Nayib en la Biblioteca Nacional de El Salvador – Carcaj.cl

Ilustracion: Holland House library after an air raid. Intervenida

17 de marzo 2025

Nayib en la Biblioteca Nacional de El Salvador

Cumplí mi sueño de visitar El Salvador. Pues desde que se convirtió en uno de los baluartes no solo de la ultraderecha, sino de las derechas, me embargó el deseo, quizás masoquista, de vivir la experiencia de aquel autoritarismo que complacía a los salvadoreños y que llenaba de esperanza a varios latinoamericanos “hastiados de la política”. Mientras Nayib utilizaba el poder del Estado para encerrar a cualquier sospechoso de pertenecer al crimen organizado, en función de la discreción policial y militar, en el mediático Centro de Confinamiento del Terrorismo sin tener en cuenta el principio del debido proceso, llegando a apresar al 1.7% de la población; mientras perseguía a la oposición política para moldear la Asamblea Legislativa a su favor y modificar la constitución a su conveniencia; mientras acosaba hasta el exilio al periodismo crítico que revelaba sus negociaciones con la mafia a la que supuestamente estaba combatiendo; mientras, como informa el Banco Mundial, contribuía a aumentar la pobreza del 26,8% en 2019 al 30,3% en 2023, dejando al 10% de sus compatriotas en la pobreza extrema1; mientras todo esto ocurría, según Latinobarómetro2, este pequeño país centroamericano registraba la mayor satisfacción con la democracia de la región, con un 64%, y su presidente una aprobación del 90%. Por el contrario, el resto de América Latina manifestaba su desafección hacia sus gobernantes porque se proyectaba que solo el 48% de sus habitantes estaba de acuerdo con la idea de que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno” -en México, Paraguay y Honduras un 70% afirmaba no importarle tener un gobierno no democrático si resultaba eficiente-. ¿Cómo se estaba viviendo, entonces, en la nación del millennial Bukele antaño conocida por la guerrilla y luego por las maras, ahora símbolo mundial de la seguridad y la paz?

En migración me atendieron con suma cortesía, hasta alegría podría decir, considerando el chiste que el personero que tramitaba mi entrada hacía sobre mi acento: afirmaba que hablaba como argentino mientras miraba mi pasaporte chileno. Su compañera que estaba al lado no paraba de reír, así como el gringo del que se estaba ocupando. Mi atención, por supuesto, estaba en responder con jocosidad a mi interlocutor, sin embargo, no podía soslayar el contraste que con mi situación marcaba la larga y lenta fila que estaba a unos pocos metros de nosotros. Me la pude saltar porque era exclusiva para los ecuatorianos que volaban en masa todos los días a El Salvador, único país centroamericano que autorizaba su ingreso sin visa. Así podían acortar su viaje por tierra hacia Estados Unidos, zafando del Tapón del Darién, selva infernal que separa Colombia de Panamá. Solo en 2024, más de 43.000 emigrantes del Ecuador han usado la ruta salvadoreña, lo que ha abierto un rentable nicho para los coyotes locales3.

Hecho el trámite, antes de llegar al hipódromo para recoger mi maleta, me encontré con un spot para fotografías que escenificaba la sala del Palacio Nacional en la que Nayib recibía a sus invitados del exterior. En el centro se encontraba el masónico escudo de El Salvador, abajo dos asientos acompañados cada uno por una bandera nacional y una lámpara de espíritu hotelero; en el extremo izquierdo un retrato de Bukele y en el derecho uno de Gabriela Rodríguez, su esposa. Me detuve a observar aquel espacio para preguntarme cómo se podía fundar una autoridad carismática con una personalidad tan aburrida. Pude tantear de manera superficial la sospecha de que importaba más plantear mensajes cortos y efectistas desde las redes sociales que proponer ideas profundas desde el debate público. Mas una sacudida en el hombro me trajo de nuevo a mi singular realidad. Un hombre de unos 40 años con un bulldog francés en brazos me pidió que, por favor, lo fotografiara. Para la primera toma tuve que tener al perro conmigo porque quería posar solo; en la segunda aparecía forzando al animal a mirar la cámara; en la tercera le daba un beso en el hocico. Me agradeció diciendo: “Bienvenido a mi hermoso país, amigo mío, aproveche que ahora sí se pueden disfrutar las playas”.

