Ilustración: Paula Andrea Jouannet
La revolución en la era del cibermundo
Cuando internet se asentó e hizo parte de nuestras vidas, me pregunté, de manera algo ingenua seguramente, por las posibilidades de la revolución en la era del cibermundo. Intentaba traspasar los relatos que escuché de mis padres sobre sus actividades de resistencia durante la dictadura. Todos esos métodos manuales hoy cristalizados en mi memoria: las revistas de circulación semiclandestina, los boletines, las fichas hechas a mano o con máquina de escribir, el mimeógrafo, la tinta para falsificar documentos; carnets de identidad que no parecían tarjetas, cuando tampoco existían las tarjetas. Trataba de imaginar cómo podríamos pasar a la clandestinidad en un mundo como este, en que Google rastrea no solo tu nombre y tu RUT, sino también tus preferencias, los sitios que frecuentas, las redes que usas y los contactos con los que te comunicas. Primero tendríamos que auto contratarnos un sicario cibernético, que nos eliminara de la faz del cibermundo. Luego, no se me ocurre más que volver a aquellas antiguas técnicas y métodos.
El revolucionario de hoy no podría ser el mismo del de ayer, pues tiene que sortear una doble represión y persecución; la del mundo terrenal y la del cibermundo. Debe poder entrenarse en ambos mundos, conocer los mecanismos de represión y de resistencia. Debe saber reconocer a su enemigo, y el poder de su enemigo. Por su parte, la revolución, como la entendimos en este continente, debe haber muerto con Fidel, si no antes.
Hoy principalmente se nos espía en rédito de las grandes empresas, que buscan a toda costa obtener nuestros datos, para vendernos mejor. Eso no dista mucho de la historia del lobo y la caperucita cuando él le pide que se acerque más, para olerla mejor. Ya sabemos cómo terminó ese asunto, y supongo que nadie desearía eso como destino.
Y si uno se pregunta por la revolución, entonces se pregunta por el contenido de las luchas sociales, por las urgencias de cada tiempo. Hoy las luchas por la protección de los territorios y el medioambiente se han vuelto centrales, justamente debido a la urgencia. Pero los dueños de este modelo de explotación y consumo, muchas veces los mismos que nos roban los datos para vendernos mejor, no están dispuestos a renunciar a sus negocios y beneficios, y parecen ciegos ante los lapidarios informes científicos y de derechos humanos. En ese escenario, internet es un arma de doble filo, y lo más recomendable es saber cómo utilizarla, según cada identidad/realidad particular y contexto específico.
Pero está claro que cuando nos tornamos peligrosas y peligrosos, nos espían para acallar nuestra voz y reprimirnos. Descaradamente, entonces, habrá que denunciar por todas las redes posibles los abusos e injusticias de este mundo: a los Pérez Yoma que se roban el agua para su empresa agrícola, a los grupos económicos Matte y Angelini, dueños de las forestales que tienen deforestado nuestro Sur, a los que han hecho y siguen haciendo su parte en el Norte, en su propio beneficio. Pero es necesario hacer más. Habrá que salir a la calle nuevamente para seguir exigiendo el cierre de las termoeléctricas y el derecho soberano al agua y a la seguridad social. Habrá que usar la creatividad. Habrá que proponerse no contribuir al negocio de los que explotan la tierra y luego tiran los escombros, dejando de consumir sus productos. Habrá que aprender algo más de ciberpunk y pirateo, de colaborativismo y autosustentabilidad, y sortear los nuevos medios de control. O mejor dicho: HAY, aunque sea a tientas por lo oscuro, paso a paso.