La vía chilena al socialismo, un perfume romántico presente en tres generaciones - Carcaj.cl

Foto: Raymond Depardon (1971)

13 de abril 2021

La vía chilena al socialismo, un perfume romántico presente en tres generaciones

por Daniela Wallffiguer Belmar

A propósito del embate de las ideas en un mundo convulsionado y tras una explosión social de gran magnitud en nuestro país, se instaló con fuerza una corriente de opinión que pretende rematar definitivamente el significado del proyecto popular chileno para reivindicar al neoliberalismo como modelo exitoso.

Reflexionamos bajo una crisis social relevante que sigue manifestando la descomposición institucional en todos sus niveles a pesar del supuesto éxito. Al aumento de la violencia en Chile post-estallido, se hace necesario recordar un proyecto alternativo a falta de propuestas, analizarlo en sus aciertos y derrotas, ya que lo que experimentamos hoy es la negación forzada de una herencia política y cultural colectiva de una construcción que transitaba hacia el socialismo.

La forma violenta que dejó inconcluso el proyecto popular, expresó las verdaderas intenciones de un sector social de eliminar este constructo, incluso en las ideas, para que fuera ajeno e inverosímil en las futuras generaciones. Sin embargo, hemos presenciado con asombro que, al contrario de la muerte de ciertas ideas, estas generaciones han hecho resurgir resabios de aquél pasado manifestado en consignas y recuerdos que evocaron dicho proyecto en octubre de 2019.

Describiremos parte de una investigación que involucra al teatro y la cultura en Chile antes de la Unidad Popular, movimiento que sustentó las bases culturales de una alternativa para sacar a Chile del subdesarrollo. Esta reconstrucción se ha hecho a través de lectura de prensa de la época, complementada con testimonios de sus protagonistas, quienes, en un ejercicio de memoria, recuerdan desde sus distintas vivencias el carácter de la sociedad chilena antes del triunfo popular.

La reconstrucción histórica del teatro y la cultura en los años sesenta, es casi un ejercicio de arqueología pura tras el tratamiento del pasado chileno que tiene evidentes discontinuidades a partir de un largo autoritarismo. A este fenómeno, se suma una especie de administración regulada de la verdad en estos treinta años de transición democrática[1].

Además, identificamos que el proyecto de la Unidad Popular tiene involucrada directamente al menos tres generaciones, comenzando desde el presente, la generación que nacimos en los años ochenta y que estaríamos en mayor medida investigando otras versiones y relatos de la historia del pasado chileno, en este caso, captando el interés en este estudio sobre la descripción del espíritu cultural chileno antes del gobierno de Salvador Allende.

Comenzaremos con la historia de nuestros abuelos, jóvenes de los años sesenta, quienes vivían en una sociedad llena de contradicciones, sin embargo, participativa y organizada a través de partidos políticos que, junto a organizaciones de base, confluyeron en la puesta en marcha de la vía chilena al socialismo.

El espíritu de dicho proyecto lo comparamos a un atractivo perfume que evocaba la intensidad de una alternativa política, impregnándose en la historia el cual traspasa en el tiempo haciéndose presente en una sociedad que lo recuerda, pero niega su impacto.

Para comprender aquella época, el Chile de los años sesenta, la vía chilena al socialismo lo comparamos a un perfume morado, puesto que ese color nos conecta con un pasado olvidado de nuestra historia, compuesta de artistas y escritores chilenos quienes bajo la niebla morada de la madrugada penquista[2], compartían en la bohemia intelectual el sentir de una sociedad culta que anhelaba profundos cambios y que al parecer era mucho más alegre que la de hoy.

Los Túneles Morados, novela que describe un pasado cargado de trasnoches de estudiantes universitarios conscientes de la miseria del país y que en palabras de Luis Alarcón Mansilla[3], actor chileno de trayectoria, es a su parecer el título preciso para describir aquellos años en la novela de Daniel Belmar[4], escritor de la generación de los años cincuenta, quien supo describir con certeza la modernidad tardía de lugares provincianos, una imagen que caracterizaba a un Chile aislado y lejano del desarrollo mundial.

Nos detenemos específicamente en los antecedentes del teatro chileno compuesto por artistas, dramaturgos, escritores chilenos, músicos y escenógrafos que conformaron esta red amplia cultural y que lo denominamos Teatro Comprometido. Creemos que dicho inicio comenzó con docentes del Teatro Experimental que luego pasó a ser una escuela de teatro y se denominó Instituto de Teatro de la Universidad de Chile de los años cuarenta y cincuenta, en donde algunos docentes tenían el ánimo de extender el teatro y la cultura hacia la ciudadanía.

