Retrato de un empresario moderno: Carlos Cardoen y los avatares de la bomba PJ
N del A: Este texto apareció originalmente publicado en el primer y único número de la extinta revista Kintun, perteneciente al Centro de Estudiantes de Antropología de la Universidad Austral, fechada en Valdivia en otoño de 2016. A pesar de los ocho años transcurridos desde entonces, la historia siguiente —destinada a narrar, en clave de crónica, la creación de la famosa e infame bomba de racimo, en relación directa con su creador, el ya mencionado desde el título, Carlos Cardoen— no ha cambiado casi un ápice y, quizás por lo mismo, tal vez no sea ocioso traerla nuevamente a colación, toda vez que el protagonista del escrito goza, a la fecha, lo mismo de reconocimientos que de salud. Entre aquella primera versión publicada y la presente he modificado únicamente los links de referencia —varios estaban caídos— más la actualización de una que otra fecha referida a personajes que en este ínterin murieron. Igualmente, me he permitido agregar algunas imágenes que por entonces no estaban disponibles en internet, y ahora sí.
La mayor parte de las fuentes están tomadas del relato que el propio Cardoen hizo acerca de su creación en entrevista con el periodista Carlos Lavín para el —igualmente extinto— programa La Fábrica, emitido por Canal 24 horas en marzo de 2013i.
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TRES COSAS sin las cuales no podrás jamás generar una eficiente actividad productiva: una idea, recursos y pasión. Las dos primeras las puedes pedir prestadas o las puedes conseguir. Solo la pasión te ha de ser intrínseca.
Carlos Cardoen Cornejo, sentado frente a un periodista halagüeño, recuerda con un orgullo que no intenta disimular, el génesis de la bomba de racimo. ¿Edades tormentosas, acaso? No, muy por el contrario: edades productivas. Porque el tormento yace en el ojo colectivo, es decir, modificable como es según la influencia ejercida en medios masivos, resulta también transable mediante los valores impuestos por un rentable buffet de abogados. Lo otro no puede ser sino especulación o abusos de la memoria. Y la memoria, bien lo sabe Cardoen, no debe llegar a ser más que un recurso o un enemigo, cuando no el más infame de los motivos por los cuales desacelerar la vida concebida como capital. Fue justamente para no caer en ese error, avizorando a tiempo las dificultades que sobre él comenzaban a cernirse, que hizo de la diversificación productiva su máxima personal. Al fin y al cabo, vender armas da plata abundante; da suspenso, da adrenalina, pero a cambio de quizás cuantos enemigos inescrupulosos han de asomar por ahí. Y antes de que lo juzgaran tribunales de similar estirpe, invirtió tanto en la exportación de frutas —kiwis en su mayoría— como en negocios vitivinícolas en su natal provincia de Colchagua, así como en otros rubros ya no armamentísticos.
Sin embargo, este es ya otro Cardoen a los ojos de la siempre maleable opinión pública. Entre el primer Cardoen —ese que fabricaba y vendía a Saddam Hussein, en plena dictadura militar chilena, y acaeciendo en el golfo pérsico la denominada Guerra Irán-Irak (1980-1988) o primera guerra del golfo, las armas de racimo con las que este masacraba a los iraníes, bajo el inestable amparo norteamericano— y el segundo, ha mediado una dimensión liminal, un estado de paso atravesado por la diversificación productiva. El Cardoen de ahora —a quién llamaremos para estos efectos, segundo Cardoen— ya no fabrica ni vende bombas de racimo; por lo demás, prohibidas internacionalmente desde 2008, cuando se promulgó la Convención sobre Municiones de Racimo (CMR). Al contrario, sus negocios actuales están enfocados en los frutales racimos de la vid, tanto como en la fundación que preside, y que lleva su mismo apellido. En Santa Cruz, en cuyos alrededores el empresario extiende sus viñas, inauguró en 1995 el museo de la localidad, del cual se encarga su fundación. Poco después vendría el hotel.
