No era depresión
Sobre Neozona, Juan Carreño, Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2020. 149 pp
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Hay vecinos que luchan en la cancha de la Trizano, Villa Alemana. No quieren que la conviertan en un complejo residencial. No sabía, sino hasta hoy, que el estero de la Trizano, sí, el mismo donde jugábamos a cazar ranas y a lanzarnos piedras entre los sauces, era parte de un Humedal llamado “Lo Godoy”. En la Villa de la plaza chica, La Pintana, también se han organizado para hacer cosas y no solo. Se saludan, discuten, pasan avisos, se enojan, abandonan el chat, se despiden para ir a las faenas mineras del norte, ofrecen sus servicios de gasfitería, se organizan nuevamente para desocupar una sede tomada por otra vecina. Los vecinos de La Villa de la plaza chica también se ponen reflexivos en el chat de watsap, a tono con el devenir político del Chile actual. Me bajo del metro y cierro el libro con las ganas de continuarlo y el lamento de un viaje que se hizo corto.
Los relatos de Neozona están cargados de un denso y rico contenido social. Encontré algo que hubiera querido leer en un curso de sociología. Los sociólogos se pusieron gerenciales y políticos en los años 2000. Otros se intelectualizaron en la inutilidad, representados por discursos de los más anarcos, quienes estaban preocupados de ser quienes nos emanciparían, poniéndonos chapitas otakus de Foucault sobre nuestras mochilas. Neozona es transparencia y dulzura en la mirada de nuestras villas y poblaciones que nos hacen anhelar la población. Sentir que los vecinos de la Plaza chica, pueden ser también mis vecinos. Inevitable es el interpelo de este lugar en la literatura, porque sin conocer su población, yo también crecí en una.
Y la literatura chilena está repleta de cuicos venidos a menos o a más, o como usted prefiera llamarle. Así que Neozona pone un contrapeso a esa balanza. Mi neo, tu neo y la de todos mis compañeros, es la entrada y umbral de un imaginario no hegemónico, en ciernes. Imaginario al que no solo adhiero, sino que comparto, y sé que también otros más compartirán. Solo por sencillo llamado de llevarnos a un viaje a través de la Neozona, como metáfora de villas y poblaciones que también se desplazan y pueden viajar por el mundo. Aunque sí, y con lamento, hace mucho tiempo dejé de vivir frente a la cancha de la Trizano y el estero “Lo Godoy”, en Villa Alemana.
Pero Neozona es mucho más que eso. Si es crónica, poesía, autobiografía, documento testimonial, y todo a la vez, bienvenido sea. De todos modos, siento que la poética de Juan se ha desarrollado en una cadencia prosaica, donde el mundo popular emerge por todas partes. Como cuando nos invita a subir al tagadá e inmediatamente nos lleva a muchos veranos donde mirábamos al tagadancer1con perplejo y admiración, al sonido de la música tecno en el estero de Viña del Mar. El fiero desplazamiento de imágenes confusas de la infancia y adolescencia, de cómo nos divertíamos, cuando no se podía ir muy lejos ni tener vacaciones. Nuestros padres, de hecho, tampoco las tenían. Las tarjetas que podían pagar viajes o comprar a deuda comida en los supermercados, vinieron mucho después.
Luego de leer Neozona, queda la sensación de viajar a través de tres escrituras. La primera, de diarios de viaje, diarios frontera visto en diversos relatos : “aguafuertes del verano”, “la tarde del 26 de febrero del 2010” y “viernes 07 de septiembre”, entre otros. Habitar la frontera de Arica y Perú, Nicaragua y Guatemala, o inclusive, los viajes intrafronterizos de Valparaíso, Quillota, Calera. Límites espaciales disueltos por la experiencia de recorrer lugares de vida en Neozona y no el espacio metropolitano abstracto de Santiago de Chile.
Una segunda escritura, quizás la más poética, es aquella de la belleza del mundo popular, atravesado por acontecimientos de aquel Chile que despertó el 2019 en las médulas de una población. Esta atraviesa la carne, los poros y el corazón, hasta llegar a tocar la relación del padre con su hijo en el relato “papá soñé que le disparaba al presidente”. La conmoción de la dureza dulzura con la cual algunos padres fueron educados y así nos la transmitieron. Esa dureza dulzura que no nos abandona en la transmisión de nuestro contradictorio patriarcado.
