¿Qué piensa la sociedad rusa actual sobre la Revolución de Octubre?
Cuando pensamos en la Revolución Rusa, al igual que en gran cantidad de otros hechos históricos, nos presentamos ante la problemática cierta de la lejanía geográfica, por lo que nos vemos obligados prácticamente a mirar un horizonte imaginario y figurarnos ciertas condiciones que los libros muchas veces no nos pueden aportar, más aún hoy, en la era de la información, en la que los elementos de la mass-media a menudo buscan distorsionar ciertas nociones o percepciones que cada uno mantiene de la realidad. Estar en contacto con quienes fueron protagonistas de los hechos, o quienes viven actualmente en los lugares donde se desarrollaron aquellos, permite tener una perspectiva probablemente más ceñida a la realidad, pero por sobre todo, más completa y acabada, en cuanto enriquecida desde discursos no excesivamente mediatizados.
Ahora bien, nosotros, desde el espacio donde nos encontramos, nuestro aquí y ahora, podemos realizar cuestionamientos acerca del hecho político histórico de una revolución proletaria y campesina, o de la realidad cotidiana durante las décadas en que la URSS estuvo en pie, sobre el asertividad de las decisiones tomadas, tal como podemos cuestionarnos sus resultados y su influencia en la sociedad posterior a su existencia. De ese modo, yo me cuestioné durante mucho tiempo acerca de la percepción del pueblo ruso actual sobre la Revolución de Octubre y lo que desencadenó, sus repercusiones prácticas en el Pueblo (no solamente en su clasificación económica y sociológica de clase social, sino también Pueblo como sujeto actante – productor y reproductor – de una determinada cultura). Posteriormente, se me presentó la increíble oportunidad de estar en Moscú y San Petersburgo durante el aniversario de sus cien años, con lo que pude palpar, escuchar, conversar y percibir, parte de lo que la Rusia actual es, demuestra, cree, piensa, sobre sí misma y sobre su pasado. Me pude formular, entonces, algunas conclusiones o meditaciones básicas a partir de mis dudas, las cuales quisiera compartir sucintamente, sin extenderme demasiado, para poder aportar en algo al debate que generan siempre las fechas de conmemoración.
Las celebraciones sucedidas en los primeros días de Noviembre, organizadas por el Partido Comunista de Rusia y no por el gobierno, ocurrieron a lo largo de tres días. Primeramente, se llevó a cabo la entrega de ofrendas florales al cuerpo embalsamado de Lenin en la Plaza Roja y al monumento a los soldados que perecieron combatiendo al ejército Nazi durante la Gran Guerra Patriótica (1941 – 1943). Al día siguiente, se realizaron visitas a enclaves históricos dentro de Moscú, como la casa de Lenin, la imprenta clandestina del partido Bolchevique o la oficina de Lenin. Para terminar con una gran marcha el día mismo de la Revolución – en la que las Juventudes Comunistas rusas, para mi sorpresa, se encargaron de ensalzar no sólo las figuras de Lenin y Stalin, sino que también a Ernesto Guevara en reiteradas ocasiones -, finalizando con un acto junto al monumento de Marx, con pomposos himnos y cánticos comunistas en todos los idiomas, discursos por parte de los países mayormente representados por sus respectivos Partidos Comunistas, y un gran discurso de Raúl Castro, en el que se vitoreó con júbilo el recuerdo de Fidel. A partir de las celebraciones, y de todo lo que me aconteció en los diez días que estuve en Rusia, podría plantear, rápidamente, tres apreciaciones fundamentales, que se van desprendiendo la una de la otra.
