Ilustración: poster diseñado por el artista gazatí @os_hussen (fragmento) y publicado en acceso libre por @flyers_for_falastin (prohibida su reproducción comercial)

03 de julio 2024

Romper el silencio: una forma de luchar

Por Francesca Herbas

Reseña del libro «Palestina. Anatomía de un genocidio», de Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky (editores). Lom ediciones, 2024.

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El presente libro se instala como una forma de romper el silencio respecto al genocidio que ocurre desde el 7 de octubre de 2023 en territorio palestino, pues “El silencio es cómplice de la masacre” (10). Podría decir que una de las cosas que vuelve tan interesante este proyecto es, justamente, que es concebido desde una perspectiva coral en que convergen voces chileno-palestinas, chileno-judías, o bien, pertenecientes a la diáspora judía y palestina alrededor del mundo, pero cuyas plumas se encargan de hacernos saber claramente la supra-masacre ejercida por el sionismo israelí. Durante los diferentes ensayos que conforman Palestina. Anatomía de un genocidio, la interseccionalidad étnica está también entrelazada con la pluralidad disciplinaria, pues desde la literatura, la filosofía, la fotografía, los estudios hebraicos y árabes, el rompecabezas de la etapa más reciente de la nakba es armado para rastrear los orígenes del sionismo y comprender cómo el mundo ha permitido –y sigue permitiendo– el atropellamiento de toda ley internacional.

A partir de la lectura de los diferentes puntos de vista expuestos en la extensión del libro, podría sacar en limpio algunos de los temas que aparecen persistentemente: el proyecto colonial sionista, la deshumanización y nazificación palestina, la des-historización del pueblo judío, y por supuesto, la importancia del registro, la lengua, el arte y la poesía como estrategias de resistencia política y como formas de afirmar la humanidad. Desde la presentación y durante los 16 ensayos posteriores, sus respectivos autores dan cuenta de la complejidad de un proyecto maquiavélico de limpieza étnica y cómo este transgrede cualquier noción de humanidad.

Puedo decir que esta recopilación de ensayos se instala como una interpelación a ver el horror, pues al atravesar los diferentes escritos, la mayoría tiende a comenzar por los hechos fácticos sobre lo que ocurre ante los ojos del mundo: la cantidad de heridos, las cifras sobre hospitales, escuelas y albergues bombardeados, las violaciones del derecho internacional por parte de Israel o cómo Hamás fue financiado por las autoridades israelíes para desestabilizar la política palestina. Dentro de la manipulación semántica llevada a cabo desde la fundación del Estado de Israel en 1948, estas cifras nos sitúan dentro de la realidad de un conflicto inmensamente desigual, donde la situación actual no es sino el epítome de un halo de violencia sionista que ha atravesado al pueblo palestino durante todo el siglo XX –e incluso antes–.

Hoy, bajo la premisa de un territorio desocupado, la empresa colonialista israelí destruye sin miramientos de ningún tipo bajo el argumento de la propia defensa, cuando “la destrucción total no va dirigida a la supervivencia biológica, únicamente, sino a cada una de las estructuras de la vivencia” (Meruane 18), de manera en que no quede rastro de la historia que ha habitado la tierra palestina. Es en este punto en donde dentro de la narrativa del libro, es de suma importancia mantener vivas las expresiones del pensamiento palestino; autores como Edward Said y Mahmud Darwish aparecen reiteradamente en los epígrafes y dentro del cuerpo de los ensayos como un gesto afirmativo sobre las mentes que piensan el territorio palestino desde su resistencia, desde la humanidad de sus habitantes y desde la cultura que Israel lleva tratando de borrar desde el inicio de la nakba.

Por otra parte, Palestina. Anatomía de un genocidio se pregunta ¿cómo es que un genocidio sucede frente a los ojos del mundo entero y no hay represalias de ningún tipo?, ¿es que el derecho internacional no puede tomar ningún tipo de acción? Silvina Rabinovich nos dice muy elocuentemente que “El Estado de Israel, escudándose en el terrible pasado de los judíos europeos, se arroga el carácter presente de inimputable” (33), detalle que no es menor al entender cómo los imperialismos del norte global son los que sostienen a Israel y al mismo tiempo conforman a las autoridades que regulan la pseudo paz internacional. Asimismo, estas falsas equivalencias entre la oposición a la guerra y antisemitismo se encuentran al servicio del alzamiento a nivel mundial de las ultraderechas. El ejemplo predilecto en esta materia es Javier Milei, quien alimenta este tipo de narrativa para dar peso a sus ideas sobre la supremacía del liberalismo económico. Otro ejemplo que me tomo la licencia de incluir es cómo la ultraderecha francesa se ha apropiado del voto judío, históricamente izquierdista, bajo la bandera del antisemitismo.

