[Sorgo y acero:] 3. OSIFICACIÓN
Sexta entrega de una serie de traducciones de textos escritos por el colectivo Chuang, que irán apareciendo durante los próximos meses en Carcaj. Para ver los otros textos, aprieta acá.
*
Colapso y militarización:
Aunque fueron promulgadas para salvarlo, las políticas del Gran Salto Adelante finalmente cortaron los fundamentos del régimen de desarrollo socialista, interrumpiendo la producción y exportación del grano excedente desde el campo a la ciudad. Al arrastrar grandes cantidades de trabajadores fuera de la agricultura mientras simultáneamente se requisaba más grano para el consumo industrial, la producción total de grano cayó muy por debajo de lo requerido. La agricultura colectivizada era capaz de producir un excedente, pero todavía incapaz de realizar una revolución en términos de productividad que hubiera permitido tal cambio demográfico. La cantidad de grano producida por trabajador agrícola no había aumentado sustancialmente, especialmente comparado con las revolución agrícolas prototípicas que iniciaron la transición hacia el capitalismo de las naciones europeas. El resultado fue la hambruna y un devastador colapso económico.
A medida que la producción de grano se desplomó y el Estado requisó porciones aún mayores para exportarlo a los centros urbanos (y una fracción menor a la URSS para pagar deudas por la ayuda brindada durante la Guerra Coreana), los campesinos huyeron del campo en números crecientes. Gran parte del pico de urbanización en los últimos años del GSA fueron causados por estos factores de empuje, en lugar de una atracción hacia el empleo urbano. La inversión se desplomó desde 1960 a 1962 a más o menos el mismo ritmo que había aumentado de 1958 a 1959.[1]1 Las fábricas más pequeñas fueron nuevamente cerradas y el nuevo sector de las artesanías rurales colapsó enteramente.
Ésto señaló la primera crisis verdaderamente sistémica del régimen de desarrollo y fue aquí que las tensiones visibles en la oleada de huelgas de 1957 se expandirían hacia un colapso a nivel nacional del proyecto comunista. Con la hambruna, el Partido y sus políticas comenzaron a perder su mandato popular entre la mayoría campesina. Pero habiendo absorbido gran parte de la heterogeneidad del movimiento comunista mismo, el PCCh mantenía una hegemonía estratégica. Ninguna oposición independiente podía formarse. A medida que su mandato popular se perdió, el proyecto comunista se rompió desde sus raíces para alimentar el régimen de desarrollo. La oposición potencial que se levantó lo hizo desde dentro del Partido, volviéndose a conflictos entre distintas facciones y más tarde en purgas. Si el primer paso en la disolución del proyecto comunista fue su absorción dentro del cuerpo del PCCh, el segundo paso fue la purificación de este cuerpo en nombre del aseguramiento de este desarrollo. El vestigio disecado de lo que alguna vez había sido uno de los movimientos comunistas más grandes y más vibrantes del mundo, ya por los 1970 estaba reducido a poco más que una campaña continua de industrialización.
Las medidas de emergencia se pusieron en efecto en 1961 y la producción fue concentrada en “un número pequeño de plantas relativamente eficientes”, mientras “el control sobre la economía fue recentralizado en un intento de restaurar el orden”. El racionamiento de necesidades básicas se volvió generalizado a medida que los recursos existentes fueron nuevamente canalizados hacia la agricultura. Se compró alimento adicional en los mercados internacionales por primera vez en la era socialista en un intento de prevenir la profundización de la hambruna. Mientras tanto, ciertos mercados limitados fueron reabiertos con la esperanza de que pudieran elevar los ingresos rurales y aumentar el suministro de alimentos a las ciudades. Después de todo, “la importación de bienes de consumo y liberalización del mercado estabilizó los precios en un nuevo nivel más alto”.[2]2
Incluso cuando los precios de los bienes de consumo se estabilizaron en un nivel inflado, las políticas de restricción suponían “una drástica reducción en las transferencias presupuestarias a las empresas estatales” y “el Consejo del Estado dio direcciones a los administradores de las empresas de reducir las medidas de bienestar” y de “mantener una rienda ajustada a los sueldos”. Al mismo tiempo, los “Setenta Artículos” adoptados en 1961 limitaron el día de trabajo a ocho horas, enfatizaron “licencias por enfermedades, partos y vacaciones”, y “restituyeron la paga por pieza y el sistema de bonos por sobrepasar las cuotas”.[3]Aunque no siempre popular, la abolición de la paga por pieza y el sistema de bonos durante el GSA había significado que “los trabajadores pagados a través de tales sistemas sufrían una baja en los ingresos entre el 10% y el 30%”, pese al aumento en beneficios externos al sueldo.[4] La restauración de estos ingresos, junto con el fin de las horas extra impagas en impulsos frenéticos de producción, fue una concesión notable a los trabajadores en medio de la crisis. Aparejadas al riesgo de la inanición, tales concesiones ayudaron a asegurar que el descontento popular fuese suprimido durante la mayor parte de los tempranos años 60.