Finalmente, el testimonio de los acontecimientos, en donde Juan, cuán etnógrafo, muestra la neozona giratoria, al ritmo del tagadá, con relatos como el chat de los vecinos de la plaza chica o “y ahora estoy aquí” donde, sin embargo, sigue existiendo una posibilidad en ese amor testimonial de nuestra generación con el cierre del libro: “cuando mi amiga llora, le digo”. La última generación que probablemente jugó en los videos Doble dragón o Cadillac y dinosaurios.
Sin embargo, si tuviera que elegir uno de los relatos que aúna todas las aristas de crímenes imperfectos, delincuencia, humor y dignidad del mundo popular es: “dele cotelé”. Esto por varias razones. La hilarante escena de un saqueo en el grito al aire de: “ES MI CUMPLEAÑOS, ES MI CUMPLEAÑOS” (p.88) es algo que atraviesa muchos pasajes de Neozona. El humor sobre el entrañable chauvinismo del chileno, hasta los estereotipos de personajes “artesa” y otras personalidades contestatarias de la universidad a quien todos alguna vez conocimos. El chileno que canta el himno nacional de manera desatada. Encontrarse con una vergüenza risueña en la lectura. Distante, pero al mismo tiempo cercana, muy cercana, querible.
Luego, porque tal vez sin pretenderlo “dele cotelé” es un relato representativo de la inmersión en una serie de acontecimientos criminales y políticos ocurridos en el estallido social de Chile en los espacios públicos y poblaciones, sin que estos se resuelvan. Ni en la ficción, ni en la realidad. Policial o no, de materialidad ficcionada, la tensión del enigma que recorre conversaciones y casos como los incendios “provocados” en las manifestaciones. El diálogo entre el vecino bombero y el otro vecino que le achaca responsabilidades, resulta un guiño de lo que Bolaño mantiene en tensión durante sus obras con las desapariciones y los casos criminales no resueltos. Es quizás una tensa combinatoria de nuestra memoria social de dictadura, que de vez en cuando emerge, pero siempre heredamos, como ocurrió en el estallido social. Esto, hace la escritura un caudal de fuerza política, presente también en otras escenas y relatos, tales como: “sargento presley” en donde se anuncia de manera magistral el acabose de Piñera, apenas asumido en su mandato:
“…se oyen tímidos intentos de gritar Piñera, Amigo el pueblo está contigo, hasta el himno nacional se intentó. Pero la gente no grita, no canta, me tinca que es pura gente que nunca ha gritado en la calle” (p.37)
El relato “dele cotelé” es rico por eso, pero también por traer de vuelta la belleza y dignidad del mundo popular, que además ponen en valor uno de los espacios públicos paradigmáticos de este mundo de vida como son las ferias. Sin ser un relato idílico retrata desde la crudeza, voces de una consciencia poblacional en plena revuelta social:
“… ¿pa qué chucha van a quemar esas weas. ¿Más que cuesta conseguir bencina y gastarla en eso?” (p.88) “… un vecino que se hizo amante de su vecina en la barricada, de las hermosas madres solteras que estudian y trabajan, atina y cruza a la panadería para llevarle marraquetas y huevos a su querida” (pp.89-90)
Neozona más que un testimonio y un documento social, nos entrega con generosidad la mirada transparente de situaciones que aún en el ajetreo y vértigo poblacional, siguen siendo bellas. La voz de un observador que es participante, muy participante. Por ello verosímil. Un imaginario que da continuidad y dignidad al mundo popular que ha vivido años secuestrado por las políticas de focalización social del estado y consignas estigmatizadoras como lo “flaite”, narrativa también problematizada en la obra. Neozona es la reivindicación de los lugares emotivos, de una vida sentimental en las poblaciones. Giratoria, dinámica, política, viajante pero también fronteriza y que tiene una capacidad redentora porque:
“sigo romántico a pesar de la traición y del dolor, siempre hay lugar para el perdón.” (Douglas)
Romanticismo que devela el manto de lugares de una metrópolis con sus claroscuros, pero también con su belleza. Así que, fuerte y claro como voces redentoras del estallido en la Neozona: no era depresión, era capitalismo.
1 Juan Carreño (2019) Paramar, Santiago de Chile, Neozona ediciones.