Sobre Árboles y Madres. De lo anasémico como germinación
Este texto es una edición y acotación de una intervención en un coloquio ocurrido en octubre del 2014, a propósito de la conmemoración de los treinta años de la publicación de Sobre árboles y madres, acontecido entre la Universidad Arcis y la UMCE, organizado por el Grupo de trabajo Diagrama. El texto llevaba por título “Materialidad. Estética y anasemia”.
– Sólo desbordes, toda clase de desbordes –desbordes que se calculan, se pierden, se ganan, se ignoran –podrán tocar, del nombre, su origen.[1]
¿Por qué sino sólo por esto: saber que toda “traición” es revelación, cuestión de un cierto saber, un saber, lo veremos, de Judas?[2]
Francis Bacon es alguien que utilizó una palabra bastante precisa para definir aquello con lo cual se encuentra todo pintor antes de realizar su obra, pero también, en un rasgo que podría ser extensivo a cualquier trabajo de producción o creación artística. Esa palabra, prácticamente creada por Bacon, es el cliché[3]. Los clichés asedian, no sólo en la tela en blanco sino que también en la psiquis del artista, ya que él debe arremeter contra esas “imágenes”, y que según la expresión de Deleuze – que acuñó este concepto, a propósito de sus estudios sobre pintura[4] – hace catástrofe con ellas: llevarlas a un punto indiscernible, barrerlas, para que de esa operación germine la obra, plenamente la obra. Si consideramos que Sobre árboles y madres es con todo derecho una obra o un Libro, más allá de que podamos clasificarlo como un libro de filosofía, o un estudio sobre la obra de Gabriela Mistral, nos parece, que el motivo de Árboles y madres se encuentra en su mismo despliegue. Es una obra que se sostiene por sí sola, pero que para llegar a ser lo que es, en su devenir-obra, debió vivir una singular catástrofe, o un caos-abismo, como momento pre-productivo. En una palabra: no habría realmente obra que no tenga que pasar por aquello.
“nada que, como “verdad”, decida.”[5]
Los clichés con los que se encuentra Marchant son “verdades” que pueblan la superficie en blanco de aquel libro. Entre aquellas cosas que pueblan Sobre árboles y madres antes de su constitución, podemos enumerar en primer lugar la tradición nefasta de filosofía sin escritura, producida no sólo en Chile sino que en Hispanoamérica. En segundo lugar, el cliché llamado Gabriela Mistral, la tremenda injusticia de su mera reducción a parvularia de una patria: se barre ese cliché, se hace catástrofe con esa Mistral para que irrumpa una suerte de Mistral barroca, que se despliega en la textura misma del libro. En el primer caso, que es donde más nos gustaría detenernos, la catástrofe realizada con cierta institución de la producción filosófica que se generaba hasta ese momento, es la huella de la ruptura en la cual aún nos encontramos, es decir, en cómo leer, en cómo (a)firmar, Arboles y Madres.
