«Partir de algo habitar»
“Partir de algo habitar”: Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (LOM, 2010), reciente publicación de Nadia Prado (1966), es la aproximación al lenguaje en una búsqueda de lo propio. Como en sus cuatro publicaciones anteriores, esta voz, que es otra y la misma, se sumerge en una marea nostálgica, el lugar de la búsqueda a través de lo ausente. “El ser o su intermedio que se dirige perdido”, a veces dejándose arrastrar por las redes invisibles de la memoria y el deseo, a veces esperando la interrupción de un pájaro, la posibilidad del vuelo; ese ser que se dirige no sólo para buscar el origen que sostiene, sino para sostenerse a sí mismo en su viaje, en ese “ir al encuentro del quién era/ en lugar del quién soy”. El hogar remecido desde su raíz, el desgarro de su ausencia –“las palabras cavan ambos lados de mi área”–; este lenguaje que no se somete al silencio, que en su propio ruido y derrumbe, en su debatirse, se hunde en el curso, a veces leve, otras vertiginoso, de su propia humedad.
* * *
Pájaros de cuatro estaciones en los techos. Escucho sus cráneos, el reino recita en la ventana de la insignificancia algo que nadie escucha. Solo las palabras piden calmar su hambre. Una mano abre infiernos momentáneos, en ese ejercicio dejo de ser quien he sido, en el borde los objetos se mueven y hablan. En la cercanía de mi rostro la cercanía de los golpes en la cercanía del oído. Espejos son arropados por el pecho de tiro entre húmedas plumas. Las alas se vuelven contra mí. Sobre el trigo es mi cuerpo la casa de las palabras que se detienen. El que escribe lava su soledad dejada en los ropajes. Retrasada el alma da vueltas a la velocidad del agua y la espuma. Aun así puedo mirar los pájaros, en ruinas puertas y ventanas abiertas hacia mí erosionan a la que camina. Un animal con el lomo abierto se une a la grasa de los hornos. Los techos se quedan.
*
Tierra. El pájaro nada cerca y el pez vuela al fondo.
La distancia confunde las operaciones.
El viento hace aparecer algunas ramas.
Las amapolas cimbran
la pared blanca apenas sostiene el cielo
desde lejos la ciudad se posa en el agua
pájaros
aislados
dos pájaros o el mismo
quizá el mismo.
Cierro los ojos, si pudiera tocar tu rostro sería suficiente. He venido hasta acá para negarme la necesidad torpe de buscar. Un ángel en descomposición acompaña cojeando al tiempo, alguien como nosotros piensa que existe. Si el vacío dibujara desde siempre nuestros deseos la ausencia se arrojaría sobre las cosas.
En su ardiente anhelo se podría acortar la distancia a la que la distancia espera.
Devueltos a la realidad la lluvia vuelve a suceder.
*
Me declaro negligente del cuidado en el empleo y uso
de las palabras leves y sagradas en su desconfianza.
Calas penetran más allá de lo que prevalece. Quizá si cada palabra puede ser sopesada, cada vez y en su cada vez de su peso total y si ella, la palabra sopesada en su peso total y en su cada vez, permanece en secreto y no puede por sí sola a la imagen ni una vez en su cada vez alivianarla.
Ligereza, soplo, peso, alma una noche en que el silencio me da la espalda.
*
Lenguas repujadas asoman en el relieve de las letras y su lento destino. Desde las palmas el largo porvenir del deseo, la lengua que no se habla hierve hacia los ojos. El espejo corta el día inexistente, no lava ni calma el canto.
[Bajé a los infiernos y regresé al mundo de los vivos]
Despierto para esquivar la vigilia. El esfuerzo calma y lava. La rabia sacude la boca llena de espinas, la espuma rebana la sombra.
En este cuarto habita la inmunidad, este cuarto es el barquero que me guía.
Ser un remedo en las páginas de este cuarto oasis donde busco para beber. El madero rema en dos y reemplaza los huesos a los costados.
Si la ceniza ha venido desde ellos de un sabor el rocío vuelve a las ramas. A penetrar la carne esta vez hacia dentro esta vez y en el cuarto de grasa se azota el follaje la saliva riega los huesos esta vez, las raíces batallan contra el viento, el viento las ramas y los huesos astillan el cuarto y la conversación borrada por las manos esta vez. El elástico entre el pulgar y el índice las arroja como cáscaras. Ante lo infinito el límite borda más allá. Un jardín, un remedo de páginas agita el bosque.
*
Ciega la noche en humo de agua golpea la ventana contra sí. El sol inconcluso de la mañana no alcanza a quemar los párpados de sal. El día abrocha su celda, los cercos hacen invisible el cansancio que el corazón persigue. Las frases se componen una a una, la mano articulada vuelve al retraso, a la piel que la ajusta [es solo un momento del miedo].
En la neblina espesa las cosas pierden las cosas.