Foto: MB / Fuente: medium.com/@Imagina/higher-bigger-darker-521328d6937b
Pichação V
[Pichaçao es una novela, que iremos publicando al modo de un folletín (a razón de una entrega por semana), y ante todo una crónica sobre el arte del pichaçao y la existencia oscura del escuadrón anti- pichaçao, que ha puesto en riesgo la vida de nuestro narrador e incluso del staff completo de Clonazepam libertario.Los invitamos a leer los capítulos anteriores aquí.]
Nunca imaginé la repercusión que generaría la publicación en El Mercurio. Más allá de que esperábamos algún tipo de respuesta de parte de los medios, nunca pensamos que al otro día nos íbamos a convertir en la noticia codiciada por todos los canales de la televisión chilena. Cuando Alfonso me dijo que los noticiarios (como le dicen acá) de TVN, Megavisión, ChileVisión, querían entrevistarme, no lo creí del todo, era consciente de que efectivamente estaba pasando, pero no lo sentía demasiado real. Recuerdo que después de que Alfonso me hablara quedé unos minutos en silencio mirando la nada, pensando si me convenía acceder a una entrevista, o si ser entrevistado por un grupo de personas desconocidas no significaría arriesgarme demasiado: Frigietti podría infiltrar a varios de sus hombres sin dificultad. El notero, el camarógrafo, cualquier asistente, o todos juntos, podrían matarme o hacerme desaparecer.
Decidí no hacer la entrevista. Haberla realizado en algún punto establecido por las dos partes también hubiera sido arriesgado, ellos tienen, por un lado, la logística y los medios precisos para interceptar a quienes quieran, y por otro, la inmoralidad necesaria para romper cualquier tipo de tregua. Invitarlos gentilmente a que descubran mi localización exacta no me hubiera otorgado ni me otorgará ningún beneficio. Puedo decir que estoy con el pueblo Mapuche, pero no voy a decir nada más respecto de mi ubicación.
Los que todavía cuestionan la veracidad de la crónica dirán que mi venida a la comunidad mapuche no es más que una pobre reiteración de un tópico tradicional en la literatura argentina, interpretarán esta coincidencia como una elección literaria que refuta toda posibilidad de crónica verídica-non-fiction-periodística-diario-de-guerra- bitácora-de-una-persecución. La verdad es que vine a la comunidad mapuche porque la seguridad en la casa de Alfonso ya no estaba garantizada. Otra vez estuvieron muy cerca de atraparnos. Fue en la lavandería que está en el subsuelo de la casa de Alfonso. Mientras yo observaba anonadado los lavarropas y los secadores gigantes y pensaba en lo bueno que sería tener una lavandería de esas características en mi edificio, sentimos los gritos de una señora en el pasillo que lleva a la cochera, nos asomamos y vimos dos tipos con pasamontañas negros arrastrando el cuerpo de un señora desmayada. No hicimos más que correr hasta la entrada del subte -o la metro como le dicen acá- y dirigirnos hacia el Sur de la ciudad.
Fuimos a la casa de Lautaro. En el camino Alfonso me dijo que Lautaro era amigo suyo y de su hermano. Me explicó que el apellido de Lautaro, Caneo, es un apellido mapuche muy usual. Para mí Alfonso percibía mi sensación de incertidumbre y malestar, creo que en realidad me contó de su amistad y cómo se conocieron para tranquilizarme. Yo no hablaba, pero mi cara lo hacía por mí. Estábamos en el interior de la metro, Alfonso me hablaba de Lautaro, de su familia, de la comunidad mapuche, de que me quedara tranquilo que todo saldría bien, que en cuanto el caso avanzara un poco en la justicia todo se arreglaría. Yo pensaba en Kafka y en Chesterton. Qué bueno que todo fuera una mala broma de Dios. Qué bueno la gente que puede aliviarse en Dios. A mí a veces creo que me sale, me decía.
Bajamos de la metro, caminamos un buen rato y tomamos un colectivo. Primero encontramos a Lautaro en una avenida, y recién después fuimos en auto hasta su casa. Cuando llegamos en lo primero en lo que me fijé fue cuántas banderas del pueblo mapuche encontraba. La primera bandera del pueblo mapuche que vi estaba extendida sobre un sofá-cama donde yacía una señora anciana que cuando entramos nos devolvió un cálido saludo. Vi dos más y me quedé tranquilo. Lautaro vivía con su abuela, y tenía una novia que no vivía con él pero que lo frecuentaba. Esa noche había ido a comer. Se llama Lilen y también milita por la causa mapuche.
