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Luchas feministas en tiempos del «Colonial Virus». Entrevista a Verónica Gago
[En esta entrevista, la filósofa y militante feminista Mara Montanaro conversa con la politóloga e integrante del movimiento NiUnaMenos, Verónica Gago (autora, entre otros, del libro La potencia feminista, publicado en 2019 por Tinta Limón) sobre la situación de las luchas feministas en los tiempos del «Colonial Virus».]
Mara Montanaro: Esta crisis sanitaria, económica y política, nos muestra los daños y estragos de las políticas capitalistas y neoliberales. Pienso en el recientemente publicado “Manifiesto Feminista Transfonterizo”, del que usted fue co-autora. En este contexto y considerando su publicación: ¿Cómo se pueden organizar las luchas feministas anticapitalistas, antirracistas y verdaderamente revolucionarias y decoloniales? ¿Podría hablarnos sobre ello?
Verónica Gago: Efectivamente, en esta crisis, que es simultáneamente económica, política, social, habitacional, y ecológica, se amplifican los diagnósticos feministas que veníamos haciendo. Me refiero a las claves que desde el movimiento se vienen produciendo en términos prácticos para mapear los efectos del capital sobre ciertos cuerpos y territorios. Los últimos años del movimiento feminista, que caracterizo como masivos y radicales, se han elaborado imágenes concretas de esa articulación triangular entre capitalismo, colonialismo y patriarcado, desplegando una pedagogía de masas sobre su funcionamiento en la vida cotidiana.
Es así que contamos, desde las luchas feministas, con una orientación precisa que ha logrado poner en evidencia el orden jerárquico de la precariedad, la avanzada neo-extractivista sobre los territorios, la dinámica racista que impulsa la fascistización de la política, el empobrecimiento generalizado a través del endeudamiento público y privado, como puntos centrales. Todos estos elementos son clave para el diagnóstico de la crisis profundizada hoy por el coronavirus. Por eso, me parece importante subrayar el rol que las prácticas y los vocabularios feministas están jugando ahora mismo para comprender nuestra actualidad, para empujar ciertas luchas y líneas de fuerza en lo que está aconteciendo y, también, para dimensionar la dinámica de contraofensiva respecto de lo que el movimiento feminista y las luchas en general venían empujando. La pregunta puede plantearse a contrapelo: ¿qué sería de esta crisis sin todo ese acumulado de luchas que politizaron las tareas históricamente despreciadas de la reproducción social, sin la valorización de las infraestructuras populares que sostienen la vida en las condiciones precarizadas, sin la contundencia de las luchas anti-extractivistas para defender los territorios del saqueo de las corporaciones, sin las luchas feministas migrantes contra la criminalización de la movilidad?
Entonces, hay varios puntos aquí para resaltar y pensar cómo todo eso está en juego hoy. Primero, tenemos que notar la forma en que los trabajos reproductivos pasan a primer plano de una manera paradojal: visibilizados como “esenciales”, a la vez que son hiperexplotados; se los quiere reconocer sólo en términos de heroísmo y abnegación, retaceando su remuneración y su exigencia de derechos. Luego, el modo en que esos trabajos no se restringen a los hogares, sino que trabajo de reproducción refiere también a toda una serie de trabajos barriales, territoriales, comunitarios que están sosteniendo hoy las redes de ayuda que enfrentan las desigualdades de recursos y posibilidades, de vivienda y de salud, de alimentos y de servicios básicos, frente a la pandemia.
En segundo lugar, creo que tenemos una disputa abierta sobre la cuestión de la propiedad: ¿no estamos en este momento discutiendo de quiénes son los servicios públicos mayoritariamente privatizados o recortados, a quiénes les pertenece la producción de alimentos y medicamentos, de quiénes son las viviendas, a quién benefician los fondos de inversión que están negociando las jubilaciones en varios países del mundo, qué reformas tributarias corresponderían a este momento de crisis? Estamos, en medio de la crisis, asistiendo a lo que llamamos un nuevo impulso de la “violencia propietaria” (http://www.euronomade.info/?p=13412) justamente porque la propiedad está visibilizada como la frontera concreta que surca cada opresión y cada dinámica de explotación de los cuerpos y los territorios.
