Foto: Lee Busel
Octubre de 2019: Estallido social en el Chile neoliberal
Los sucesos
Durante la semana del 14 al 18 de octubre, los estudiantes secundarios llamaron a evadir el pago de los boletos del Metro de Santiago, como una forma de protestar frente a una reciente alza de las tarifas, de este importante medio de transporte. “Evadir, no pagar, otra forma de luchar” fue la consigna que cientos de estudiantes coreaban a la entrada de las estaciones de Metro, desde el lunes 14 en adelante. El conflicto comenzó a escalar, contando con el apoyo tácito de gran parte de la población, cuando la tarifa del Metro alcanza, en horas punta, a 830 pesos chilenos (1,2 dólares en moneda americana).
Junto a las consignas, los estudiantes ingresaban a las estaciones del Metro y saltaban los torniquetes evadiendo el pago del boleto. El día jueves 17, mientras las estaciones eran custodiadas por Carabineros de Fuerzas Especiales, el conflicto se radicalizó con ataques a las instalaciones de algunas estaciones, especialmente los torniquetes.
Pero no fue hasta el viernes 18 que el conflicto se expandió y amplificó con manifestaciones en estaciones de alta concurrencia de usuarios, que alteró el funcionamiento regular de Metro, que transporta diariamente a aproximadamente 2,8 millones de santiaguinos. Se empezaron a cerrar estaciones y se incrementó la represión en distintos lugares, alterando todo el sistema de transporte de una ciudad de 7 millones de habitantes. Cuando anochecía la policía se vio aparentemente superada y el gobierno amenazaba a los manifestantes con aplicarles la Ley de Seguridad Interior del Estado y no ofrecía ninguna salida al alza de tarifas. O sea, solo se criminalizaba la protesta acusando a los manifestantes de “vándalos y criminales”. A las 20,30 horas comenzaron a sonar las cacerolas en distintos barrios de Santiago y muchos manifestantes se congregaron a la entrada de varias estaciones del Metro y con mayor presencia de jóvenes de los barrios populares – de nuestras poblaciones- vino el estallido de la rabia acumulada por unas mayorías que viven cotidianamente la precariedad social y la desigualdad estructural que el neoliberalismo configuró, materializó y naturalizó en la sociedad chilena, desde la dictadura de Pinochet a la fecha. Se iniciaron entonces ataques e incendio de algunas estaciones del Metro más el saqueo de locales comerciales y supermercados. A estas alturas el Metro había suspendido todas sus operaciones en la ciudad y el gobierno se reunió de urgencia en La Moneda, para decretar, pasada la medianoche, el “estado de emergencia”, que entregó la mantención del orden público a los militares.
La estrategia del gobierno fue equivocada y tardía en todas sus etapas. El día viernes cuando el conflicto escalaba solo ofreció represión, que estimuló aún más la movilización que tomó formas inéditas: el ataque a las estaciones del Metro que en pocas horas destruyó y provocó incendios de distinta magnitud –los daños suman varios millones de pesos- que dejaron al Metro prácticamente fuera de servicio (aún se evalúan los daños y no se sabe cuánto tiempo tomará la restitución del servicio).
El sábado 19, con estado de emergencia en ejercicio, las manifestaciones tomaron un doble giro: a) junto a la expresión pública del malestar mediante caceroleos y manifestaciones en plazas y grandes avenidas, se multiplicaron los saqueos a supermercados y farmacias; y b) la protesta se extendió a las provincias y se hizo nacional, de norte a sur del país, al menos desde Iquique hasta Punta Arenas, con mayor intensidad en Valparaíso y Concepción, las dos ciudades mayores después de Santiago.
En esta fase de la movilización, aún en desarrollo, el estado de emergencia fue desafiado y desobedecido por la población, al punto que la noche del sábado se impuso el “toque de queda” en Santiago, Valparaíso y Concepción. Tampoco el toque de queda alcanzó los efectos esperados y las manifestaciones públicas y saqueos continuaron.
Chile vivía entonces, el mayor “estallido social” desde que se recuperó la democracia, es decir en los últimos 30 años. Un estallido que nadie podía imaginar o prever, aunque muchos admiten hoy, que los síntomas existían y existen desde hace ya bastante tiempo. Como colofón de lo que hemos narrado, el presidente Piñera, en la sucesión de errores y fantasías de su gobierno, declaró el domingo 20 de octubre, al anochecer, que “estábamos en guerra”.