El museo de Colchagua, que así se llama el primero, es un pastiche con cerca de 7.000 objetos de las más diversas índoles, que abarcan desde las paleontológicas y arqueológicas, tanto de Chile como de América, hasta contemporáneas. Entre ellos se incluyen documentos originales de Pedro de Valdivia; cráneos prehispánicos, momias chinchorros, cálices eclesiásticos, quipus inkas —objetos saqueados de la guerra del pacífico—, antiguos aparatos de radio, la indumentaria cardenalicia de José María Caro, el escritorio de Nicolás Palacios —autor del otrora famoso ensayo racial “Raza chilena”, publicado en 1904—, abundantes tipos de armas y automóviles por montón —entre los cuales destaca el Mercedes blindado de Pinochet; el auto DeLorean de la primera entrega de Volver al futuro, uno de carrera de Eliseo Salazar y otro protocolar de la reina Isabel, así como algunas motos de Coco Legrand—. Asimismo, alberga el piano de Bernardo O’Higgins; la banda presidencial de José Miguel Carrera, el acta de instalación de la primera junta nacional de gobierno en 1810 y una réplica de la cápsula Fénix de los 33 mineros atacameños. Al modo de un collage situado a medio camino entre la suma del patrimonio museológico chileno raptado durante siglos y una muestra a escala del museo británico, el de Colchagua contiene toda la historia nacional e internacional que este empresario y filántropo chileno, ingeniero bélico y comerciante, ha venido reuniendo durante décadas.
Sin embargo, me parece que es relevante traer colación al primer Cardoen por unos cuantos motivos particulares. Uno de ellos, dice relación con el asombro que produce que haya hecho tal limpieza de su propia imagen —y con tanto éxito, quizás se podría agregar, durante el tiempo de los acuerdos pactados—, cuando no un ocultamiento directo de su pasado bélico-mercantil, que resulte plausible, en términos prácticos, distinguir dos tipos de personajes divergentes dentro de una misma persona, así como también por el sustrato que subyace a la invención de su obra mayor: la bomba de racimo. Con esto me refiero a la materia prima —casi un espíritu—, a partir de la cual pudo, en sus palabras, generarla: la pasión. Pero vamos por partes, y pasemos a compaginar todas estas cartas sobre la mesa.
Por un lado tenemos a Carlos Cardoen, nacido el 1 de mayo de 1942 en Santa Cruz, Región de O’Higgins, quién con veintitantos años de edad, tras haber aprobado con distinción la carrera de Ingeniería civil en Minas en la Universidad de Chile, ostenta ya un PhD en Metalurgia otorgado por la Universidad de Utah, a la vez que un Minor en Administración de empresas. Un profesor que había tenido en Estados Unidos lo llevó a trabajar en Ireco, una empresa de explosivos industriales de la que éste era accionista, con el objetivo de expandir dicha industria hacia algunos de los países latinoamericanos gobernados por dictaduras militares, y de la cual llegó a convertirse en Vicepresidente de Asuntos Internacionales. Cuando esta fue vendida y pasó a manos de otro tal que no era su profesor, Cardoen renunció con incólume orgullo, sólo para crear su empresa propia en Chile, en un rubro aún más específico. El nuevo negocio se llamaría, simplemente —poco ingenioso además el ingeniero—: Industrias Cardoenii (INCAR), y se especializaría en la ingeniería aplicada a la industria bélica. Allí depositaría mi pasión, asegura.
