(Nada más ni nada menos que un) Comentario a ‘Averroes. Gusto, risa, política’, de Rodrigo Karmy B. – Carcaj.cl

Ilustración: La escuela de Atenas, de Rafael (intervenido)

07 de junio 2024

(Nada más ni nada menos que un) Comentario a ‘Averroes. Gusto, risa, política’, de Rodrigo Karmy B.

De las tantas cuestiones que el libro Averroes. Gusto, risa, política (2024) me hizo pensar y sentir –porque se piensa con el cuerpo todo y, por lo tanto, también se siente–, y de las tantas provocaciones que experimenté en su lectura, pretendo contarles sólo una, aunque de diferentes modos. 

Ante todo, diría que después de la experiencia de lectura de Averroes…, éste no es –contra todo pronóstico– un libro sobre el pensamiento de Averroes o al menos no simplemente, y ello por varias razones de las que sólo mencionaré algunas. En primer lugar, porque al decir el ‘pensamiento de Averroes’, solemos entender el genitivo de tal frase –ese ‘de’– en el sentido de una propiedad. Sin embargo, ya al inicio del libro, en un apartado llamado “Paréntesis” –un paréntesis que funciona como una suspensión que abre hacia los tres ensayos que se articulan bajo el título Averroes…–, Karmy advierte una cuestión que aparecerá de modo proposicional y también performático a lo largo de todo el libro: y es que, justamente, para Averroes el pensamiento no sería propiedad del hombre (26). Varias notas al pie habría que hacer respecto de esta afirmación, pero por el momento sólo quisiera mencionar que si el pensamiento no es propiedad del hombre, ello sería, por una parte, porque para Averroes las mujeres también piensan –razón obvia que, no obstante, parte de la tradición del pensamiento occidental ha pretendido negar. Así lo dará a ver Karmy en su tercer ensayo –“Forma-de-vida. Una política sin ‘La Política’”–, donde leeremos a un Averroes sosteniendo una “igualdad ontológica” entre hombres y mujeres (95) y, por cierto, también política, de suerte que las mujeres pueden llegar a ser tanto “filósofas” como “gobernantes”, en palabras del mismo Averroes (cit. en Karmy, 2024: 96). Pero no se trata aquí únicamente del desplazamiento de un androcentrismo, pues si el pensamiento no es propiedad del hombre, eso no querría decir que entonces sea propiedad del hombre y de la mujer, porque, por otra parte, lo que se estaría desarmando aquí es ese Yo pienso a lo Descartes. En otras palabras, para Averroes el pensamiento no sería propiedad de nadie, antes bien constituye “una potencia común a toda la especie humana cuyo estatuto será tan cosmológico como las montañas, océanos y desiertos” (Karmy, 2024: 26). De este modo, lo que se pondría en juego en Averroes, más radicalmente, sería una suerte de dislocación de la idea misma de sujeto moderno y, conjuntamente, de ese androcentrismo y ese antropocentrismo heredados de Occidente y, por cierto, más viejos aún. Dicho más precisamente, si el pensamiento no es propiedad de nadie es porque el pensamiento está separado del cuerpo individual y constituye una potencia común que hombres y mujeres podemos usar. Sin embargo, tal uso no es tampoco aquel uso público de la razón a lo Kant, más bien se trataría de un “uso” y una “participación” o un uso como participación: podemos usar y participar de esa potencia impersonal y cósmica que no es exclusiva, sino que común, y ello a través  de la “imaginación” que constituye el motor que activa la potencia del pensamiento y la singulariza en un cuerpo individual, de modo que más que sujetos racionales, seríamos “seres imaginales”, según el averroísmo que lee Karmy (55-56). En este breve escrito, no se trata de dar cuenta de las asociaciones entre uso, participación, pensamiento e imaginación que son tremendamente sutiles, por lo demás para ello está el libro mismo, más bien y por el momento sólo quisiera indicar que aquí se revela una otra posibilidad de comprender un genitivo y que ya no es la de esa propiedad que resuena en las expresiones: ‘el pensamiento de Averroes’, ‘el pensamiento del hombre’ o ‘el pensamiento de la mujer’. Y quizás esa otra posibilidad u otro sentido del genitivo sea aquel de una cierta pertenencia en tanto podemos participar del pensamiento y así formar parte de él, y entonces se podría postular que todo pasa por la tesis de que el pensamiento no nos pertenece, sino que pertenecemos al pensamiento, aunque esto sucedería “a veces”. A veces usamos y participamos de esa potencia común y otras veces no, pues el acceso al pensamiento no está garantizado, dice Karmy que dice Averroes: “A veces se piensa – insistirá Averroes” (27). Y entonces con esta advertencia tiembla no sólo la idea de propiedad, sino que también la idea misma de pertenencia al pensamiento per se que yo pretendía postular. Pero más que un error de lectura, se trata aquí de apuntar al hecho de que la pertenencia misma está también interrogada radicalmente a lo largo del libro en cuestión, el que no podría ser un libro sobre el pensamiento de Averroes, como tampoco simplemente un libro sobre Averroes haciendo parte del pensamiento.  