En el hotel me encontré con una colega salvadoreña que había conocido hace unos meses en Guatemala. Acordamos ir a cenar después de ir a dejar las maletas en nuestras habitaciones. Me entusiasmaba tener la posibilidad de rememorar la morbosa fiesta en la que estuvimos juntos la última vez que nos vimos, para después suplicarle que me acompañara a caminar por el centro de la capital. Quería, por sobre todo, visitar la Biblioteca Nacional de El Salvador (BINAES), famosa entre lectores y no lectores por toda la fanfarria mediática que ha montado Nayib para promover la consigna de que la violencia no se ha mitigado solo con un opaco plan basado en la represión y la violencia, sino también con cultura. Gracias a una donación de 54 millones de dólares realizada por la República Popular de China, el pequeño país centroamericano inauguró en octubre de 2023 el espacio destinado a la lectura más grande y moderno de América Latina, como se declara en la página oficial del gobierno. Con sus puertas abiertas las 24 horas del día, todo el año, ofrece desde su edificación de 24.000 metros cuadrados, señal 5G y una serie de espacios temáticos distribuidos en 7 pisos diferentes. En el primero, por ejemplo, se encuentra la sección infantil, que alberga una colección de 6.000 libros en náhuat, español e inglés, que se caracteriza por hacer del juego un eje transversal a todas sus propuestas enfocadas en la tecnología, el desarrollo psicomotriz y los cuentacuentos. Sin embargo, era el cuarto piso el que más llamaba mi atención, pues

está dedicado a los jóvenes y ofrece colecciones de libros juveniles y frescos con salas de lectura, trabajo y estudio que invitan a sumergirse en una oferta bibliográfica con temáticas de Harry Potter, Star Wars, Game of Thrones y Dragon Ball, además de manga, cómics de Marvel y DC, a la que pueden acceder a través de estantería abierta4.

Con esta amalgama de referencias -China, biblioteca, 24 horas, 5g, leer, Star Wars, Dragon Ball, etc.-, no pude evitar recordar algo que me sorprendió mucho por su extrañeza: que Nayib había iniciado su gobierno reivindicando la figura de Roque Dalton. A los 3 días de llegar al poder en 2019, ordenó destituir a Jorge Alberto Meléndez de su cargo de Director de Protección Civil, que detentó por 10 años en el contexto de los últimos dos gobiernos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), por su supuesta implicación en el asesinato del poeta. También, casi en la misma época de la inauguración de la BINAES, lanzó un programa de becas con el nombre del escritor con el objetivo apoyar económicamente a la población más vulnerable del país con los gastos que significan los estudios superiores. Vale la pena aludir a la descripción del proyecto en su página oficial:

Las Becas Presidenciales Roque Dalton son una promesa cumplida del Presidente Nayib Bukele que ofrece a estudiantes de escasos recursos, la oportunidad de realizar sus estudios de educación superior y mejorar su calidad de vida, incentivando el talento, la disciplina, la excelencia y la voluntad de superación5.

De este modo, Roque Dalton pasó de ser el poeta marxista dispuesto a dar su vida por la revolución, al símbolo cultural de la meritocracia y, en consecuencia, de la idea de que todos los pobres tienen la posibilidad de dejar de ser pobres siempre y cuando se esfuercen lo suficiente. El hijo mayor del poeta, Juan José Dalton, ha celebrado estas iniciativas desde ContraPunto, diario digital del que es dueño, ensalzando la figura del nuevo presidente como el adalid de la democracia y el progreso que vino a desterrar el bipartidismo que había asegurado el poder a los corruptos FMLN y Alianza República Nacionalista (ARENA). Para 2024, esta idea se instaló en el imaginario colectivo, lo que se expresó en los resultados electorales de las presidenciales, donde Bukele arrasó con el 84,65% de los votos, mientras que las fuerzas que lo secundaban sobrepasaban juntas apenas el 15% de las preferencias. Supongo que por esta razón, cuando salí del hotel para tomar el taxi que me iba a llevar a la BINAES, solo pude observar la propaganda del candidato a la alcaldía de San Salvador del partido Nuevas Ideas, la conglomeración bukelista. Su logo era una N blanca gigante sobre un fondo celeste, lo que me invitaba a pensar solo en una cosa: el nombre Nayib.

