¿Qué «Derecho»?
A propósito de los debates y cuestionamientos sobre la relación de Occidente y el Islam suscitados luego de los últimos acontecimientos en Francia, Ernesto Feuerhake nos ofrece la traducción de un artículo del filósofo francés Gérard Granel, texto escrito al calor de la participación francesa en la Guerra del Golfo (1990-1991) pero que, en la agudeza del pensar, el paso de los años no ha desarraigado de la actualidad.
¿QUÉ “DERECHO”? *
Gérard Granel
El Presidente (1) lo dijo – con esa especie de titubeante firmeza cuyo secreto guarda: es en nombre del derecho –y nada más que en nombre del derecho– que Francia elabora y conduce su política en la crisis del Golfo. Desgraciadamente, todo es falso en la proposición que presenta la “position de la France” en estos términos – empezando por la idea de que haya una posición, y que ésta sea la posición de un país que todavía existiría, por su cuenta y con su deber, bajo el antiguo nombre de “Francia”.
El Derecho
En esta ocasión, como se sabe, es el “derecho internacional” (supuestamente encarnado en las resoluciones de la ONU) lo que, para nuestro fastidio, se evoca incansablemente como la única justificación de la amenaza de guerra que la coalición bajo dirección americana hace pesar sobre Irak. Y ello porque el “derecho” de una nación soberana – su primer derecho: el de existir – le ha sido retirado simplemente a Kuwait por el abominable Saddam Hussein. No perderemos el tiempo demostrando lo que ha llegado a ser una banalidad histórica desde el fin del mandato británico sobre esta región del mundo, a saber, que la creación misma de Kuwait, así como la delimitación de las fronteras de Irak, y finalmente todo el “orden” económico-político de la península arábica, son una construcción artificial impuesta a la nación árabe por los intereses petroleros, financieros y geopolíticos de Occidente. Bajo el “derecho”, la fuerza, y bajo la fuerza, el dinero.
Añadiremos simplemente que, de forma jurídica precisamente, el “derecho” es universal, o no es. Y por tanto que Irak está perfectamente fundado en su rechazo a plegarse a un “derecho internacional” al que la comunidad de las naciones (léase: el campo del Capital) no ha sometido nunca efectivamente a Israel, y del que nunca ha hecho beneficiarse efectivamente a los palestinos.
El derecho como estado-de-derecho o democracia
Del orden jurídico pasamos aquí al orden de la filosofía política. El argumento “anti-Saddam” sobre este punto es tan simple como aplastante: en el desierto arábico, las democracias se enfrentan a un “dictador sanguinario”. Que el señor de Irak sea un dictador no lo voy a discutir, y “sanguinario” es casi una redundancia. Observaré sencillamente que Saddam Hussein era ya, y plenamente, un “dictador” en la época fresca todavía en que los países democráticos, y en primer lugar Francia, buscaban contratos para sus industrias en Irak. Entonces era un “modernizador” valiente y eficiente, del que se decía que estaba sostenido “profundamente” por un pueblo al que le aseguraba la entrada en la modernidad (y por consiguiente un señor “legítimo”, si es que no democrático); era incluso un gran laico, que combatía sin piedad al integrismo iraní. Casi un socialista… Que todas estas tentativas hayan estado mal calculadas y mal dirigidas, de eso nadie se preocupaba mucho, y si así Saddam arruinaba a Irak más rápido todavía de lo que lo desarrollaba, lo menos que se puede decir es que nosotros lo apoyamos. Pero tocamos aquí el tercer punto, por lejos el más importante.
