Foto: @pauloslachevsky
Selección poética
¿Sabrá la cordillera que la quieren perforar?
por Miter
(27 años) Profe de Historia en Pudahuel Sur
poblador de Maipú
Algunas tardes, cuando el té no me calienta las entrañas, me ha silbado el viento unas penas tremendas, tormentas, que no puedo ignorar y que me rajan la garganta
Todos los años crece el verde forestal teñido de sangre ancestral que por siglos ha sido esparcida a punta de espada, bayoneta y metralla
Todos los años también, crece la sombra grisácea del fuego que arrasa la tierra partida, quebrada, saqueada
Por las noches me visita en sueños el chungungo, llorando por su mar envenenado, apuntando nombres, calles y avenidas en su anhelo de venganza
Ya se fue el zorro del cerro, porque el espino se secó.
El cóndor se asoma en los balcones de esos departamentos que cuestan más que una vida inmigrante, soñando con zamparse un perro mascota,
y la puma vagabundea famélica buscando algo pa’ sus crías por las frías calles de cuicolandia, dónde le reventaron sus caminos y se instalaron esos macizos de cemento, fierro y vidrio
El kalafken está podrido de tanto zorrón andando en lancha, y se amurra la aristocracia cuando se les dice que no, moviendo hilos pa’ seguir matando el agua que alguna vez fue turquesa
Los europeos, que ante todo el mundo se pintan de ternura y bondad, llenan de antibióticos los cuerpos de salmones en crianza artificial, que ante la mínima oportunidad se escapan de su cárcel (¿alguien les puede culpar?), saturando mares que no están listos para acariciar su esclavizada presencia
Se habla del cobre y el litio como recurso natural. Se plantean estudios y posibilidades de nacionalizar pa’ aumentar la productividad y la economía de bienestar.
¿Sabrá la cordillera que la quieren perforar?
Hermosas son las hectáreas en que al pasar por el Maule y Ñuble vemos vacas y ovejas pastar. Parece un comercial.
Si le ponemos una canción, podemos filmar cualquiera de esos programas dónde los futres de la tele se pasean por los ranchitos exigiendo cazuelas, quesos y lana, con el sagrado afán de posibilitar el emprendimiento local.
Te doy firma’o que esos animadores nunca han tenido que esperar los aljibes con el agua pa’ tomar
Si hay insistencia, se llenan de brotes los caminos
Si hay presencia, la devastación no puede más
Si hay paciencia, entre ola y ola se escucha un silencio
* *
Autorretrato de un teporocho
por Andrés Gomez
(Silao, 1996) Editor.
Aún recuerdo mis ojos
piedra ceniza
de húmedo llano
[húmeda piedra
de llano cenizo]
mis ojos ahogándose
en un charco de orina
mis ojos palpitando
como dos brasas
reflejadas en el inodoro
mis ojos estrangulados
en el sopor de concreto
mis ojos destilados
temblando al filo
de una alcantarilla
mis ojos
en el periódico
ya cuelga
mi estructura ósea
un montón de escupitajos
me identifican
pues mi cara la perdí
en una riña callejera
―santo y seña de mí
son los perros desollados
y las ubres de las casas
y los cristales de caguama
que me defienden de los otros―
ellos se burlan de mi
los que se esconden en las oficinas de papel
detrás de los anuncios dentales
y de los certificados
como ratas perfumadas
ahogándose en su propia mierda
recuerdo mis ojos tatemados por el sol
flotando sobre la panza de una caguama
m
i
s
o
j
o
s
hundiéndose
en
el
f
o
n
d
o
h o
u c
e
del abandono arguendero
de las calles
detrás del olor etílico
escondo los rostros que usé
harapos de quien fui
y de los que sólo quedan mis ojos
hirviendo en el alcohol
de todas las noches rancias
donde la luna era una piedra
mientras la lluvia oculta la sombra
ceniza de mi cuerpo ebrio
* *
Deformar monumentos
por Fausto Vela
Agito los brazos. Intento saber
por qué mi familia
sustituyó la conversación de la comida
por el sugerente silencio,
por las imágenes que conectaban
la necesidad de una conversación
con alucinantes ilusiones de una vida.
Muevo los brazos. Jalo hacia mi pecho
el recuerdo de mi abuela;
sus últimos meses de vida
relatando los días
en que desde el lavadero
me veía enseñarle a su perrita
la manera mejor de subir escaleras;
el cómo sucedió mi primera mentira exitosa,
el cómo un puente de complicidad
se fue tejiendo entre nuestra necesidad
de aprender a relatar.
Muevo las manos los recuerdos,
de quedarme solo,
de estar frente a la televisión,
viendo cómo la cara del coyote
era destrozada
por su propia trampa,
por el hambre
y las carencias que sobre él pesaban,
como una retorcida apología
de mis tíos levantados
por el hambre mismo;
Aquello que los elevaba sobre el suelo
para azotarlos
en la tierra
para reventar sus rodillas
y romperlos.
Extiendo el brazo e intento comprender
el día en que mi abuelo
me llevó a conocer el mar.
La vez que arrastrándome con él
me aventó contra la arena
y me dijo: “Ahí está. El pinche mar,
para que lo conozcas
y dejes de estar chingando”.
Como contagiado, una vez más,
por el inconfesable crimen
que lo trajo a la ciudad,
donde conoció a mi abuela
y torturó hasta el embrutecimiento
a sus hijos.
Son mis manos
buscando darle memoria
a esa historia desgrabadas,
aquello que me puso frente a la música
como buscando una respuesta
ante la indiferencia o la vergüenza
que se mezclaban
en los errores que me extendieron.
La necesidad de una conversación
sustituida por la música
y sus historias;
los instrumentos
quebrando el silencio
como en una gran misa
donde todos celebrábamos
la fugaz existencia,
la sed verdadera
de una gota de lluvia
ansiando el mar.
Capto la seña de mis manos
y veo el temor en mi camino.
El otro perro de la casa
queriendo, también, el inútil aprendizaje,
empujándome hacia el lavabo;
el recuerdo del chingado mar;
y mis tíos queriéndose rabiosamente
hasta quedarse solos,
hasta grabar sus versiones
en la estatua de mi vida
en una deformada estatua
sin recuerdos.
¿Y de qué importan las estatuas
cuando la Vida es nuestro mayor monumento?