[La recepción del trabajo de Patricio Marchant ha sido paulatina pero a la vez bastante vertiginosa. Diríamos que fue en un primer momento Pablo Oyarzun el que recepciona durante los años noventa ciertos lugares de su obra, luego de su muerte. Esto sin contar los debates (con Miguel Vicuña, Jorge Guzmán o Roberto Torretti, entre otros) que llevó durante los años ochenta Patricio Marchant, a propósito de la publicación de su único libro. Ahora bien, el año 2000 con la publicación de sus ensayos y textos dispersos, bajo la edición del mismo Pablo Oyarzun junto a Willy Thayer, titulado Escritura y temblor (Santiago, Cuarto Propio, 2000), se abrió una discusión mayor en torno a la importancia de su trabajo en la filosofía local, cuestión que se intensificó mucho más con la reedición de Sobre árboles y madres el año 2009. Esta importancia, sin duda, reside en que este libro testifica un intento bastante arduo de hacer deconstrucción desde la lengua castellana, pero al mismo tiempo, de dotarla de una experiencia plenamente local que no simplemente importa un pensamiento foráneo, cuestión que es indisociable de cierto concepto de traducción que se debería tener siempre en mira a la hora de hablar sobre Marchant. Aunque en este punto la discusión abierta durante los 2000 se encuentra en curso, en el sentido de lo que han propuesto sus comentadores más relevantes, que podríamos taxonomizar de la siguiente manera: un Marchant como cifra de una época de catástrofe y cercano a cierta escena artística nacional de los años 80; pero, por otro lado, un Marchant más vinculado a una lectura más fiel de la deconstrucción, en donde su impronta es precisamente ser una bisagra de la recepción nacional del pensamiento de Jacques Derrida. Es en este sentido que la obra de Marchant sigue bastante abierta a ser leída y discutida, pues en el presente año han sido publicados dos libros sobre su escritura, uno de Cristóbal Durán (Patricio Marchant. Amor de la música, Pólvora, Santiago) y otro de René Baeza (Firmar Marchant, Doble Ciencia Editorial, Santiago) que se sumarían al publicado por Miguel Valderrama el 2010, titulado Heterocriptas. Fragmentos de una historia del secreto 2 (Santiago, Palinodia), como también al volumen compilatorio coordinado y editado por el mismo Valderrama, llamado Patricio Marchant. Prestados nombres (Buenos Aires-Santiago, La Cebra-Palinodia, 2012).]
Ahora, sin necesidad de seguir enumerando las consignas, figuraciones y contratos con los cuales se enfrenta este libro, podemos volver a una sentencia que nos parece crucial y que acabamos de referir: “nada que, como “verdad”, decida”. Es en este sentido que la escritura obedece a un singular ritmo, aquel del temblor, que se opone directamente a la representación o al contenido manifiesto de un poema, y que es esbozado en las zonas del libro donde Marchant lee rigurosamente la poesía mistraliana. Si el temblor es el contenido latente, donde se formula una suerte de re-lectura del problema de lo inconsciente y que Marchant trae de la mano de Nicolas Abraham[6], más allá de ser un concepto que forma parte esencial de su lectura de Mistral, es lo que también define, lo que su propia escritura encarna. Pues lo tembloroso es aquello que no decide, porque se desliza en un pliegue de inestabilidades, por lo cual no será enunciado como “verdad”, en tanto no es comprobable, ni argumentable, ni menos dialectizable: es aquello que escapa a cualquier forma manifiesta o estrictamente discursiva. Ante esto, es que Marchant, señalará que el “texto no es jamás perceptible, nunca, por ejemplo, o, ante todo, una evidencia”[7]. La escritura, de este modo, opera como catástrofe, limpia, barre, los clichés, todos los pre-supuestos con los cuales un libro como Arboles y madres debió entrar en relación. Cuestión que cotejamos –a propósito de la traición, que nos ocupara en breve –con aquello que Marchant llamó “catástrofe de la naturaleza, la total catástrofe”[8] de la escritura en tanto creación o búsqueda de árboles y madres.
La escritura irrumpe, como la total catástrofe, pero también en un momento o lugar catastrófico, abismal, caótico, pero no por eso menos cósmico. Ese lugar no parece tan distinto a lo que Marchant, a partir de Derrida, como de Nicolas Abraham, definió como “lenguaje anasémico”. Es que la escritura, en el sentido que veníamos señalando, acontece en este lugar no significativo, pre-significativo, en un singular antes desde donde se producirá lenguaje, experiencia, o en otras palabras, lo nuevo. Ahora bien, de ese singular psicoanálisis, desde el cual extrae y forma un saber, Marchant lo denominó no “una ciencia particular”, sino que más bien como “el ‘origen’, ‘la condición de posibilidad’ de toda ciencia, antes que eso, de todo hablar, poética ‘primera’”[9]. Esta ciencia primera, recurrentemente expuesta como metafísica, en otros léxicos, en otras temporalidades, en la tecnología específica de Sobre árboles y madres es llamada “un saber poético”. El poema, para Marchant, pertenece a un régimen de identificación que pone al cuerpo y lo también estrictamente material como su cuestión primera. Es sabido que Marchant, en uno de sus primeros textos luego de la pérdida de la palabra, señaló que el cuerpo se inscribe, es escritura, pero también el cuerpo es “ahí donde hay percepción”[10]. Es en este sentido que creemos que el poema marchantiano está más fuertemente relacionado con una aisthesis que con una poiesis, es decir, anuda la obra a un pensamiento de la sensación, de los afectos y las percepciones. No hace de la vida, ni transforma a la obra en un organismo, sino que por el contrario, el lugar de la obra se encuentra en la multiplicidad de una heterogénesis absoluta que interrumpe la organicidad a la que el poema en un sentido clásico estaba referido. El pathos marchantiano, tantas veces aludido, es provocado por los afectos, perceptos y sensaciones, que proliferan en Sobre árboles y madres, es un momento en que la obra filosófica deviene patológica.
