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Imagen: fotograma de Videodrome (1983), David Cronenberg

01 de junio 2020

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por Margarita Acuña Espejo

No estoy segura de mis sentimientos. Te veo en línea, no me animo a quitarte el visto de encima. Hace tres meses te tenía entre mis piernas. Los destellos de esa noche siguen nítidos en mi fantasía. Toqué tu espalda. Me dañaste con tu barba. Recorrí tu cuello con ambas manos, me hundiste en deseo.

Ahora el sol me calienta la nuca. Me toco el pelo en la parte de atrás y me acaricio pensando que soy una mano ajena. Me bañé recién, estoy con ropa limpia. No hay nadie en casa, me erotiza verte en línea y seguir deseándote a kilómetros de distancia.

Quisiera ser menos valiente.

La radio suena todo el día. La tele la prendo cuando almuerzo, pero la dejo en silencio. Me da gusto prescindir de estupideces. La rutina es simple: te extraño en ella. Descargo una aplicación para saciar el hambre. Deslizo mis dedos por la pantalla hacia la derecha, no me interesa la cara del hombre a mi costado.

El sol baja hacia mi espalda. Me excito mirando mis hombros en el reflejo de la pantalla. Me observo desde los ángulos que me retornan hacia mi propia imagen, acaricio mis superficies. Le doy mi código a un desconocido, me pongo la mascarilla, no cierro el hanga roa del balcón. Hago clic en la invitación. El saludo es una incitación simple, sin fijarnos en las caras. Miro de reojo mi sombra proyectada en el computador mientras te tocas. Me levanto y me froto contra el apoya brazos del sillón. Me giro, observo la ciudad, aprieto mi pecho contra el fierro del balcón. El sol me calienta la nuca nuevamente. Me saco el buzo aún de espaldas a la cámara. Saqué las plantas del balcón para transformarlo en un fondo estándar. Me giro hasta quedar al frente de un hombre desnudo.

No sabes esperar. Me siento y dejo abiertas las piernas. El ángulo es perfecto, vuelvo a revisar mi sombra que se mezcla con el movimiento de tus manos. Eres impulsivo, inquieto, impaciente. Ni siquiera te cubriste el rostro.

El audio está desactivado. La mascarilla se contrae con mi respiración hasta elevarse suavemente cuando termino mi ciclo respiratorio. Bajo la cámara, enfoco únicamente mi torso. Me llega el sol en el vientre. Recorro las zonas iluminadas con mi mano derecha y la escondo. Muevo mis dedos lateralmente, simulando un juego previo mientras tú crees que marcas el ritmo. Me hundo en el sillón, el brazo izquierdo está apoyado en la baranda. No sé qué ves, pero a mí me causa placer sentir el sol a través de mis ojos cerrados. Mi pierna derecha empuja la cámara, probablemente ahora te estás conformando con mi pantorrilla y me parece justo. Te he mirado poco, estoy pensando en Diego. En lo increíble que es su compañía. En lo poderosa que es su imagen cuando lo pienso.

Un gemido. El audio se distorsiona. Un hombre y una mujer se anexan. Su fondo es blanco, su rostro es claro. Mi pie retorna la pantalla a su lugar. Él me observa. Mis ojos siguen buscando mi sombra, pero aparece este hombre. Se acerca a la cámara, se me acaba la líbido. Con el mismo pie cierro el notebook. Me quedo un rato echada sobre el sillón. Me arrepiento de no haber cerrado el hanga roa.

El piso del balcón está sucio. No lo he limpiado desde que se detuvo la vida. En la radio anuncian la misma canción de Duran Duran que tocan siempre en la 94.1. Ojalá tocaran Rio de vez en cuando. Después del sexo siempre pienso en la playa. En mi cuerpo húmedo, tendido, calentándose con el sol, quitándome la parte de abajo del bikini muy discretamente para recibir toda la calidez que merezco.

Ya no soy tan valiente. Me conecto sólo para llorar al verlo conectado. Me deshago en un mal llanto. Me baño, me acuesto, intento leer un rato y le quito el wifi a mi celular aunque lo activo nuevamente cada cinco minutos porque siempre pienso que el ansia es mutua. Aunque no lo sea.

Recomiendo libros en /@nosoyharoldbloom

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