Frente a esto, apuntaría un tercer elemento: la dimensión global misma está en disputa. Hemos visto un internacionalismo renovado desde las luchas del transfeminismo, con momentos altísimos con las huelgas pero también con una secuencia de temporalidades, que marcan una suerte de ritmo en ascenso. Me refiero a una temporalidad que no es puramente acontecimental, sino de proceso político. Pensemos lo que significó el paro feminista en Chile en marzo de 2019 y el modo en que sacudió México en este 2020; la manera en que tomó los territorios autónomos del zapatismo el 8M de 2018 y cómo se inundó las calles de Argentina, España e Italia desde 2017. No fue de un día para otro que tomó consistencia la huelga capaz de poner en proyección de masas los vectores transfeministas como huelga general plurinacional, que fue una de las últimas denominaciones. Esas mismas resonancias se detectan en el paro en Ecuador y Colombia que montaron un octubre rojo junto al levantamiento chileno este 2019. Tres sucesos marcados fuertemente por la impronta feminista tanto en sus formas organizativas como en sus demandas concretas y en el vocabulario político. Funciona como un continuum de movilización y organización, sin alisar las geografías, sin desestimar las rugosidades de cada territorio. El Manifiesto Transfronterizo en ocasión del 1 de mayo que mencionas fue la primera acción común ya habiéndose expandido las medidas de cuarentena en nuestro continente. Nos propusimos una coordinación transfronteriza para enlazar la memoria de las luchas obreras con la huelga feminista de los últimos cuatro años. La pregunta fue : ¿qué hacer cuando estamos impedidas del uso colectivo y desreglado de la calle, el lugar que en estos años de movilizaciones feministas masivas hemos entrenado? ¿Cómo nos encontramos cuando los cuerpos están confinados, de maneras desiguales e injustas? ¿Cómo nos damos cita cuando se expande un tabicamiento de clase, de género y de raza que divide y clasifica las cuarentenas posibles?
DISFRUTAR DE LA CUARENTENA ES UN PRIVILEGIO DE CLASE.
MM: Mientras unas personas celebran su “teletrabajo”, compran víveres por montones, se conectan sin problema a las plataformas virtuales para recibir clases y se preparan para maratones de Netflix; para otras personas es una pesadilla más, es salir sí o sí cada día a conseguir el pan, pensar en ahora pagar para que cuiden sus hijxs, o llevarlos consigo, es preguntarse cómo alargar más la quincena y esperar que sus ventas no disminuyan o no sean despedidxs de sus trabajos. En este contexto, las desigualdades se evidencian con crudeza.
Por ejemplo, podemos considerar, los edificios de Soacha, las comunas de Medellín, las zonas de Ciudad Bolivar, Bosa Porvenir, Magdalena, los suburbios de Bogotá, en donde se pueden ver sábanas rojas en las ventanas como señales que solicitan ayuda: personas que están confinadas y no tienen dinero para comprar comida. Este es el 45% de la población que está en riesgo de morir no sólo por el virus sino también por el hambre.
¿Cómo está sucediendo todo esto en Argentina y América Latina en particular?
Sé que estás en el proceso de crear un grupo de investigación para trazar el mapa de la crisis y por supuesto viene a mi mente el texto: CRACK UP! FÉMINISME, PANDÉMIE ET APRÈS que has firmado junto con Luci Cavallero.
A su vez pienso en un debate que los compañeros de Révolution permanente tuvieron recientemente con los trabajadores de la imprenta argentina Madygraf, la cual está bajo dirección obrera desde hace cinco años y produce tanto máscaras como gel hidroalcohólico, para ponerlos al servicio de la población. Estudiantes y profesores de la universidad también participaron en la producción. ¿Una iniciativa para seguir el ejemplo del resto de los países afectados por el coronavirus?
