar”; “Era una inquietud absurda, porque la vida no da ninguna explicación y no tenía ningún sentido fuera de la continuación de la especie”; “Las auroras boreales se producen por jugadores de pelota, que juegan con cabezas de foca”.
El tiempo avanza, sin numeración precisa; fijado por eventos, matrimonios, nacimientos, el año de la emigración o los años de hambre. La felicidad se transmite, no se conversa, ni se dictamina. Una temporada de abundante caza, la pesca, el sol que tarda en irse. El ánimo de las mujeres y los niños aumenta en proporción a la cantidad de peces recolectados, de aves, de carne que secar para el invierno. Las más ancianas recuerdan sus propios raptos, cuando el hombre al que le sonreían se peleó con sus familias, padres, hermanos, para convertirse en el proveedor, batiéndose en todo tipo de duelos, incluso de versos e ingenio. Ninioq escucha a su amiga Kongujuk, quien relata la visita, en sueños, de su proveedor. La busca, la posee, la penetra, se aprietan como cuerpos que se funden. Ella arde en fiebre y deseo, sin embargo, pide a la muerte que la espere, que ya irá… necesita terminar la narración. Es importante no sólo para ella, sino también para Ninioq, para sus hijos y nietos, y los que vendrán. No es sólo su historia la que está en juego aquella tarde, es la memoria de su pueblo.
Manik, el niño, se apodera del relato, entendiendo aquella suave fortaleza de la tradición: “bebía sus palabras, las tomaba para sí y las guardaba en su conciencia como tesoros preciosos; sentía que le pertenecían, como le pertenecieron a los otros que las habían escuchado”. Manik recibe por herencia el kajak, las herramientas y armas; también el conocimiento, la experiencia y la historia contada por los ancianos.
En condiciones tan extremas, la supervivencia se antepone. Attungak duerme con la mujer de su gran amigo Akutak, ya que éste no puede concebir. Komak succiona los pechos de Ninioq, para ayudarla a extraer la leche que le sobra. La mujer de uno de ellos muere por el hambre, y sirve de alimento a los demás. Acostarse con el hombre blanco es útil, porque éstos retribuyen con agujas de acero. El vómito de una mujer es aprovechado por los perros…
Dormir con la mujer del amigo, o del hermano, subsana los problemas. Se entiende como un acto de amistad, de lealtad, de persistencia. El objetivo primordial se antepone al placer, y tener un día más de vida es un hecho por el que agradecer y estar contento. El deleite, en este contexto, se produce por la caza, por la magnificencia de una montaña, por el nacimiento de un hijo o por los encuentros de tribus distantes.
Todo parece eterno. El hielo, el invierno, la oscuridad, el hambre, la vida y la muerte. La inmensa naturaleza no puede ser destruida, aún así se muestra respeto por sus manifestaciones. Una gran tormenta arrastra a la anciana y al niño, antes de decidir regresar por sus propios medios al campamento en que están los demás. La lluvia se clava en sus rostros, son heridos por continuas caídas. Viajan por los fiordos, buscando la esquiva y cada vez más incierta continuación. Cada día luchan por subsistir, la mujer anciana, el niño, los amigos y parientes del campamento base, los perros, los renos, las focas… a quienes se da muerte, se diría, de manera inteligente y considerada. Es importante echar agua sobre el hocico de una foca después de matarla, porque son muy sedientas. Se deben colgar suelas de un oso muerto, porque ellos caminan mucho. Es necesario devolver las vísceras de los peces al mar, ya que sus almas pueden convertirse nuevamente en peces. A las horcas se las honra, porque son las protectoras de todos los cazadores. “Un buen cazador debe preservar el equilibrio entre sí mismo y los animales. Si se quiere vivir, debe matar. Pero siempre hay que mostrar respeto por lo que se mata”.
La abuela le enseña a Manik a cazar, a navegar, a orientarse, a defenderse, a ser su proveedor. Le cuenta de un pueblo al que irán cuando él esté preparado. Allí se encontrará con niños con los que podrá jugar y con otras personas a las que contarle sus hazañas. Ninioq le muestra el mundo conocido, y le describe el desconocido. De este modo lo previene y lo salva; le enseña y le traspasa su propia sabiduría, una mezcla de experiencia, videncia e intuición.
Antes de mañana es una historia de supervivencia. Los extremos de la vida, una anciana y un niño, acometen la difícil lucha contra un hábitat hermoso y hostil. Juntos vencen a lobos, caídas, tormentas y osos hambrientos. Juntos enfrentan la soledad, el frío y los peligros. Se comprenden, respetan y admiran. Están solos, perfectamente unidos, enfrentados al último jirón de la existencia. “La vida es lucha y muerte, crueldad y angustia mezcladas con una alegría totalmente inexplicable, la simple alegría de vivir”.
Esta novela de Jorn Riel es, en definitiva, una historia de silencio, lejanía y descubrimiento. Un silencio que los envuelve. Ese silencio familiar. Ese silencio que está en el cielo frío y azul. El silencio que es una vivienda para el alma. El silencio que los ha seguido toda la vida y que estará con ellos en el momento de morir.