Yo esperaba que el camino hacia el centro de San Salvador fuese una oportunidad para interrogar a mi colega, pero, al final, terminó siendo un monólogo del taxista. Ya instalados en el automóvil, formulé sin preámbulos la pregunta que había deseado plantear a algún ciudadano salvadoreño de confianza desde que me baje del avión: ¿y qué tal Bukele? “Mira para afuera”, respondió mi interlocutora dirigiendo su nariz hacia las múltiples pancartas electorales de Nuevas Ideas que colmaban las calles, “no hay nada más”. Sin dejarla proseguir, la interrumpió el conductor diciendo: “Sí, joven, imagínese que por ese lugar antes no se podía caminar. Ahora podemos ir a donde queramos sin que nadie nos moleste, sin que nadie nos mate, porque el presidente está haciendo lo que los otros gobiernos no se atrevieron a hacer: mandar a todos los delincuentes a la cárcel, meterles bala cuando se necesita”. Una perorata redundante sobre los beneficios de la dura mano de Nayib continuó hasta el fin del viaje.

“Lo que dijo el taxista es verdad”, sentenció mi colega cuando nos bajamos del automóvil mientras sobre nosotros se cernía la imagen de la imponente y brillante parte trasera de la BINAES. Continuó explicándome que, antes de la llegada de Bukele, había zonas de la ciudad y del país que simplemente eran intransitables porque estaban dominadas por el crimen organizado. “Por ejemplo, podías estar caminando por acá pero no podías acercarte con tranquilidad al Mercado Municipal, que está allá a una cuadra”, dijo apuntando con el dedo hacia una zona colmada de gente. “Y si esto ocurría en el centro, imagina cómo era en otros lugares. Por eso mi familia está feliz y yo también estoy feliz, creo…”, concluyó dubitativa. Cuando se avizoraban las fluctuantes luces moradas, rojas, azules y amarillas de la Plaza Cívica, se me salió el quizás alevoso cuestionamiento que había estado reprimiendo: ¿entonces cuál es el costo de todas estas maravillas?

Más que la respuesta, me impactó la teatral reacción de mi colega al mirar de reojo a su alrededor con rictus de sospecha antes de susurrar que lo de Nayib iba bien porque en El Salvador las cosas habían ido siempre muy pero muy mal. “¿Por qué me hablas así?”, le pregunté con su mismo tono de secretismo. Sacó su celular de la cartera, lo apagó y me dijo: “Siento que hasta por este aparato nos pueden escuchar. Hay que tener mucho cuidado con lo que hablas porque en el gobierno están atentos a lo que dices. Tienes que entender que se llevan presos a los delincuentes, a los que parecen delincuentes y a los que cuestionan. La gente está feliz con Bukele, sí, pero no los que tienen a algún ser querido en la cárcel sin justificación. Hay muchos jóvenes encerrados solo por la discreción del militar o del policía que los arrestó o porque alguien los acusó sin tener más prueba que su propia palabra. Basta un tatuaje, basta caerle mal a un vecino, basta parecer pobre.” Por supuesto que no dudé de sus palabras, sin embargo, no pude evitar sentir que su disposición persecutoria tenía algo de exageración. Quizás el privilegio de vivir en espacios relativamente seguros no me permitió dimensionar las implicancias de estar en una nación que está en estado de excepción desde el 27 de marzo de 2022. Esta medida se adoptó para frenar una masacre perpetrada en solo tres días por la Mara Salvatrucha a 87 personas que, en su mayoría, no tenían vínculo alguno con el mundo de las pandillas. Gracias a un audio revelado en mayo de 2022, es posible oír una conversación entre Carlos Marroquín, Director de Reconstrucción del Tejido Social del Gobierno, y Élmer Canales Rivera, uno de los máximos cabecillas de la organización criminal, que pone en evidencia que la matanza tuvo su origen en un quiebre entre las entidades que cada uno representaba. Días previos a este oscuro acontecimiento, personeros policiales detuvieron un vehículo gubernamental en el que se trasladaban líderes de la mafia para capturarlos (¿por qué iban en un vehículo gubernamental?). La Mara dio 72 horas para su liberación, demanda que no se cumplió.