Pero en este período también se desarrollaron otros medios más extendidos de control social. Incapaces de hacer frente a los números masivos de campesinos huyendo del campo -además de los que ya habían migrado más temprano para satisfacer el impulso de industrialización- los Setenta Artículos adoptaron límites estrictos al reclutamiento de mano de obra. “Prohibieron la transferencia no autorizada de mano de obra (incluyendo técnicos) y la práctica de reclutar desde el campo”, restaurando la estabilidad de la estructura empresarial celular de los danwei.[5] Al mismo tiempo la fuerza industrial fue severamente recortada. En apenas dos años y medio, “entre 1961 y mediados de 1963, oficiales del Estado lograron reducir en 19.4 millones de trabajadores la fuerza industrial de trabajo estimada en 50.4 millones”, una disminución de alrededor del 40%.[6] La vasta mayoría de esta reducción vino cuando “alrededor de 20 millones de trabajadores fueron enviados de vuelta al campo”.[7]
Una reducción así de masiva de la población urbana nunca podría haber sido posible sin el extendido sistema de registro de hogares -conocido como sistema hukou– construido poco a poco a largo de los 50.[8] El sistema de registro “fue primero restaurado en 1951 para registrar la residencia de la población urbana y rastrear cualquier residuo de elementos anti-gubernamentales” en el curso del Movimiento de Reforma Democrática. Fue extendido desde un sistema exclusivamente urbano “a cubrir la población rural y urbana en 1955”. El pico de migración que comenzó ese mismo año, pese a suceder en un tiempo en que los ciudadanos chinos gozaban legalmente de libertades plenas de migración, vería al Estado intentar monitorear y controlar el flujo de población “imponiendo revisiones de documentos de migración y otras medidas administrativas en varios de los nodos más grandes de transporte […] en 1955 hasta 1957”.[9] Ya por 1958 el marco legal de la libertad de movimiento fue definitivamente abandonado, a medida que una regulación de hukou de más largo alcance fue adoptada. Esta encarnación del sistema de hukou se volvería una parte integral del manejo de mano de obra durante la transición al capitalismo, y se mantiene como una figura central dentro de las dinámicas de clase de China hoy en día.[10]
Al principio esto fue simplemente la formalización de la división urbano-rural ya solidificada por las estrategias de inversión estatal. Sin embargo, después de 1958 el estatus de residente urbano o rural no se fijaba únicamente en términos de donde uno vivía, sino que también era pasado a los recién nacidos a través de una herencia matrilineal. Este estatus rara vez podía ser cambiado para mejor (es decir rural a urbano, un proceso llamado nongzhuanfei), con la cuota de nongzhuanfei fijada por el gobierno central en 0,15% a 0.2% de la población”, aunque en la práctica por la corrupción local resultaba que “el número real resultaba ser mayor”.[11]
El hukou no solo fijaba la población, también facilitaba el movimiento descendente de segmentos masivos del populacho urbano en tiempos de crisis. A través del reasentamiento que había ocurrido esporádicamente bajo el disfraz de asignación laboral o reeducación política durante los 50, solo había tenido un semejante en las deportaciones de gran escala de soldados del GMD enviados a zonas fronterizas tales como Xinjiang para trabajar en nuevos proyectos de construcción -efectivamente una continuación del sistema tradicional de tuntian de asentamientos militares fronterizos.[12] Sin embargo durante la crisis el sistema hukou se utilizaría para deportar 20 millones de nuevos migrantes desde las ciudades de vuelta a su lugar oficial de registro en el campo. Pronto vería también la deportación de gran parte de la “mano de obra de callejón” reclutada durante el período alto del GSA y el “retiro temprano” involuntario de decenas de miles de trabajadores incapaces de mantener la producción.
Para tomar un ejemplo: Pese a sus privilegios de antigüedad, en Shanghai alrededor de 83.540 trabajadores viejos, principalmente mujeres fueron retirados en la reducción post-GSA, perdiendo sus beneficios y su registro urbano. La mayor parte retuvo algún sueldo siendo transferidos al “pequeño sector comercial”, pero esto era apenas un consuelo. Hubo reportes incluso de trabajadores deportados volviendo en masa a sus molinos textiles en Shanghai en 1962 a atacar a los cuadros y administradores, saquear sus casas y las tiendas de arroz.[13] Dentro de una década, el malestar de los rústicos que habían retornado constituía la gran base de apoyo para las facciones de “ultra-izquierda” dentro de la Revolución Cultural.
Junto al danwei o membresía del colectivo rural y dang’an, un portafolio que contenía el estatus de clase pre-liberación (ahora un rasgo heredable) y varios registros de rendimiento y “actitud”, el hukou se volvería uno de los elementos centrales en un sistema de control social similar al de castas que luego sería fundamental para la construcción de la estructura de clases durante la transición al capitalismo. Esta división de la mano de obra similar a un sistema de castas se formalizaría durante el curso de los años 60, cuando el hukou fue no solo utilizado para la deportación en tiempos de crisis económica y política, sino crecientemente como una herramienta para dividir la estructura de privilegios de la fuerza de trabajo industrial urbana de una forma que cada vez se asemejaba más a los sistemas de apartheid racial en otras partes del mundo, solo que acá la diferencia de locación urbana versus la rural tomó el lugar de la etnicidad.
Con beneficios sociales muy costosos y con el costo de producción de las mercancías básicas estabilizadas en una tarifa inflada, las fábricas que habían sido forzadas a retirar o deportar gran parte de su fuerza de trabajo recientemente expandida, ahora enfrentaban el riesgo de un estancamiento productivo. La jornada de trabajo se extendió y los beneficios disminuyeron. El resultado fue “la proliferación de edemas y otras enfermedades entre los trabajadores urbanos”, causados por la mala nutrición y el exceso de trabajo.[14] En lugar de volverse hacia el Estado central ahora se alentaba a las empresas a volverse autosuficientes. En las ciudades costeras algunas fábricas comenzaron empresas de pesca comercial, usando las capturas para abastecer sus comedores y vender los excesos a los nuevos mercados reabiertos.[15]
Todo esto solo aumentó la necesidad de una fuente de mano de obra que pusiera menos presión sobre la infrastructura urbana. Bajo la dirección de Liu Shaoqi -en aquel entonces aparente sucesor de Mao- a los administradores de las fábricas y oficiales locales se les alentaba a resolver la crisis reclutando “trabajadores temporales que pudieran ser devueltos a las zonas rurales durante la temporada de crecimiento. Los trabajadores contratados bajo esta política conocida como “trabajo-y-cultivo” (yigong yinong), no tenían derecho a los salarios y beneficios de su contraparte, los trabajadores de tiempo completo”.[16] Estos trabajadores eran “más baratos” en el sentido de que no necesitaban ser incorporados al danwei, y ya que tenían hukou rurales podían ser devueltos al campo en cualquier momento.
Esta fuerza de trabajo “obrera-campesina” se volvió ampliamente utilizada en pequeñas y medianas empresas, generalmente cumpliendo subcontratos para empresas más grandes, y el reclutamiento rural era a menudo combinado con otras formas de despliegue de mano de obra temporal, tales como el uso de aprendices, estudiantes-trabajadores y trabajadores de “callejón”. Aunque estos trabajadores estaban haciendo en gran medida el mismo trabajo que los trabajadores contratados en grandes empresas estatales, no vieron ninguna expansión en sus beneficios sociales entre 1962 y 1965. Más importante aún los “trabajadores a trato no tenían derecho a traer a sus dependientes a la ciudad con ellos, reduciendo la presión en viviendas, jardines infantiles, etc.” sin mencionar que los desalentaba de buscar una residencia a largo plazo en la ciudad.[17] Durante el curso de los años 60 el mismo segmento de la fuerza de trabajo que había instigado gran parte del malestar del 56-57 se había expandido dramáticamente.