El primer punto es, quizás, lo más interesante de analizar. La percepción de la población rusa en relación a la Revolución de Octubre y las posteriores décadas en que la URSS se encontró activa es, en general, positiva. Claramente, tras varias décadas de hambruna, malas condiciones de laborales, y de vida, sumado a los desastres de las guerras Ruso-Japonesa y Primera Guerra Mundial, el sistema zarista estaba agotado y tenía al pueblo en la ruina. La Revolución de Octubre de 1917 planteó, en ese instante, no solamente una solución para el complicado momento vivido, sino que logró en breves plazos llevar al país y toda la sociedad rusa a un estado que nunca antes había experimentado. Y es aquello precisamente lo que la gente recuerda con cariño y bastante orgullo: alcanzar niveles de desarrollo tan elevados como para ser competitivos a nivel mundial, y poner el nombre del país dentro de los más respetados del orbe, compitiendo palmo a palmo con Estados Unidos u otras potencias en diferentes materias. Y es que es difícil imaginar la Rusia del presente Siglo XXI sin la que fuera una de las mayores revoluciones de la historia. Por nominalizar algunos avances ejemplares, me comentaron, tan sólo tres semanas después del asalto al Palacio de Invierno, se promulgó la inmediata igualdad de derechos entre mujeres y hombres; se redistribuyó la tierra tras una efectiva y rápida expropiación por parte del Estado; se declaró un armisticio con los pueblos vecinos y se liberó e independizó algunos otros, como por ejemplo Armenia, o la Finlandia presa del Imperio Sueco; hubo una considerable industrialización y se desarrollaron fábricas y tecnologías que permitieron, entre otras cosas, auto-abastecer el territorio o poner a una primera nave espacial – el Vostok 1 – fuera de la atmósfera del planeta tierra. En la práctica, no se anhela o añora primordialmente el sistema político federativo o económico socialista de aquellas décadas, como se idealiza muchas veces hoy desde latitudes lejanas al admirar uno de los ejemplos primordiales de los que fueran «los socialismos realmente existentes». Se admira con bastante orgullo, reitero, más que el aparato político y económico, los niveles de desarrollo alcanzados, a pesar de que estos devengan como consecuencia de aquel aparato.
Probablemente, la responsable de la difuminación del contenido político que hay tras el desarrollo y éxito alcanzados en esos años, sea la historia reciente misma: el suceso geopolítico del desmantelamiento de la URSS, los últimos años de decadencia de la misma, la rápida corrupción que se apoderó del Estado a inicios de los años 90, o la reticencia de los gobiernos de Putin a recordar el hecho mismo de una rebelión popular, por temor a levantar disidencias a su gestión, intentando trasladar discursivamente el concepto de avance «por revolución» a un avance «por evolución». Comento, para especular algunos motivos de aquel vaciamiento del sentido político de la figura histórica de la URSS y fomentar la discusión. Ahora bien, volviendo a lo anterior, se recuerda con satisfacción lo ocurrido en Rusia durante el siglo XX, teniendo, por ejemplo, a Vladimir Ilich Ulianov como el gran héroe nacional, precursor de la libertad y promotor de la igualdad política y económica del pueblo, y un curioso respeto que ha ido re-aflorando por la figura de Iosif Stalin. Aquí, el respeto que se le manifiesta se ve alimentado por un reciente debate abierto sobre su persona y su carácter controvertido, en el cual, a nivel nacional, se comienza a desmitificar como un hombre deleznable, sindicándolo como uno de los gestores de la heroica resistencia ante el ejército Nazi en los años 40, evitando que sucediera también un holocausto al interior del territorio soviético. Pero más allá de un par de figuras relevantes, el orgullo de la sociedad es hacia sí mismo, hacia el Pueblo en general, a lo conseguido para la patria y a la población misma organizada. En esas décadas se pudo alcanzar altos estándares educativos, y hoy en día, se puede palpar una sociedad respetuosa, capaz de convivir consigo misma y sus diferencias; con una especial atención y hospitalidad hacia el extranjero; donde se respetan los espacios públicos y son cuidados por el colectivo. Se puede encontrar una sociedad culta con una actividad cultural elevada, que lee en sus tiempos libres, que cultiva diversos gustos musicales, partiendo desde la música clásica en adelante, o que asiste constantemente y con regularidad a los teatros de las principales ciudades del país.