VG: Aquí, en Argentina, el aumento de contagios está explotando en las villas, es decir, los barrios más pobres y periféricos (aunque algunos se encuentran en el “centro” mismo de la ciudad). La medida de cuarentena se está expresando de modo dramático como crisis habitacional, crisis laboral y crisis de violencia de género de modo totalmente interconectado y retroalimentado. En estas semanas, a gran velocidad, muchxs trabajadorxs vieron reducidos sus ingresos de manera drástica además de que hubo gran cantidad de despidos. Para dar una imagen concreta: el gobierno lanzó un “ingreso familiar de emergencia” justamente para quienes vieron afectados sus ingresos por la pandemia. Calculaban que recibirían un pedido de tres millones de personas. ¡Se anotaron 11 millones (un cuarto de la población total del país) en los primeros días! Finalmente, lograron dárselo a 8 millones. Estamos hablando de un subsidio que es “aparte” de todos los subsidios ya existentes, por lo que revela formas de precariedad que en general no son contadas como “pobreza” por los índices standard. A esto sumamos una dinámica ascendente de endeudamiento doméstico: los alquileres y los servicios básicos se empiezan a acumular impagos, se compran alimentos y medicamentos con deuda (tarjetas de créditos, préstamos de todo tipo) y, además, se generan nuevas deudas vinculadas por ejemplo al incremento del uso de los teléfonos celulares para lograr conectividad para las tareas escolares. La situación de endeudamiento es una bomba de tiempo en las vidas precarizadas y profundiza lo que con Luci Cavallero venimos investigando sobre el endeudamiento como forma de colonización de la reproducción social. Es decir, la obligatoriedad creciente de la deuda “privada” para afrontar los gastos cotidianos, de la reproducción de la vida en su sentido más directo. Todo esto, claro, se inscribe en un proceso de empobrecimiento, inflación y deuda externa que en los últimos cuatro años, durante el gobierno de Mauricio Macri, alcanzó cifras récord.
De esta manera, lo que queda claro es que el imperativo #QuedateEnCasa como fórmula de protección se revela no tan sencillo de cumplir para todes. Relevada desde abajo, la cuarentena se hace imposible en condiciones de hacinamiento, cuando hay barrios enteros sin agua, cuando hay que salir a trabajar en la calle para conseguir cualquier ingreso.
Con esto vemos en situaciones muy concretas esa violencia propietaria de la que hablaba antes: desde el abuso directo de dueños e inmobiliarias que aprovechan para amenazar, amedrentar, no renovar contratos o directamente desalojar a inquilinxs, especialmente mujeres, lesbianas, travestis y trans, hasta la urgencia de lxs trabajadorxs que no cuentan con un ingreso garantizado o que los subsidios no logran garantizar la reproducción. Con esto vemos los efectos a corto plazo del aumento de deudas, que pretenden confiscar desde ahora ingresos a futuro: sean sueldos prometidos para el fin de la pandemia, subsidios o, más directamente, obligan a la toma de nuevas deudas con circuitos familiares e informales. Esto también se convierte en un botín para las financieras que están comprando deuda para más adelante ejecutar las propiedades, pero también cómo la deuda generalizada funciona como motor interno de la precarización compulsiva y de mayor violencia en general. Estamos trabajando en este sentido en un proyecto con Silvia Federici sobre las formas de la deuda y la crisis, mapeando sus mecanismos de expropiación y también las acciones que se están inventando y ensayando de lo que llamamos “desobediencia financiera”.
A esta situación se suma el aumento de la violencia machista por la convivencia forzada para muchxs con su agresor, y un número atroz de femicidios durante la cuarentena. Dada la gravedad de este cruce entre violencias, desde el colectivo NiUnaMenos junto con el sindicato de inquilinxs lanzamos una campaña donde se dice que la casa no puede ser un lugar de violencia machista ni de especulación inmobiliaria porque la vivienda tiene que ser un derecho y no un botín de rentas y porque desde el feminismo se viene históricamente des-romantizando que la casa sea un lugar-refugio para todes.
