Las armas de las letras. Ensayos neoarielistas - Carcaj.cl
14 de julio 2010

Las armas de las letras. Ensayos neoarielistas

Una lectura al libro de Grinor Rojo
La armas de las letras (LOM, 2008) es una recopilación de trece ensayos publicados a lo largo de una década por el profesor Grinor Rojo en distintas revistas especializadas, tales como Taller de Letras, Atenea y Universum. El eje que articula la emergencia de su publicación conjunta se relaciona con la pregunta por el rol del/a intelectual latinoamericano/a hoy.

El subtítulo del libro Ensayos neoarielistas, da las suficientes claves para no perderse en el universo significativo de los ensayos que Rojo nos presenta. Ariel es uno de los personajes protagónicos de La Tempestad (1611) de Shakespeare, obra que representa un drama situado en una isla de las Antillas y que tematiza, sin lugar a dudas, la problemática de la colonización, por lo que sus personajes principales han sido utilizados para metaforizar la situación cultural Latinoamericana.

En general, el uso de los personajes de La Tempestad se ha restringido a una tríada compuesta por Próspero, Ariel y Calibán. En el drama de Shakespeare, el primero de ellos corresponde a un noble europeo traicionado por su hermano y embarcado contra su voluntad sin destino conocido, quien, al llegar a una isla, se la arrebata a Calibán, su dueño legítimo, y lo esclaviza. Ariel, por otra parte, es el genio del aire al que libera Próspero de un embrujo que lo tenía preso en un árbol. De este modo, tanto Ariel como Calibán representan dos formas diferentes de sujeción al poder de Próspero. Ariel es el sirviente virtuoso, apreciado por su amo y cómplice de éste; y Calibán es el sujeto despojado de sus bienes y de su cultura. Famosa es la cita en la que éste maldice su condición:

“Esta isla me pertenece por Sycorax, mi madre, y tú me la has robado. Cuando viniste por vez primera, me halagaste, me corrompiste. Me dabas agua con bayas en ella; me enseñaste el nombre de la gran luz y el de la pequeña, que iluminan el día y la noche. Y entonces te amé y te hice conocer las propiedades todas de la isla, los frescos manantiales, las cisternas salinas, los parajes desolados y los terrenos fértiles. ¡Maldito sea por haber obrado así…! (…) Me habeis enseñado a hablar, y el provecho que me ha reportado es saber cómo maldecir. ¡Que caiga sobre vos la roja peste, por haberme inculcado vuestro lenguaje!” (( William Shakespeare. La Tempestad. Edición bilingüe. Imagine Ediciones: Madrid, 2002, pp. 25 y 27. ))

Ahora bien, Rodó al escribir su Ariel (1900) convierte a Próspero en un sabio que enseña a los jóvenes a entender la realidad americana dividida entre Calibán, que representa a los bajos estímulos de la irracionalidad, la sensualidad y la torpeza, aludiendo a la realidad estadounidense de la que debían defenderse; y a Ariel que representa la razón y el sentimiento, la espiritualidad de la cultura, la inteligencia y sobre todo el instinto de perfectibilidad, es decir, el término ideal a que asciende la selección humana.

En la década de los setenta del siglo recién pasado, el intelectual cubano, Roberto Fernández Retamar, volverá a los personajes de La Tempestad para dar cuenta de la situación neocolonial latinoamericana. Esta vez el modelo no será ya el genio del aire, sino el monstruo Calibán quien representará lo verdaderamente latinoamericano en su condición de sujeción colonial. Es él quien se erigirá en la metáfora de nuestra condición subalterna a las metrópolis representadas por Próspero. Ariel en este esquema es el sirviente fiel, el intelectual que establece complicidades con el sistema económico imperante y con las políticas de los países subdesarrollantes.

En su prólogo, Rojo explicita su adhesión al proyecto que Rodó representa en Ariel:

“Si en 1971, cuando Fernández Retamar escribió su Calibán…, Rodó podía y debía ser impugnado, hoy, en medio de la resurrección neoliberal del capitalismo, da la impresión de que lo que hay que hacer es rescatarlo de esa impugnación (…) Así, al mirarlas desde el punto de vista de nuestras necesidades culturales de hoy, la crítica de Rodó al tecnocratismo, su reivindicación del pensamiento humanista y el respeto que exige para la labor de los intelectuales (y, dentro de la labor de los intelectuales, para la de los artistas) a mí me parecen no sólo atinadas sino urgentemente recuperables (9-10)”.

