¿Para qué leer, si puedo mirar? - Carcaj.cl
12 de abril 2014

¿Para qué leer, si puedo mirar?

 

Errores crónicos en el el fomento a la lectura. Resulta que uno piensa que se van a poner las pilas. La importancia de la lectura y del fomento lector parece estar siendo realmente tomada en cuenta en las políticas públicas de nuestro curioso país (aunque eso haya sido sólo después de aparecer en los tristes últimos puestos de comprensión lectora de los rankings latinoamericanos: nuestro país reacciona con más urgencia  por rankings que por terremotos). Entonces uno, ciudadano común y corriente, ve que la gente se empieza a llenar la boca con el fomento lector y dice, bah, benditos rankings, parece que ahora sí que le vamos a dar a la literatura y a la lectura en general el sitial que se merece.

Pobres e ingenuas aves.

            No quisiera pensar que hay mala intención. De verdad, no lo creo. Pero sí hay una altura de miras irrisoria, hay gente inepta decidiendo cosas y eso, como siempre, es terrible.

¿Por qué, don joven e inexperto columnista, por qué dice usted eso?

No, es que usted no me va a creer. Dígame nomás, que pa’ eso lo estoy leyendo. A ver, le pregunto a usted primero: ¿qué entiende por fomento lector? Fomento lectooor… fomento lectooor… bueno, me imagino que es motivar y fomentar la lectura de libros. ¡Correcto, señor! ¿Y qué más? Ehmm, supongo que ese fomento va dirigido principalmente a los niños, porque el resto de los mortales como que si no leyeron nunca, no van a empezar ahora. Sí, tiene razón, el fomento lector es sobre todo para los más chicos, que todavía tienen oportunidad de convertirse en lectores. Aunque también se hacen esfuerzos para que los adultos lean, no lo vamos a desconocer. ¿Y en Chile se hace suficiente fomento lector, don columnista, qué cree usted? Así como suficiente-suficiente no, pero a mí me parece que vamos bien. Digo, que está en el debate público, que hay fundaciones dedicadas a eso, que es un TEMA, en definitiva. Incluso hay un Plan Nacional de Fomento de la Lectura, que se llama Lee Chile Lee, fíjese. Ah, pero eso está muy bien. ¿Y entonces por qué trata de ineptos a los que la llevan? ¡No sea así, respete! Quisiera hacerlo, don lector, pero primero tendríamos que definir qué es la lectura. Yo pienso como usted, pero me parece que allá arriba no piensan lo mismo. Explíquese que no le entiendo. Me explico, don lector, aunque no le hace falta más que darse una vuelta por cualquier biblioteca infantil y comprenderá solo. O tal vez no comprenda nada y en ese caso será mejor que se vaya a trabajar en políticas públicas.

Hubo un tiempo en que los libros para niños (o la mal llamada “Literatura infantil”) no tenían ilustraciones ni dibujos. A veces ni siquiera estaban escritos, sino que sólo eran escuchados por los pequeños de la casa de boca de sus padres o abuelos. Todo el mundo sabe que los niños entran con facilidad en las historias narradas oralmente, desde el principio de la humanidad. También lo hacían en esas historias escritas que, a veces, había en las casas, aunque eran pocas. Pero después, don lector, después llegó la televisión y las historias pasaron a verse reproducidas en movimiento, con imágenes y todo, hasta en colores. ¿Cómo competir contra eso? No se les ocurrió nada mejor que empezar a dibujar en los libros, para así parecerse un poco más a la televisión. Aun así la competencia era dura. Ilustraron e ilustraron. Algún niño (mi padre, por lo menos, pero supongo que deben haber habido más) quiso reclamar: a él le gustaba imaginar las cosas que pasaban en los libros, no que le dibujaran todo. Él se imaginaba a ese hombre como un gordo con barba y camisa de granjero, y a la página siguiente el hombre era un flacucho esmirriado y lampiño. Touché, doña imaginación, aquí manda el discurso oficial, manda lo que se le ocurrió al ilustrador y usted, don niño, olvídese de su gordo con barba porque no existe. ¿Resultado? Un gordo asesinado. La imaginación de un niño asesinada.