Por otro, aunque similar en algunos aspectos, tenemos unos cuantos hechos históricos referidos a las dictaduras argentinas y chilenas de fines de los 70. ¿Se acuerdan de esa cuasi-guerra, ese simulacro bélico ascendente entre milicos chilenos y argentinos? Lo que se dice con mediana frecuencia es que hubo un “conflicto” entre el Chile dictatorial comandado por Pinochet y la república Argentina, comandada esta por el gorila similar que era J.R. Videla, en disputa por ocho islas australes ubicadas entre el canal de Beagle y el Cabo de Hornos, y que todo esto no escaló en una guerra directamente, por la mediación papal de J.P. II llevada a cabo entre el 78 y el 84. No obstante, todo simulacro conlleva una preparación, una disposición y adecuación del tablero, y esta no fue la excepción: la convicción compartida entre el ejército chileno y el argentino de que el desarrollo de una guerra serviría no solo para avivar la cueca de los nacionalismos internos, sino también para ocultar las barbaries sobre las cuales descansaban, creció hasta escapárseles de las manos. Las cosas, para los milicos chilenos, empezaban a adquirir color de hormiga. La razón, según argumenta Cardoen, era la desventaja que estos tenían en cuanto a armamento bélico; en comparación, claro, a los milicos argentinos. El General Washington Carrascoiii, citó a unos cuantos ingenieros metalúrgicos o de ramas afines, chilenos todos, leales todos como eran a la junta, y les espetó:
Señores, tenemos problemas. Necesitamos que nos ayuden a crear lo que ahora no tenemos. De haber guerra, sabemos por fuentes confiables que el Ejército argentino dispondrá de tanques y artillería pesada. Pues bien, nosotros no tenemos minas antitanques. ¿Se entiende? Nosotros les damos toda la información que necesiten, pero eso sí, tenemos que reaccionar ya. Esto tiene que estar en semanas, cuanto antes mejor, porque compromete la soberanía nacional, y es urgente.
Aquí comienza la verdadera historia, el punto en que ambas cartas se hacen una y donde Cardoen comienza a vislumbrar el negocio armamentístico como una verdadera pasión. Allí oye, discreta y activamente, las indicaciones de los milicos golpistas que le hablan de focos y radios de explosión, de las funciones concretas que cada arma debía poseer. Él escucha y luego crea con metal lo que los altos mandos soñaban. Cada arma suscrita entre Cardoen y el Ejército de Chile fue única, pues obedecía a propósitos tácticos específicos previamente trazados.
La supuesta y temida guerra entre Argentina y Chile no acaeció, como sabemos, pero las armas creadas para la ocasión trascenderían dicho episodio. Lo cierto, además, es que la relación entre Cardoen y el Ejército de Chile, a partir de entonces, fue fluida y espesa como manteca al sol. Tras este primer encargo, no tardaron en llegar otros. Cada uno, a su modo, especiales. Cada uno con la rúbrica exclusiva de Industrias Cardoen. Y sin embargo, entre los anteriores, hubo también uno regalón. Uno particularmente especial, tanto en la vida de Cardoen como en —¡ay por los miles de mutilados con ella!—, otros tantos que todavía no sabían lo que se fraguaba al interior de este Chile tomado por los milicos. El encargo fue solicitado por el General de la FACH, Fernando Matthei, golpista de los duros y conservador entusiasta, así como depositario de una reconocida estirpe patronal en la provincia de Osorno. Lo que él buscaba era una bomba que reuniera dos características o, en el caso que no se pudiera, que armara dos tipos de bombas distintas. La primera consistía en que fuera lo más segura posible. Para ello, Cardoen tomó una fórmula que ya le había funcionado con Ireco: implantó un sistema tal que la bomba, diseñada originalmente para ser lanzada desde un avión, no zarpaba de tierra lista para ser detonada, sino que acababa de ser ensamblada en el aire, desde el avión mismo. Fue la otra característica, sin embargo, pues la primera ni era novedosa ni se siguió aplicando, la que le otorgó su renombre y brutal singularidadiv. Haciéndole unas modificaciones ingenieriles tan innovadoras como perversas, Cardoen creó la bomba que luego denominaría “PJ”, y que reunía la segunda condición señalada por Matthei. Esta era, que la bomba pudiera estallar más de una vez, vale decir, que dispersara, mediante más de una explosión, continuas sub-municiones.
¿Y para qué?, recuerda que preguntó Cardoen ante el pedido, y la respuesta aquel eterno invierno de 1977, fue vulgar y fue increíble.
Pa Joder, contestó escuetamente Matthei. Pa joder, repite él, desde la pantalla. Y en su cabeza la nueva bomba adquirió inmediatamente sigla y sonido: PJ, Pa Joder.