Comimos carbonada con fideos y tomamos cerveza hasta las dos de la mañana, yo cada media hora preguntaba si lo más conveniente no era esconderme en algún lugar más inhóspito, ya que quizás el escuadrón en conjunto con los carabineros podrían atar cabos y llegar a la casa de Lautaro sin demasiadas complicaciones. Alfonso, Lautaro, y Lilen respondían a cada re-pregunta mía que no era necesario, que allí estábamos a salvo, que con los altos mandos de la resistencia mapuche, y Lautaro era uno, no sé metían así nomás de buenas a primeras, que había un mínimo respeto político, muy frágil, pero real. Reiteraban que la cosa estaba tensa, que siempre había estado tensa la cosa con el gobierno de chile, que cuando gobierna la derecha se acentúa más pero que ya hace tiempo que la violencia y la conflictividad vienen en aumento. Muchos años. Y que ningún gobierno republicano, y mucho menos dictatorial, había podido resolver el conflicto. Me dieron detalles, cifras y fechas.
Esa noche dormimos en lo de Lautaro, y a la mañana siguiente temprano comenzamos un largo viaje que no detallaré por los motivos que ya conocen. Fue también gracias a Lautaro, más precisamente a Nahuel, un miembro de la comunidad, que pudimos solucionar el problema del IP, lo cual imposibilita que Facebook, o cualquier sistema pueda rastrearme. Ahora publico desde la mismísima nada, y puedo decir que estoy con el pueblo mapuche pero estén bien seguros de que tendrán que ir a cada una de las comunidades mapuches para saber en cuál estoy, y si realmente estoy en el poblado o si estoy en alguna parte de la inmensidad de algún valle gigantesco, o si en realidad estoy en lo más alto de alguna montaña, o contra el mar. El territorio mapuche es muy amplio y biodiverso. El lugar es hermoso. Puedo contar que hay un río porque Lautaro me dijo que hay quinientas comunidades mapuches cerca de aproximadamente 260 ríos y arroyos. Mire cómo le allano el camino Frigietti, ¿no cree que lo mejor sería llegar a un acuerdo? Entiendo que usted ahora no puede irse tranquilo a su casa porque esto ya tomó dimensiones sideralmente públicas, pero quizás pueda negociar la condena.
A medida que pasan los días voy adentrándome en el conocimiento de la organización de la comunidad en la que resido. Pude notar que el silencio tiene un valor muy importante. Noté que siguen el metrónomo, el tempo de la naturaleza que los rodea. Cuando amanece y cantan los pájaros y el sol empieza a calentar lentamente la tierra, la comunidad se mueve a paso lento y acompasado por entre las huerta -alimentando los animales, limpiando las malezas- con una parsimonia, o si se quiere, con una conexión con la naturaleza que llama, no sólo la mía, sino la atención de cualquier persona acostumbrada al ritmo de la ciudad. No están atrasados con la tecnología como los menonitas de Santiago del Estero, ni tampoco están atrasados en la moda, me refiero a las vestimentas. Desde la más completa ignorancia diría que a diferencia de los pueblos originarios del antillano tienen menor mestizaje en lo que respecta a los político- religioso, y arriesgaría a suponer que esa diferencia se relaciona con las características guerreras del pueblo mapuche, pero no voy a hablar más de lo que no sé y tan sólo intuyo.
Alfonso me acercó a Lautaro porque sabe que su comunidad es el lugar más aislado y seguro de Chile. Me dijo que me quedara tranquilo, que a él no lo iban a perseguir. Fue ahí cuando comencé a sospechar. No podía ser que Alfonso tuviera tantos amigos en tantos estamentos del poder, ni que se manejara con esa especie de calma profesional frente a los eventos que nos habían pasado. ¿Era Alfonso realmente el gerente de un supermercado? Cuando le transmití mi sospecha, me pidió que nos alejáramos un poco de la ronda en la que compartíamos unas empanadas de digüeñes, y una vez que comprobó que estábamos solos me confesó ser miembro de una logia. Lo primero que le pregunté fue si era masón. Me contestó que no, con un tono que parecía denotar miedo y enojo, lo que me llevó a cuestionarme si con esa reacción no demostraba en verdad que sí era miembro de la masonería pero no podía revelármelo, o si de cierta manera que le preguntaran si era masón era una especie de insulto para los de su logia. Todavía no me dijo a qué logia pertenece, prometió decírmelo cuando sea el momento indicado, y cuando le recriminé lo relativa que era la interpretación sobre cuál sería el tiempo indicado, me contestó que no faltaba mucho. Todavía no me lo podía decir, ni tampoco podía decirme porque no podía. Al principio pensé que me estaba tomando el pelo y que era una broma, que tenía muchos contactos, pero que no era miembro de una logia. Después pensé que tampoco era tan descabellado pensar que era miembro de una logia, ese tipo de organizaciones se fueron aggiornando con el tiempo, muchas de ellas dejaron de ser secretas, muchas empezaban a mostrar una especie de inclinación hacia el hacer turismo de sí mismas. Por ejemplo, en Rosario hay un museo de la masonería el cual uno puede ir a conocer y además adquirir un suvenir que simula ser un diploma, una membrecía.
