Punzantes desajustes - Carcaj.cl
16 de agosto 2010

Punzantes desajustes

Sobre el «Reparto de lo sensible» de Rancière.

Allende del Neón que invade el cielo de la capital y los centros de las provincias –y que últimamente se ha categorizado como patrimonio ((En el reciente día del Patrimonio Nacional (30 de Mayo), el presidente Sebastián Piñera declaró nuevos patrimonios nacionales los letreros publicitarios de Neón de Monarch y Valdivieso, ubicados en el centro de la Capital.)) – existe una estela de polvo que esconde una discursividad, que genera una división entre el sujeto que lo contempla y la mercancía que se sustenta. No se trata simplemente del estimulo al consumo, que hoy es parte de la parrilla programática de casi todos los noticiarios, sino del gesto cabizbajo que solemos tener los peatones tras reconocer como imitaciones concretas a un compendio de fierros y luces, que intentan simular una botella de champagne o unos calcetines. Este hecho trasciende aquella esfera, ingresando al área donde se articulan las diferencias entre los sujetos en relación al espacio común y supuestamente público.

Pero, como dicen los críticos, nada nuevo hay en esta condición del transeúnte que recorre la provinciana sociedad del espectáculo. Como explica Rancière, el ciudadano es – según Aristóteles– aquel que tiene parte en el hecho de gobernar y ser gobernado. Aunque el esclavo comprenda el lenguaje, no puede ser parte de la dinámica representativa adquiriendo la posición de un gobernado. Por otra parte, Platón afirma que los artesanos no pueden ocuparse a las cosas comunes porque no tienen el tiempo, pues su trabajo siempre está realizándose. Estos dictámenes limitan la posibilidad de ser un sujeto visible en el espacio común, de ser a fin de cuentas un ciudadano representativo. Radicaría allí en la base de la política una estética, estética que por ejemplo sería reflejada –entre otras dos formas: la superficie de signos, y el coro danzante de la comunidad– en la institución teatral, espacio de representación donde viéndose reflejado el orden aristocrático, termina por comprenderse como una representación democrática que inscribe a su vez un sentido de la comunidad. De esta manera, a diferencia de la alienación que genera la obra de arte en la época de su reproducción técnica sugerida por Walter Benjamin, mucho antes pero igualmente paralela a ese fenómeno, existiría un “sistema de formas a priori que determinan lo que se da a sentir”.

El reparto de lo sensible está compuesto por cinco breves ensayos, que emergen de las preguntas de los filósofos Muriel Combes y Bernard Aspe sobre el libro La Mésentene ((El desacuerdo. Política y Filosofía, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1996. )) , publicadas en la sección “La fábrica de lo sensible” de la revista de filosofía Alice. La traducción, realizada por Cristóbal Durán, Helga Peralta, Camilo Rossel e Iván Trujillo, en el marco de un Seminario de Francisco de Undurraga, resulta necesaria para ampliar las zonas de debate en que se desenvuelve el campo cultural que acoge este libro. El formato de las preguntas y la tendencia de los entrevistadores a inquirir en las ideas de Rancière, permite el despliegue reflexivo de este sociólogo y filósofo, ocupado de los desajustes de la política que amplifican diferencias, y de la producción de diversos bienes culturales en su relación con su espacio de producción y las tensiones que desde la estética ejercen sobre la realidad material.

Si en obras como “Las once tesis de la política” (( Extracto de la obra Los bordes de lo político, publicada por Lom el año 2004 bajo el título Política, policia, democracía. (trad. María Emilia Tijoux).)) , Rancière denunciaba entre otras cosas la falsedad democrática en relación al tráfico informativo, ya que la diagramación de ese tráfico está en posesión de unos pocos y no todos pueden tener acceso a él. En El reparto de lo sensible Ranciere procura dar cuenta del estado de desajuste en el cual está empantanada la subjetividad, incitando a replantearse el significado de pensar lo político desde las obras artísticas que se precian de disidentes o avant la grade, pues a fin de cuentas: “Las artes no prestan nunca a las empresas de la dominación o de emancipación (…) simplemente lo que tienen en común con ellas: posiciones y movimientos de cuerpos, funciones de la palabra, reparticiones de lo invisible e invisible. Y la autonomía de la que ellas pueden gozar o la subversión que ellas pueden atribuirse, descansan sobre la misma base.”

Cabe constatar que para Rancière las prácticas artísticas, es decir las obras, no son leídas como maneras de hacer que portando un discurso –o un saber– intervienen en la distribución de sensibilidad que radica en las prácticas sociales, moldeando a los lectores a través de la subjetividad que se desprende de dichas obras. Por esta razón es que trasciende la producción de las obras, existiendo diferencias, por ejemplo, entre una obra literaria que comprendiendo los procedimientos de vanguardia, decide cuestionar la relación modernista que emulaba el plano textual con la hoja, o un cuadro plástico figurativo urbano, cuyo valor para la crítica es su particular simbolismo y el hecho de que sea exhibido en una galería asentada en Vitacura.

Lo que se intenta de poner en evidencia entonces, es cómo el Neón y su régimen que agudiza el modernismo instaurado de golpe, rema hacia la isla donde el reparto de identidades sensibles para los ciudadanos está ya diagramado, legándoles a las personalidades el rol de hacer de sus vidas una pantomima de la predestinación del lenguaje y su régimen.

Pese al actual frío nocturno que nos regala la cordillera, y allende el Neón devenido en patrimonio –pues en el régimen que sostiene nuestra lengua así como todo objeto es susceptible a ser convertido en mercancía, todo recinto, lugar o ruina, puede transformarse en patrimonio– los apuntes ensayísticos de Rancière nos invitan a acercarnos a una dimensión más profunda del debate sobre lo político, en la cual los modos de hacer –las artes no bellas– pugnan por dar cuenta de los desajustes a los que la modernidad estética ha totalizado la representación de lo sociopolítico.

La atingencia de este libro, cuyo precio mercado es inferior a dos entradas de algún cine de mall, se desprende del polvillo de los anuncios publicitarios que hace menos de veinte años la literatura producida en el espacio de acá, denunciaba como la nueva inscripción que tatuaba a la vez que diluía el cuerpo de los que formaron parte de ese gran cuerpo social, aniquilando de paso el espacio público. Desde hace algunos meses hasta esta parte, ese neón será un acontecimiento que formara parte del discurso histórico que otros se empeñaran en transmitir. Vale la pena entonces reflexionar sobre los apuntes críticos de Ranciére, porque entre otras cosas la alegoría del cuerpo tatuado por el brillo del neón, ya caducó en su rendimiento crítico de poder dar cuenta del desajuste de lo sensible. Desajuste que entre nosotros se acrecienta a pasos agigantados, bajo el cielo del querido y remoto futuro esplendor.

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