A partir de aquí la historia dispersa sus lugares, sus nombres, sus muertos. Con todo lo anterior, y como consecuencia de ello, se le otorgó por aquellos años el rango de subteniente de la FF.AA a Carlos Cardoen. La bomba PJ, por otro lado, fue patentada en Estados Unidos, salvo que con un nombre distinto. Ahora que era reconocida, habrán pensado que requería un nombre más elegante. The cluster bomb le significó a Industrias Cardoen utilidades de más de doscientos millones de dólares sólo en cuatro años (1984 – 1988). El radio mortal de 50.000 m2 a la redonda que conformaban las 240 bombetas que esta lanzabav, no dejaban lugar a dudas sobre su capacidad letalvi.
Su estreno en sociedad vendría de la mano de un Saddam Husseinvii que, en guerra con el Irán que hace solo un año había concluido su Revolución Islámica, las utilizó contra población civil y militar, en Irak e Irán. Por esos años, comienzos de los 80, Estados Unidos apoyaba a Saddam Hussein con armamentos, milicos, entrenamiento, y más. Más de una década después, le enterraría el cuchillo por la espalda, ahorcándolo públicamente en un espectáculo televisado en todos lados. Lo que Estados Unidos ansiaba, como sabemos, no tenía nada que ver con los epítetos vaciados de liberación o democracia, sino como siempre, con el petróleo, el capital y el control geopolítico. Eran los años 90: era la guerra del Golfo. Ahí estallaron las armas de Cardoen contra kurdos e iraníes, y desde entonces, no han parado de estallar. Las ha usado el ejército ruso contra chechenos; el israelí en el Líbano y en Gaza, el británico en Kosovo e Irak, y más recientemente, el turco en Siria ¿Y todo para qué?
Pa joder, recuerda Cardoen, disimulando una sonrisa desde la pantalla de la tele.
Carlos Cardoen (“primer Cardoen”) junto a Saddam Hussein, 1980.
Carlos Cardoen (“segundo Cardoen”) junto a Sebastián Piñera en el museo de Colchagua, 2010
Desde el momento en que Carlos Cardoen comienza a hablar de la creación de la bomba de racimo en la entrevista efectuada en 2013, hasta que se detiene, es poco el tiempo que pasa. El que no quiera explayarse mayormente sobre el invento que le dio fama y estigma, no resulta tan cierto como el hecho de que no quiera que esta sea la imagen que persista de él. Al fin y al cabo, ha hecho bastante esfuerzo como para que su apellido refiera solo a una bomba. Antes de que pase a hablar de las cosechas de vino que tiene en la provincia de Colchagua, y que son la impronta de este segundo Cardoen, el periodista le aventura una última pregunta a este empresario moderno. Lo que busca saber es cómo la bomba PJ pasó de ser patentada en USA a ser vendida por millonarios precios en el Golfo Pérsico.
Se me acercó uno de los bandos cuando yo estaba en Estados Unidos. Fueron ellos quienes vinieron a mí. Y así se fue forjando esta relación —agrega, lacónicamente.
Llegado este punto, quisiera volver a los motivos para recordar la historia de Carlos Cardoen, el ingeniero inamible. Me interesan, en ese sentido, los claroscuros y sinsabores de su historia, en tanto son paradigmas del desarrollo de las tecnologías de guerra en las últimas décadas. Lo paradigmático, en este caso, está dado lo mismo por las circunstancias particulares donde se ingenió y llevó a cabo la bomba PJ —luego llamada, de racimo—, así como por el correlato de su creación, vale decir, su exportación, su desterritorialización y su uso masivo como instrumento impreciso pero eficaz para acometer lo mismo masacres que genocidios. El hecho de que haya sido creada en el Chile que sirvió como laboratorio social para la instalación del proyecto neoliberal y que fuese luego representada, explosiones mediante, en los apartados territorios dónde el imperio blandía sus ojos en busca de petróleo, no es tampoco gratuito. Dicho de otra forma, el que la idea fraguada por Matthei se materializara con fuego en el Golfo Pérsico, bien puede ser el envés de lo ideal y lo material de la sustancia misma del proyecto neoliberal, encarnada magistralmente por Cardoen.