Ya hacía cinco días que Alfonso me confesó que es miembro de una logia. Todos los días intenté sacarle por lo menos una característica que describa aunque sea de manera parcial la logia a la que pertenece. Fue imposible. A cada intento mío él respondió con un seco: cuando sea el momento indicado. Un día después de hacerme la confesión me dijo que un amigo suyo vendría a visitarnos, que quería hablar conmigo. Yo le pregunté de qué se trataba. Por qué su amigo me quería conocer. Me dijo que porque era grafitero y le había interesado mi experiencia con la pichaçao y todo lo que había pasado. Resultó ser un pichaísta chileno, su tag (los pichaístas usan tags –etiquetas, firmas, inscripciones- para ocultar sus verdaderos nombres) es Sayen, aunque en las paredes donde firma con su tag no es tan fácil distinguir que dice Sayen, de todas las fotos que me mostró desde su celu sólo en dos pude notar -una vez que ya me había dicho cómo era su tag- qué decía, de una manera rebuscada y casi jeroglífica, Sayen. Los pichacaístas de Chile están vinculados con los mapuches, y evidentemente tienen contacto con la logia a la que pertenece Alfonso, o Sayen conoce a Alfonso de otro lado y no por las vinculaciones diplomáticas que imagino deben generar las logias, quizás, entre las personas más disímiles. Todavía no lo sé. No quise preguntar.
Sayen no hizo más que confirmar lo que yo ya creía un hecho, fue efectivamente Frigietti el que desde Argentina exportó el modelo de escuadrón anti-pichaçao que se utiliza en Sudamérica. Por más que la cuna de la pichaçao es San Pablo, el modelo de escuadrón que se utiliza, por lo menos, en gran parte del continente, no salió de la ciudad paulista porque en dicha ciudad no hubo tiempo para crear un escuadrón que prevenga la pichaçao. El fenómeno en Brasil fue imparable, no pudieron -como sí lo lograron en Rosario- mantener, con un escuadrón asociado a la policía y a todos los estamentos del poder, la ciudad sin la intervención de esas pintadas. En San Pablo recurrieron al ejército. Allá los soldados están habilitados para matar a cualquier sujeto que esté haciendo una pichaçao. Si es un grafiti común lo que está haciendo, según Sayen, le disparan en el pie o en la mano, pero cuando el soldado o policía detecta una evidente pichaçao tiran a matar, apoyados en la ley. Según Sayen en Brasil hay una ley que ampara a los soldados y policías que matan pichaístas, parte del deber de los soldados y los policías es matar pichaístas. No obstante, sólo están habilitados para matar en los casos que encuentran al pichaísta haciendo la pichaçao in-situ, si te detienen con aerosoles en la mochila y pinta de pichaísta lo más probable es que no te maten, pero que te quiebren varios huesos en la departamento de la policía o en los destacamentos del ejército.
Ayer vino João, lo trajo Sayen. João es un pichaísta brasileño que está en una especie de intercambio que se realiza entre las organizaciones pichaístas del continente. Me expresó su solidaridad con lo que estaba pasando, y me dijo que si yo lo necesito, si la cosa se complica en Chile, podía ir a San Pablo donde él mora –siempre me gustó esa palabra del portugués-, también dijo que me quedara tranquilo que allá el ejército mata a los que encuentra pichaçeando, pero que a los barrios donde los pichaístas mandan no entran, y que en San Pablo el poder de los pichaístas y el de su organización en particular es mucho.
Yo no quiero ir a San Pablo. Hace más de un mes que me tuve que escapar. Y por más que mi familia esté bien y que acá tengo todo lo que necesito para no pasarla mal, yo quiero volver a mi trabajo y a mi vida. En el banco me entendieron de manera casi automática. Demás está decir que ese automatismo se lo endilgo al escuadrón. La semana pasada me llamaron las autoridades del banco y me dijeron que entendían la situación, que me daban licencia, que no me preocupara. Queda en sus manos, Frigietti. Si pasan los días y no negociamos, si aumenta la hostilidad de parte del escuadrón, me voy a ir a San Pablo, y usted sabe que si me voy a San Pablo su única esperanza es que el ejército me atrape en alguna redada. Negociemos.