Si la paz salvadoreña se sustenta más en una endeble negociación del bukelismo con el crimen organizado y menos en los efectos del punitivismo, no está demás preguntarse lo siguiente: ¿para qué sirve el estado de excepción? La medida implica la suspensión de ciertos derechos fundamentales, como el de la libertad de comunicación o asociación, la responsabilidad estatal de informar sobre los motivos de una detención o la asistencia legal en caso de encarcelamiento. Asimismo, el legislativo, incitado por la presidencia, ha impulsado algunas iniciativas de espíritu disciplinario, de las que se destacan la aplicación preceptiva de la prisión preventiva para ciertos delitos y la extensión de la pena de presidio propia de los adultos a los menores de 18 años. Según un informe de la CIDH publicado en septiembre de 20246, todas estas acciones permiten al Estado evitar sus obligaciones legales e internacionales en materia de derechos humanos bajo un argumentario amparado en el absurdo dilema de respetar estos compromisos o plantear disposiciones para enfrentar al crimen organizado. Por lo mismo, la institución interamericana ha puesto en evidencia problemáticas relacionadas con detenciones ilegales y arbitrarias sistemáticas y generalizadas, allanamiento ilegal de moradas, abuso de poder y violación a los derechos de niños, niñas y adolescentes. Por su parte, el sistema judicial ha demorado el control jurídico de los arrestos, ha hecho del habeas corpus un recurso completamente ineficaz, no ha formulado factores probatorios para justificar los cargos que imputan, entre otras cosas. A esto se suma la situación en los centros de detención, donde la población carcelaria, que se ha triplicado en un breve periodo de tiempo, ha sido sometida a condiciones de vida inhumanas, y ha llegado incluso a ser torturada y asesinada; hasta el momento, se estima que han fallecido entre 189 y 200 personas sin que exista una cifra oficial, ni un procedimiento para la notificación a familiares, ni un protocolo para la entrega de los cuerpos. Finalmente, en materia de libertad de expresión, se ha observado un ambiente hostil para el ejercicio del periodismo con discursos estigmatizantes desde las autoridades y la restricción al acceso de la información por medio del aumento del número de reservas sobre la información pública por parte de las instituciones del Estado. Con respecto a lo último, basta pensar que Nayib se niega a entregar detalles sobre su plan de seguridad arguyendo que no le quiere dar ningún tipo de ventaja a la mafia.

El estremecimiento que me causó la voz rumorosa de mi colega al esbozar su moderada crítica sobre el régimen de Nayib se fue disipando a medida que nos acercábamos a la Plaza Cívica. No solo sus luces se intensificaban, sino también la música festiva emitida por unos parlantes que, por la calidad de su sonido, eran de alta definición. Estando en el centro del espacio, mientras se escuchaba “Viva la vida” de Coldplay, no pude evitar rememorar la estética de aquellas ciudades que, en su afán de satisfacer al turista, se adornan con elementos que reinterpretan sus referentes ornamentales tradicionales para que se acomoden a las universales decoraciones del marketing. Por lo mismo, estaba el infaltable letrero gigante con el nombre de El Salvador, que servía para que los visitantes se pudiesen tomar la fotografía que serviría como constancia de que efectivamente se había pasado por El Salvador. Me llamó la atención que, a diferencia de lo que ocurre en lugares como Máncora o Tulum, donde los logotipos se ubican en postales que resaltan espacios naturales, acá la instalación estuviese delante del Palacio Nacional, desde donde Bukele gobierna el país. No hubo ninguna complicación para conseguir una buena toma porque la zona estaba prácticamente vacía, salvo por un par de cincuentañeros enamorados que no paraban de hacerse selfies. En paralelo, la mayoría de los paseantes descansaban sentados, sin hablar, con la apariencia de estar absortos escuchando “Wake me up” de Avicii.

La atención, al final, se la robaba la BINAES, que acaparaba buena parte de los visitantes del centro de San Salvador. Su fachada era una seductora invitación a entrar, porque daba la seguridad de que en su interior se iba a acceder a una experiencia nada común con respecto a lo que se vive cotidianamente. Para esto, fuera del incisivo efecto que tuvo la cruzada publicitaria que impulsó Nayib, su arquitectura cumplía un rol crucial. No estoy hablando, pues, sólo de una construcción moderna, sino de una construcción moderna en medio de edificaciones coloniales. Esto, lejos de ser un despropósito urbanístico por parecer una nave imperial de la Guerras de las Galaxias que aterrizó en una civilización primitiva para conquistarla, es por sobre todo un calculado símbolo de progreso: la biblioteca, que se yergue como la más alta cimentación de la zona con sus flameantes banderas de China y El Salvador en su entrada, es una obra que se proyecta hacia un prometedor futuro, mientras que los monumentos que la rodean son patrimonio de un pasado violento y corrupto.

En efecto, mi primera impresión ya adentro fue la de estar en un extraño porvenir. Costaba creer que en una ciudad latinoamericana típicamente precaria se pudiese encontrar este aséptico y amplio espacio diseñado para impresionar con la jactancia propia de las novedades tecnológicas. Desde el hall central se proyectaban todos los pisos de la construcción como una instigación a intrusear con libertad mientras que, un poco más atrás, se encontraba la zona de juegos infantiles. Montones de niñas y niños se entretenían en medio de una plástica selva supervisados por sus padres, sorprendidos por el ambiente que les rodeaba, y por un grupo de jóvenes mujeres que no hacían otra cosa que procurar que nadie se accidentara. Del centenar de personas presente, no vi a más que un par de adultos con un libro en las manos, leyendo en silencio, sin interactuar con sus hijos. En la escalera mecánica, mi colega me comentó que, si bien ya no existían las largas filas para entrar que se armaban cuando recién se inauguró, la biblioteca era sin duda el punto de encuentro más importante para las familias salvadoreñas en la actualidad, ya que ponía a disposición algo que los llenaba de orgullo: diversión con recursos digitales a los que difícilmente habían podido acceder en el pasado. En el tercer piso, mi atención se dirigió de inmediato a una esquina donde se escenificaba el espacio exterior, sobre todo hacia unas letras de neón que no podía leer con claridad. Al acercarme, pude verificar que las de amarillo decían “Ne Kunetatuktianitzin”, cuyo significado pude descifrar con los caracteres de abajo, que brillaban en azul. Era la sección temática de El Principito, personificado en versión nahua, pues en vez de su tradicional abrigo, tenía el torso descubierto y sus partes íntimas resguardadas por un calzón verdoso.

De la zona azulada dedicada al icónico personaje francés en edición indígena, se pasaba a otra de abrumante amarillo. Era la de Lego, donde habían cuatro mesas también amarillas, sólo una de ellas ocupada por un padre y su hijo jugando con las figuras de la empresa danesa, ningún libro, y tres mensajes que decían lo siguiente: “tiawit timawiultiat”, “vamos a jugar” y “let’s play”. La siguiente área, la de Super Mario, estaba atestada. Sus cuatro televisores gigantes con sus respectivas Nintendo Switch OLED, la última versión de la consola disponible en el mercado, estaban tomadas por niños y adolescentes que, hipercinéticos, tiritaban sobre unas sillas gamer intentando ganarle al rival. La considerable fila de impacientes de todos los grupos etarios que esperaban su turno me hizo desistir de hacer el esfuerzo por participar, sin embargo, le consulté al encargado sobre el procedimiento para hacerlo. “Es muy sencillo. Solo tienes que leer por, mínimo, media hora”, me respondió con una gran sonrisa. “¿Y cómo van a saber que realmente leí?”, le repliqué. “Es muy sencillo. Debes traerme tu carnet de suscripción y yo, con esta maquinita, voy a verificar que tu préstamo se haya realizado hace más de media hora”, declaró con tono concluyente. Por supuesto que quedé insatisfecho con una instrucción que me daba a entender que no importaba leer sino cumplir con el requerimiento burocrático de solicitar un título para pasear con él hasta que se consumara el tiempo requerido. Por lo mismo, al reiterar la pregunta, me indicaron, como si se estuviese resolviendo algo de manera lógica, que los usuarios debían contar de qué trataba el texto que hojearon. “¿Y tienen una batería de interrogantes preparada para cada libro?”, inquirí con cierta timidez por miedo a incomodar. “No, sólo necesitamos que nos cuenten de qué trataba lo que leyeron”, finiquitó mi interlocutor.