Podríamos pensar que era imposible empeorar las cosas, pero no. Las generaciones pasaron y luego solamente hubo niños que desde siempre tuvieron libros con ilustraciones. En la escuela, los obligaron a leerlos (otra genialidad de las políticas educativas, obligar a leer), y puede que hasta les hayan gustado. Pero crecieron y los siguieron obligando a leer: cada vez que arrendaban el libro que tocaba, lo abrían para revisar todos los dibujitos primero y contar cuántas páginas de lectura se AHORRABAN gracias al pincel del ilustrador (si se sintió identificado no se sienta mal, es una realidad). En algún momento, posiblemente hacia 6to básico, los libros dejaron de tener ilustraciones. Ergo, los niños dejaron de leer. Lea sino el estudio de Fundación La Fuente sobre la edad en que los niños dejan de leer y verá qué sorprendente es que coincida con la edad en que los libros dejan de tener dibujitos.

La imaginación perdía 6-0, 6-0 y apenas empezaba el tercer set.

Alguien pudo darse cuenta y detener el caos: ¡a nadie le interesaba ya leer, sino sólo ver dibujos! Es decir, la misma lógica que la tele: es entretenida porque no hay que hacer grandes esfuerzos, porque no hay que juntar palabras para entender significados, simplemente hay que mirarla hasta que alguien la apague y nos demos cuenta de que seguimos vivos en el mundo. Como la televisión iba ganando, entonces la empezamos a imitar.

Así que no, nadie detuvo el caos. Y le diré más, aunque puede que usted ni siquiera me crea. De un tiempo a esta parte, los libros para niños son… ILUSTRACIONES con una línea de palabras cada dos páginas. Se lo prometo. Pero le juro que es verdad. Vaya, vaya a la Biblioteca de Santiago a ver los libros infantiles y créame, que no le miento. Ilustraciones preciosas de dos planas con cinco palabras escritas abajito, a la izquierda. El libro completo puede tener unas cuarenta palabras, si es más o menos largo. Cuarenta palabras. Piense lo agotados que quedarán esos niños leyendo los cuentos de Santiago en Cien Palabras cuando anden en metro. Cien palabras seguidas, con una pura ilustración. Es criminal.

Hay que decir que apareció hace poco un nuevo formato llamado “Libro-álbum”. Está basado en la ilustración, claro, y tiene muy poco texto, pero a veces texto e imagen se complementan, de modo que uno es incomprensible sin el otro. No me gustan tampoco los libros-álbum, pero al menos hacen pensar un poco a los niños. Todo el mundo los ama, lo sé. Pero cuidado, que eso no es fomento lector. Es fomento “perceptor”, si se quiere, pero un adicto a los libros-álbum no se va a poner a leer a Borges pasados los años. Al menos no por ese camino. Yo no digo que se eliminen los libros-álbum ni critico el bello trabajo de los ilustradores. Sólo digo que están trabajando en el recipiente equivocado. Un buen libro-álbum sería perfecto para ser trabajado en el ramo de Artes Plásticas, pero no tiene nada que hacer en Lenguaje y Comunicación. Porque no es fomento lector. Eso es lo que nadie parece entender.

Pero eso no es todo. Le cuento algo: pensando en todos estos temas decidí entrar al Diplomado en Fomento de la Lectura y Literatura Infantil y Juvenil, de la Universidad Católica y la Fundación La Fuente. Sí, era bueno saber más, ver cómo se estaban enfrentando estos problemas que le comento en la alta academia. Y durante una jornada presencial, la directora del diplomado nos quiso invitar a escuchar un cuento. Y apretó play y en el proyector apareció un libro para niños en su versión para iPod y Tablet. Un cuento cuyas páginas avanzan si se hace click, y donde los monstruos se tiraban peos verdes si se hacía doble click. Y entonces comprendí que estamos fritos, don lector: la literatura se va a parecer cada vez más a la televisión. Nos mostraron eso en el diplomado patrocinado por una de las fundaciones más serias de fomento lector y por una de las dos mejores universidades de Chile. A ese nivel. Y todo el mundo lo encontró la raja. Dijeron que así se acercaba a los niños a la lectura. ¿Pero de qué puta lectura hablaban, si no había nada que leer?

