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OCTUBRE
J se ahorcó, presa de un desamor fatal,
que tánto semejaba el fuego de la calle,
tánto como el ojo de A, cegado por un perdigón,
porque no pudiera ver a su agresor;
I sospecha que fue la misma policía la que saqueó e incendió;
el ojo de C vio la muerte de frente. Se cruzó con el ojo de la muerte, ama de Chile;
lloró, fue enjugado – C sigue luchando.
No basta con oír, pienso, mientras corro.
No basta con mover los pies en una u otra dirección, no basta con ofrecer las manos.
Es la cara lo que se da. Aún en la hora más oscura. Justo en esa hora.
Nada más hermoso que el temblor, le digo a R.
R, cuya cifra es el recuerdo y la esperanza.
Nada más hermoso. La incertidumbre, algún mundo nuevo.
“No llores, I, no llores, C, no llores M. Griten”.
Que caerá el que encanta serpientes.
Nada más hermoso. Como el atardecer de las marchas.
Gritemos.
Es tiempo. Que sea el tiempo.
Un beso eterno. Lacrimógena. Guanacos, zorrillos y otros bichos de la represión.
Y alguien que me viene a hablar de orden público y conspiraciones.
Y alguien que se olvida de los muertos en su discurso ingenioso.
R, justiciero, se rió de tamaña idiotez.
Porque, a fin de cuentas, quien no repare en la muerte, la tortura, la mutilación, la violación es cómplice.
Dar cara. Hacerse cargo de la vergüenza. A quien le caiga el poncho.
J me dijo la noche anterior que ya no podía más.
Le pedí porfavor quédateaverloqueviene notevayas quédíahermosonosespera.
J partió en silencio.
J apareció ahorcado, en medio del caos inducido por las fuerzas de seguridad,
víctima de un desamor que, en rigor, es el abandono de un país hasta ayer perdido.
Afuera, ardían las calles.