El GSA es a menudo retratado como un breve período de caos excesivamente entusiasta, después del cual políticas más racionales cercanas a las de los 50 fueron reimplementadas. La movilización total finaliza, los incentivos materiales a la producción se restituyen, el número de técnicos y cuadros de nuevo se expande, el Estado central recentraliza la autoridad de planificación -todo para ser revocado y finalmente reinstaurado en otro ciclo de celo y reducción durante la Revolución Cultural. Pero estas tendencias en sí mismas tienden a disfrazar cambios más hondos iniciados durante el GSA que serían fundamentales para dar forma al carácter de la era socialista por las siguientes dos décadas. La implementación del hukou y través de él la estandarización del sistema de obreros-campesinos fue uno de tales cambios. Otro fue la persistente descentralización de la autoridad de planificación y de las redes de producción urbanas.
Pese al discurso de recentralización, la autoridad de planificación nunca fue devuelta a los ministerios industriales que, al menos de palabra, la tuvieron durante el Primer Plan Quinquenal. En su lugar, la descentralización fue meramente reorganizada, “los Setenta Artículos y otras medidas del Comité Central tomadas en los tempranos años sesenta recentralizaron el poder en los comités provinciales, poder que se había transferido a las ciudades, condados, distritos, etc. durante el GSA”. En lugar de reconstituir el Estado de dirección arriba-abajo previsto en el temprano Modelo Soviético, en los 60 se vio la solidificación de una estructura media-pesada para el Estado, en la cual “los comités provinciales del Partido se mantuvieron más poderosos que los ministerios del gobierno central”.[18] Esto fue, de nuevo una reproducción de tendencias vistas en formas tradicionales de gobierno en la región, aunque ahora aparejadas con un sistema celular de control social sin precedentes que se extendía hasta el fondo de la sociedad.
De modo similar no hubo intento de “modernizar” muchas de las pequeñas y medianas empresas que habían surgido durante los años del GSA consolidándolas en grandes conglomerados de danwei de Propiedad estatal. De hecho, esta redes de producción más flexible se volvieron los mayores empleadores de mano de obra “obrero-campesina” barata, a menudo llenando subcontratos para grandes empresas estatales y por lo tanto proveyéndolas con otra fuente de insumos baratos. De este modo, a muchas ciudades se les permitió reinventar sistemas de producción tradicionales bajo nuevas circunstancias, con un enrejado de talleres descentralizados, en gran medida sustraídos de beneficios sociales, aglomerándose en torno a fábricas de gran escala dotadas de un personal de trabajadores privilegiados con un estatus de residencia permanente. Estas fábricas de gran escala nunca fueron incorporadas a las estructuras de bienestar arriba-abajo, sino que retuvieron y expandieron la autarquía que habían desarrollado durante los años cincuenta.
A nivel nacional una nueva geografía desigual se formó a medida que la inversión de nuevo se direccionó hacia ciertas regiones a expensas de otras. Ya por 1964 las condiciones habían mejorado tanto que se inició un nuevo empuje industrial. Pero las condiciones internacionales habían cambiado significativamente desde la primera campaña de industrialización en los 50. Estados Unidos que todavía tenía decenas de miles de soldados estacionados en Corea, intensificó sus guerras subsidiarias contra los países socialistas, representando una invasión fallida a Cuba e intensificando sus esfuerzos militares en Vietnam. Mientras tanto los vínculos sino-soviéticos se habían roto por completo. China no solo había perdido su principal aliado de comercio y fuente de ayuda internacional, sino que ya por 1969 las escaramuzas fronterizas incluso llevaron a los dos países al borde de la guerra. Sobre el transcurso de 1960 China se encontró crecientemente aislada. Con la pérdida de su mayor aliado comercial, la suma de importaciones y exportaciones había menguado hasta un exiguo 5% del PIB en 1970.[19]
La industrialización en este período siguió una lógica militar. En 1964 una nueva expansión industrial, llamada el “Tercer Frente” fue lanzada, enfocando la inversión en el interior de China. El “Tercer Frente” era un concepto geo-militar designando el frente de batalla menos accesible para potenciales agresores (principalmente EE.UU. Por mar y la URSS a lo largo de la frontera del norte). La meta era “crear una base industrial completa que pudiera proveer a China con independencia estratégica” construyendo fábricas en zonas interiores “remotas y montañosas” dentro de las provincias de Yunnan, Guizhou, Sichuan (la “Primera Fase” del plan), como también, Hunan, Hubei, Shaanxi, (“Segunda Fase”) y luego Qinghai, Gansu y Ningxia (la fase del “Noroeste”).[20]
Finalmente, la escala de la inversión en el peak del Tercer Frente, entre 1963 y 1966, excedería la del Primer Plan Quinquenal, aunque quedando por debajo del boom de inversión visto durante 1958. El Tercer Frente alcanzó el peak de inversión en 30% del PIB en 1966, antes de caer durante la Revolución Cultural.[21] Estos números son más significativos considerando que esta nueva expansión industrial tuvo que ser llevada a cabo sin la asistencia ni soporte técnico soviético ofrecido en los 50, señalando un período en que la “autosuficiencia” se volvería una de las consignas del socialismo chino.
Durante el transcurso de los 60 y 70 esta lógica de autosuficiencia y militarización saturaría incluso las unidades más básicas de la sociedad china. Aunque los Setenta Artículos aparentemente abogaban por un retorno a las viejas políticas del “Modelo Soviético”, el período en realidad vio la formalización en una guisa más moderada de las políticas de manejo industrial centradas en el Partido que habían tomado forma a fines del Primer Plan Quinquenal y habían alcanzado su extremo durante el GSA. De hecho los Setenta Artículos en sí mismos “explícitamente apoyaban la doctrina del Octavo Congreso del Partido de tener “directores de fábrica bajo el liderazgo del comité del Partido”, y mientras “intentaban reestablecer y redefinir ciertos deberes y poderes para los congresos de trabajadores de las empresas y sindicatos, […] los comités de empresa del Partido mantenían un control firme de estas dos instituciones”.[22]
Pese al aumento en técnicos y personal administrativo en este período, el poder no fue devuelto a los ingenieros y administradores, y las jerarquías basadas en pericia técnica nunca se desarrollaron como se había previsto. En su lugar, los privilegios en su nivel más básico todavía eran distribuidos acorde a la antigüedad, estatus de empleo y a industrias priorizadas, mientras el poder político y las funciones administrativas del día a día eran crecientemente concentradas en los brazos del Partido. La lógica militar del período aseguraba que solo aquellos con la persuasión política adecuada eran aptos para manejar industrias significativas. Esto incentivó a aquellos dentro de la estructura de poder política a ganar habilidades técnicas, y a aquellos con habilidades técnicas a probar sus credenciales políticas, creando oficiales que eran tanto “rojos” como “expertos”.