De este modo se va también construyendo una agenda común de los feminismos y las organizaciones sociales para extender en el tiempo medidas pensadas de manera transitoria como la prohibición de desalojos y de exigir y asegurar su cumplimiento ya mismo. También la implementación de políticas de desendeudamiento para inqulinxs y de urbanización real de los barrios porque la deuda no puede ser el modo de atravesar la crisis y porque no podemos salir de esta crisis más endeudades.
Agrego dos cuestiones más: efectivamente son las redes populares, muchas vinculadas a la autogestión de emprendimientos, de fábricas (como la que nombras) y de redes feministas en los territorios las que, como decía, están tejiendo formas de ayuda concreta, de socorrismo para garantizar abortos, de denuncia de las situaciones de violencia de género, de organización de los reclamos por falta de servicios y por la emergencia alimentaria. En esta saga me parece importante remarcar el papel de una organización campesina como la Unión de Trabajadorxs de la Tierra (UTT) que ha donado miles de kilos de verduras agroecológica a varios barrios y emprendimientos comunitarios, visibilizando a la economía campesina como producción esencial e imprescindible pero además conectando la lucha agroecológica con los sectores populares, a los que se les suele proponer alimentos procesados de malísima calidad. Esta implicación de la economía campesina popular en la crisis se hace desde una crítica radical al modelo de agronegocio, que está totalmente vinculado al proceso de concentración en la producción, procesamiento, distribución y comercialización en cadenas de valor multinacionales de los alimentos.
Por último, creo que hay un gran esfuerzo de las feministas en las organizaciones porque la crisis no sea, una vez más, el “pretexto” para dejar de lado las demandas feministas, las formas políticas de trama y sus estrategias, sus debates. Conocemos bien cómo los contextos de urgencia pueden funcionar como formas de “clasificación” bajo lineamientos patriarcales de cuáles son las prioridades. Y esto lo vemos claramente en el papel que hoy disputan las iglesias en los territorios más afectados. Creo que varios de estos puntos son comunes a la región, es eso lo que comprobamos cuando hacemos diagnósticos transfronterizos, cuando nos compartimos desafíos y preocupaciones, cuando mapeamos desde nosotrxs qué significa esta coyuntura.
MM: Si reflexionamos sobre el texto Guayaquil, ‘colonial’ virus de Mafe Moscoso Rosero que atañe al Ecuador, pero que podríamos extender a muchos otros países, habla del Virus Colonial, de los estragos que conocemos de la colonialidad del poder – asì denominada por Quijano- y nos hace una pregunta ineludible: ¿Cómo mantener al menos medidas mínimas de necroética, cómo elaborar el luto y exigir el derecho a poder vivir – dice ella – con nuestros muertos y nuestros vivos? También pienso en toda la cuestión de las vidas «desechables» y en cómo se tardan en sanar las heridas…
VG: Sin dudas, ese texto es de los mejores análisis que se han escrito. Pone cuestiones muy importantes en términos de genealogía de los circuitos de la precariedad, de las afectaciones diferenciales según el color de piel y el país de proveniencia de quienes se enferman, la valoración de los cuerpos en la instancia de la muerte y sus rituales de despedida. Insiste de manera magistral cómo la “globalidad” del virus refuerza todas las líneas clasistas, racistas y sexistas de la economía-mundo y lo hace a partir de esas imágenes tan tremendas que circularon sobre los cadáveres amontonados en las calles de Guayaquil. Es también una escritura que hace justicia porque los muertos en las ciudades latinoamericanas, como en tantas otras partes de los Sures del mundo o si se trata de sujetxs racializadxs de las metrópolis del primer mundo, no cuentan de la misma manera. Yo no conocía ese término de necroética y me parece muy importante cómo ella lo pone en juego. Toda su reflexión sobre las memorias de la migración, del cuidado, de la vida y la muerte, como dice, es una lectura feminista muy fina y potente de lo que sucede.