En el video institucional de la inauguración de la BINAES, que muestra el recorrido por la biblioteca de Nayib acompañado por su hermano Karim y por el Viceministro de Cultura, hay una escena que se desarrolla justo frente al área de Super Mario. La mayoría de las tomas se trazan en movimiento y sin afán de abordar en detalle las características de los espacios que se visitan, sin embargo, el grupo decide detenerse en esta zona porque marca el inicio de la presentación de los recursos que, en teoría, van a permitir hacer de la lectura un pasatiempo atractivo para las infancias y las juventudes. El personero de la cartera cultural inicia el diálogo intentando explicar la innovadora metodología. Sin alcanzar a expresar que el uso de los videojuegos está sujeto al acto previo de leer un libro por media hora, Bukele lo interrumpe para decir las siguientes palabras, que a continuación se citan de manera textual:

Se les va a poner la condición de que se lean un libro físico antes de poder venir a la zona gamer… se les pone el requisito de leer un libro y así se va fomentando la lectura y que la sala de esparcimiento no tiene nada de malo… de hecho, estar en un lugar así es bueno porque hay sala de esparcimiento, se mantienen los jóvenes ocupados en cosas positivas… es una forma de combatir la delincuencia de alguna manera y que no haya delincuencia en el futuro, tener a los jóvenes involucrados en cosas positivas, sano esparcimiento, en un edificio gubernamental como este7.

Prosigue con una anécdota de su época dirigiendo la alcaldía de San Salvador. En el consejo para la planificación de la remodelación de una plaza pública de la ciudad, un concejal de ARENA lo interpeló por el alto costo del proyecto, arguyendo que se podía hacer lo mismo pero con menos dinero si se utilizaban materiales más baratos. Nayib le replicó que incluso se podía cumplir aún con menos recursos, pero que valía la pena hacerse la siguiente pregunta: ¿construí mi casa con componentes de baja calidad? El beligerante respondió que su hogar se había edificado con elementos de excelencia. Entonces, el entonces alcalde continuó la discusión con otra interrogante: ¿si algo le hace bien a mi familia por qué no se puede replicar con todos los salvadoreños? El adversario indicó que una cosa era lo privado y lo otro era lo público. Bukele, entonces, lo sepultó con la idea de que tanto en la Antigua Grecia como en Roma, lo público solía ser mejor que lo privado, pues las grandes propiedades de la élite de esas épocas no eran nada frente al lujo del Partenón o de la fachada del senado.

Mi colega, que no había escuchado con atención mi conversación con el encargado de la zona de Super Mario, me comentaba con sincera fascinación que el requerimiento de leer por media hora para poder utilizar los videojuegos era una estrategia para promover la lectura que, con seguridad, iba a tener mucho éxito. Por mientras, llegábamos al cuarto piso de la BINAES, que concentraba la mayoría de sus áreas temáticas: Harry Potter, Game of Thrones, El Señor de los Anillos, DC, Dragon Ball, Marvel y Star Wars. Todos estos espacios se disponían pulcramente para dar la sensación de que era posible la inmersión en las ficciones del momento. Sin dejar de estar cautivado por lo que veía, no pude evitar ponerme a especular sobre las pretensiones que había tenido el Estado chino para financiar un proyecto cuyos principales referentes estéticos provenían de la industria cultural de Estados Unidos, su principal enemigo. Por supuesto que no pude concluir nada, salvo que Nayib había sido bastante hábil: pues consiguió el patrocinio de una potencia comunista para construir el edificio que probablemente va a fungir como símbolo de su gobierno y, a la vez, era agasajado por líderes como Trump y Milei, acérrimos anticomunistas.

Como mi experiencia con el encargado del área de Super Mario me había dejado suspicaz, me dirigí hacia el responsable de la zona de Star Wars para preguntarle qué tipo de actividades se impulsaban desde su espacio. Como no habían juegos de videos, me surgió la duda sobre qué se podía hacer, además de tomarse fotos con los clones del imperio, R2D2 o C-3PO. “Cuando tenemos alta afluencia de público, hacemos la búsqueda del tesoro”, me respondió sonriente. “¿Qué es eso?, consulté curioso. “Escondemos un tesoro por aquí, y el que lo encuentra es premiado con dos horas para jugar con la consola que desee”, me aclaró con orgullo. Escondiendo mi estupor, le pedí que me diera detalles sobre alguna propuesta de mediación lectora, sea en su sector o en otro. Me confesó, confuso, que no sabía qué era eso. Cuando le aclaré que me refería a clubes de lectura u ofertas similares, recobró la seguridad para decirme que, a veces, algunas de sus compañeras hacían de cuentacuentos para, después, permitir que los niños dibujaran algo sobre la historia que se les contó.