Por ello es que las voces judías que forman parte de este libro califican como imperativa la “descolonización del judaísmo” (Slachevsky 69) con tal de detener esta proyección fantasmal del Estado de Israel hacia los judíos, donde resulta imposible pertenecer a este grupo étnico-religioso y condenar los crímenes de lesa humanidad sin ser etiquetado de antisemita por su propia comunidad. Dentro del judaísmo, se vuelve una necesidad recuperar la capacidad de disentir al mandato ideológico israelí y trazar con claridad la línea entre el judaísmo histórico y el sionismo, proyecto nacionalista y colonialista.

Ahora, ¿cuáles son los impactos de la mediatización de la guerra en la opinión pública?, ¿cómo los discursos periodísticos configuran nuestra sensibilidad para con el genocidio? Estas son preguntas que también buscan una respuesta dentro de las reflexiones que Palestina. Anatomía de un genocidio nos ofrece. Una aproximación muy interesante es la de Rodrigo Karmy, quien en la lógica agambeniana de la sacralidad de las vidas desnudas, critica la forma en que los medios de comunicación tiende a calificar de víctimas a los afectados en los bombardeos, pues desde esta perspectiva, el vocablo establece una condición infrahumana destinada a ser sacrificada por el poder soberano israelí y despolitiza la resistencia palestina. La contraparte que busca ser reivindicada es la de concebir a los miles de muertos palestinos como mártires en la medida que mártir es aquel que muere en la resistencia y desde el inicio de la ocupación israelí, el sólo hecho de estar vivo es un acto de subversión: “La resistencia de los pueblos es, por tanto, martiriológica, porque martiriológico es el acontecimiento por el cual los oprimidos se arrojan intempestivamente contra la máquina soberana” (Karmy 45).

Otro aspecto relevante sobre el mismo tema es la manipulación de la opinión pública a través de la difusión de noticias falsas y cómo las imágenes realizadas con inteligencia artificial son utilizadas como medio de campaña pro-Israel o pro-Palestina. ¿Por qué hoy parecen cobrar mayor relevancia este tipo de contenido que el producido en vivo desde las zonas afectadas? La hipótesis de Fred Ritchin apunta hacia un proceso de desensibilización a nivel mundial a raíz de la prolongada exposición a la violencia en su formato espectacularizado y alienante, donde las noticias sobre lo que ocurre en Gaza parecen ser estar pasando en lugar lejano, impenetrable, incluso ficcional. Esto explicaría por qué el mundo es incapaz de conmoverse con los miles de videos e imágenes inmensamente brutales. “Antes, las fotografías de niños brutalizados y asesinados por adultos se convertían en iconos que servían de llamamiento al cese de la violencia” (117), hoy los rostros de los niños palestinos han sido despojados de su humanidad y se pierden en el mar de la violencia devenida espectáculo.

Asimismo, otro punto sobre el cual suelen volver los intelectuales de este proyecto es el debate sobre civilización y barbarie; por una parte, la barbarie revestida de civilización desde Israel, donde el proyecto colonial se establece a sí mismo como civilizatorio frente a un territorio vaciado, donde la destrucción se justifica frente al salvajismo y donde cualquier medio es aceptado con tal de erradicar la historia y cultura palestina. A principios de la ocupación, la Ley de los Ausentes es promulgada en Israel con tal de “expropiar a los palestinos de sus propiedades y bienes muebles e inmuebles” (Yidi 82), de modo en que el despojo general de la propiedad convierte a los palestinos en eternos refugiados y seres cuyo cuerpo queda fuera del Estado de derecho. De igual forma, esta es una de los cientos de medidas eugenésicas impuestas por el Estado de Israel en que la pobreza y la hambruna son utilizadas como arma biopolítica. La contraparte palestina lucha por mantener vivas las expresiones de su cultura e historia, y es aquí cuando el arte, la poesía y la música son las luciérnagas que brillan en medio de la barbarie fascista israelí.

Para finalizar, me gustaría referirme brevemente a la importancia de este tipo de proyectos, pues nos interpelan sobre acontecimientos cruentos pasando en este preciso momento y empujan al lector fuera de la burbuja del espectáculo mediático, impulsándolo a ver este conflicto desde una perspectiva historizada y política. Es un gesto que rompe los pactos de silencio y hace un llamado hacia la repolitización del arte como parte de un tipo de resistencia nacida desde la sensibilidad dentro de un mundo al que la esterilidad le conviene. El uso de la palabra en este contexto es una forma de lucha cuando comprendemos que la violencia sobre el suelo palestino es el producto de una narrativa gestada desde fines del siglo XIX, además de la necesidad imperativa de reaprehender un lenguaje democratizador y que devuelva la humanidad a los mártires.

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