Así está el mundo y las cosas, y se llenan la boca con su fomento lector inútil. Inútil porque hay de todo, menos lectura. ¿Soluciones? Yo no veo ninguna mientras se siga avanzando en este camino tan equivocado. Pensaba que tal vez hay que empezar a ponerle dibujitos a los libros de Bolaño, de García Márquez, de Proust. Digo, para que algún día alguien los lea. Así como va la cosa no veo más soluciones. Pienso también que el daño es tan profundo que deberíamos regresar a la narración oral, a los cuentacuentos. Yo mismo me dedico a eso, y mucha gente lo está haciendo. ¿Pero qué pasa? Que muchos de los narradores actuales hacen sus presentaciones disfrazados y con amplia utilización de objetos, lo cual, supuestamente, es más atractivo para los niños (con lo cual yo estoy en franco desacuerdo). De modo que pasa lo mismo: los niños no pueden imaginar nada de lo que le cuentan, porque ahí está el paraguas amarillo, porque ahí está esa máscara que me dice cómo era el personaje, porque además me desconcentro mirando el disfraz de ratoncito del cuentacuentos que además me habla como si yo fuera idiota y pone diminutivos en todas sus palabras.

¿Por qué hacen todo eso? Yo pienso que es porque no creen que los vayan a tomar en cuenta si no se disfrazan, sino utilizan la imagen, así como en los libros para niños. Creen que ellos – los niños – son tan tontos que sólo les gusta la televisión, por lo que no hay más opciones: hay que tratar de parecerse a ella, a su majestad la tele, y por eso hemos llegado ya a hacer libros de cuentos que funcionan con clicks, y por eso se disfrazan los cuentacuentos y utilizan objetos y hablan como si fueran retrasados, ellos y su público.

Porque no creen, realmente, en los niños.

Por eso no hay ningún plan de fomento lector que sirva si este es el camino. Yo me pregunto: ¿por qué ponerle colores a la palabra, si la palabra ya contiene todos los colores?

Y me respondo, solo, triste: porque, en realidad, ya nadie cree en la palabra.

Por eso la disfrazan y la esconden.

6-0, 6-0 y retiro de la imaginación por lesión crónica.

Usted gana, doña TV.

 

5 comentarios

  • Monti. Estoy de acuerdo con que el limitar las letras y abusar de la imagen puede conllevar a la pérdida de la imaginación de los niños, pero creo que te excedes en la valoración negativa de las nuevas tecnologías.
    Yo veo a mi primo de 10 años, por ejemplo, jugando Minecraft en el tablet de mi tía y defínitivamente eso le da un espacio gigante para usar su imaginación.
    También creo que la integración de imágen y texto si está bien usada puede llevar a mucho. De chico, leer a Asterix contribuyó a que me interesara la historia de una manera que ningún libro me habría llevado, por muy bueno que haya sido y no por eso fui incapaz después de leer algo que fuera sólo texto. Depende mucho también de qué mundo el autor quiera transmitir. Creo incluso que hay buenas series de TV que abren la imaginación más de lo que la cierran porque son mundos que se pueden comunicar mejor por ese medio.
    En lo que definitivamente estoy de acuerdo es que tratar a los niños de manera condescendiente, como si fueran imbéciles es lo que no hay que hacer jamás, pero eso se aplica tanto a los libros como al cine y la TV.
    Saludos compadre. Éxito