Estas iniciativas se trasladaron tímidamente al Teatro de la Universidad de Concepción desde 1955 con la llegada de Jorge Lillo, docente del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (desde ahora ITUCH) junto a otros artistas, los cuales iban y venían desde la capital a la ciudad penquista. Conocidas son las anécdotas del grupo integrado desde Santiago por los primeros estudiantes egresados del ITUCH, tales como Nelson Villagra, Shenda Román, Jaime Vadell, Luis Alarcón, Jasna Ljubetic, Delfina Guzmán y Gustavo Meza; los cuales debían trabajar con el grupo amateur compuesto por actores de la zona tales como Tennyson Ferrada, Gastón von dem Bussche, Mireya Mora, Brisolia Herrera, Alberto Villegas, Roberto Navarrete, Vicente Santa María, entre otros.

En palabras de Villagra[5], actor chileno, protagonista y testigo de la época, el ambiente penquista cultural en Santiago y provincias se estaba gestando independiente de las rivalidades inocentes que revelaban este carácter provinciano de nuestra sociedad, donde se fue trazando un camino que dio forma a estos circuitos culturales caracterizados por encuentros bohemios y afinidades artísticas:

[…] Yo tenía 21 años, y aunque los otros compañeros eran un poco mayores, todos éramos un puñado de juventud. Nuestros sitios de diversión nocturna no eran muchos en la ciudad de Concepción, o en todo caso, nos gustaba repetirlos. Casi siempre comenzábamos cenando en “El Castillo”, en la calle Orompello, calle con adoquines todavía. El restaurante estaba en una vieja casona en ese entonces de un piso, que no tenía nada de castillo – en realidad, era el apellido de su propietario. Allí comíamos, bebíamos, conversábamos arreglando el mundo, cantábamos… la mala onda entre el grupo penquista y los de Santiago, al calor del Pipeño, comenzó a diluirse…

Bar el Castillo, lugar frecuentado por artistas y escritores chilenos en Concepción. 1958-1964. Foto en Daniel Belmar, Rescate y Memoria. En Martínez, Elissetche. Editorial CAP. 2008. P. 143.

Este grupo de actores chilenos, fueron contratados por la decisión de David Stitchkin, rector de la Universidad de Concepción en esos años, para reforzar el grupo amateur que ya existía en la ciudad desde 1947. El año 1958 fue clave para los jóvenes artistas, ya que fue el comienzo de un circuito cultural que alcanzó reconocimiento en Sudamérica. Este aporte en el trabajo de Gabriel Martínez Soto – Aguilar, director de teatro hasta 1962, decidió unir a los dos grupos, puesto que era un director con un compromiso político marcado el cual tenía una concepción del arte que es capaz de transformar al individuo y a sus sociedades a través del llamado método Stanislavski[6].

 Identificamos que algunos miembros del Instituto de la Universidad de Chile se dirigieron a otras casas de estudios además de la Universidad de Concepción, como el Teatro Ensayo de la Universidad Católica, luego con el Teatro de la Universidad Técnica del Estado y todas en conjunto y en diferentes grados de compromiso, fueron dando forma al tejido cultural chileno preexistente, apoyando a la ciudadanía en una gran movilización cultural  de manera explícita a la tercera candidatura de Salvador Allende:

[…] “Artistas almuerzan con Allende”

Gente del teatro, circo, radio, cine y televisión, simpatizantes de la candidatura de Salvador Allende, preparan con mucho entusiasmo un almuerzo de confraternidad con el candidato de fuerzas populares… darán a conocer al candidato las aspiraciones de los gremios católicos, conocerán el pensamiento del gobierno del pueblo en lo que se refiere a cultura, arte y educación.  (Diario el Siglo, 12 de diciembre de 1963)

Esta reconstrucción del tejido cultural chileno pre Unidad Popular podemos rastrearla en la historia del teatro, donde se hicieron conexiones sociales a través de los años y que fueron claves para el ascenso de dicho proyecto en los años setenta. Esta investigación nos está indicando que un grupo de artistas, es decir, las primeras generaciones de estudiantes de los docentes del Teatro Experimental estaban dando sus frutos en forma de expansión creativa desde las extensiones culturales.