MM: Las mujeres están siempre en primera línea: enfermeras, ordenanzas, trabajadoras del hogar, amas de casa, cajeras, trabajadoras agrícolas, trabajadoras de fábricas de alimentos, trabajadoras de supermercados y repartidoras, recicladoras, maestras, las que cuidan a los niños o a los ancianos. Las pequeñas manos invisibles que se hacen visibles a través del confinamiento hacen un trabajo fundamental y sufren la devaluación salarial. La situación emergente que vivimos actualmente nos muestra la centralidad de la reproducción social.
Las luchas anticapitalistas feministas decoloniales – en las que nos inscribimos – pueden convertirse en un verdadero sujeto político revolucionario porque estas luchas se centran en lo más fundamental, ya sea como objetivo o como condición de la lucha: cambiar la reproducción de la vida cotidiana y las relaciones sociales de la reproducción en todas partes. Dado que sabemos que el trabajo reproductivo de las mujeres, que durante mucho tiempo se negó como trabajo, se ha convertido hoy en el baricentro. Este trabajo está lejos de estar al margen de la explotación capitalista, es decir, de la extracción de plusvalía. La reproducción social ha sido históricamente la condición de posibilidad de la «producción»; hoy en día se confunde con la producción misma, cuya expoliación del valor y saqueo sistemático está en el corazón del extractivismo del capital. El análisis del trabajo de las mujeres a través del prisma de la explotación capitalista revela cómo la raza y el género están racializados y también nos permite ir más allá de la política en términos de derechos que presupone la permanencia del orden social existente. Este feminismo no es una rebelión momentánea sino un movimiento que expresa una revuelta muy profunda, que apunta a un proceso revolucionario. Y recuerdo que, como dice Walter Benjamin, es la conciencia de romper la continuidad de la historia lo que es propio de las clases revolucionarias en el momento de su acción. ¿Qué perspectivas se abren entonces para nuestras luchas feministas en particular? Pienso en la demanda de Ni una menos de una renta de autodeterminación, que ahora, afortunadamente, se habla mucho, pienso en particular en Italia (Euro-nomade) y se está convirtiendo en una demanda de una renta para todos.
VG: Hace dos años, en una asamblea masiva que hicimos en la Confederación de Trabajadorxs de la Economía Popular, con el título economía feminista y economía popular a propósito de una de las visitas de Silvia Federici a la Argentina, fueron surgiendo muchísimas cuestiones planteadas por compañeras en términos de problemas pero también los modos de gestión feminista y de construcción de infraestructura común para enfrentar las violencias económicas, institucionales, racistas y machistas. Fue impresionante la cantidad de experiencias: campesinas, de salud, de sindicatos, de disidencias sexuales, migrantes, de trabajadoras informales, de estudiantes, de villas, de activistas en cárceles, indígenas, afro, militantes por el aborto, etc. Todo ese acumulado de elaboración colectiva que se han hecho más densos con la organización de las huelgas feministas. Cuando salimos, recuerdo que varias decían : “ ¡acá hay todo un programa!”. Nos quedamos charlando mucho sobre eso: ¿en qué sentido la noción de programa podía ser reapropiada desde las luchas feministas? Las compañeras de Chile desde el año pasado han lanzado la idea de “programa feminista contra la precarización de la vida”. Alrededor de la consigna ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!, nosotras desde NiUnaMenos entendemos que el campo de batalla del capital contra las vidas, en tanto vidas libres, se juega hoy en la capacidad colectiva que tengamos de suspender la extracción de rentas financiera, inmobiliaria, de las transnacionales del agronegocio responsables del colapso ecológico y de modificar las estructuras tributarias. Este campo de batallas del extractivismo en todas sus formas, incluyendo el extractivismo financiero, no es abstracto. Está compuesto de demandas que surgen de territorios diversos, de luchas específicas. Esa sería la declinación feminista de un programa, ¿no?, capaz de transformar esas exigencias en un horizonte de futuro aquí y ahora. Agrego tres puntos más: demanda de servicios públicos gratuitos de calidad, salario o renta universal para los trabajos no remunerados y políticas concretas de desendeudamiento. Son tres cuestiones, además, que se componen y que invierten el quién le debe a quién. En ese sentido funcionó la consigna de la última huelga que dice «La deuda es con nosotras y nosotres».