Este estallido social, difícil de prever en su magnitud y en el momento nos sorprende en un contexto francamente crítico desde el punto de vista social y político. Simplificando y de manera un poco esquemática: Por una parte, desde el gobierno y el Estado, las instituciones viven su peor momento de credibilidad y legitimidad, producto no solo de la corrupción – de la que ya no se salvan ni las Iglesias- sino que además de su abismante distancia e indiferencia con la sociedad y particularmente con el pueblo. Por otra parte, desde el punto de vista de las clases populares y sus luchas, esta movilización que conduce a un “estallido” se hace sin un convocante central, sin orgánicas conocidas (ni partidos, ni la CUT, ni coordinaciones territoriales) por lo que adquiere un “cierto” carácter espontáneo, que hay que matizar, en el sentido que los estudiantes secundarios y diversos movimientos sociales generaron sus propios procesos de organización y de expresión pública que preceden a este estallido: el movimiento mapuche desde fines de los 90; el movimiento estudiantil, secundario y universitario (mochilazo, en 2002; revolución pingüina, en 2006; movimiento por la educación pública, en 2011); el movimiento “No + AFP” [1] desde 2016; el “mayo feminista” de 2018; los diversos movimientos socio ambientalistas y de lucha por el “agua y los territorios”; las luchas y huelga de los profesores en 2018, etc. Todas estas luchas tienen un alto valor, pero carecen hasta ahora de instancias de coordinación y unificación suficientes.
No resulta fácil proponer una perspectiva analítica sistemática de lo que hemos vivido y estamos viviendo en estos días. En primer lugar, porque los sucesos aún están en desarrollo; en segundo lugar, porque la situación desafía nuestras categorías analíticas tradicionales y, en tercer lugar, por las cargas subjetivas que representa para muchos de nosotros –los que vivimos la dictadura- volver a ver a los militares en las calles. Pero aun así, es necesario intentarlo.
1.- Las razones del malestar
Existe cierto consenso en los medios, entre los políticos e intelectuales y en el sentido común, que el problema es más que el alza de los boletos del Metro, que gatilló las movilizaciones. Esta fue “la gota que rebalsó el vaso”, o siguiendo una cierta tradición, los chilenos reaccionamos “cuando el agua nos llega el cuello”. El consenso se mueve en dos direcciones: a) La desigualdad estructural de la sociedad chilena, que se ha vuelto insoportable; b) La acumulación de abusos y alzas en los servicios públicos de luz y transporte, de salud (sobre todo, medicamentos), viviendas e incluso de productos de primera necesidad. Se podrían sumar otras razones, como la precarización de los derechos sociales y el creciente endeudamiento de la población, especialmente la más pobre con las tarjetas de crédito, que van desde el supermercado hasta la ropa, el auto y los artículos electrónicos. Finalmente, aunque la lista de agravios puede continuar, hay también una razón política: nada se puede cambiar, por más que los ciudadanos se movilicen y por miles, si no cuentan con la anuencia de la derecha o del gobierno de turno, por ejemplo, las pensiones de hambre y el sistema de AFP, los bajos salarios, el sistema de educación pública, que solo se pudo cambiar parcialmente, el sistema de salud pública, el acceso a vivienda, etc.
En suma, las “largas sombras de la dictadura” [2] implicaron que la política fuera monopolio de los poderes de facto, especialmente del gran empresariado y de los partidos políticos; que la promesa de la transición, de que “la alegría ya viene”, solo alcanzó para algunos y excluyó a las grandes mayorías, que solo fueron vistas como “objeto” de políticas públicas –administradas por variados tecnócratas- y nunca como derecho a la participación y a la iniciativa del propio pueblo. En la larga transición se democratizó relativamente el acceso al poder del Estado, pero no la sociedad y su derecho a la participación. La Constitución de 1980, hecha aprobar por la dictadura, garantizaba eficazmente este derrotero.
Para decirlo de manera breve y concisa: La política es un asunto de los políticos y la población debe confiar en ellos – en su sensibilidad, su noción de “servicio público” y otros eufemismos- para que la sociedad progrese. Por lo demás la economía, creciendo, es capaz por sí sola, de ofrecerles más trabajo, más recursos y sobre todo, más consumo. En realidad, como lo indicó en alguna oportunidad un político e intelectual antaño de izquierda (de los que hay muchos), la mayor democracia es la que produce el mercado. Mientras más consumidores tengamos, más efectiva es la democracia. Hágase “emprendedor”, de usted depende y si duda, admita que “¡querer es poder!”, como proclama la publicidad de un Banco.