En el resto del recorrido, marcado por la aparición de otras atracciones tecnológicas que acaparaban la atención del público, se me hizo imposible recabar información sobre alguna actividad que tuviera a la lectura en el centro. Tampoco logré más indagando en las redes sociales de la BINAES. Todo lo que se hacía giraba en torno a los videojuegos, las manualidades sin contexto y la teatralidad mediática. Pese a esto, las estanterías, entre las que era posible encontrar de vez en cuando a un posible lector perdido, estaban colmadas de títulos de publicación reciente y de textos clásicos en ediciones actuales. En este punto, intenté conseguir el dato de los préstamos realizados hasta la fecha, pero terminé verificando que el servicio de prestación a domicilio no estaba disponible. Ocurre que los cerca de 194.000 libros siguen en proceso de catalogación, lo que impide incluso que el personal pueda ubicar un ejemplar específico cuando un usuario se lo solicite8.

Gramsci planteaba que la lectura, al ser una práctica social e histórica, influye en las configuraciones del conocimiento y, en consecuencia, del poder. Cumple, en otras palabras, un rol fundamental en la construcción de las concepciones que una comunidad establece para comprenderse a sí misma, lo que marca las pautas de organización y actuación de sus miembros. Considerando esto, el pensador italiano advirtió que el acto de leer es un arma de doble filo: por un lado, tiene la capacidad de incentivar la consciencia crítica y, por lo tanto, de abrir la posibilidad de que las clases populares puedan crear consensos ideológicos favorables a sus intereses; por el otro, sin embargo, puede reproducir las relaciones de opresión y dominación convenientes para élites.

Con un triángulo de pizza en la boca, sentado en el restaurante de italianas pretensiones del nivel 7, concluí que la BINAES tiene un enorme potencial por su capacidad de convocatoria y de sensibilizar, aunque sea con discursos estereotípicos, sobre la importancia de leer. Sin embargo, mientras el actual régimen esté vigente, la promoción lectora en esta biblioteca va a ser funcional al proyecto ideológico de Nayib, cuyo fin es la puesta en marcha de un neoliberalismo grotesco a través del uso antidemocrático y violento de los poderes del Estado. Esta idea se puede desprender de la insigne estrategia gubernamental de enganchar a los salvadoreños con la cultura escrita desde la condición de agarrar un libro por 30 minutos para disfrutar, después, de un momento de videojuegos. Más allá de su espíritu siniestramente pavloviano, esta propuesta no se impulsa a la par de otras que permitan el desarrollo de un proceso de formación de lectores a largo y mediano plazo, ni del servicio básico del préstamo domiciliario. En consecuencia, bajo esta dinámica la lectura queda reducida a una vacía estrategia de marketing útil para disimular una administración que soslaya los compromisos de El Salvador con los derechos humanos y con el ejercicio republicano de la política.


Notas

1 Banco Mundial. “El Salvador: panorama general”.

2 Latinobarómetro, “Informe 2023. La recesión democrática de América Latina”.

3 ACNUR. “Tendencias nacionales. El desplazamiento forzado en Ecuador 2024”.

4 Ministerio de Cultura de El Salvador, “La nueva Biblioteca Nacional de El Salvador y sus servicios para la población”.

5 Gobierno de El Salvador, “Becas Roque Dalton”.

6 CIDH, “El Salvador. Estado de excepción y derechos humanos”.

7 https://www.youtube.com/watch?v=cS9ScuAT9Fg&t=317s

8 La Prensa Gráfica, “Préstamo de libros, un proceso a medias en la Biblioteca Nacional”.

Sebastián Concha Villanueva

Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Salamanca. Como consultor en temas de lectura, ha trabajado para instituciones públicas y organismos internacionales en Costa Rica, Ecuador y Panamá. Licenciado en Literatura por la Universidad de Chile, en Educación por la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Relaciones Internacionales por la FLACSO.

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