Creo que hoy analizar la reproducción social de la vida permite mapear la reconfiguración de lo que llamamos fuerza de trabajo. Es decir, desde la perspectiva feminista no sólo se visibiliza la llamada “morada oculta” de la producción, sino que se puede comprender la producción misma con las claves de la reproducción. Tanto los trabajos feminizados, racializados, migrantes, domésticos, no pagos, mal pagos, no reconocidos, hiperexplotados, que son hoy los mayoritarios es de donde surgen las claves más potentes para entender el mundo del trabajo en general. Por eso la perspectiva feminista logra visualizar desde su singularidad la totalidad de las formas de explotación: porque sabe cómo conectarlas, cómo se produce su diferencial de explotación y cómo producen valor las jerarquías políticas que organizan el mundo laboral asalariado y no-asalariado. En este sentido amplía la noción de clase y traduce nuevas gramáticas de explotación en nuevas gramáticas de conflictividad. Además, y con esto termino, todo ese trabajo históricamente despreciado es el que hoy aparece subsanando y reponiendo –es decir: haciendo crítica práctica- la privatización neoliberal de infraestructura pública y combatiendo en primera línea contra los despojos en los territorios.
MM: Respecto al tema del aborto, en Francia, Polonia y los Estados Unidos, países donde se rechaza la ampliación del plazo para realizarlo. ¿Cómo sugiere usted organizarse?
VG: En Argentina tenemos la experiencia de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que acaba de cumplir quince años y que, al calor de la masividad feminista, en los últimos tiempos ha logrado una repercusión como nunca antes. Esto no impidió que en el 2018, después de la movilización de casi dos millones que estuvimos acampando día y noche en las calles, el Senado rechazara aprobar el proyecto. De todos modos, aun con esa derrota parlamentaria, la experiencia de agitación, profundización y transversalidad que tomó el debate sobre aborto es una ganancia absoluta y es un logro efectivo del movimiento. En el sentido que, como explico en el libro, la ampliación del debate sobre el aborto se hizo en términos de soberanía, autonomía y clase, nutrió una radicalización militante en las nuevas generaciones y una proyección política de sus demandas en la atmósfera feminista de todas las organizaciones y espacios: desde los sindicatos a las casas, pasando por las escuelas y las organizaciones campesinas y migrantes. Esto, a su vez, desató una virulenta contraofensiva eclesial y conservadora. Creo que porque el movimiento trasnfeminista politiza de manera nueva y radical la crisis de la reproducción social como crisis a la vez civilizatoria y de la estructura patriarcal de la sociedad, llevando a la vez ese cuestionamiento al mundo de la “producción”, el impulso fascista que se pone en marcha para contrarrestarlo propone economías de la obediencia para canalizar la crisis y ahí el aborto aparece como campo de batalla fundamental. Para pensar lo que pasa a nivel global, creo que sea por el lado de los fundamentalismos religiosos o por el lado de la construcción paranoica de un nuevo enemigo interno, lo que constatamos es el intento de aterrorizar a las fuerzas de desestabilización arraigadas en luchas diversas.
MM: Me gustaría volver al tema de la intensificación de la violencia doméstica y los feminicidios en tiempos de cuarentena. El hogar/espacio privado no es un lugar seguro para muchas mujeres. Pienso en el trabajo de Rita Segato sobre las estructuras elementales de la violencia, pero también en Guerra contra las mujeres. En tu texto CRACK UP! FÉMINISME, PANDÉMIE ET APRÈS hablas correctamente de «lo doméstico como laboratorio del capital». ¿Podría volver a esta problemática?
