Pichaçao VI
[Pichaçao es una novela, que iremos publicando al modo de un folletín (a razón de una entrega por semana), y ante todo una crónica sobre el arte del pichaçao y la existencia oscura del escuadrón anti- pichaçao, que ha puesto en riesgo la vida de nuestro narrador e incluso del staff completo de Clonazepam libertario.Los invitamos a leer los capítulos anteriores aquí.]
Hace menos de veinticuatro horas nos encontramos con un enviado de Frigietti en el cerro Santa Lucía. Viajamos varias horas hasta llegar a Santiago. Cuando estábamos a unas dos o tres cuadras del cerro por Miraflores, le pedimos al taxista que se detenga y caminamos hasta llegar a la base del cerro. A unos quince metros del punto de encuentro João y Sayen se sentaron en los bancos que están de cara a un arco que parece de no sé qué level del Age of Empire (uno de los últimos). Yo seguí caminando algunos pocos metros hasta una escalera curva que lleva dicho arco. Habíamos acordado encontrarnos en el centro del mismo, bajo la cúpula. El enviado se me adelantó. Apenas pisé el rectángulo de mármol con figuras geométricas vi al hombre de Frigietti apoyado sobre la baranda, afuera del techo de la pequeña cúpula, de espalda, mirando hacia donde estaban João y Sayen. Todavía puedo reproducir su voz en mi cabeza con precisión detallista. Después de que hice dos pasos adentro del rectángulo de mármol, sin darse vuelta para mirarme me dijo: “Tenías que venir solo”. Era un hecho, había visto la secuencia completa. Me había visto llegar al cerro caminando con João y Sayen, había visto el preciso momento en que nos separamos, a escasos metros del arco. Lo curioso era que el enviado me estaba diciendo eso, pero a nosotros nadie nos había dicho que tenía que ir solo al encuentro; fui yo quien decidió subir al arco sin que nadie me acompañara, y lo hice casi por instinto. Sigo preguntándome si al enviado le habían dicho que yo tenía que ir solo y a nosotros nunca nos lo comunicaron, o si el enviado sólo quiso divertirse un rato viendo mi cara de desconcierto. No supe qué responder, él se acercó a donde yo estaba, se bajó los lentes como para mirarme mejor, emuló un movimiento de baile, y me dijo: “zamba”, casi sin esperar respuesta alguna, haciendo explícito su desinterés, se acomodó los lentes, sonrió cínicamente y se fue caminando con total tranquilidad, como canchereando.
Vi cómo se fue caminando. Pensé en preguntarle a los gritos qué había
querido decir con “zamba”, a qué hacía referencia. La verdad es que no hacía falta, era claro: “zamba”
significa que: de las opciones que expuse en la
quinta entrega de la crónica,
la que el escuadrón elige es que me exilie
en Brasil. Joao, Sayen y la mayor
parte de la gente que vive en la comunidad, interpretan lo mismo. Sólo hay dos “exégetas” que se contraponen a la gran mayoría y entre sí. Ana una señora de unos ochenta años a la que
siempre veía
barrer cerca de la puerta de su casa
casi justo antes del amanecer. Siempre que paso enfrente suyo Ana me
sonríe y me saluda. El otro
exégeta disconforme con la interpretación
de la mayoría se llama Romina, no le pregunté
la edad, pero debe tener entre
cuarenta y cuarenta y cinco años. Ana sostiene que “zamba” significa “seguir
buscando”, porque “la danza es el
puro proceso, el movimiento en su ser entero, es su tiempo eterno, es lo abierto, la fluidez del entendimiento; zamba significa: negociemos.”
Romina, en cambio, sostiene que “zamba significa que te dediques a bailar porque te queda
poco tiempo si no hacés lo que queremos: zamba es una amenaza.”
Sayen me dijo que Romina y Ana, que
Romina sobretodo no era de confiar,
que le gustaba inventar, que tenía
problemas con los vecinos.
En definitiva, la mayoría sostenía que “zamba” era un mensaje en clave que significaba que tome la opción de irme a San Pablo. Yo hasta hace aproximadamente una hora y media creía lo mismo. Ahora lo dudo mucho. Dije en una de las primeras entregas de esta crónica que usar un sistema de fechas podría ser conveniente. Comienzo a utilizarlo. Hoy es domingo 19 de junio de 2018. No sé qué hacer. Ir a San Pablo, confiar ciegamente en los consejos y en casi todo lo que diga Joao, si voy de los pichaístas brasileros voy a estar con los amigos de Joao. No sé qué hacer. Salvo que vaya a Brasil pero que me hospede en otro lugar. ¿Es más fácil que me atrapen estando con los pichaístas en un barrio pichaísta o es más fácil que me atrapen estando en un motel, hostel, u hotelucho, caminando por la calle, perdido, pidiéndole a cualquiera que me oriente para volver a mi hospedaje, mi motel, mi hostel, mi hotelucho? ¿Un buen hotel? Una ventaja sería que podría pedir una buena habitación y habitarla con el debido confort que la potencialidad de la muerte amerita. El problema es que no tengo plata para pagarme un buen hotel. Además quizás tarden semanas en matarme. No sé qué hacer.
Lunes 20 de agosto todavía no sé qué hacer. Lo único que tengo claro es que hoy cierro el canal de comunicación con Frigietti y el escuadrón anti-pichaçao, este es el último texto que publico en un medio público. A partir de ahora voy a dejar de publicar en internet, en Clonazepan Libertario. Sólo tendrán acceso a la crónica aquellos que siempre me quisieron ayudar, y que se preocupan por lo que está pasando, aquellos que no ignoran el silencio de los medios sobre el escuadrón y sus crímenes, aquellos que van seguir leyéndola aun en la clandestinidad. Pasar a la clandestinidad no es comenzar a perder, todo lo contrario, es comenzar a ganar, porque ellos, ya saben que las pruebas no se negocian. Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos.