Foto: General Photographic Agency (Inglaterra, 1940)
«Normalidad y Seguridad»: A propósito del (otra vez) nuevo plan del gobierno
Philip Roth, en su obra “Nuestra Pandilla”, una parodia muy cercana a la realidad, escribe sobre el problema y el fracaso del mal en el Infierno. Problemas que se deben a que los programas y el liderazgo del Infierno han fracaso porque no son los que se necesita y es esencial que el Demonio no solo marque el compás, sino también que dirija el baile. El Demonio debe estar a la altura de sus palabras.
Se nos ha convocado al “retorno seguro”, después de la echar pie atrás con la idea de “nueva normalidad”, que partió como un discurso completamente displicente hacia la sociedad, pero con dos conceptos que han sido muletilla en los últimos años. Uno de ellos, ahora subjetivo, es el de la normalidad y normalización de la vida civil, económica y administrativa del país. El segundo concepto, explícito, es el de la seguridad.
La normalización a la que se nos obliga, parte de la idea de que el país está sumido en dos crisis: la social y la sanitaria, ambas amenazas con graves consecuencias. Se habló de que estas amenazas hay que enfrentarlas con eficiencia y para ello se buscará, gradualmente, que los funcionarios públicos vuelvan a sus puestos de trabajo, que los trabajadores del sector privado se reintegren y que los estudiantes vuelvan a clases. En palabras de Violeta Parra, “miren como pregonan tranquilidad…”. La normalidad que se nos impone esta relacionada principalmente con aquello que Foucault, allá en el año 1978, esgrimía como disciplina. Disciplina a los cuerpos, a los lugares, los actos, los gestos, como objetivos determinados, pero sin medir las consecuencias que la normalización traerá consigo. Es, en último caso, la idea de control permanente, que busca retomar el control de la sociedad que se desbordó en octubre de 2019 e intenta jugar con el disciplinamiento a costa de la salud pública. Lo que se intenta concretar es una partición entre lo normal (aquellos que retornan a sus labores) y los anormales (aquellos que se resisten), porque se nos muestra un modelo construido en función de un fin determinado: el control y disciplinamiento social en pos de la reactivación económica, tan esquiva a las promesas del gobierno.
Esta normalidad espacial que se nos impone posee varios procedimientos. La clausura/apertura de espacios públicos, la articulación del espacio por medio de zonas delimitadas de control, los procesos productivos en ciertas áreas claves de la economía, pero también de aquellos que son prescindibles como los centros comerciales, el manejo del territorio, el control del tiempo a través de las cuarentenas y del toque de queda. Para el gobierno, el ajuste de los cuerpos individuales y social debe ser articulado a través de la disciplina incluso del tiempo, por medio de la sanción normalizadora que intenta castigar y corregir a los sujetos.
El segundo concepto que plantea el nuevo plan gubernamental es el de la seguridad. El tema es sensible para la derecha chilena, herederos de los grupos conservadores aristocráticos del siglo XIX que construyeron el Estado según los principios del autoritarismo portaliano que aún pregonan (“Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes”). Las catástrofes naturales, sociales, económicas e incluso culturales podrían ser minimizadas y controladas por el uso de la fuerza, al cual la izquierda también se adscribe al uso de la fuerza como control punitivo y represivo, eso no hay que olvidarlo. La seguridad que impulsa el gobierno parte del control de las instituciones públicas al obligar a los funcionarios a retomar sus funciones. Si bien, el control y manejo de las instituciones es una función propia del mismo Estado, ahora lo hace sin ninguna consideración de los trabajadores, quienes a falta de una cultura organizativa o sindical no pueden oponerse a esta nueva normalidad, y ante la desarticulación de los partidos de oposición y su nulo peso político, los partidos oficialistas y algunos de centro (como la Democracia Cristiana, otrora partido de los trabajadores y de la justicia social y hoy convertida en la palangana del gobierno) han promovido la militarización de la seguridad, basados en controvertidos fundamentos médicos y declaraciones que cada tanto deben ser matizadas, corregidas y/o anuladas. Se plantean mecanismos de seguridad vinculados al control sanitario, bajo la lógica de una enfermedad reinante al igual que el siglo XVII y XVIII lo era la viruela y que permite el control disciplinario de los cuerpos. Lo interesante es que esta seguridad devenida del control se está volviendo en una técnica muy característica de los gobiernos con algunas características autoritarias, lo que Benjamin plantea como ese estado de excepción que ha devenido en regla, que revela la característica autoritaria del orden jurídico existente en Chile. La seguridad que se nos plantea busca posicionar la normalidad en torno a un dentro/fuera, como una tendencia del fenómeno de la enfermedad que se multiplica sin ningún freno y que puede ser catalogadas como una crisis, que o es detenida por algún mecanismo natural o por una intervención artificial.
Esa intervención artificial es la que el gobierno utiliza como sistema disciplinario, o, mejor dicho, mecanismos disciplinarios basados en reglamentos sanitarios para controlar la población por medio de la militarización de la función de seguridad pública.
Lo que el concepto e idea de “retorno seguro” plantea, es una normalidad basada en el control del territorio (territorio que se ha controlado en el siglo XIX y XX por medio de la violencia política expresada en guerras civiles, masacres, golpes de Estado, etc.), es decir, el control del cuerpo de la población. El discurso político del gobierno tal parece ser un discurso corporativo, técnico-empresarial, más que un discurso esperado de un estadista, y que ha sido profundamente manipulado y manipulador a través de una desconfianza entre los ciudadanos/sujetos. Las políticas públicas, de seguridad y orden normalizante, son objeto de debate, principalmente porque a pesar del 18/O, los partidos de izquierda y derecha han intentado reforzar la política tradicional, a espaldas de la sociedad. Si bien se han abierto a un camino de reformas institucionales, pero no a las reformas estructurales que necesita el país, pero con un claro sentido de inversión en seguridad antes que en educación o salud, lo que muestra que es más importante el discurso de la seguridad pública y de la protesta como definición de delito antes que conflicto social.
El discurso de la normalidad y la seguridad se ha transformado en control social del cuerpo, no como lo central de la política del gobierno, sino que es la imagen del cuerpo que sirve a la economía, lo importante es ponerlo a trabajar, como animales humanos encerrados y explotados en ciudades e industrias, controlados por el Estado por medio de mecanismos de control y de violencia política fundamentados en una idea de seguridad esquiva y manipulada.
El Demonio ha intentado estar a la altura de las circunstancias, pero éstas le han quedado grande y el liderazgo del Infierno ha quedado reducido a planes, proyectos, declaraciones demasiado absurdas, pero que demuestran su verdadero rostro.
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Bibliografía
Philip Roth, Nuestra Pandilla, Buenos Aires, DeBolsillo, 2010.
Michel Foucault, Seguridad, territorio, población. Curso del Collège de France (1977-1978), México, Fondo de Cultura Económica, 2018. Clase del 18 de enero de 1978. pp 65.
Diego Portales a J. M. Cea, Lima, marzo de 1822.
Walter Benjamin, “Tesis de Filosofía de la Historia”, en Discursos Interrumpidos, Madrid, Taurus, 1979, pp. 697.