Desde esta línea de trabajo que el concepto de lo anasémico es fundamental, sobre todo en el sentido que veníamos recogiendo, pero también en lo que Miguel Vicuña, en una reseña que recepciona SAM casi de forma inmediata, apuntó, captando lo necesario, aquello crucial del término. Lo que dice Vicuña ahí, es que el lenguaje anasémico pone al psicoanálisis en el lugar de “condición de posibilidad” de todo saber, aunque habría que releer ahí qué significa entender las condiciones como estrictamente de posibilidad, y si no cabría llamar “real” a toda condición; pero antes de atender este asunto, tal vez nos quedaríamos con lo que esa temprana reseña alude: de que este lenguaje funciona no sólo como una poética sino que como una estética[11]. Un pasaje de Árboles y madres, en donde se extiende lo que significaría este lenguaje proveniente del psicoanálisis, nos abre aquello en lo cual queremos insistir:
Pero si todo lo humano, no sólo las creaciones humanas sino, como ya lo había mostrado Ferenczi, el cuerpo humano mismo es símbolo, el saber que sabe de los símbolos debe ser, a su vez, necesariamente, un saber poético: Abraham negándose a separar la ciencia de la poesía plantea la cuestión misma del lenguaje sicoanalítico, u gran teoría del lenguaje sicoanalítico como lenguaje ‘anasémico’ (…) Entonces, tesis fundamental de Abraham: el lenguaje sicoanalítico no es un lenguaje comparable al lenguaje de las ciencias o al lenguaje de la filosofía o de la teología; sus conceptos fundamentales no constituyen ni metáforas ni metonimias ni sinécdoques o catacresis sino que, como algo enteramente distinto, no significan sino el remontar a la fuente del sentido habitual de los conceptos. A ese remontar a esa fuente fundamental, al ‘origen’, a aquella no presencia, esa alusión ‘a aquello sin lo cual ninguna significación –en sentido propio o en sentido figurado- podría advenir’, es decir, entendérsela, lo llama Hermann anasemia.[12]
Lo anasémico va hacia la fuente de la significancia, a una especie de virginidad del mundo. Es el mundo antes de la caída, previo a la constitución del lenguaje, así como de cierto orden entre las cosas y los nombres. Árboles y madres puede ser leído perfectamente como un topos específico donde ese lenguaje debe germinar: lugar donde los cuerpos, las escenas y las firmas que lo constituyen nunca hacen una traza determinada y fija, sino más bien, es el encuentro ante lo que solo puede ella misma hacer: proliferar. Proliferar ante la a-significancia. Todo proliferar tiene vínculo con un antes, con cierto tiempo del antes. Reiteremos: el poema marchantiano resiste a una poética, en el entendido de que la poética procede articulando, establece jerarquías, pero ante todo, yendo de la mano de lo anterior, resiste a una dialéctica, ya que toda dialéctica trata de gobernar el movimiento (la proliferación) espaciándolo. Marchant no sólo dice estas cuestiones, si es que las dice, sino más bien las hace en la profunda materialidad de esta obra. En otras palabras, testifica más que testimonia, pues en Árboles y madres se ve expuesto, manifestado, en la puesta en obra del libro, su carácter, su escritura, su estilo, operando anasémicamente.