El capitalismo se expande por todos lados, se dice a menudo. Y yo pienso entonces en el primer Cardoen, en el vendedor de armas, en el empresario moderno, en el arquitecto de la infraestructura bélica que necesitó la dictadura para perpetuarse. Pero, sobre todo, pienso en lo que, para Cardoen, son las tres condiciones para asegurar el éxito de un negocio: ideas, recursos y pasión.
Y pienso que en Cardoen, las pasiones se traducen en mutilaciones. Y tiemblo.
En la actualidad, Carlos Cardoen ostenta las distinciones como Hijo ilustre de Santa Cruz, Vichuquén y Rapa Nui. Posee también el premio Ernesto Pinto Lagarrigue; la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral —cuando se anunció esta última en 2005, el entonces ministro de educación, Sergio Bitar, acaso para justificarla, declararía: “Nadie en la tierra es un ángel”, según consignó La Tercera—, la Cruz al Mérito Aeronáutico de Chile, la Medalla al Mérito O’higginiano; así como también el Premio Diego Portales. Posee, a su vez, una orden de otro tipo, como es la de captura internacional interpuesta por la INTERPOLix en 1993, dada la exportación ilegal de circonio usado en la fabricación de bombas de racimo. La misma continúa vigente, impidiéndole, hasta la actualidad, salir del país.
Como con Hussein, en una paradójica analogía cuya moraleja tal vez podamos ver sólo a la luz del tiempo —si es que—, USA se valió de Cardoen —jamás gratuitamente, claro está—para enjuiciarlo después. ¿Le habrá dolido tamaña decisión? ¿Habrá auspiciado en él la amargura? Dejemos que responda por sí mismo: “Rabia y mucha, pero amargura jamás. La amargura es pecado, no es fértil, no da vida, no crea. La amargura detiene el desarrollo. La amargura es un pesticida para las hierbas. Pero sí siento rabia por la injusticia, y la rabia moviliza, y te pone las espuelas”x. Aquel segundo Cardoen, de rabia movilizada y espueleado; el que cambia de página cuando oye hablar de la Cluster bomb, el que se reunió con Max Marambio y Fidel en La Habana, el que financió la creación del Museo Violeta Parraxi, fuera quizás el que pintó Oswaldo Guayasamín, en un retrato que luego este empresario moderno le regalara a su hijo, Andrés Cardoen Aylwin.
Sin embargo, a pesar de su olvido inducido, la bomba de racimo ha matado a más de 100.000 personas en —al menos— 23 países, según estimaciones internacionales. Se calcula que el 98% de los muertos han sido civiles.
En Chile, la empresa azucarera IANSA otorgó, entre 1998 a 2007, una distinción anual a cierta persona o institución “que mantuviera vivas las tradiciones chilenas”. La condecoración se llamaba Premio a lo chileno, y recayó en Cardoen el año 2006.
Notas
i El programa completo está disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=QNOOV2YQVhI
ii El conglomerado Global Security afirma de Industrias Cardoen: “Esta firma se desarrolló desde una modesta operativa manufacturera de la industria minera a un diversificado Imperio industrial. En los tempranos 90’s empleó a más de ochocientas personas en seis complejas industrias distintas, produciendo una variedad de equipos de defensa, en conjunto a los de no-defensa, y tiene filiales en Ecuador, Italia, España y Grecia. Tras un acuerdo de 1989 con el gobierno guatemalteco, Industrias Cardoen aceptó establecer una instalación para la industria de explosivos, granadas y minas en Guatemala” (http://www.globalsecurity.org/military/world/chile/cardoen.htm)
iii He aquí otro personaje altamente nefasto en la historia nacional. Si bien es cierto, Cardoen lo menciona en la entrevista como General del Ejército, lo cierto es que tan solo llegó a ocupar los cargos de Teniente general; Vicecomandante en jefe en 1979, Intendente designado por la Región del Bio-bio, y luego ministro de defensa en 1982. Responsable, entre otras cosas, del consejo de guerra abreviado mediante el cual fueron fusilados cuatro dirigentes mineros en Lota. Fue presidente del Instituto O’higginiano de Chile desde el 2000 al 2006. Murió en la impunidad judicial en 2021, a los 98 años.