Primero publicitado durante el Movimiento de Educación Socialista (1963-1966) y luego expandido en los tempranos años setenta, esta política pronto vería la directa militarización de la producción (con el Ejército de la Liberación Popular tomando posiciones administrativas después de 1969) y la fusión del poder técnico y político a medida que el Partido se volvía casi sinónimo del Estado. El número de cuadros saltó a 11.6 millones en 1965, cayó ligeramente en 1969 en la altura de la “corta”[23] Revolución Cultural, y luego creció estrepitosamente a 17 millones en 1973. Aunque no hay números sólidos disponibles para el resto de los 70, ya por los 80 el número había llegado a la altura de 18 millones.[24]
La corrupción aumentó rápidamente, a medida que los cuadros acaparaban cupones de raciones, malversaban los fondos de las empresas para “banquetes lujosos” y manejaban lucrativos negocios lateralmente. Mientras tanto, la empresa privada fue revivida incluso entre los trabajadores, que a menudo manejaban pequeños negocios entre los deberes oficiales.[25] Esta situación de fusión Partido-Estado, la osificación burocrática y los crecientes mercados negros, llevarían finalmente a la formación de la clase capitalista roja[26] y al colapso del régimen de desarrollo socialista en favor de reformas del mercado doméstico y creciente integración con las redes de producción capitalista global.
Reducción Rural:
El regreso desde las políticas rurales del GSA vino en los tempranos 60. Estaba claro que el problema de escasez no se había resuelto y que la producción agrícola tenía que ser una prioridad: las industrias rurales fueron cerradas y los sistemas de remuneración y distribución fueron continuamente reformados para aumentar la producción. Esto significaba reestructurar el control sobre las decisiones de producción y administración de la mano de obra, particularmente a través de la devolución del nivel de contabilidad desde la comuna masiva hacia una organización de escala mucho más pequeña. Mientras algunas de las comunas más grandes fueron reducidas, el cambio más importante se dio al interior de la comuna misma, que tomó una estructura de tres niveles conocida como sistema de “propiedad en tres niveles” instituido en 1962.[27]
Los pueblos dentro de comunas fueron divididos en equipos de producción (shengchan dui) de 10 a 50 hogares, a los cuales se les dio control sobre el suelo y las decisiones productivas. Los miembros de los equipos podían escoger su propio liderazgo. Ésta se volvió la unidad básica contable en el campo, el nivel al que el producto neto se dividía por la cantidad de puntos de trabajo de los miembros para decidir la remuneración.[28] La comuna y la brigada de nivel medio (shengchan dadui) se encargarían de varias funciones institucionales como la administración local, escuelas, hospitales, grandes proyectos de infraestructura, etc. Pero el control y contabilidad de la producción e ingresos sucedería en el nivel mucho más pequeño de equipo de producción. Al equipo de producción se le dio el derecho a rechazar su mano de obra a la comuna y al nivel de brigada.[29] Aunque a menudo considerada una “devolución” de la autoridad, este concepto no llega realmente a la raíz de los cambios que estaban sucediendo. En realidad, el control comunal sobre la mano de obra y producción se desintegró con el GSA, y el sistema colectivo en el campo tenía que reconstruirse prácticamente por completo desde abajo hacia arriba. Ésta se volvería una meta mayor para el Movimiento de Educación Socialista de 1963.[30]
Para recuperarse del desastre del GSA, los colectivos rurales fueron forzados a enfocarse en agricultura y a dejar de lado casi todas las actividades laterales y artesanías. Un componente crucial de este retroceso fue un decreto de 1960 dictando que al menos el 90% de la mano de obra rural tenía que trabajar en producción agrícola.[31] Ya hacia mediados de 1960 el empleo industrial a nivel de comuna y brigadas había bajado a un 7% de la mano de obra rural.[32] Pero esto se veía todavía como demasiado para el centro del Partido, “que se movilizó para cerrar las industrias rurales en masa y devolver a sus trabajadores al frente agrícola”.[33] La mano de obra rural ya no sería reclutada para producción industrial rural. Esta agriculturización del campo barrió con la milenaria naturaleza dual de la economía rural y ahondó aún más la división urbano-rural.[34] Más importante aún, este intento improvisado y fragmentado de reconfigurar la producción rural produjo una estructura rural autárquica, en gran medida autosuficiente y autónoma a nivel local, aunque unificada a nivel nacional como un solo motor de producción de grano para el Estado.