El derecho histórico
Nadie parece haber buscado más allá de unas explicaciones cortas e infamantes lo que significaba la “espada sobre Kuwait” sobrevenida el 2 de agosto pasado. “Es un gángster”, es todo lo que se ha encontrado para decir: “Ya no tiene dinero, lo va a buscar a otra parte”, etc. Es eso, si se quiere; pero puede ser eso y más que eso a la vez. La anexión de Kuwait puede tener un sentido mucho más amplio, y en realidad completamente diferente, que el de ser una “solución” violenta e irreflexiva para unas dificultades financieras, económicas y sociales: puede querer decir que la nación árabe ha comprendido que jamás hallará solución a los problemas que le plantea su entrada al mundo moderno si sigue tratando de lograrlo plegándose a la lógica de los “países industrializados” (que son también las “democracias liberales”), porque, para el socio que representa a la vez el recurso natural bruto (el petróleo) y el recurso humano no-especializado (la fuerza de trabajo), esta lógica es la lógica de una estafa.
Occidente alegará aquí apelando a sus buenas intenciones, invocando sin ton ni sonel maná de los royalties, el apoyo bi- o multi-lateral al desarrollo, las transferencias de tecnología, los intercambios científicos y culturales… No digo que estas intenciones no puedan presidir un cierto número de acciones de nuestros países respecto de los países árabes. Digo que, en el mejor de los casos, estas intenciones se superponen meramente a la intención primera y principal, que es el auto-acrecentamiento de una riqueza que es nuestra riqueza, y de la que estas intenciones constituyen por lo general el simple revestimiento. Digo luego que estas intenciones, aun si se las alimenta estrictamente, o bien se vacían de su sentido porque su vaga generalidad ignora las condiciones concretas, de toda especie (desde las infraestructuras materiales hasta las formas de sociabilidad), que les darían alguna oportunidad de realizarse en el terreno, o bien engendran incluso efectos perversos que el mundo islámico no puede no experimentar como la amenaza de una dependencia que se estira indefinidamente. Y, lo que es peor, como una amenaza de disolución de su propio modo de existencia.
Aquí interviene nuestra “justificación” más profundamente arraigada, aun si es la más raramente expresada, y que constituye lo que creemos ser nuestro “derecho histórico”. Porque la forma de existencia en torno a la cual los pueblos del Oriente Próximo organizan su escisión respecto del orden mundial de la Producción y de la Riqueza, esa forma, es una forma religiosa; era así ayer en Irán, es así hoy en Irak, se bosqueja desde Pakistán hasta Mali pasando por Argelia. Ahora bien, la organización de una existencia política en torno a una ideología religiosa no puede sino ser, para nosotros, una regresión. Digo “para nosotros” porque lo pienso, o lo creo yo también, y tanto más cuanto que en la “dimensión religiosa” lo que se afirma no es la delgada línea de horizonte del existir humano que lleva el nombre de “mística” (y que bien puede no estar ligada a ninguna positividad religiosa), sino más bien la doctrina escrita, la regulación clerical de las costumbres, la ambición política de una casta sacerdotal. Creo, no obstante, que aquí no tenemos ningún derecho a indignarnos mientras no se haya respondido a las siguientes preguntas:
-¿De dónde viene (de qué agotamiento de nuestra tradición no-religiosa) que la realidad moderna no pueda abrirle a los pueblos que no la han organizado para su propio beneficio ninguna posibilidad de elaborar un “mundo” – posibilidad que, por tanto, van a buscar “a reculones” en su historia monoteísta?
-¿De dónde viene que los pueblos que, por el contrario, organizan y se benefician de la modernidad, deban enfrentar por sí mismos una especie de “crecimiento de la inexistencia” al interior de la gestión racional del trabajo y de la institucionalización de la libertad, de la que están tan orgullosos?
-¿De dónde viene que la forma religiosa cristiana (no menos retrógrada que la musulmana, ni en lo que concierne a las costumbres, ni en lo que concierne al clericalismo) sea para nosotros también la que se ofrece con una insistencia cada vez mayor como la única capaz de colmar ese vacío?