Para anudar, habría que abrir un agregado, a la lectura que estamos tratando de emprender, ese agregado se encuentra en el pensamiento de Pablo Oyarzun, amigo de Marchant, pero sobre todo amigo en compartir un trabajo de escritura en la filosofía, en una cercanía afectiva, tanto como política, en el pensamiento que en ambos estaba germinando. Sin embargo, sin detenernos mucho en esto, que sin duda, debería formularse en otro lugar, agregaríamos cierta escena de discusión que es puntualizada en el libro Traiciones de Walter Benjamin de Miguel Valderrama. La trama expuesta ahí, se ubica en una seña, o fórmula más bien, de lo gravitante que un concepto como el de traducción es, tanto a Oyarzun como al mismo Marchant. La seña de este trasladar, de esta traducción del mismo Valderrama al texto oyarzuniano, estaría criptada en: “la esencia de la lengua es la nominación, traducir es renombrar, es traición del nombre”.[13] Es en esta línea de pensamiento que nos gustaría detenernos, pues es el lugar donde Valderrama lee, cuidadosamente, en el texto de Pablo Oyarzun, una operación de ensamble con el trabajo que ha realizado Patricio Marchant en Árboles y madres. La zona referida del texto marchantiano es con respecto al lenguaje anasémico, que como hemos advertido, es parte fundamental de lo que su propia operación escritural realiza pero también como elemento esencial en la lectura que está promoviendo de la poesía de Gabriela Mistral. Los movimientos textuales que lee Valderrama en Oyarzun, provienen en primer lugar de un texto sobre Heidegger, luego el importante trabajo sobre Benjamin y su concepto de traducción, y finalmente, el homenaje a Patricio Marchant, a días de su muerte, el año 90, “Traición. Tu nombre es mujer”.[14] El secreto que discurre entre las escrituras nacionales de Marchant y Oyarzun, tiene para Valderrama su cifra en el concepto de traducción, que en principio debe cotejarse por fuera de su acepción vulgar, pero a la vez, como manifestación indisociable de una tematización en torno a la práctica del ejercicio filosófico de una lengua sin filosofía, como el castellano, es decir un problema al que el mismo Marchant volvió en reiteradas ocasiones, no sólo en Árboles y madres. De entrada, existe una cercanía, o en otras palabras, una amistad en los problemas, sin embargo, la singularidad del trabajo de Oyarzun tiene relación con un concepto de traducción que elabora desde Benjamin, con cierto Heidegger, pero también con un cierto Kant, o mejor dicho, un incierto Kant, provocando una suerte de lectura torcida de la filosofía trascendental. Valderrama apunta muy lúcidamente en Traiciones con esta última cuestión, por sobre todo comprender el estatuto de lo que significaría una “traición a priori”, esto lo decimos en el sentido de que la traducción contiene un elemento trascendental que la aloja más allá de una mera práctica, o de un mero juego empírico de trasladar significados de un lugar textual a otro.
“en el acto de traducción, el inconsciente irrumpe.”[15]
De manera provisoria[16] definimos a la traducción como un movimiento que describe un antes, o de otro modo, como un pensamiento del después en el antes. Es acá donde Oyarzun re-torna al libro de Marchant, pues entre varias cosas, hacia ese lugar iría la escritura marchantiana, cuestión expuesta profundamente en la escena de la Pietà, así como lo ha observado Valderrama, puesto que en la escena de la pietà acontece un elemento clave a la hora de establecer una filiación entre lo que Oyarzun elaborará con respecto a la traducción y lo trabajado por Marchant en Árboles y madres: “la posibilidad esencial de la traducción residiría en un saber de la diferencia sexual, y más propiamente en un saber del no saber del saber de la mujer”[17]. Es en este sentido que la escena de la pietà revelará una “lógica de la anterioridad o de la anteposición” que “parece reenviar el problema de la traducción al ciclo entero de la vida y del trabajo, y que se deja representar en la figura de la pietà, en cuyo acto el traductor está en la posición del amante abatido… podría advertirse en la pietà la imagen primordial que expone el amor del traductor por la lengua materna como amor del hijo por la madre –amor por la lengua de la madre, por el cuerpo y el deseo que esa lengua porta”[18]. Es que Marchant, como muy bien retrata Valderrama, pensó el estatuto de la traducción no sólo en el epígrafe