Un retorno a la distribución acorde al trabajo fue un aspecto clave de esta reconstrucción. Después del GSA el sistema de remuneración sufrió continuos ajustes hasta la descolectivización de los tempranos años ochenta. Pese al hecho que los sistemas de distribución y remuneración fueron culpados del debilitamiento de la productividad agrícola durante el GSA, era difícil encontrar una solución trabajable.[35] Los pagos siguieron siendo principalmente en especie. En zonas rurales más pobres, “el efectivo prácticamente desapareció, forzando a la gente a vivir casi enteramente en base a ingresos en especie derivados de la producción colectiva”.[36] En 1978 el promedio de pagos en efectivo daba cuenta de menos de un tercio de la remuneración por hogar, estando alrededor de los $15 dólares ese año.[37]
El problema clave era cómo encontrar una forma de aumentar los incentivos al trabajo agrícola, por un lado aumentar la calidad y producción económica, pero por otro no aumentar la desigualdad que llevaría al colapso del sistema colectivo: “fue imposible diseñar sistemas de pago que produjeran la misma clase de trabajo diligente y auto-motivado para el colectivo, como el que caracterizaba el trabajo de los campesinos por sus propias familias”.[38] Antes de la colectivización la mano de obra del hogar tenía que ser disciplinada dentro del sistema patriarcal para aumentar el rendimiento total incluso si significaba aumentar mano de obra ineficiente -en otras palabras, el sistema pre-colectivo, no era más natural que el sistema colectivo. Los sistemas de remuneración colectiva que evolucionaron sobre la marcha fueron a menudo complejos. Por ejemplo en una brigada en 1970 la lista de normas de puntos de trabajo contenía más de 200 tareas diferentes que requerían un conteo diferenciado. Los requisitos de calidad eran particularmente difíciles de establecer y de hacer cumplir.[39] Además había una gran cantidad de diferencias regionales.[40]
En 1961 el Estado promovió un sistema de tratos con los hogares, en el cual cada año diferentes lotes de terreno comunales serían arrendados a los hogares bajo ciertas cuotas asignadas. La cuota sería entregada al Estado a cambio de puntos de trabajo, los que luego podían ser intercambiados dentro del colectivo por pagos en especie y algo de efectivo. Inicialmente a los hogares se les permitía quedarse todo lo que produjeran sobre la cuota. Éste era probablemente un compromiso necesario de parte del Estado, que claramente estaba teniendo dificultades reconstruyendo el sistema de extracción rural. Después del primer año el Estado empezó a necesitar también la entrega de grano sobre la cuota para mantener mayor control sobre la plusvalía, pero por este grano sobre la cuota se entregaban más puntos de trabajo.[41]
Pero la creciente desigualdad generada por este sistema de contrato con los hogares llevó a una caída en su popularidad y comenzando 1963 se empezó a probar un nuevo sistema de tarifa por tarea. A distintas tareas le eran asignadas distintos puntos de trabajo dependiendo de la dificultad percibida de la tarea. El sistema era complejo de administrar, supervisar y aún creaba inequidad -especialmente entre los géneros. Las discusiones entre trabajadores y los encargados de llevar el registro eran comunes. Además el sistema pagaba a las personas por la cantidad pero no la calidad del trabajo, y esto llevó a rendimientos más bajos, especialmente comparado al sistema de subcontrato a los hogares.[42]
Alrededor de 1966 en un caso bien estudiado (y en distintos momentos y lugares) fue instituido el nuevo “sistema dazhai”. Este era un sistema de evaluación mutua, en el cual los trabajadores colectivamente asignaban puntos de trabajo basado en su evaluación del trabajo y actitud de cada miembro del equipo. Inicialmente el sistema funcionó bien y la producción aumentó de modo acorde. Pero el foco subjetivo en las actitudes causó problemas entre los pobladores con el paso del tiempo, y el sistema se modificó hacia la evaluación únicamente del trabajo logrado. Pero todavía muchos pobladores veían el sistema como un sistema de juicios de valor subjetivos. A medida que la acrimonia se propagó, se realizaban menos reuniones de evaluación. Finalmente, los líderes dejaron las evaluaciones por completo, simplemente asignando los mismos puntos que los miembros habían recibido en tiempos anteriores, transformando el sistema en un régimen fijo que de nuevo reducía los incentivos. [43]
A medida que el sistema dazhai se desintegró en los tempranos 70s (cuando la agricultura estaba en un colapso a lo largo de China), muchos equipos revirtieron hacia el sistema de tarifas por tarea, y eventualmente el nivel al que se compartían las tareas fue disminuyendo hacia grupos cada vez pequeños. Ya posterior a los tardíos 70, la producción era subcontratada a pequeños grupos de hogares o incluso, al final, a hogares individuales, con pagos en puntos de trabajo en tarifas acorde a producción de cuota y sobre cuota.[44] Esta historia provee un claro contraste con el argumento común de que hubo un repentino cambio en la organización de la producción y remuneración rural en los tardíos 70. De hecho el sistema fue inestable y constantemente cambiante desde 1949 hasta los tempranos 80, cuando se llegó a un sistema más estable.
Los campesinos también ganaban algunos ingresos en mercados privados, los cuales volvieron en los tempranos 60. Sin embargo, tales mercados y los lotes privados que los abastecían permanecieron pequeños, siendo alrededor del 5% al 7% del suelo arable. Pero los campesinos intentarían ponerle más energía a estos lotes privados que a los colectivos, un problema que constantemente plagó a los cuadros.[45] Esta tendencia parece haber sido exacerbada por la pérdida de fe de los campesinos en el sistema colectivo y en el liderazgo rural del Partido. En otras palabras, el sistema de remuneraciones constantemente cambiante fue un síntoma del colapso del sistema de producción y distribución rural, que siempre se enfocó en la extracción de plusvalía rural y en la acumulación nacional en lugar de las necesidades locales. Durante el período colectivo solo hubo un crecimiento menor en los ingresos de los campesinos.[46]
Aún más, bajo el sistema colectivo, el poder tomó una estructura celular, crecientemente segmentada y limitada en cada nivel de la burocracia. La vida social y económica se volvió encapsulada.[47] Dentro de esta estructura celular los puntos de trabajo mostraban solo el valor en especie del trabajo dentro de la unidad contable (la comuna o el equipo de producción dependiendo del período). El excedente no vendido al Estado junto con los pagos estatales sería luego dividido por el total de puntos de trabajo del año, y los individuos serían pagados acorde a sus puntos de trabajo. Pero los puntos de trabajo no daban una forma de evaluar o comparar el trabajo a través de distintas unidades, solo dando cuenta de diferencias al interior de cada una. Aquí los puntos de trabajo no permitían una comparación del “valor” de los productos del trabajo, no se comunicaban a lo largo del sistema social y por lo tanto el trabajo como tal nunca fue abstraído a través del intercambio de mercado. Los puntos de trabajo, entonces, no expresaban el tiempo socialmente necesario de trabajo como una relación que pudiera dominar la producción social. No había una ley del valor en el campo chino.