Otra evidencia que ocurría en paralelo en Santiago, fue que en 1963 se firmó el primer convenio cultural entre la Central Única de Trabajadores, la cual estaba dirigida en ese entonces por Luis Figueroa Mazuela, junto con docentes del Instituto de la Universidad de Chile[7], tales como Domingo Tessier, Domingo Piga, Orlando Rodríguez, entre otros, acciones que quedaron registradas en la pluma de Rodríguez, crítico teatral, periodista autodidacta y subdirector del Diario el Siglo, docente que durante los años sesenta comprendió su rol dentro de las convulsiones sociales, políticas y culturales, siendo un prolífico intelectual olvidado en la historia del teatro chileno.

Rodríguez dejó registrado un movimiento teatral que venía gestándose desde los años cuarenta y que alcanzó altos grados de desarrollo en cuanto a que los protagonistas de las obras eran del mundo popular, temáticas que reivindicaban los derechos de los trabajadores, además de hacer visible la miseria material de dichos sectores. Junto a ello, el cambio cultural comienza a notarse en el teatro cuando ya no eran solamente personajes secundarios. A este giro artístico se agrega la introducción de novedosas técnicas de actuación, una puesta en escena acorde a las necesidades del público popular, redescubriendo además una dramaturgia local.

Orlando Rodríguez, desde la extensión cultural universitaria, gestionaba encuentros, viajes o posibilidades de desarrollo del teatro chileno, sumando nuevos talentos artísticos del mundo aficionado, tales como José Chestá, dramaturgo penquista, Berta Quiero, actriz y viuda de éste, Elizaldo Rojas, Sergio Arrau, Víctor Torres, entre otros, los cuales se unieron a toda esta movilización cultural que se intensificó 10 años antes, apoyando el proyecto popular hasta su triunfo.

La vía chilena al socialismo fue un proceso inacabado, abruptamente finalizado. El 11 de septiembre de 1973 fue un acontecimiento que quebró profundamente a la sociedad chilena democrática. Para el caso del teatro, algunos artistas se encontraban como embajadores de la cultura, otros trabajaban en las universidades o en sus compañías independientes, e incluso a algunos les fue prohibido su ingreso a Chile, como a Orlando Rodríguez, quien se encontraba en gira por el continente. Nunca más volvió al país y ejerció su trabajo en Venezuela hasta su muerte, el año 2019. [1] 

En un segundo momento de esta trayectoria, destacamos la generación de nuestros padres, sujetos que vivían la adolescencia cuando se genera el quiebre de la democracia en Chile. Mientras las embajadas recibían a los dirigentes de la coalición gobernante, Allende da sus últimas palabras relatando el difícil camino decidido reflexionado con anterioridad, y comunica que no saldrá vivo de aquella situación.

Los hijos de los protagonistas de la vía chilena al socialismo captaron dicha sociedad impregnada del perfume romántico que los siguió conmoviendo. Esta segunda generación tomó opciones que se debatían entre luchar abiertamente contra la dictadura que se implantaba, o aceptar la negación de los hechos bajo un miedo de muerte profundo que se extendía con los años, síntesis de una característica estructural de los años de la dictadura.

La memoria de la infancia[8] es un área interesante para complementar los estudios en Historia y Ciencias Sociales, teoría que explica cómo cada generación experimenta episodios de tragedia de distintas maneras de acuerdo con las etapas de desarrollo cognitivo del ser humano.  El golpe de Estado marcó indistintamente a la sociedad chilena, descubriendo que estas historias están conectadas entre sí, siendo este relato y nuestra investigación una prueba de dicho fenómeno.

El impacto de este hecho histórico traumático que siguió presente en al menos tres generaciones se comprueba al encontrar el testimonio de un protagonista silencioso que perteneció a la infancia de los años setenta y juventud de los años ochenta, que junto a otros tantos jóvenes compatriotas nuestros, contribuyeron a terminar con esta noche larga chilena, y su relato representa un sentir generacional, el cual nos comenta que:

[…] Somos hijos de la época en que vivimos, yo soy un niño que sale de Chile y toda mi infancia se acabó en una mañana, la moneda estaba tomada y todas las embajadas llenas de gente… y yo como niño crezco en otra realidad (Cuba) dónde eran muy solidarios con los chilenos y sentía rechazo en ese lugar (Chile) dónde la gente no había defendido lo que pensaba… el Frente se funda el 83 y la argumentación es que todas las puertas se habían cerrado, cuando en realidad las puertas se cerraron una década antes, el mismo año 73.