de Árboles y Madres, como si aquel libro no se propusiera otra cuestión que no sea la del nombre, trabajada desde una traducción,[19] sino que también definió a la traducción como un acto “donde el inconsciente irrumpe”, abriendo la dimensión psicoanalítica, o más bien, anasémica, que se impone en el texto marchantiano. Ahora bien, si retomamos la seña que elucubra Valderrama sobre la traición (“la esencia de la lengua es la nominación, traducir es renombrar, es traición del nombre”), podría comparecer precisamente lo que aducimos de forma breve más arriba, es decir, en el componente trascendental que asume el concepto de traducción que Oyarzun lee. A partir de una lectura del texto de Benjamin, el movimiento clave que observa Valderrama tiene relación con que Oyarzun introduce la traición en la esencia de la lengua[20], esto querría decir que la traición está formulada como un antes, el pasaje fundamental de este problema es el siguiente:
Un antes, el antes, es el prurito de la filosofía, es decir, de aquel discurso que busca premeditar el fundamento de todo discurso, que quiere, por lo tanto, anticipar a todo discurso en su posibilidad y su origen. Según esto, la tentativa que acabo de mencionar tendría ese carácter. Y en verdad, no se podría soslayar la alusión a un modo filosófico literalmente prioritario de concebir el antes y la anterioridad: el modo de lo a priori. Tendría que seguirse de aquí, pues, que hablo –que trato de hablar– de una traición no-empírica. Pero no es así; la traición, entendida como la condición que hace posible la identidad –si tal cosa puede pensarse, y este intento sigue esas vías–, es precisamente aquello mismo que experimentamos, que sufrimos en toda experiencia nuestra de la traición.[21]
Es acá donde Oyarzun pareciera ensamblar su lectura de Benjamin en la concepción anasémica del lenguaje, de la traducción, pues la tarea (aufgabe) de la traducción roza con un elemento insoslayable a la hora de pensarla: la traición. Lo que Oyarzun definirá es que sin traición no existe germinación (y esta noción es fundamental, para comprender, aquello que hemos comentado acá) de la traducción.[22] En otras palabras, sin traición no se podría dar, ni aparecer, lo que comprendemos por pensamiento, tanto como por escritura: la traición es “el prurito de la filosofía”, y a la vez, como un antes diferido de la traducción. Que el concepto de traducción que instala Pablo Oyarzun sea anasémico, como lo advierte Valderrama –en una cierta configuración del destino de la filosofía en Chile–, significa que habría que insistir en lo que está en el fondo de esta concepción, es decir, de que la traducción no se propone su tarea desde el tramado que propondría el significado de una lengua por traducir o desde donde sea posible traducir, esto es porque iría a un lugar donde el significado no está constituido, a un lugar donde debe producirse, o germinar, la significación.[23] De la traición como un a priori, o de la traición como un elemento germinal o genético (trascendental), son cuestiones que nos abren una dimensión estrictamente creativa en la tarea de la traducción, pero también, en la tarea del pensamiento. Las distancias que existirían entre lo que en un principio llamamos escritura, en tanto catástrofe, y la tarea del traductor, en el sentido recogido por Pablo Oyarzun, habría que tenerlo en presente como un vector a desarrollar. Sin duda que la lectura de Valderrama nos dona esta última observación, pues devela un movimiento escritural y traductivo, no sólo a nivel temático sino que en su misma puesta en juego. Si la pregunta central del libro de Valderrama es: “¿qué es una traición a priori?” La respuesta que se puede deslizar no sólo la expresa el concepto singular de traducción que Oyarzun propone, y que no se restringe instrumentalmente a resolver qué es la traducción, puesto que lo que se enarbola es una concepción del ejercicio filosófico mismo como traducción, en la medida que es ejercida desde una filosofía impropiamente dicha en castellano, tanto como provocada precisamente desde y en una traición. En efecto, podemos puntualizar que el problema de la traducción es fundamental para esta última cuestión, es decir, en cómo dotar a una lengua sin tradición de pensamiento en pensamiento, y quizás, el lugar que ocupa Sobre árboles y madres, no sea sino cierto punctum, o más bien, el lugar germinal de un pensamiento.