A lo largo de la era socialista la división urbano-rural se volvió crecientemente subdividida. Incluso las unidades rurales se volvieron desconectadas unas de otras. La red de relaciones de mercado que había formado el continuo urbano-rural antes de los 50 fue amputada por la captura de todo el mercado por parte del Estado. Pese a la retórica del Partido de abolir las diferencias entre las esferas urbanas y rurales, las inequidades urbano-rurales e intra-rurales crecieron durante el período colectivo desde 1955 en adelante.[48]
La producción rural y el sistema colectivo:
Sin embargo, a diferencia del sistema más rígido de comuna del GSA, la comuna post 1962 de tres niveles se volvió un sistema flexible para organizar la producción rural y la reproducción social, facilitando la extracción de grano excedente. La producción agrícola lentamente comenzó a crecer nuevamente, y algo de la industrialización rural volvió también en los 70. El sistema colectivo llevó a absorber los riesgos a lo largo del colectivo, reduciendo los riesgos inherentes a la agricultura que habían afectado a los campesinos individuales. Mientras tanto los estándares de vida rurales aumentaron en términos de salud y educación.[49] Los cuidados médicos básicos llegaron al campo, y aunque subfinanciados ayudaron a reducir las muertes infantiles drásticamente y aumentó la esperanza de vida.[50] Las matrículas rurales se duplicaron de 1960 a 1970.[51] Además la comuna rural fue eficiente acumulando fondos de bienestar comunes que aseguraban durante tiempos normales una supervivencia mínima para las familias desaventajadas.[52]
Pese a que a menudo se toma como una prueba de la naturaleza socialista de China, la colectivización rural debe entenderse como una institución impuesta desde el Estado diseñada para asegurar la división urbano-rural básica que alimentó el régimen de desarrollo socialista. Su rol primario fue facilitar la extracción estatal de la plusvalía absoluta en la forma de grano. En lugar de romper con el crecimiento “involuntario” de la época imperial, la organización colectiva de la mano de obra rural “fue en algunos sentidos una mera ampliación de la vieja granja familiar”.[53] Como en la granja de familia patriarcal, la mano de obra no podía despedirse del colectivo. Del mismo modo, lo que le importaba a quienes estaban a cargo (ya fuese patriarca o planificador), “era el nivel absoluto de producción, al que las cuotas estatales para los impuestos y compras obligatorias estaban acopladas. Mientras más alta la producción, mayor la toma del Estado.”[54]
Con un aumento en la fuerza laboral agrícola y una ligera caída en la cantidad de suelo arable, la cantidad de suelo agrícola por trabajador agrícola decayó durante el curso de la era socialista, desde 0.58 hectáreas en 1957 a 0,34 hectáreas en 1975.[55] En otras palabras, el aumento en los rendimientos se derivó en gran medida del aumento masivo en la utilización de mano de obra, mientras que la productividad de esa mano de obra cayó. La tasa de participación de mano de obra (tanto urbana como rural) creció: más gente estaba trabajando y la gente estaba trabajando más.[56] En los 1920s, los campesinos trabajaban en promedio 160 días al año, mientras que a fines de los 70 el promedio aumentó a entre 200 y 275 días al año.[57]
Mucha de esta movilización de este “excedente de mano de obra” rural fue utilizado para construir infraestructura agrícola de bajo costo, llevando a algunos éxitos reales, tales como un aumento en el suelo irrigado desde 20 millones de hectáreas en 1952 a 27 millones en 1957 y 43 millones en 1975.[58] Los retornos en estos proyectos eran a menudo bajos, pero eso no le importaba al Estado, ya que estaba más preocupado con aumentar la cantidad absoluta de producción más que la productividad de la mano de obra. La mano de obra agrícola creció desde 193 millones en 1957 a 295 millones en 1975,[59] pero a medida que la población y por lo tanto la oferta de mano de obra creció, la tendencia fue todavía movilizar la máxima plusvalía rural posible, independiente de su productividad.
Nuevos patrones de cultivo también ayudaron a llevar a un uso intensivo del suelo.[60] Se logró un aumento en la producción de grano a expensas de la diversificación en otros cultivos. La producción per cápita de semillas para aceite, por ejemplo, cayó desde 1950 a 1970, llevando a un racionamiento estricto y a una “dieta austera y monótona”.[61] El Estado promovía una política de “tomar el grano como el vínculo clave”, significando que la producción de grano era enfatizada por sobre otros cultivos. Esto fue reforzado por las cuotas a la producción de grano, tales que las comunas y después los equipos de producción tenían poca o nula autonomía en términos de diversificación de la producción. La vasta mayoría del suelo y mano de obra tenía que estar dedicada a la producción de grano para cumplir las cuotas. El énfasis puesto en el grano fue fortalecido por la política de mayor autosuficiencia regional, incluso en las áreas donde la producción de grano no era tan adecuada, llevando un incremento de la inequidad regional.[62]
Por supuesto, romper con la involución no era la meta de la estrategia del PCCh durante la era socialista. En cambio, la meta era extraer tanta plusvalía absoluta como fuese posible para poder desarrollar la economía industrial. Sobre la marcha esto podría haber llevado a la reinversión en la modernización agrícola y a un aumento del empleo urbano, produciendo un desarrollo transformador. Claramente esto era parte de la visión a largo plazo, aunque la productividad de la mano de obra probablemente solo comenzó a crecer a mediados o tardíos años 70. De hecho, la producción de grano no alcanzó el pico pre-GSA nuevamente hasta los tardíos 70, aumentando drásticamente hacia los 80.[63]
Alguna industrialización rural sí reemergió durante el “Nuevo Gran Salto Adelante” de 1970, bajo el nombre de “empresas de brigadas y comunas”, que se suponía “servían a la agricultura.[64] En 1970 estas industrias se suponía proveerían de bienes de consumo a la esfera agrícola en lugar de procesar productos agrícolas para el mercado urbano.[65] Siendo industrias intensivas en capital, estas empresas colectivas no empleaban una gran cantidad de mano de obra rural -el 90% permanecía en agricultura[66]– pero se volverían un fundamento importante para un proceso más grande de industrialización rural en los 80 y 90, que luego sería integral a la transición capitalista. Además sí aumentaron el “valor” de los puntos de trabajo a lo largo de los colectivos, en el sentido de que ahora estaban vinculados a una mayor cantidad de producto.[67]
Integrada por el Estado solo en su extremo superior, la economía nacional estaba primariamente formada por la extracción rural y el desarrollo industrial urbano. Los residentes rurales eran en gran medida perdedores dentro de esta relación. A lo largo del período colectivo, el Estado se enfocó en restringir el consumo y aumentar la extracción de plusvalía absoluta, así la tasa de acumulación se disparó. La acumulación rural neta se duplicó a mediados de los 50. La tasa total de acumulación creció desde 22.9% en 1955 a 26.1% en 1956, y ya por 1959 (durante el GSA) llegando a un peak alrededor del 44%.[68] Mientras esa tasa cayó a una baja de 15% durante el siguiente retraimiento, volvió a crecer durante los 60 y 70 en un rango del 35%.[69]
El rol de la ideología:
Aunque las dos décadas entre el fin del GSA y el advenimiento de la era de reforma son a menudo retratadas como una lucha que atravesó toda la sociedad entre “dos líneas” sostenidas por distintas facciones del Partido,[70] la realidad es que estas luchas entre facciones fueron en gran medida epifenómenos de varias crisis sociales y económicas que surgieron durante el curso de la era socialista. La imagen de la política y las políticas de esta era en términos de esta “lucha entre dos líneas” es en gran medida una ilusión reforzada por campañas de propaganda estatal dentro de China, antes y después del hecho, así como por la exportación de estas fuentes sesgadas a varias facciones político-académicas en los países occidentales durante el curso de los 60 y 70, cuando el “Maoísmo” llegó a designar una corriente política distinta.