Podríamos seguir abundando en esta línea, pero creo que la mayoría del país lo sabe, vivimos en un país dual, un país para pobres, con un segmento que camina hacia la clase media, y un país para ricos, con su propio segmento de clases medias prósperas. Esta dualidad tiene expresiones visibles y manifiestas; salud para ricos y para pobres; educación para ricos y para pobres; barrios y viviendas para ricos y para pobres… La reproducción “moderna” del viejo e histórico clasismo chileno, que en esta coyuntura estalla, como muchas otras veces en la historia de Chile, en la cara de los poderosos.
2.- El estallido como forma de expresión popular: Primero en contra del Metro, es decir, en contra del Estado; luego en contra del capital, es decir, los supermercados, farmacias, bancos y multitiendas.
Como indicamos en la parte descriptiva de la crisis, al iniciar este artículo, todo comenzó con los estudiantes secundarios y su llamado a “evadir”. No es la primera vez que los adolescentes chilenos se ponen a la vanguardia de las luchas sociales (en 2006 fue la “revolución pingüina, que precedió al gran movimiento estudiantil de 2011). Parece curioso, ¿por qué los estudiantes secundarios? Una hipótesis posible y para bien de nuestra sociedad, es que los adolescentes están pensando y lo hacen con mayor libertad que los adultos. Pero, no solo piensan, sino que también “actúan” sin medir muchas veces sus consecuencias y más todavía, su acción tiene efectos. Esta vez, cuando se les criticó que el alza de precios de Metro no afectaba a los estudiantes, respondieron con claridad meridiana, “sí, pero afecta a nuestras familias” y en esta respuesta lograron dos victorias: sumaron a sus madres y padres y le quitaron el piso al discurso de Piñera y la derecha que siempre dice actuar en defensa de la familia.
¿Por qué el Metro? Esta es una pregunta que muchos se han hecho y que genera sentimientos ambivalentes, ya que Metro es un bien público y presta un gran servicio para el transporte. Pero, habría que agregar, el Metro simboliza el orden y el Estado, dicho en lenguaje juvenil representa “el sistema” que organiza la vida cotidiana de la ciudad. El ataque al Metro, si lo vemos en retrospectiva, efectivamente golpeó al sistema y desarticuló el orden de la ciudad (como reza el refrán popular: ”para hacer una tortilla hay que quebrar huevos” y esta vez, se quebraron).
Hay que admitir sí, que la noche del viernes 18, los ataques al Metro se extendieron y amplificaron cuando se sumaron los jóvenes de los barrios populares y las dos líneas más afectadas fueron el eje La Florida y el eje poniente, Quinta Normal, Pudahuel y Maipú.
La misma noche del viernes pero con mayor amplitud, el sábado, se multiplicaron, a lo largo del país, los ataques a los supermercados. El grupo más afectado fue el de Walmart [3], con sus emblemáticos Supermercados Líder (Walmart reconoció la noche del domingo 140 locales saqueados). Pues bien, ¿por qué este grupo fue el más afectado? La razón parece sencilla: es el que está cerca del pueblo, al que más se le debe, el que se visita cotidianamente. De las farmacias no se requiere mucho análisis, la especulación con los precios de los remedios lo padecen la gente mayor y especialmente los jubilados que ocupan en ellos la mayor parte de sus precarias pensiones.
Si el Metro representa al Estado, la red de supermercados y farmacias representan al “mercado” y el “estallido social” creó la ocasión para “pasarles la cuenta”.
3.- Los distintos repertorios de acción, de las clases medias y de los más pobres.
La mayor sorpresa para el gobierno y para todos los chilenos fue que decretado el “estado de emergencia”, las movilizaciones continuaron, es decir la medida que ponía militares en las calles no actuó como antídoto ni descomprimió la protesta, que tomó dos formas; caceroleo y ocupación de plazas (Plaza Italia, en el centro y Plaza Ñuñoa, en el sector oriente entre las más visibles en Santiago) así como “marchas” en provincias y saqueos en los barrios de Santiago e importantes ciudades a lo largo del país.