VG: Sí, la pregunta que nos hacemos es cómo el capital aprovechará esta medida de encierro a partir de la pandemia –como dijimos, selectiva y segmentada- para reconfigurar las formas de trabajo, los modos de consumo, los parámetros de ingreso y las relaciones sexo-genéricas. Con Luci Cavallero estamos investigando sobre la hipótesis de una reestructuración de las relaciones de clase que toma como escena principal el ámbito de la reproducción. Es algo que viene de lo que comentaba antes: la invasión financiera sobre ese ámbito, como nuevo territorio de conquista.
Como sabemos, la politización del espacio doméstico es una bandera feminista. Hemos dicho que ahí se produce valor, que los cuidados que sostienen la vida son históricamente invisibilizados e imprescindibles, que el encierro entre cuatro paredes es un orden político de jerarquías patriarcales. Estamos hoy todxs atentxs a cómo el capital busca aprovechar esta crisis hiperexplotando el espacio doméstico y traducir nuevos modos de flexibilización en el imperativo del tele-trabajo, de la escuela en casa, del home-office. Nos interesa justamente pensar cómo se reconfigura eso que en los años 70 la campaña por el salario doméstico decía: las casas son nuestras fábricas hacia una locación actual donde la exigencia de productividad se fusiona en la casa-fábrica, que funciona puertas adentro y todos los días de la semana sin límite horario, reeditando a su vez formas históricas del trabajo a domicilio. Pero también cómo esto se vincula al devenir fábrica de los territorios, en un sentido más amplio. Las demandas de ingreso, salario feminista, renta universal, claramente están ancladas en esta confrontación con la manera en que el capital avanza subsumiendo cuerpos y territorios.
A la vez, no podemos entender la casa de un modo general. Ya lo conversamos en relación al mandato #QuedateEnCasa. Estamos, en medio de la colonización inmobiliaria de la vivienda y el suelo, frente a espacio domésticos con poco espacio, saturados con cargas familiares y barriales de cuidado, endeudados y que ahora también deben ser productivos en trabajos que hasta hace unos días se realizaban en oficinas, fábricas, talleres, comercios, escuelas y universidades. Hay una exigencia de hiperactividad a la vez que cada vez nos movemos menos. El capital minimiza sus costos: nosotrxs, trabajadorxs, pagamos el alquiler y los servicios de “nuestro” lugar de trabajo. Mientras los delivery por plataformas aseguran logísticas precarias de reparto, con trabajadorxs en su mayoría migrantes. Creo que debemos pensar en cómo se busca producir una nueva clase servil para cierta otra clase de trabajadorxs híperproductivxs, mientras la logística popular que debe responder a las urgencias cotidianas es cada vez más perseguida e incluso criminalizada.
Si hoy la violencia opera como la principal fuerza productiva, abriendo nuevos espacios de valorización para el capital a costa de invasiones, conquistas y colonización de cuerpos y territorios concretos, vemos que esto funciona en paralelo a la creación de formas de control, moralización y criminalización de sectores subalternos que resisten esos avances.
MM: En su magnífico libro La Potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo, que afortunadamente, pronto estará disponible para el público francés, usted dice sobre la potencia:
“…La potencia, como la noción misma que va de Spinoza a Marx y más allá, nunca es ni existe desapegada de su lugar de arraigo, del cuerpo que la contiene. Por eso potencia feminista es potencia del cuerpo como cuerpo siempre individual y colectivo y en variación: es decir, singularizado. Pero además, la potencia feminista expande el cuerpo gracias a los modos en que es reinventado por las luchas de mujeres, por las luchas feministas y por las luchas de las disidencias sexuales que una y otra vez actualizan esa noción de potencia, reescribiendo a Spinoza y a Marx. No existe la potencia en abstracto (no es lo potencial en términos aristotélicos). La potencia feminista es capacidad deseante. Esto implica que el deseo no es lo contrario de lo posible, sino la fuerza que empuja lo que es percibido colectivamente y en cada cuerpo como posible…”.