El testimonio de Rodrigo Rodríguez Otero[9], hijo de Orlando Rodríguez y Marcela Otero, periodista destacada en los años ochenta, fue parte fundamental de la historia de nuestro país que vivió el romanticismo de la vía chilena al socialismo y quien junto a otros jóvenes de la época, decidieron enfrentar la dictadura a través de la vía armada, comprendiendo que la población chilena estaba bajo un régimen de terrorismo de Estado y que además de la eliminación física de sus contrincantes, tenía como finalidad aplastar los deseos de emancipación de la población chilena:

[…] claro, lo que pasa en Chile es que barrieron a sangre y fuego y aplicaron un terror brutal, realmente es como que a un caballo chúcaro lo domestican a bayetonazos y lo que tú vives cuando tú naces es en pleno proceso de dictadura, toda la inercia del terror está funcionando sí, esa inercia es funcional a los que se dicen de izquierda, (Concertación de partidos de la transición democrática) porque les permite cambiar sin mover absolutamente nada el modelo económico, apelando al fantasma del miedo que está pendiendo como una espada de Dámocles, sobre una sociedad diciéndole al pueblo nosotros queremos hacer cambios, pero si nos pasamos, esta gente nos va a pasar la cuchilla por encima.

Cerramos con la tercera generación, comprendiendo que un porcentaje no menor de niños que vivimos la infancia de los ochenta, crecimos con la inquietud de estudiar Historia y Ciencias Sociales, situación que en la adultez se tradujo en investigar esta parte negada del pasado reciente chileno y que debe ser escrita en mayor medida por quienes pertenecemos a esta sociedad.

En síntesis, reconstruir la historia reciente se hace cada vez más necesaria, porque en este ejercicio de rescatar el tejido cultural, político y social antes del triunfo de la Unidad Popular, revela que muchas familias de chilenos aún están a la espera de que se les consulte sobre la historia viva desde la cual podemos volver a reflexionar en torno a este ejercicio de memoria.  Todo lo ocurrido en Chile el 2019 no es ajeno a los problemas que enfrenta un mundo convulsionado y son, sin duda alguna, manifestaciones desbordadas de un pasado sin resolver.

Desde las Ciencias Sociales, comprendemos que estamos bajo una amenaza latente, considerando en todo momento que estamos conviviendo con un sector de la población que sigue avalando diversas formas de autoritarismo como solución a las desigualdades y que aún quedan resabios de esa fórmula antidemocrática para resolver las crisis sociales.  Sin embargo, al contrario del pesimismo autoritario, vemos una oportunidad para retomar algunas directrices que, consensuadas entre chilenos, se puedan dar mediante soluciones sustentables, constructivas y definitivas a esta crisis del subdesarrollo estructural, y que el recuerdo de un Chile cultural alegre pueda contribuir desde sus aciertos con algunas soluciones para enfrentar la crisis.


[1] Grez, Sergio, “Historiografía, memoria y política. Observaciones para un debate”, Cuadernos de Historia, N° 24, Santiago, 2005, pág. 117.

[2] Nombre que se le atribuye a los habitantes de la ciudad de Concepción.

[3] Entrevista inédita a Luis Alarcón mansilla. Febrero 2021.

[4] Belmar, Daniel. Los Túneles Morados. Editorial Zig- Zag, 1961.

[5] Entrevista inédita a Nelson Villagra, actor chileno de trayectoria. Año 2020.

[6] Contreras, Henríquez, Albornoz. Historias del Teatro de la Universidad de Concepción, TUC. Universidad de Concepción. En Trama Impresiones. 2003.

[7] Rodríguez Orlando. En Diario el Siglo, 29 de noviembre de 1963. P.8.

[8] Carli, Sandra. La memoria de la Infancia. Estudios sobre Historia, cultura y sociedad. Editorial Paidós, 2011.

[9] Ex miembro del Frente patriótico Manuel Rodríguez. Entrevista Inédita.  Enero, 2021.


Es profesora de Historia y Ciencias Sociales, Mg en Historia y estudiante del Doctorado en Historia de la Universidad de Concepción. Ha publicado artículos en prensa e indexados sobre temas del teatro chileno. Actualmente se publicó un libro titulado "El Teatro comprometido. Una contribución al movimiento popular chileno 1963-1973". Editorial Escaparate. Junio 2021.

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