Oda lésbica a Cecilia, que no era perfecta, pero era incomparable
Me desperté con la noticia de que había muerto Cecilia, «La incomparable». ¡Guau! Imagínate que en lugar de un apellido te llamen «La incomparable» en este territorio gris. Apenas habían pasado dos semanas desde que mis amigas y yo bailamos al ritmo de la música de Cecilia en una noche gélida de Santiago. El calor de las estufas en el patio no tenía comparación con el fuego que emanaba de su voz. Recordábamos su forma de bailar, y alguna incluso imitó su icónico beso de taquito.
Al igual que Cecilia, muchas de las que bailábamos esa noche éramos del sur, y teníamos arraigado que el baño de mar a medianoche era un evento canónico que solo sucedía en Tomé, en ninguna otra parte. Cecilia se erigía como un ícono entre las lesbianas debido a su desobediencia; fue la única de la Nueva Ola que no apoyó la dictadura. Los relatos oficiales afirman que se alejó de la escena musical en ese tiempo, pero nosotras sabemos la verdad. Cuando en sus biografías mencionan que fue un periodo bohemio para Cecilia, es un eufemismo para referirse a que en plena dictadura no era contratada, no solo porque trabajó casi toda su carrera con un productor de “izquierdas”, sino también porque toda su estética artística desafiaba los mandatos hegemónicos de la época.
En el Festival de Viña, le pidieron expresamente que no bailara como lo hacía habitualmente y, sobre todo, le prohibieron hacer el beso de taquito. Me cuesta imaginar lo impactante que debió haber sido el beso de taquito para el público de 1965. Pero como podrán imaginar, ella ganó el certamen e hizo los pasos prohibidos de todas formas, envuelta en los gritos del público, sudando y entregándose por completo en el escenario. Se convirtió en un símbolo de rebeldía en plena Nueva Ola, que más que música era un adoctrinamiento con versiones en español de canciones gringas interpretadas por varones que se creían pseudos Elvis y que representaban un ordenado desacato para la juventud de la época.
Durante la dictadura, Cecilia continuó cantando en bares y lugares pequeños, pero le costó mantenerse a flote. Ella misma cuenta en entrevistas posteriores que fue en este periodo cuando empezó su lucha contra el alcoholismo, y eso es algo que tampoco trató de ocultar, quizás por eso nos resulta tan auténtica y real. Por eso hubiéramos deseado ser amigas de Cecilia, que versionó a Violeta Parra y a Víctor Jara, y que incluso tiene una canción que se llama «puré de papas». No se puede ser más genial y humilde al mismo tiempo, comparando lo rico de besuquearse con alguien con comerse un puré de papas.
Por todas estas cosas, tal vez las lesbianas conectamos tanto con Cecilia. No solo nos encanta su desobediencia estética y performativa, que es todo un desafío en un territorio de inmovilidad y silencio político intenso, sino que también nos enamora su autenticidad y su voz. Mientras escribo esto, recuerdo a mis amigas bailando alrededor de una estufa de patio como ninfas del bosque, al son de Cecilia. Y este no es un boque idílico, es un bosque flaite, cerca de un mar contaminado, pero que queremos recuperar y hacer nuestro.
Además, escucho a mis vecinos reproduciendo «Un compromiso», y pienso: «Gracias Cecilia por cantar: Sin palabras nos marchamos, Ni me obligas ni te obligo, Porque al fin sé que soñamos Tu conmigo, yo contigo». Gracias Cecilia por ser tú misma y no una copia de todo lo que podría existir. Gracias Cecilia por ser incomparable.