Desear que otro mundo sea posible y que la huelga feminista internacional sea un proceso a través del cual podamos construir un diagnóstico de la precariedad neoliberal y fascista, elaborar estrategias para resistir, politizar nuestro sufrimiento y sobre todo actuar. ¿Quizás deberíamos tomar de allí el poder de los días de huelga feminista del 8 y 9 de marzo para reanudar nuestras luchas contra la violencia sistémica del patriarcado capitalista, colonial y racista? Porque como dice Silvia Federici en su libro El Capitalismo patriarcal: «…Analizar la posición social de la mujer a través del prisma de la explotación laboral también revela la continuidad entre la discriminación por razón de género y la discriminación por razón, y nos permite trascender la política en términos de derechos que presupone la permanencia del orden social existente…».
VG: Sí, en mi libro propongo el paro feminista como “lente” de lectura para las reconfiguraciones del capitalismo contemporáneo, de sus modos específicos de explotación y extracción de valor y de las dinámicas que lo resisten, lo sabotean y lo impugnan. Porque si el paro es un modo de bloquear la continuidad de la producción del capital, entendido como relación social, es porque pone en marcha una desobediencia a la continua expropiación de nuestras energías vitales, expoliadas en rutinas agotadoras y, como decíamos antes, a su articulación en términos de jerarquía de sexo-género, raza y clase. La huelga feminista pone en práctica una clásica herramienta del movimiento obrero desde sensibilidades que no se reconocen a priori como de clase y que, sin embargo, desafían la idea misma de clase. A mí me interesa pensar justamente en qué sentido este “desplazamiento” del paro, su “uso” fuera de lugar, remapea las espacialidades y temporalidades de la producción y el antagonismo.
El paro reinventado desde el feminismo se transformó en su sentido histórico también al salirse del ámbito estricto de los sindicatos: dejó de ser una orden emanada desde arriba (la jerarquía sindical) en la que se sabe simplemente cómo acatar o adherir, para convertirse en una pregunta-investigación concreta y situada: ¿qué significa parar para cada realidad existencial y laboral diversa? Esta pregunta puede tener un primer momento que consiste en explicar por qué no se puede hacer paro en el hogar o como vendedora ambulante o como presa o como trabajadora freelance (identificándonos como las que no podemos parar), pero inmediatamente después es esta imposibilidad (completamente masiva en nuestros países) la que cobra otra fuerza: puja a que esas experiencias resignifiquen y amplíen lo que se suspende cuando la huelga debe comprender y alojar esas realidades, ensanchando el campo social en el que la huelga se inscribe y produce efectos. En el libro describo varias situaciones concretas en las que está simultaneidad entre imposibilidad y deseo de parar abren a una imaginación política radical.
La huelga ha permitido, también, desplazando el lugar victimista con que se quiere encerrar muchas veces al feminismo que denuncia las violencias, construir un diagnóstico sobre la precariedad existencial y laboral desde el punto de vista de nuestras estrategias vitales y colectivas para resistir y politizar la tristeza y el sufrimiento. El paro, claramente, no es una sola acción, única y calcada en un lado y otro. Inventa distintas modalidades de presencia y de sustracción (de hacer y dejar de hacer), se traduce en asamblea de todos los tamaños, discute modos de ocupar los espacios de trabajo y los barrios, las casas y las camas, reivindica la autonomía de los cuerpos y de los territorios. Desde esa multiplicidad encuentra otra clave la idea misma de huelga general. Desde tal heterogeneidad de acciones y espacios que se cobijan en la noción de paro feminista, se revela lo limitado y excluyente de una idea de trabajo que siempre ha dejado afuera, o al margen, a lxs trabajadorxs informales, precarixs, migrantxs, y que siempre ha menospreciado el trabajo doméstico y campesino.
Tampoco es que el paro feminista pide inclusión en las reglas actuales del mercado laboral. No es salir del margen para entrar a la normalidad capitalista del trabajo. En la medida de fuerza de la huelga, la visibilización de otros trabajos, la denuncia de la producción histórica de su desprecio y desconocimiento, disputa otra realidad, exige salario y derechos y, al mismo tiempo, desafía el productivismo mortífero del capital. En este sentido, el paro expresa un modo de subjetivación política, es decir, un modo de atravesar fronteras sobre el límite de lo posible.