  • Estoy completamente de acuerdo. Mis padres desde chica me leyeron cuentos, en específico los cuentos de Grimm.
    Cada noche mi mamá se sentaba al lado de mi cama a leerme un cuento y hasta el día de hoy recuerdo lo maravilloso que era imaginar cada cuento. Aun tengo en los recuerdos la imagen de los personajes como el «Enano saltarín», el «Rey pico de Tordo», «Blanca nieves», etc. Y esas imágenes eran diferentes a las que mis hermanos imaginaban.
    Sumado a esto tampoco me dejaban ver tele. Por lo que todo era imaginar. Jugaba con piedritas en el patio de mi casa y yo imaginaba que era un príncipe con una princesa en su palacio, pero realmente lo veía.
    Hoy en día nada queda a la imaginación. Incluso los juguetes de los niños han cambiado. Ahora las muñecas tienen expresiones en la cara, algunas se mueves, otras hablas, el niño ya no puede imaginar.
    Ojalá se empiece a tomar conciencia de esto y empecemos a ver mas niños jugando en los parques y no frente al playstation o la tele o la Wii.

  • Hola Felipe, estoy de acuerdo en que no todo es negativo. Yo mismo soy lector acérrimo de Asterix, Tintín, Ogú y Mampato, Condorito, Barrabases y tantas otras historietas. ¿Pueden apoyar al fomento de la lectura? Por supuesto. Pero no deben ser el único camino. Son otros formatos, válidos y de calidad. Pero si queremos fomentar la lectura y la imaginación, la preponderancia la debe tener el texto solo, la palabra sola. De otro modo llegará el día en que no podremos leer si no nos acompaña una imagen que nos haga más simple el trabajo de la imaginación. Saludos!

  • Muy de acuerdo contigo en varias cosas y en desacuerdo con otras. Te leo y pareciera que escuchara a un abuelito decir «todo tiempo pasado fue mejor» y me río (contigo, no de ti). Los tiempos cambian y fomentar la lectura no implica competir con la tv. Soy lectora voraz de la generación de la tv. Mis padres en cambio son no-lectores y recién vinieron a conocer la tele cuando eran adultos. Por lo que la presencia-ausencia de tele no nos hizo ni lectores ni no-lectores. Me parece que hablar de fomento lector ya es algo patológico pues al hacerlo nos concentramos en las «remediales» y no en atacar el tema de raíz. Pienso, por ejemplo, en noruega, donde cuando un niño cumple 3 años recibe un libro de regalo que tiene que ir a canjear inscribiéndose en la biblioteca pública. Pienso también en lo que decías de obligar a leer. Pienso en la biblioteca de mi comuna donde las bibliotecarias toman café y los libros no se exhiben. Es preciso atacar la causa, y no cubrir síntomas con remedios. En cuanto al libro álbum, es un arte más. No se inventaron para simplificar las cosas. Es como hablar de la fotografía v/s la pintura. Cada cual es una rama diferente. Lo mismo ocurre con un libro álbum v/s un libro de sólo texto. Y lo interesante de todo esto que es al irse agregando nuevas ramas en la literatura, se agregan nuevos desafíos. Y te lo digo a la inversa… conozco gente que no tiene comprensión lectora con los libros álbum. ¿Curioso no?
    Finalmente, sí, estoy de acuerdo contigo en esa mala costumbre de simplificar todo a los niños y hablarles en chiquito. Adhiero a tu forma de contar en ese sentido. A veces llega a ser patético ver a alguien contar cuentos a los niños con todas las palabras terminadas en «ito». También recuerdo una función de cuentacuentos (de alguien que sé que conoces pero que no nombraré)que cuenta con disfraz, objetos, y música. Yo que era adulta en algún momento me sorprendí «pegada» viendo la marioneta, y no había puesto atención al relato.
    Pero tampoco hay que olvidar que los niños son niños, y que tienen una inagotable capacidad de creer en la magia. Siempre recuerdo una función de títeres a la que asistí cuando tenía como 8 años. Fue maravilloso y eso que fue en alemán. Esa función me llevó después a leer unas historietas del payaso protagonista (y las leí en alemán!). Saludos Andrés!

    Doris Sarmiento Cuentacuentos
  • Sólo se leen letras?, no se pueden acaso imaginar textos?
    Creo que la imaginación es más de lo que dices y que la lectura va más allá de las letras.

    Catalina fuenzalida

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