Ñuñoa, entre el 2014 y el 2016
[1] Patricio Marchant, Sobre árboles y madres (SAM), La Cebra, Buenos Aires, 2009, p. 254.
[2] SAM, p. 207
[3] David Sylvester, La brutalidad de los hechos. Entrevistas con Francis Bacon, Polígrafa, Barcelona, 2009, pp. 8-30.
[4] Gilles Deleuze, Francis Bacon. Logique de la sensation, Éditions du Seuil, Paris, 2002, pp. 83-92; Gilles Deleuze, Pintura. El concepto de diagrama, Cactus, Buenos Aires, 2008, pp. 21-88.
[5] SAM, p.165.
[6] SAM, p. 45.
[7] SAM, p. 165
[8] SAM, p. 264
[9] SAM, p. 153 (Cursiva nuestra).
[10] Patricio Marchant, “Discurso contra los ingleses (1980)” en Escritura y temblor, Pablo Oyarzun y Willy Thayer (editores), Cuarto Propio, Santiago, 2000, p. 28.
[11] Miguel Vicuña, “Una autobiografía fantástica” en Patricio Marchant. Prestados nombres, Miguel Valderrama (editor), Palinodia-La Cebra, Santiago-Buenos Aires, 2012, p. 39.
[12] SAM, p.153.
[13] Pablo Oyarzun, “Experiencia y tiempo, traición y secreto” en Patricio Marchant. Prestados nombres, Miguel Valderrama (editor), Buenos Aires-Santiago, La Cebra-Palinodia, 2012, p. 60; Miguel Valderrama, Traiciones de Walter Benjamin, Palinodia, Santiago, 2015, pp. 37-41.
[14] Pablo Oyarzun, “Heidegger: tono y traducción” en De lenguaje, historia y poder. Nueve ensayos sobre filosofía contemporánea, Universidad de Chile, Santiago, 2006, pp. 97-122; Pablo Oyarzun, “Sobre el concepto benjaminiano de traducción” en De lenguaje, historia y poder. Nueve ensayos sobre filosofía contemporánea, Santiago, Universidad de Chile, 2006, pp. 153-195; Pablo Oyarzun, “Traición. Tu nombre es mujer” en Ver desde la mujer, Olga Grau (ed.), Santiago, Cuarto Propio, 1991, pp. 143-156. En la presentación a Traiciones de Valderrama, Oyarzun aludió que este grupo de textos colindaban entre sí, de hecho la diferencia entre algunos era sólo de días (La presentación al libro Traiciones de Walter Benjamin de Miguel Valderrama, aconteció el martes 13 de octubre del 2015 en la librería “Lea Más” del Centro Cultural Gabriela Mistral en Santiago. Aparte de Pablo Oyarzun, la mesa de presentación estaba compuesta por Niklas Bornhauser y Eduardo Sabrovsky). Este dato, biográfico si se quiere, es pertinente al entender cierta “vecindancia” en su tono, en las tramas conceptuales y afectivas que develarían este grupo de textos.
[15] SAM, p. 40.
[16] Un trabajo en donde se desarrollará el ensamble entre Marchant-Oyarzun, a propósito del concepto de traducción, así con respecto a lo que significaría señalar a Sobre árboles y madres como una “traducción” de la deconstrucción, será publicado el próximo año en un libro que compila las intervenciones ocurridas en el coloquio internacional “La universidad posible” en Santiago, en abril pasado. El texto se titula “Traducciones-traiciones de la deconstrucción. Escritura, estética o código, indexación.”
[17] Valderrama, op. cit, 2015, p. 45
[18] Ibíd.
[19] El adagio reza así: “Traducción en la que se juega, se propone, la cuestión del nombre.” (SAM, p. 25).
[20] Valderrama, op.cit, 2015, p. 37.
[21] Oyarzun, op.cit, 2012, p. 60.
[22] Oyarzun, “Sobre el concepto benjaminiano de traducción” en op.cit, 2006, p. 188.
[23] Valderrama, op.cit, 2015, p. 54-55.