Ilustración: El jarabe en ultratumba, de José Guadalupe Posadas (intervenida)
PERO NO PODRÉ IR A TU BODA. ESTOY MUERTO.
Sobre La estrella del mariachi yugoslavo, de Óscar Barrientos Bradasic. Santiago, Lom ediciones, 2024.
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En época de autobiografías y selfies, de inventivas y ficciones devaluadas al punto de no figurar en ningún ámbito del arte, una novela como ésta es una auténtica bocanada de oxígeno.
La estrella del mariachi yugoslavo podría continuar por miles de páginas y no agotarse nunca, pues lo que se arma aquí, en la buena tradición cervantina (origen y objetivo de la novela moderna) es un dispositivo narrativo: la del protagonista y su acompañante ocasional, su bandejero, sea una criatura exótica o un familiar. El criptozoólogo Olegario Zaterlic recorre los oscuros rincones de Bahía Devenir, locación ficticia, pero ubicada en la Patagonia real, en búsqueda de vestigios de críptidos y en donde se ve envuelto en numerosas aventuras y situaciones de tonos irreales.
Si a algo me atrevería a comparar el ambiente de ensoñación y ese contacto íntimo con lo monstruoso es con el cine de David Lynch. Me atrevería a decir, incluso, que se trata de una suerte de Twin Peaks patagónico, un mundo alternativo que podría soportar, como dije, miles y miles de páginas de situaciones bizarras -pero a la vez profundas y líricas, esa es la mezcla inédita e interesante- pero no así menos probables. La novela se asemeja de alguna manera a una serie de las mejores, donde cada episodio puede leerse como un cuento, pero sin despegarse jamás de una trama central. Estas escenas cargan con símbolos propios, un ambiente y decoración, una dramatis personae particular (es una novela breve bastante poblada), una mini trama que prolijamente orquesta un narrador cuya prosa emite una música afilada y refulgente.
Por momentos se tiene la sensación de que las criaturas (Barrientos explica por qué no usa la palabra monstruos) son más tiernas, más humanos que los pares del protagonista, ¿acaso no vale pensar que quizás ellos, los más banales y burdos personajes del cotidiano, como un alcalde o un militar retirado, pudiesen parecer mucho más monstruosos, más sádicos y capaces de caer en el arrebato? Memorable es la escena en la que el dueño del municipio ofrece al protagonista patrocinar sus investigaciones, siempre y cuando éste le garantice un estipendio libre de fiscalización. ¿No ocurre esto, sobre todo en Chile, todas las semanas? La desviación de recursos fiscales, coimas, la perpetua estafa al Estado.
Pero todo es metáfora. Los monstruos son tiernos y los humanos monstruosos. Barrientos usa la ficción más delirante como puerta de entrada a la realidad.
¿Qué hace un mariachi yugoslavo en medio de la pampa patagónica? La más cúltica con la muerte es la tradición mexicana, en esto el mariachi le da otro espesor, pero aquí no se trata sólo de muertes de criaturas físicas, sino también de paisajes, como aquel bar de evidente raigambre eslava comunista que proporciona el escenario perfecto para una escena propia de Kafka. Naciones muertas, ideas muertas. ¿En qué lienzo proyectar estas criaturas hipotéticas bajo la mirada de un científico que, aunque practica una ciencia rara y desacreditada, nunca abandona el rigor del método? Requiere de pruebas visuales para verificar esas veleidades de la realidad, entonces el lector verá desfilar perros con cuernos de venado, ovejas con gafas de sol consideradas divinidades, una cruza de yegua con guanaco con torso humano que habla y se presenta como filósofo. Y su contraste: el miedo profundo que estas criaturas sienten hacia los ácaros, esos seres monstruosos que, aunque invisibles e ignorados con frecuencia, nos rodean todo el tiempo.
Esta novela tiene como fin precisamente subrayar lo monstruoso de lo más cercano y anodino, por lo tanto, no se trata de una literatura de evasión. Habría que hacer una comparación con ficciones puras como las de César Aira pero aquí aparece la avería de la realidad con su corrupción e infamia. Creo que eso es lo inédito.
En esto Barrientos Bradasic es un maestro. Hay un pacto con lo irremediablemente perdido, pero que retorna como una proyección zombie de un pasado si bien ya sepultado, no menos latente. Ese espacio en estado de excepción con la realidad permite que rencillas entre comunistas y nazis, o los baluartes de la extinta nación yugoslava, traigan a la mesa contingencia y la prosaica realidad nacional. La escena de un soborno o de corrupción por parte de un actual alcalde de la ex concertación jamás habría aparecido en las novelas inofensivas y planas de casi toda su generación.
Si el lenguaje es ya patrimonio de los vencedores, entonces se cifra para nombrar lo propio. El monstruo es una metáfora. No se escribe ficción para evadir la realidad, sino para ingresar en ella por otras vías, otros poros. Y mientras más lejana o aberrante parezca, mayor atención merece, como es el caso de toda la literatura de Barrientos Bradasic.