En la medida en que avanzamos en la lectura de Las armas de las letras, da la impresión que más que rescatar la figura-metáfora de Ariel como personaje representativo de lo que debiera ser el intelectual latinoamericano –el intelectual crítico se entiende–, lo que Grinor Rojo hace es reivindicar una tradición representada por Rodó que se caracteriza por una defensa de las humanidades y su importancia social, por su postura crítica frente al modelo y la invasión cultural estadounidense, y su atención a la importancia de legar a las nuevas generaciones un sentido de pertenencia cultural que avance en esa línea.

De este modo, el autor de Diez tesis sobre la crítica, luego de dar cuenta del estado de la educación en el Chile contemporáneo y el rol paupérrimo de la humanidades en los artículos De las humanidades en Chile y La educación chilena: sobre estadísticas de lectura, escritura y algunas cosas más, hace un llamado explícito a los intelectuales a desenvolverse en el espacio público, a combatir el estatuto precario que ocupan nuestras disciplinas en la sociedad y a debatir la naturaleza y la función de las mismas, en una defensa que, en último término, salva la idea de Modernidad y por ende de sujeto moderno contra los embates de las modas metropolitanas contemporáneas:

“La complicidad entre el ideologismo postmoderno, el que se concreta en enunciados tales como el de la descentralización de la estructura, la muerte del sujeto, el fin de los grandes relatos, el vaciamiento del sentido, la reducción de las estrategias de resistencia a las acciones locales, el predominio del borde, el margen y el fragmento etc., y el proyecto globalizador no constituye ya ningún misterio, al menos no lo constituye para aquellos que tienen los ojos abiertos y que rehúsan convertirse en peones de un vehículo cuyo destino ominoso no puede ser más notorio” (166-7)”.

El artículo que cierra el libro, Sobre The Decline and fall of the Lettered City. Latin America in the Cold War –El declive y la caída de la ciudad letrada. Latinoamérica en la Guerra Fría– de Jean Franco se transforma en la denuncia de un tipo de producción intelectual que desconoce la transitoriedad de las modas académicas en boga, que celebra la incultura de la cultura y las figuras en el margen obviando las condiciones materiales de una Latinoamérica en la que –en palabras de Rojo– los que no han tenido noticia del invento de Gutenberg suman todavía más de cuarenta millones.

El rescate del sujeto moderno y del intelectual crítico, sobre todo en Latinoamérica, es aún hoy una obligación política, ¿o estamos dispuestos a desechar efectivamente las grandes luchas, o a retroceder en las demandas de los derechos que la promesa de la modernidad nos permitió imaginar? Todavía existen grandes relatos, y estrategias políticas globales, sólo que ya no nos pertenecen. Las armas de las letras es un llamado a hacernos cargo de nuestra responsabilidad crítica frente a los discursos que hegemonizan el quehacer cultural que las más de las veces resultan ser sólo trampas llenas de metalenguaje que estancan cualquier capacidad de acción y discusión. La celebración de la marginalidad es un lujo académico que no estoy dispuesta a asumir, por lo menos no mientras esconda tras de sí condiciones materiales de existencia vergonzantes.


2 comentarios

  • Felicito a Bernardita por la acertada lectura del libro de Rojo, pues hace hincapié justa­mente en el núcleo de la cuestión: el papel de las/os intelectuales y artistas latinoamericanas/os en la era actual, donde las humanidades se han pauperizado casi tan rápidamente como las masas empobrecidas por el actual sistema neoliberal. Ambas pobrezas están invisibiliza­das: la primera, por el esplendor descollante de la teconologia, que intenta persuadirnos de la inutilidad de las letras; la segunda, por el acceso al consumo que permite a una persona pobre poseer lujos innecesa­rios mientras se endeuda en el pago de cuotas infinitas, consumo que relega a un segundo plano el despojo en que vivimos como ciudadanos que sólo pode­mos acceder a los bienes y servicios real­mente básicos (educación y salud, pero también transporte, agua y comunica­ciones) a costos onero­sos.
    En este contexto es necesa­rio el llamado de Rojo para que las/os intelectuales rompan el encierro al que están confinadas/os por un mundo académico que, cada vez más, pliega sus discusiones a las necesidades del mercado y a no las del país o la región subalterna en la que real­mente vivimos.
    Yo me sumo gustosa a ese llamado y comparto las palabras de Bernardita. Y le digo que me alegro de que seamos dos.
    Saludo esta crítica hecha por una mujer con inteligencia certera y espíritu combativo !

  • Hace algunos años escribí una reseña sobre este texto (http://www.carajo.cl) y creo interesante y esperanzador que la discusión sobre él se siga dando. Sobre todo me parece motivante que la crítica que hice en su momento tenga conclusiones hermanas. Esto puede significar el inicio de algo. Dadas estas circunstancias de acuerdo, envío mi email por si interesase el contacto (rp1237@nyu.edu). RP.

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