Un ejemplo prototípico de este problema es el Manual de Shanghai. Originalmente publicado como Fundamentos de la economía política en Shanghai en 1974, durante el peak de influencia estatal durante la Revolución Cultural “larga”, el libro pretendía ser un resumen de la ideología del Partido en tal momento. Aparentemente describiendo la “economía política socialista” del modo teorizado y practicado en China, el texto fue traducido y publicado acompañado de ensayos de Maoístas americanos bajo el nombre Maoist Economics and the Revolutionary Road to Socialism: the Shanghai Textbook.[71] El manual junto a otras colecciones de propaganda estatal y reportes de tours extranjeros a fábricas modelo,[72] ha sido tomado como un punto de referencia común tanto para partidarios como detractores.[73]
El problema, para ambas convicciones políticas, es que los datos presentados en el Manual son puramente mitológicos. Dejando la pobreza teórica del texto de lado, no hay tal sistema descrito en el libro que haya existido. De la misma manera, las prácticas observadas durante los tours a las fábricas modelos a menudo se limitaban a esas fábricas. Aunque algunos rasgos eran compartidos oblicuamente entre la realidad y estos pueblitos, todas las características eran diferentes. El Manual es mejor entendido como una suerte de texto religioso que como una descripción de la economía de la era socialista. Los tours de empresas modelo se volvieron un tipo de peregrinaje, reforzando el estatus sagrado de tales textos para los radicales occidentales. Basando sus estudios en los pronunciamientos políticos, los académicos estaban entonces participando en una suerte de glifomancia, desmenuzando detalles minúsculos de los discursos de los líderes y reorganizándolos para hacerlos calzar con cualquier narrativa que uno quisiera contar.
La “lucha de dos líneas” no fue un rasgo determinante de ninguna fase de la era socialista. En su lugar, muchas prácticas divergentes fueron acopladas y unidas por el Estado, que tomó prestadas y refaccionó formas de despliegue de mano de obra, coordinación industrial y control social desde Rusia así como desde naciones explícitamente capitalistas, mientras al mismo tiempo revivía y reinventaba prácticas mucho más antiguas que eran heredadas de los japoneses, nacionalistas, Qing y Ming. Esto mientras se inventaban nuevas prácticas totalmente únicas para la experiencia socialista china (aunque algunas serían luego imitadas en otras partes).
El resultado fue un sistema geográficamente desigual que tiraba en múltiples direcciones a la vez y que podía ser forzado a algún tipo de coherencia -como régimen de desarrollo- solo a través de la actividad del Estado, controlado y finalmente fusionado con el PCCh. Pero este Estado no era reductible a los líderes y cabezas del Partido. Fue en sí mismo solo un tipo de caos estructurado, fundamentalmente dependiente de redes complejas de patronazgo y disciplina, así como un apoyo fiel de aquellos que habían visto sus vidas golpeadas por la revolución y las políticas que la siguieron.
Debido a esto, sobre el experimento chino en cualquier momento dado podía decirse certeramente que se estaba deslizando hacia el capitalismo, replicando el sistema ruso, siguiendo a los japoneses hacia el expansionismo, militarismo nacionalista, reviviendo formas antiguas de gobierno comunes a los regímenes hidráulicos de la China imperial o inventando una nueva forma de sistema totalitarista extendido que penetraba en la vida diaria de las personas a un nivel sin precedentes. Pero ninguno de estos aspectos entrega una imagen completa y a fin de cuentas disfraza las tendencias a largo plazo de la era.
A medida que las crisis en la estructura básica del régimen de desarrollo proliferaban, la capacidad de promulgar políticas fallaba y el Partido-Estado periódicamente tenía que resucitarse mediante movilizaciones masivas. Las unidades de producción relativamente autosuficientes solo podían cobrar coherencia a través de la presencia crecientemente penetrante del Estado central, finalmente en la forma de los militares, a medida que el ELP tomó control directo de varios ministerios después de aplastar la oposición naciente en los movimientos de 1969. Pero a medida que el Partido-Estado se volvió más penetrante, también aceleró su osificación, en la forma de creciente corrupción, burocracia y un aumento de poder en sus niveles medios a expensas del centro.
La dinámica central del régimen de desarrollo era inestable. Aunque capaz de extraer plusvalía absoluta en la forma de grano, la revolución de la producción agrícola visionada por los tempranos líderes comunistas nunca se materializó. Finalmente el Estado se volvió capaz de poco más que seleccionar patronazgos, la (crecientemente limitada y descentralizada) asignación de “cantidades” de recursos abstraídos y la distribución de variadas formas de castigo, casi militares en carácter y variables solo en cuanto a grados. El resto de la administración diaria de la producción y la vida social fue cedido a unidades económicas crecientemente autárquicas, aparentemente parte del masivo aparato estatal, pero en realidad permitiendo significativos grados de autonomía.
Este último hecho significaba que el proyecto siempre dependía de la retención de un apoyo entre segmentos significativos de la población. Por un lado, este apoyo se ganaba entregando promesas de mejorar la calidad de vida básica y dividiendo cuidadosamente los nuevos beneficios de modo desigual a lo largo de la población. Igualmente importante, sin embargo, fue la creación de un régimen mitológico de amplio alcance que sirvió una función similar a la del Estado -ayudando a dar coherencia al proyecto de desarrollo a través de medidas coercitivas y distributivas- solo que aquí operando a través de un complejo tejido de vínculos sociales/emocionales. Esta cultura o mito de la era socialista se refleja en todo, desde las interacciones sociales básicas a nivel de los danwei o colectivos rurales, a los estandartes culturales para las protestas a favor o en contra del Estado, tales como el uso de los pósters con grandes caracteres, más campañas masivas dirigidas desde arriba-abajo, tales como los cultos de personalidad construidos primero alrededor de Liu Shaoqi[74] y luego en torno a Mao Zedong.