Tales son – apenas bosquejadas, como es forzoso dada la forma de un artículo – las cuestiones que la enormidad de nuestra apelación al “derecho” querría hacernos olvidar. Quedan algunas cuestiones de hecho que explican que los intelectuales de este país se hayan demorado tanto (incluido yo, por cierto) en recordarlas. Al menos tres: las consecuencias de los acontecimientos en el Este, las proximidades indeseables que supone la lucha anti-anti-Irak, la preocupación por salvaguardar a Israel. Brevemente, sobre cada uno de estos puntos, esto:
(a) Nos equivocamos si creemos que la mera exportación del modelo occidental es capaz de colmar el vacío histórico en que el Este se abre: haría falta una inventividad de la que esta idea simplista de exportación es precisamente el opuesto. Por el contrario, una de las consecuencias de nuestra actitud respecto de la anexión de Kuwait es ya que estamos de camino a venderle la libertad de los países bálticos a la KGB de Gorbachov.
(b) Le Pen es un fascista, y el PCF es más estalinista que nunca. Proximidad detestable en efecto, que obliga y obligará a mantener siempre las distancias. Queda que existe un movimiento popular de rechazo a la guerra, que nos equivocaríamos gravemente si dejamos que lo organice alguno de estos dos aparatos populistas.
(c) Saddam Hussein apunta sus armas en primer lugar contra Israel. Aquí la respuesta es totalmente simple: no hay que dejar que lo haga. Pero la cuestión a largo plazo es que Israel no va a poder preservarse indefinidamente en medio del mundo árabe, sea la que sea su fuerza propia y sea el que sea nuestro apoyo, si no se establece una paz verdadera (es decir aceptada por los dos lados). Y es cierto, me parece, que eso pasa por el abandono de la política actual de Israel en los territorios ocupados, en seguida por el abandono de la ocupación misma, y finalmente por la creación de un Estado palestino. La “credibilidad” de las Naciones Unidas, no solo en el mundo árabe sino en el conjunto del Tercer Mundo, tiene este precio. También la del “derecho”, si es que con esto hace su deber.
* Texto aparecido originalmente en la revista Marxisme en mouvement, abril de 1991, n° 45, y retomado en Gérard Granel, Apolis, 2009, Mauvezin, ediciones Trans-Europ-Repress. A modo de contextualización, vale la pena, a nuestro juicio, situar aquí el exergo de este libro:
“Leído todo lo sabio, démosle aquí su finiquito. ¿De qué nos serviría buscar alguna combinación justa de la tendencia auto-reguladora del mercado y las indispensables protecciones sociales? Buena y justa pregunta para nuestros políticos, totalmente ocupados en la administración de un destino que ni ellos ni nosotros sospechamos: el de la inexistencia política.
De estas dos palabras, hay una de más. Si hay política, tiene por objeto la forma del existir; si hay existencia, tiene por forma la Polis.
Explicación: la forma del existir es manifestar el mundo. La Polis es la pertenencia de esta manifestación misma a un “nosotros todos” anterior a cada uno de nosotros.
Estas son estructuras propias de las “sociedades primitivas”. ¿Se trata entonces de volvernos una sociedad primitiva? A quien osara proponerlo ya nadie lo oiría – definitivamente no más. Y, en efecto, no es del todo eso aquello cuya figura buscamos aquí. Más bien una sociedad de lo Primitivo, como tal. Es el “como tal” lo que separa la búsqueda de lo Primitivo de toda sociedad “primitiva”, incluida de los primitivos del no-mundo que son los hombres modernos.
Intentémoslo.
Intentemos ante todo medir la desaparición del mundo. Para ello hay que arrancar lo que la enmascara, es decir o bien las religiones, o bien la trascendencia de un querer político vacío (manera de decir: los fascismos)”.
Traducción de Ernesto Feuerhake. Agradecemos a Elisabeth Rigal por su amabilidad, que permite esta publicación.
(1) El presidente de la época era François Mitterand (Nota de los Editores).