Respecto de lo anterior y sólo por retomar uno de esos hilos de interrogación, cabría subrayar que Karmy recordará el hecho de que toda una tradición de la filosofía occidental se erige sobre la base del rechazo a Averroes en cuanto forma parte de la llamada “filosofía oriental”, una filosofía que se habría articulado a partir de traducciones alejadas de los auténticos escritos, o sobre traducciones de traducciones cada vez más lejanas de los originales (26-27).  Así, Karmy sostiene que, para gran parte de la tradición de la filosofía occidental, si bien los árabes proveyeron textos filosóficos, éstos no pensaron (26). Y contra esa tradición, me parece que Karmy no responde afirmando y mostrando simplemente que: ‘sí, los árabes pensaron’, ‘sí, Averroes pensó’ o ‘Averroes participa del pensamiento’, porque más bien se trataría de poner en cuestión tanto la idea de sujeto en su sentido moderno, como la de una pertenencia a un pensamiento asociado al valor de origen –y ello, subrayo, en un mismo gesto. Así, la operación es muchísimo más compleja, pues Karmy muestra que ese acceso al pensamiento nunca garantizado en tanto no somos propietarios de él, sólo acontece a partir de una separación constitutiva entre pensamiento y seres humanos que impide la reivindicación de toda propiedad, pero también –agregaría yo– impide la reivindicación de una pertenencia al pensamiento entendido como logos

En torno a lo anterior, cabría mencionar que Karmy advertirá que el nombre mismo “Averroes” nos llega ya como una traducción: “un nombre trasplantado y no ‘original’” (36), y sus textos y comentarios no llegan tampoco en su “propia” lengua, sino que en otra: “una lengua prestada” (66), según dice Karmy, o bien se podría decir una lengua desde siempre contaminada de una heterogeneidad que no remite jamás a un origen uno, simple y puro. Así, cuando leemos el libro de Karmy, no leemos al “verdadero” Averroes, según sostiene el mismo Karmy (27). Y con ello, apunta o señala una separación y una diferencia irreductibles en la lengua que serían, justamente, la marca de una separación y una diferencia entre pensamiento y seres humanos necesaria para concebir esa teoría según la cual usamos y participamos del pensamiento “a veces”. Pero esto provoca pensar que el nombre de Averroes es también la marca de una separación y una diferencia constitutiva del mismo pensamiento entendido como logos. Pues si la llamada ‘tradición de la filosofía occidental’ se erige sobre el rechazo a Averroes, tal como sostiene Karmy, entonces eso no atestigua más que lo que ella rechaza es también lo que la constituye, no atestigua más que lo que ella pretende expulsar la atraviesa de cabo a rabo, aun cuando no lo confiese, y aquí hay “secreto”. En este punto, me permito una digresión en torno a la palabra “secreto”, palabra que, en efecto, aparece al menos tres veces a lo largo del libro de Karmy, y aunque ciertamente no constituye una cuestión en sí misma y no es un ‘tema’, ella es una palabrita que da a pensar precisamente esa separación y esa diferencia constitutiva del pensamiento como logos. Karmy sostiene que, en estos ensayos, se trata de restituir, en cierto modo, “el hilo secreto de una tradición”, aquella que se tejió a partir del rechazo a Averroes (26). Luego, varias páginas más adelante y en el momento en que está postulando lo que denomina una “ontología del trasplante” en el materialismo de Marx y Engels (39)–la que remitiría a un “lugar radicalmente fuera de lugar” (39), un lugar, digamos, caracterizado por una impropiedad–, Karmy sostiene que lo que irrumpe en dicho materialismo, al modo de una “tradición secreta” (41), es el Aristóteles árabe. Y una página más adelante, Karmy insistirá en el averroísmo como una “tradición secreta” (42) que opera en el materialismo “moderno” de Marx y Engels. 