Las manifestaciones fueron reporteadas por los medios de comunicación (radios y TV) de modo casi ininterrumpido, con un doble discurso: protestar pacíficamente es un derecho, saquear es un delito. Evidentemente en este discurso de los medios está en juego la legitimidad de la protesta social, que revela la acción de dos grupos sociales distintos, la de clase media [4] y la de los sectores más pobres. A estos últimos se los criminaliza con una variedad de argumentos que van desde la condena a la violencia hasta la defensa de la democracia. Lo que no se dice es que la precariedad de la democracia es el resultado del predominio de los intereses de unos pocos, que han sido protagonistas de los mayores actos de corrupción en los últimos años, y que, además, se protegen entre sí mediante juicios prolongados y sin destino o restituyendo algo de lo robado al Estado, o con condena a “clases de ética”.
La convivencia de diversos repertorios de acción genera diferencias en la “opinión pública” fuertemente reforzada por los medios de comunicación, que condenan en coro “la violencia”. Sin embargo, hay que admitir que si esto no hubiese ocurrido –los ataques a los símbolos del Estado y de mercado- no estaríamos en medio de un estallido y de una crisis que abre las posibilidades de recrear y re imaginar el futuro de la sociedad chilena.
Probablemente las manifestaciones continuarán en estos días, aunque hay que admitir que la represión y la presencia militar en las calles surtirán sus efectos especialmente con relación a los saqueos, pero no es claro que disminuya la presión social y política diversificando los repertorios de acción (o, dicho de otro modo, las formas de lucha), mediante marchas, caceroleos, paralizaciones, pronunciamientos públicos, llamados a “protesta nacional”, donde las acciones pacíficas convivirán con brotes de violencia social. No ignoramos que las diferencias en los repertorios de acción generan divisiones y conflictos que pueden dificultar políticas de alianza y ser manejados por el gobierno y los medios de comunicación como una estrategia para legitimar la represión.
4.- El protagonismo de los jóvenes
Un hecho que ha llamado la atención en las movilizaciones de los últimos días es la visible presencia juvenil. Desde los orígenes del movimiento, que comenzó con los estudiantes secundarios, y prácticamente en todas las movilizaciones en plazas, avenidas y también en los ataques a supermercados y las cadenas comerciales (farmacias, bancos, multi tiendas, etc.), en todas partes, “los jóvenes la llevan”. Este es un fenómeno, tal vez universal, sin embargo, en Chile adquiere una connotación especial, se trata de las nuevas generaciones que no vivieron la dictadura y que de alguna manera, se puede sostener, no son portadoras del “miedo” que acompañó a sus madres, padres, abuelos, abuelas y generaciones que los preceden.
Pero, se trata también de nuevas generaciones que están participando de cambios culturales relevantes y de diversa naturaleza. Cambios en la estética, en la relación con sus cuerpos, en los modos de vestir, en la sexualidad, las relaciones de pareja, en las nuevas formas de inserción laboral y de sobrevivencia (con cada vez, más extendidas estrategias de trabajo informal) y tal vez, lo más evidente, con un fuerte recurso a la comunicación digital, que suponen redes de información e intercambios –en tiempo presente- de información, convocatorias, análisis, juegos, distracción y una suerte de “opinión pública” entre pares.
De este modo, los jóvenes de hoy participan de una nueva subjetividad –más libertaria y más ciudadana- y con sus propios medios de comunicación e intercambio que los dispone a la movilización en tiempos mucho más veloces que en el pasado. Estamos entonces en medio de nuevos actores y de nuevas temporalidades.
Entre los muchos sucesos de cierto impacto público, el día lunes 21, cientos de jóvenes de clase media marcharon por la Avenida Providencia y se manifestaron en el Apumanque y frente a la Escuela Militar, en Apoquindo con Vespucio, en el corazón de los barrios de la burguesía chilena, un tipo de manifestación inimaginable en tiempos pasados.
5.- El carácter inédito de este estallido, cuando “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”
Como indicamos más arriba, este “estallido social” nos sorprende en medio de un agotamiento de las formas políticas tradicionales que, en cierto grado, comprometen tanto al Estado y los grupos en el poder así como a los grupos opositores y al pueblo, en un sentido más amplio.
Desde el punto de vista de los medios de comunicación, de gran protagonismo en estos días y haciendo de los periodistas una suerte de “intelectuales orgánicos” de la crisis, lo que se sostiene es que el diagnóstico ya es definitivo: la desigualdad y los abusos condujeron al “estallido social”. El gobierno de Piñera, después de varios desvaríos, admite que ha tenido que escuchar “la voz de los ciudadanos”. Desde la izquierda y de las redes sociales, se indica: “el pueblo se cansó”.