iv Llegado este punto tal vez sea conveniente aclarar que, a pesar que se le reconoce ampliamente a Cardoen como “el padre de la bomba de racimo” —mote del cual el segundo Cardoen, lo mismo que Alfred Nobel a partir de de la dinamita al crear el premio homónimo, ha buscado continuamente desligarse—, la primera de estas bombas documentadas fue llevada a cabo y utilizada por los nazis en la segunda guerra mundial, donde se le conoció como bomba mariposa o Sprengbombe Dickwandig 2 kg. Para precisar, en ese sentido, más que inventor de la bomba de racimo, Cardoen fue quien desarrolló la tecnología mediante la cual las mismas se mundializaron.
v Para los detalles técnicos de esta bomba: http://www.globalsecurity.org/military/world/chile/cardoen.htm
vi En el escrito original de este texto, al final de ese párrafo, aparecía: “…las 240 bombetas que esta lanzaba, no dejaban lugar a dudas sobre su infalibilidad”. He cambiado deliberadamente infalibilidad por letalidad, en habida cuenta que las bombas de racimo son de todo menos precisas. En ese sentido, a diferencia de la tecnología de guerra de la cual los drones tomarían luego la posta, las bombas de Cardoen jamás persiguieron un supuesto intento de matar de forma individualizada, cuasi quirúrijica, como fue durante mucho la justificación para el paradigma de los drones. Su “gracia”, tal cual fue concebida por Matthei, fue la contraria: Matar o mutilar —joder, en una palabra: la palabra de Matthei—, incluso azarosamente, todo espectro de vida que estuviera en los rangos de explosión.
vii Tras su asesinato, Cardoen declaró: “Honestamente, me pareció un hombre bastante balanceado, muy bien informado, y con una gran elegancia y dignidad. Daba la impresión de que no fuese un hombre que actuara sin tener una total información” (https://tomasdinges.wordpress.com/2007/01/17/what-is-up-with-carlos-cardoen/)
viii Véase: https://www.youtube.com/watch?v=jdJSU7K9rOs
ix Al momento en que fue emanada la orden de captura internacional, la comisionada de aduanas de Estados Unidos, Carol Hallett, declaró: “Como una blanca viuda negra, Cardoen controló una complicada e intrincada red que recorrió el mundo. Su negro imperio giró alrededor de los beneficios de la destrucción. Estoy agradecida de que, por fin hoy, hayamos dejado caer la bomba sobre él” (https://tomasdinges.wordpress.com/2007/01/17/what-is-up-with-carlos-cardoen/)
x Esta respuesta la da en la entrevista titulada: “Soy simplemente Carlos”, de autoría no firmada, para la Revista Paula en diciembre de 2014. Disponible en: https://www.latercera.com/paula/soy-simplemente-carlos/
xi http://www.cooperativa.cl/noticias/cultura/cardoen-proyectara-la-obra-artistica-de-violeta-parra-a-traves-de-un-museo/2003-02-24/114300.html
Visité este link motivado por el subtítulo «reportaje». Sin embargo, no muy avanzada la lectura del mismo, evidencié que calificar de «reportaje» lo escrito es, a lo menos, pretencioso.
El trabajo realizado carece de rigor en la selección de las fuentes y más aún, en la interpretación y uso de las mismas. Un ejemplo de ello es la entrevista realizada por Carlos Lavin el 2013 y citada aquí como principal fuente del artículo.
El texto adolece, además, de falta de rigor en lo técnico y en lo histórico.
En lo técnico:
La bomba PJ-1 es un desarrollo muy anterior a las bombas de racimo en Industrias Cardoen. Para su fabricación se utilizaba tecnología exclusivamente chilena, bastante básica y rudimentaria. No se puede afirmar lo mismo de las bombas de racimo Cardoen, que a pesar de incluir importantes innovaciones desarrolladas por Cardoen y patentadas por la compañía en Estados Unidos y Europa, se basaba en tecnología de Estados Unidos. Un trabajo más riguroso hubiese dado con fuentes públicas que así lo demuestran. Ambos productos tienen una concepción y aplicaciones muy distintas.
