Los disparos de Wessing
Koen Wessing tenía menos de treinta años cuando tomó su cámara Leica, un bolso de mano y se embarcó hacia Chile, donde los militares golpistas habían derrocado al demócrata Salvador Allende. Y logró infiltrarse sin hablar una palabra en castellano, como un transeúnte más, vistiendo terno gris, cambiando su aspecto de activista de izquierdas europeo, por la de un apagado corresponsal en tiempos de guerra; así pudo caminar perplejo entre la muchedumbre, sonámbula y aterrada, en una capital sitiada por las barricadas, las botas y las balas. Perdido en un país que empezaba a desintegrarse y él buscaba fijar bajo su lente.
¿Existe algo más difícil de definir que Memoria e Historia? No lo sabemos, pero Wessing ejerciendo como pocos el periodismo combativo, reconoció en Latinoamérica su campo de batalla, y como un testigo anónimo supo registrar las pistas en la escena del crimen, cuidando no pisar los charcos de sangre.
Carcaj, in memoriam, le rinde un homenaje al último trabajo que lo mantuvo activo hasta los últimos días de su vida, en febrero de este año.
A nombre de la editorial y a raíz de esta publicación, El arte de visibilizar la pregunta, Silvia Aguilera indaga en el sentido de actualizar este compendio de fotografías que reviven en nuestro interior, sensible y reflexivo, la vigencia de esa memoria urgente con el prólogo Volver a pasar por el corazón; también compartimos la revisión semiótica que hiciera Faride Zerán intentando responder ¿qué retienen esos ojos interrogantes?, en su presentación al libro, con La mirada de Koen Wessing; por último también está la reseña de Emilio Gordillo que entre otras observaciones, toma los encuadres de Susan Sontag y rescata la imagen analizada por Barthes en su emblemático libro sobre fotografía, La cámara lúcida, además de describirnos su recorrido por los pasillos del GAM en la crónica Imágenes devueltas.
Estamos conscientes de que muestras de este tipo –exposición y libro– son los tipos de claves que nos faltan para recomponer un tejido emocional que excede cualquier forma de oportunismo tardío, en tiempos cuando debemos precisar con agudeza, actos subversivos que reviertan la verdad absoluta de estos años, como disparos imposibles de esquivar, de eludir, seguir sacando el cuerpo. Porque Wessing ha venido a confirmar que todo fotógrafo lleva un arma de servicio dispuesta a gatillarse en cualquier momento. Y éstas son sus balas.
* Retrato de Koen Wessing: Joost van den Broek, Hollandse Hoogte, Amsterdam.