En las primeras horas de las movilizaciones, avezados analistas se preguntaban ¿Cómo esto no se pudo prever? ¿Dónde estaba el director de Inteligencia? ¿Y los asesores del gobierno? Incluso más, sin ninguna consideración sobre las causas de la movilización, las primeras declaraciones oficiales del Ministro del Interior y de la Ministra de Transporte, simplemente condenaban a los violentistas y criminalizaban a quienes protestaban.
Es decir, para los grupos en el poder, la protesta y el estallido social los sorprendió, no lo pudieron prever y tal vez, tampoco lo imaginaron. Esta situación es reveladora de la escisión y la distancia de la política para con la sociedad, del “desacoplamiento” de lo social y lo político, base sobre la cual se organizó la transición a la democracia, que excluyó y subordinó a los movimientos sociales que lucharon en contra de la dictadura [5]. Este fue de algún modo, el resultado de la adaptación de la centro izquierda (demócratas cristianos, socialistas y pepede[6]) a la Constitución de 1980 (heredada de la dictadura) y al modelo neoliberal. La primera adaptación -a la Constitución del 80- condujo a la “elitización” u “oligarquización” de la política; la segunda adaptación -al modelo neoliberal- condujo a la “mercantilización” de la vida social (y de paso a la colonización del Estado por los grandes grupos económicos nacionales y trasnacionales, con sus reiterados episodios de corrupción). En este contexto, tanto la derecha, por razones obvias, como la centro- izquierda se asimilaron a las lógicas neoliberales, mejoraron sus ingresos (especialmente los parlamentarios y altos funcionarios públicos) y vaciaron progresivamente la política de contenidos ideológicos. Se hicieron todos, hombres y mujeres funcionales y pragmáticos (as). Es contra esta forma de ejercicio de la política, desprestigiada en el tiempo y con débil legitimidad que estalló en estos días la protesta social exigiendo cambios profundos que atiendan las demandas ciudadanas y populares
La situación en las fuerzas progresistas, de izquierda extraparlamentaria y de los sectores populares tampoco es tan sencilla. El pueblo chileno, en los últimos 50 años ha sido protagonista de dos grandes epopeyas: la Unidad Popular y las Protestas Nacionales en contra de la dictadura. Ambas terminaron en derrotas, con altos costos humanos, políticos y simbólicos. Su evaluación aún no termina de realizarse, se escabulle o se la niega responsabilizando a los enemigos de la izquierda. Desde una perspectiva histórica, me parece que el punto nodal no resuelto tiene que ver con problemas que aún nos acompañan y que el actual estallido social vuelve a poner sobre la mesa: las relaciones entre el Estado y la sociedad civil; el papel de los movimientos sociales y de los sujetos colectivos del cambio social.
El resultado de las adaptaciones de la centro-izquierda y el de las negaciones para evaluar las derrotas históricas nos han conducido al desarrollo de una izquierda difusa, diluida que participa del sistema político y a una izquierda anarquista (especialmente juvenil) y otra que vive del pasado, rememorando glorias y todo aquello que no fue. En rigor, uno de los mayores costos de las derrotas es la crisis de la institución “partido político de izquierda”.
Probablemente, la mayor novedad en los últimos años ha sido la creación del Frente Amplio, que agrupó a diversos partidos y colectivos de izquierda, algunos de reciente creación, y que alcanzaron una importante representación parlamentaria en las elecciones de 2017. Hasta ahora han tenido un desempeño mediocre en el parlamento y no han logrado constituirse en un referente político significativo. Su mayor debilidad, sugestivamente, radica en su débil relación con los sectores populares.
El cuadro no sería completo si no tuviéramos en cuenta el desarrollo de los tradicionales y los nuevos movimientos sociales. En el caso de los primeros (sindicalistas, campesinos y pobladores) se han debilitado como sujetos colectivos mientras que los segundos – mapuche, feminismo, estudiantes y ambientalistas- han incrementado su presencia pública [7]. El mayor desafío en la actual coyuntura tiene que ver con el fortalecimiento de estas dinámicas de la sociedad civil, que en lugar de archipiélago debieran ser capaces de constituir un “continente”, reforzando los intercambios y generando instancias de unidad social y política.