Considerando lo anterior, cabría decir que, tal como recuerda Jacques Derrida, el secreto no es sólo ni primeramente algo oculto o escondido, un contenido en la mente de un sujeto que se puede elegir ocultar o revelar a otros (Derrida 1998: 157; 2003: 346). Pues, en su etimología latina, secretum dice ante todo lo “separado”, lo “retirado” o puesto aparte (Derrida, 2006: 101) –sentido que la memoria de nuestra lengua guarda en la palabra ‘segregación’ o, para quitar el valor negativo que ésta tiene, cuando decimos que un cuerpo secreta una sustancia. Así, Derrida hace ver que sólo más tarde el secretum vino a convertirse en lo absconditus, vale decir, lo “oculto” o escondido (101). Asimismo, él advierte que, en su etimología griega, el secreto es lo críptico, y lo críptico designa lo “oculto”, pero también aquello que siendo visible, que no estando oculto, no se puede sin embargo descifrar y permanece secreto en su misma exposición. Es decir, lo críptico griego es el secreto en el sentido de lo “ilegible” o “indescifrable” (102), más que lo escondido –como una escritura manual o un escrito en una lengua desconocida que es perfectamente visible, que no está oculto, pero que no podemos descifrar (101). Ahora bien, las memorias de estas lenguas y el juego de sus sentidos y traducciones que Derrida recuerda, invitan a pensar que el secreto antes de ser un contenido oculto susceptible de ser revelado, constituye una experiencia de separación coextensiva a la experiencia de una heterogeneidad –“secreto coextensivo con la experiencia de la singularidad”, dirá Derrida (1998: 157). De modo que si Averroes es el “hilo secreto” de cierta tradición occidental, tal como sostiene Karmy, o si irrumpe como una “tradición secreta” en la tradición occidental, podríamos entender allí que la tradición de la filosofía occidental está constituida irreductiblemente por una heterogeneidad que la separa desde siempre, impidiendo pensar y reivindicar el pensamiento a partir de los valores de propiedad, pertenencia y origen uno, simple y puro. Así, el nombre Averroes como hilo secreto de una tradición testimoniaría que sobre el fondo de toda pertenencia, habría una no pertenencia, como diría Derrida –por lo que no se trataría ya de que el pensamiento nació simplemente en Grecia, de que luego los europeos pensaron, como buenos herederos legítimos del logos, mientras todo el resto del mundo no pensó. 

Ahora bien, con esta cuestiones quizás un poco oscuras o rebuscadas, sólo quisiera hacer señas a la dislocación que me provocó la lectura de Averroes. Gusto, risa, política. Una dislocación que pasa por ponernos fuera de lugar para abrir espacio, para hacer espacio a un porvenir, para habilitar otros lugares y otros modos de pensar el aquí y el ahora. Ciertamente, en este breve comentario no di cuenta –y quedo entonces endeudada– de algo que Karmy sostiene en ese paréntesis suspensivo que abre sus ensayos, y es que se trata con ellos de “habitar esa fuerza suspensiva que el nombre de Averroes abraza” y así “pensar el presente” (26).  Pensar el presente. Sobre esto último, sólo diré que con la dislocación que se experimenta en la lectura del libro en cuestión, se hace espacio para concebir y sentir que el capitalismo no es un destino –y debo decir que durante la lectura del libro, resonaban en mí unas palabras de Úrsula K. Le Guin que también me hicieron sentir alguna vez que el capitalismo no es un destino: “Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. Pero también lo parecía el derecho divino de los reyes” (2014)–, que contra la teología cristiana que pone a la felicidad más allá, en el cielo, y la culpa acá, en la tierra, es posible aún la felicidad en esta tierra, y que la política es y siempre ha sido más que formas de gobiernos, en donde se trata de votar el mal menor al menos hoy –como una suerte de ‘gestión del mal’–, en suma, que restituyendo los hilos secretos de una herencia desde siempre contaminada por esa heterogeneidad que pretende expulsar –“Oriente”, el ”moro”, pero también el “sudaca”–, se posibilita el espacio, aquí y ahora, para que advenga un mañana. 


* El presente texto fue leído en el Lanzamiento del libro realizado el 04 de abril de 2024, en el Auditorio Centro de Estudios Árabes Eugenio Chahuán, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile.

Referencias bibliográficas

Derrida, J. (1998). “7. Notas sobre desconstrucción y pragmatismo”. En Chantal Mouffe (Comp.), Desconstrucción y pragmatismo. Buenos Aires: Paidós. 

Derrida, J. (2003). “El otro es secreto porque es otro”. En Jacques Derrida, Papel Máquina. La cinta de máquina de escribir y otras respuestas. Madrid: Editorial Trotta. 

Derrida, J. (2006). Dar la muerte. Barcelona: Paidós. 

Karmy, R. (2024). Averroes. Gusto, risa, política. Santiago de Chile: DobleAEditores. 

Le Guin, Ursula K. (2014). Discurso de aceptación de la Medalla de la Fundación Nacional del Libro a la Contribución Distinguida a las Letras Americanas. Recuperado de:  https://www.elviejotopo.com/topoexpress/un-discurso-de-ursula-k-leguin/

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