El autor(a) de este «reportaje» tuerce lo declarado por el empresario en la citada entrevista intentando atribuirle el modismo «pa joder» utilizado por Matthei a la bomba racimo y su letalidad. ¡Muy por el contrario! la frase «pa joder» se refiere justamente, tal como se declara en la entrevista, a la precaria situación en que se encontraba la fuerza aérea a fines de los 70s y la necesidad de al menos contar con algo que permita (citando la declaración completa) «mantener la cabeza gacha» del enemigo, algo «pa joder» , por que más que eso no se iba a lograr con la rudimentaria mini bomba PJ1.
En lo histórico:
Se intenta relacionar a Cardoen con Pinochet. Y efectivamente la compañía tuvo relaciones con el ejército en sus inicios hacia 1982. Una empresa que fabricaba en Chile carros de combate bajo licencia de la firma suiza Mowag, no se los iba a ofrecer a la empresa de agua potable, al arzobispado o a la fundación las Rosas. Sin embargo se omiten las declaraciones contrarias a la dictadura militar dadas por Cardoen en 1987 cuando su industria bélica estaba en su apogeo, en una de las numerosas entrevistas (que están disponibles como fuentes) que ofreció a medios como APSI, Cauce (incluso entrevistado por la gran y valiente Mónica González) y Análisis. Tales declaraciones significaron que durante la inauguración de FIDA 1988, Pinochet y su comitiva, no visitaran el stand de la compañía y un quiebre permanente de las relaciones con el ejército. Se omite también el apoyo monetario de un millón de dólares a la campaña de Aylwin y el uso libre de su helicóptero personal si el candidato lo precisaba.
Se califica a Cardoen como» quien desarrolló la tecnología mediante la cual las mismas (bombas de racimo) se mundializaron». En mi opinión esta es la declaración más grave y alejada de la realidad en todo el «reportaje». Industrias Cardoen comenzó a fabricar bombas de racimo en 1981-1982. Estados unidos usó miles de sus bombas de racimo Rockeye Mk 12 en Vietnam. Miles. Casi 20 años antes! Durante los 80s a la vez que Cardoen fabricaba bombas de racimo, también lo hacía Francia con la bomba «Belouga» y Estados Unidos con la «Rockeye MK20» (que usó en 1991 durante la verdadera «primera guerra del Golfo». A la guerra Iran – Irak no se le llama Guerra del Golfo!!! ) y abastecían a toda nación miembro de la OTAN. Cardoen vendió a Irak, Jordania y Ecuador. Calificar a Cardoen responsable de la mundialización de la letal bomba cluster es faltar a la verdad o bien resultado de un trabajo de investigación mediocre.
Las bombas de CArdoen ni fueron usadas en los 90s. Fueron usadas por Irak contra Irán duarante la guerra que finalizó en 1988.
Lamentablemente el (la) autor(a) del «reportaje» una vez más tuerce la realidad, asumo que involuntariamente, confundiendo la primera Guerra del Golfo de 1991 con la Guerra Iran – Irak que duró 8 años. La segunda Guerra del Golfo se le llama a la invasión de EE. UU. a Irak en 2003.
En la primera Guerra del Golfo, iniciada con la operación Tormenta del Desierto, que no duró más de 2 meses, la fuera aérea Iraqui fue destrozada en tierra. No alcanzó a volar. Difícilmente usaría bombas de racimo.
No deja de llamar la atención también que «Cardoen 1» daba declaraciones contrarias a la dictadura en 1987 y que «Cardoen 2» habla sin tapujos y con orgullo de su extinta industria de armas en 2013. ¿No serán el 1 y el 2, el mismo Cardoen?
Estoy completamente abierto y disponible si el autor(a) de este «reportaje» toma la iniciativa de contactarme y así aclarar el origen y cronología de los hechos citados.