6.- Las salidas políticas, de corto y largo plazo
Resulta muy difícil prever las salidas a la actual crisis social y política por la que atraviesa la sociedad chilena. En muy corto plazo, si el domingo se había decretado ”estado de emergencia” en Santiago, Valparaíso y Concepción, con “toque de queda incluido”, hoy martes 22 de octubre, el estado de emergencia se ha extendido tanto por el norte como por el sur del país. Santiago funciona a medias, con una sola línea de Metro y un insuficiente servicio de buses, los supermercados abren parcialmente sus puertas (con apoyo militar y de carabineros), la mayor parte de las farmacias y los bancos están cerrados y los servicentros registran largas filas de automóviles que buscan abastecerse de gasolina. La ciudadanía se desplaza como puede y el toque de queda nos acompaña desde hace 4 días.
Las movilizaciones en avenidas y plazas y los caceroleos se siguen reproduciendo, con inusitado vigor y entusiasmo a lo largo del país, incluidos los “barrios altos” de Santiago. Los manifestantes no solo reclaman respuestas a las demandas sociales (las mismas que han generado el malestar y el estallido social), sino que también el fin del “estado de emergencia” y el retiro de las fuerzas militares de las calles. Las víctimas fatales hasta hoy martes 22 de octubre, suman 15 personas, 11 en los saqueos y 4 por acción directa de carabineros o militares, amén de malos tratos y humillación de mujeres, desnudadas en recintos policiales. Para mañana miércoles 23 diversas organizaciones sociales han convocado a un paro nacional de actividades.
Las respuestas del gobierno se han centrado básicamente en el control de “orden público” y el presidente Piñera ha transitado desde el absurdo al declarar “que estamos en guerra” el domingo 20, para moderarse el lunes 21, llamando a generar las condiciones para un nuevo “acuerdo social”. Los políticos de derecha y centro izquierda amplían la noción y sostienen la necesidad de un nuevo “pacto social”, que en rigor en Chile nunca ha existido. En el interín, el Jefe de la Zona de Estado de Emergencia de Santiago, al día siguiente de la declaración de guerra de Piñera, indicó en televisión, que “soy un hombre feliz y no estoy en guerra con nadie” Su declaración sorprendió a todo el mundo y pareciera que no existe consenso en las Fuerzas Armadas sobre la conducta a seguir en la actual situación. Curiosamente, mientras el presidente tomaba la posición “militar” declarando “la guerra”, el jefe militar tomaba una posición “política”.
Más allá de las diferencias entre el jefe político y el jefe militar, la posición del gobierno se mueve entre la represión y la búsqueda de acuerdos con la clase política. Hoy martes 22, Piñera invitó a los jefes de partidos a La Moneda, pero no concurrieron los dirigentes socialistas, comunistas y del Frente Amplio. El temor que circula entre militantes de la izquierda y los ciudadanos que protestan es que Piñera busque reproducir la “democracia de los acuerdos”, una estrategia que organizó la transición a la democracia, producir acuerdos elitistas entre los partidos excluyendo a la sociedad civil y los movimientos sociales.
El conflicto y la inestabilidad, todo indica, se va prolongar, generando o “un empate catastrófico”8, o una salida golpista (o autogolpe de Piñera) poco probable por ahora, o un fortalecimiento de la movilización y los movimientos sociales que debiera tener como horizonte un “proceso constituyente” (o Asamblea Constituyente en forma o reformas parciales a la Constitución) para lo cual es necesario una coordinación social y política suficiente que impida que la energía desatada termine disipándose.
Por ahora, nadie puede predecir, como se conjura esta crisis. Lo único claro es que Chile ya no es el mismo que el de ayer, gracias a su pueblo movilizado.
Notas
[1] AFP, Asociación de Fondos de Pensiones, basado en la capitalización individual y en manos de empresas privadas, sin participación de los trabajadores.
[2] Título de un libro que evalúa los 30 años de democracia: Julio Pinto (editor). Las largas sombras de la dictadura. LOM Ediciones, Santiago, 2019.
[3] Un grupo trasnacional reconocido por sus prácticas anti sindicales que, cuando se instaló en Chile, buscó impedir la sindicalización de sus trabajadores, pero no les resultó.
[4] La participación de las clases medias representa un duro revés para la derecha y el gobierno que han pretendido validarse prioritariamente a través de estos sectores.
[5] Este tema lo he trabajado en diversos artículos en los últimos años. Ver www.ongeco.cl
[6] Partido por la Democracia, creado a fines de la dictadura.
[7] Ver Revista Cal y Canto Nº 6. En www.ongeco.cl
[8] Noción acuñada por Antonio Gramsci para referirse a situaciones de confrontación de dos proyectos nacionales de país así como de oposición social e institucional y una cierta parálisis en el Estado para resolver su propia parálisis.