Ojo, por supuesto, los niveles de desarrollo en el campo y en las provincias es diferente. Como en muchos lugares, se puede apreciar centralización, dado que el desarrollo llegó de distintas maneras a un territorio tan grande como el ruso. Las grandes ciudades (Moscú y San Petersburgo, en primer orden) se llevaron buena parte de los avances y aventajaron por buen trecho a otras regiones. La cultura de la sociedad y el desarrollo ruso es dispar y, en cierto sentido, desordenado; para graficarlo de alguna manera, ese desorden se asemeja más al ideario de lo que sería la cultura latinoamericana que al ideario de orden planificado y correctamente estructurado que muchas veces se esboza al imaginar la Europa Occidental.
El segundo y tercer punto serán sucintos, ya que se desprenden de cuestiones ya tangencialmente señaladas, y los pretendo mencionar más para dejar constancia de ciertas ideas escuchadas a lo largo de mi viaje que para inmiscuirme en un análisis acabado de las mismas. El segundo tiene que ver con las distintas generaciones en la Rusia actual. Si hacemos una rápida revisión de los grupos etarios que apoyan y tienen una visión formada y con posicionamiento claro acerca de las décadas de la URSS, nos encontraremos que la tercera edad es la que principalmente la apoya y recuerda con orgullo, incluyendo, por ejemplo, a varios octogenarios que se podían ver sumados en la calle a las celebraciones de conmemoración. Las nuevas generaciones, sobre todo nacidos entre las décadas del ochenta y noventa, perceptiblemente más calidad y menos hoscas que las predecesoras (carácter que se puede explicar por lo que planteo en el siguiente párrafo), no presentan mayor interés o juicio, según comentarios que recibí o personas que pude ver durante las actividades.
De esto, se sigue el tercer punto, que tiene que ver con una tesis que ronda por ciertos círculos en Rusia, intentando buscar explicaciones al retroceso y desmantelamiento final del bloque soviético. La tesis podría ser nominada como una crisis por acomodamiento generacional. Esto quiere decir que, a medida que se fueron solucionando los problemas sociales y económicos en los países soviéticos, lo que no se logró transmitir fue una cultura que pudiera mantener las estructuras políticas creadas a lo largo del tiempo. Así, se pueden rastrear problemáticas en cuanto a sujetos no preparados correctamente para asumir tareas de participación o dirección de aparatos de tales proporciones, desde incluso finales de la década del 50. Esto, a causa y acompañado de nuevas generaciones de jóvenes que, al verse enfrentados a una sociedad sin mayores problemáticas o desafíos, sin déficits o necesidades de primer orden que cubrir, no encontraron alicientes para la movilización intelectual o política, derivando en cuestiones tales como mirar al exterior en busca de novedad, interesándose en el consumo y la cultura consumista que se apreciaba en Europa y hacia occidente. Paulatinamente, se fue fisurando el bloque soviético, ayudado además por ciertas figuras autoritarias que surgían en determinados Repúblicas, lo que finalmente decantó en la descomposición de la URSS durante el gobierno de Gorbachov, quien, se dice, la terminó destruyendo al venderla por US$200 millones a Estados Unidos. Esa cifra corresponde a una donación efectuada por el gobierno americano a la Fundación Gorbachov (creada por el mismo político al caer el bloque soviético), más menos un año después de acontecido el desmantelamiento. Luego, al constituirse el gobierno de Yeltsin (1991 a 1999), fueron privatizadas casi todas las empresas estatales y muchas fábricas cerradas o convertidas en hoteles u otros emprendimientos privados. Durante casi diez años la corrupción se apoderó del Estado, lo fulminó y enterró hasta niveles alarmantes, retrocediendo un considerable trecho de lo avanzado por el aparato estatal en tantas décadas y entrando a un nuevo siglo con un Pueblo desposeído de lo que alguna vez pudo controlar.
Hoy es posible apreciar tiendas Louis Vuitton en la Plaza Roja, justo frente al mausoleo de Lenin, y un gran número de tiendas lujosas decorando los principales barrios moscovitas. Hoy, se pueden empezar a observar problemas en el sistema de salud y el sistema educativo, como en buena parte del mundo. Finalmente, Rusia se sumó a la globalización y comparte los mismos vicios y virtudes de cualquier país capitalista y afín al sistema del neoliberalismo.
Ilustración: Imagen del archivo del Plan de Propaganda Monumental de los primeros años del gobierno Soviético, Museo Estatal Ruso, San Petersburgo