Ser política en Chile: Una historia de avances y retrocesos
Declararse feminista en Chile sin haber leído a Julieta Kirkwood es, a todas luces, pecado capital. Eso lo aprendí a fines de los años 80, en un breve paso por la Casa de La mujer La Morada, convertida hoy en Corporación. Ni entonces ni ahora me adjudiqué esa pertenencia, pero sin dudar del aporte que ella hizo a la reflexión sobre este tema, me pregunto sobre la vigencia de su legado y lo atingente de una nueva edición, la tercera, de su libro Ser política en Chile, la línea de Investigación Sociológica de LOM.
Descubro que una relectura es válida y necesaria. Porque tal como lo plantea Kirkwood en este texto, la historia de las mujeres está llena de discontinuidades y complejidades, de avances y retrocesos. No es menor que esta reedición se presente en un momento en que se repiten algunos de los signos que rodearon aquella producción teórica, en un contexto político que refuerza el sistema patriarcal de dominación.
Julieta murió tempranamente y ese es un dato de la causa. Antes aún de que se publicara la primera edición de este libro, en 1986. Socióloga destacada, cientista política, militante del Partido Socialista, académica, comenzó a apuntar sus dardos contra el patriarcado en la segunda mitad de los setenta prosiguiendo implacable durante los ‘80. La consigna “Democracia en el país y en la casa”, surgida de sus reflexiones, se hizo tan válida como otras, en los espacios de lucha antidictatorial y las feministas mostraron tener sólidos argumentos.
Lo que se anuncia desde el primer capítulo del libro de Kirkwood es un destape, una revelación o sistematización de una historia oculta: “La historia femenina no diferenciada, sumida en los procesos globales está, con apretada frecuencia, sesgada por una visión general masculina y contiene ese sello (…) ha sido contada como una serie de hazañas espectaculares de mujeres individuales, con miras a autoafirmación de ellas en el cumplimiento de una trayectoria convencional” dice la autora.
Paso a paso irá analizando como se ha escrito esa historia, procurando un rigor científico, desatando nudos, marcando énfasis. Resulta revelador leer en un contexto histórico aquello que se ha conocido de manera segmentada: la creación en 1913 de los centros Belén de Zárraga, que llevaban el nombre de la célebre anarquista, ligados a las oficinas salitreras; y en el lado opuesto el Círculo de lectura y el Club de señoras (1915 y 16). Aquellas mujeres de la clase obreras en el norte y estas mujeres de la clase alta en la capital del país; pero ambas preocupadas –a su modo– de la emancipación de la mujer.
En 1917 se crea el Partido Cívico Femenino, que proclama “la mujer moderna no pide nada injusto ni abusivo”; en 1935 el MEMCH (Movimiento por la Emancipación de la mujer), que se dirige a “mujeres de todas las tendencias ideológicas dispuestas a luchar por la liberación social, económica y jurídica de la mujer”, quizá el más relevante y el más próximo a los idearios del movimiento feminista moderno. El MEMCH, señala la autora, advierte tempranamente a la izquierda del peligro de no asumir las reivindicaciones de las mujeres; más la alerta es desoída y luego costará cara y la cuenta será pasada en los años de la Unidad Popular, cuando en la trinchera femenina se instalen los peores miedos reaccionarios.
Así sigue Julieta rastreando los vestigios de los movimientos femeninos, hasta los años de la fuerte reaparición de las rebeldías en los años 80, como respuesta no solamente a lo que pasa en el país, en medio de la dictadura, sino también en la casa.
Deshaciendo los nudos feministas
Mundo privado, mundo público; subversión de la vivencia política tradicional en un contexto de pretensión hegemónica autoritaria. Las congéneres a las que alude Kirkwood comienzan a preguntarse qué significa la democracia para la mujer “en circunstancias en que esta ha vivido atrapada en una larga historia de discriminación hegemónica” (pág 39).
Junto con lo político aparecen otros temas, lo que autora nombra como nudos feministas, dando a entender que son estas las cuestiones sobre las cuales el movimiento debe trabajar: la producción de sabiduría; el manejo del poder; el afecto, el goce, la recuperación del cuerpo; la necesidad de hacer confluir distintas miradas en la estrategia de ganar espacios.
El primer punto no lo desarrolla en este libro pero lo menciona en la introducción aludiendo a lo que las feministas llaman “sexismo en las ciencias”, pero respondiéndose que si la ciencia contiene en sí misma una revisión, es posible interpelarla. Sí, se detiene en el segundo y es una cuestión que recorre todo el texto. “Tal vez lo más significativo del tema del poder en el feminismo radique precisamente en su ausencia”, expresa.
Podrá decirse, al respecto, que es un asunto superado luego de haber tenido a una mujer en la Presidencia (Michele Bachelet); pero no nos olvidemos de los muchos cuestionamientos que acompañaron su ejercicio, por haber manifestado sus atributos femeninos (los atributos del afecto, los que salieron de la esfera privada para expresarse en lo público), tema que posteriormente se volcó en su favor.
¿Y finalmente es tan claro el avance, en el poder? Se echa de menos un análisis tan lúcido de lo que ocurrió en los años posteriores a la desaparición de Kirkwood en el movimiento de mujeres. La muerte de su autora lo impidió, pero sus escritos son iluminadores para analizar lo ocurrido en este pasado tan reciente.
Se podría decir que los acontecimientos se repiten y así como el vigoroso movimiento de mujeres, que culminó con la conquista del voto femenino en 1949, fue luego cooptado por los partidos (“se supone que a través de la conciencia política femenina ya ha sido lograda la igualdad entre los sexos”), así también todo ese impulso de los 80 tuvo similar suerte en los 20 años de gobierno de la Concertación. Pero no sería del todo ajustado a la realidad, porque la presencia de Bachelet en el Gobierno, y también su mantención como la líder más popular de la oposición, se debe en parte a las luchas de las mujeres durante la dictadura.
Aún así inquieta la constatación de que todavía es posible que una autoridad prohíba la minifalda; que la Iglesia se oponga tenaz y eficazmente al uso de la píldora del día después; que otra alta autoridad enrostre a las madres el deseo de divertirse; que se confisque material de educación sexual; que la prensa festine con los problemas de la esfera del mundo privado de una destacada líder femenina. Y etc.
Los nudos feministas escribe Julieta K son parte de un movimiento vivo y se pueden desatar pacientemente o ser cortados a tajo y cuchillo. Habrá que ver.
Patricia Moscoso