Pero este régimen mítico no fue solo el producto de líderes conspiracionistas. Aunque fue fuertemente moldeada por las decisiones del PCCh, el Partido en sí mismo a menudo solo estaba adaptando tradiciones indígenas a nuevos fines. El actor más importante seguía siendo la contingencia y después de eso el pueblo mismo. Personas regulares situadas en distintos niveles de la estructura de poder siguieron dando forma, modificando, apoyando y oponiendo diversas tendencias culturales. Incluso expresiones aparentemente extremas del mito de la era socialista, tales como los cultos de personalidad, no pueden entenderse simplemente como un episodio de histeria masiva. La ideología imperante, aunque en último término ayudaba a preservar el régimen de desarrollo socialista, lo pudo hacer solo a través de su capacidad de obtener la complicidad de grandes franjas de la población, entregándoles ciertas necesidades espirituales, emocionales y sociales, especialmente cuando el mecanismo distributivo del Estado estaba fallando en entregar las necesidades materiales.
Pero como el Estado, esta ideología imperante también se volvería más osificada con el paso del tiempo, volviéndose menos sensible a las necesidades y contribuciones de la gente común. Esto también hizo una cultura de la época más limitante, ya que los potenciales de expresiones de vida bajo el socialismo (así como las fronteras imaginativas para su futuro) fueron excluidas. A medida que el Estado se volvió más penetrante y militarizado también lo fue la mitología imperante. El ascenso del culto de la personalidad de Mao es el símbolo más saliente de esto. Conteniendo ortodoxia, heterodoxia y corrientes derechamente heréticas, el mito socialista se volvería crecientemente tensionado y caótico, finalmente resultando en desafíos explosivo a la ortodoxia favorecida. Pero estos desafíos en sí mismos, serían a fin de cuenta, limitados por los mismos términos de la ortodoxia, tal como sucedía con todas las herejías, que eran dependientes de los mismos términos de la religión con la cual querían romper.
Aunque los mitos y propaganda de la era no pueden tomarse como descripciones certeras de la vida bajo el socialismo, no son del todo insignificantes. Pero solo leyéndolas como mitos es que podemos percibir su verdadera importancia. En los tiempos de crisis sistémica es precisamente cuando los operadores culturales juegan un rol inflado determinando lo que parece posible para los actores inmersos en una situación particular. Aunque los límites materiales son siempre los determinantes, la cultura y consciencia condicionan qué límites y potencias son en realidad percibidas. Un límite no percibido conlleva catástrofe. Un potencial no percibido, tragedia.
Clase bajo el socialismo:
En lugar de entenderse como un período de histeria colectiva o lucha entre facciones, la Revolución Cultural solo puede entenderse como el producto de conflictos internos al régimen de desarrollo socialista. El intento de articular estos conflictos fue en sí mismo a menudo un procedimiento de desgarramiento social, como es claro en los debates del período sobre la definición de “clase” bajo el socialismo. Cuando fueron llamados a repetir las luchas revolucionarias de sus padres, la juventud que creció durante la era socialista de China produciría comprensiones en competencia y violentamente contradictorias del término y sería donde las raíces de los antagonismos internos del socialismo yacerían realmente.
El proceso comenzaría entre los estudiantes incitados por el Estado central. Al igual que en el período de la Campaña de las Cien Flores, los conflictos que la Revolución Cultural formalizó ya estaban presentes. El GSA y los siguientes retraimientos habían generado descontento, pero también había exacerbado las mismas divisiones que habían dado origen a la oleada de protestas de 1957, con fracciones mucho más grandes de población urbana ahora empleada como “obreros campesinos” u otra categoría temporal. Esto significaba que el movimiento de “estudiantes” se expandió hacia el espacio de trabajo incluso más rápido esta vez, cuando los obreros lanzaron nuevas oleadas de paralización, expulsaron a los cuadros y oficiales de fábrica, chocaron con la oposición de facciones rebeldes y en muchas ciudades tomaron las armas y se enfrentaron en conflicto directo con el ELP.
La clase, sin embargo, no puede ser entendida en ningún término simple. La era socialista fue un período de formación gradual de clase, coronado por la emergencia de una clase dominante unificada cuando las elites políticas y técnicas unieron fuerzas para suprimir las energías incontrolables desatadas durante la Revolución Cultural. Esta clase dominante fue también encargada de asegurar que tras la supresión y redirección del descontento popular, durante la desvinculación del proyecto socialista, no resultara en el colapso catastrófico y la balcanización del Estado y la economía china -el resultado de la decadencia de muchas dinastías anteriores. Pero, dada la ausencia de imperativos de acumulación capitalista y la demografía cargada hacia lo rural del país, no hubo la producción de una clase verdaderamente proletaria durante la era socialista. La formación del proletariado chino sería uno de los rasgos más sobresalientes de los años de reforma, y el conflicto de clase entre este proletariado y el de la burguesía “roja” (con los hijos de los altos oficiales formando el 91% de los millonarios de China en 2008[75]) es una dinámica definitoria de la crisis política china actual.
La clase fue una clasificación profundamente caótica e inherentemente desigual, especialmente en el período temprano socialista. En estos años tempranos, todavía no existían relaciones de clase consistentes a lo largo de toda la sociedad. Como la estructura económica en sí misma, la clase sobrellevó un proceso de agitación a medida que las estructuras previas de poder y producción fueron desmanteladas. Durante el curso de la guerra revolucionaria y continuando hasta los tempranos 50, la vasta mayoría de la población china era efectivamente desclasada respecto al orden social previo. Esto es simbolizado más fuertemente en la movilidad física de la población, cuando millones abandonaban sus roles sociales previos para unirse al proceso revolucionario. Una vez que la revolución fue ganada, no había un retorno simple a la normalidad. La tierra fue redistribuida, rompiendo la estructura de clase del campo. Las fábricas fueron finalmente nacionalizadas, con funciones administrativas entregadas a una secuencia de instituciones diferentes. Incluso donde técnicos pre-revolucionarios retuvieron sus posiciones, el contexto en que ejercían el poder había sobrellevado cambios fundamentales.
Este desclasamiento fue un resultado intencional del proyecto revolucionario, que buscó prevenir la rehabilitación de las estructuras de clase heredadas del temprano siglo XX que habían sido arrancadas. Durante la primera década del período socialista, la resurrección de estructuras viejas de poder era una posibilidad concreta, ya que varias habían sobrellevado una transformación incompleta y muchos beneficiarios del viejo sistema ya habían hecho su camino hacia posiciones ventajosas dentro del nuevo orden. El viejo régimen y sus elites eran consideradas el mayor obstáculo al proyecto de desarrollo, cargando tanto con tradiciones arcaicas (e improductivas) como una animosidad hacia los esfuerzos redistributivos que eran el acto fundacional del desarrollo. Esta situación llevó a la construcción de un sistema nacional de designación de clase, utilizado para el propósito de por un lado monitorear a quienes antes habían detentado el poder y para redistribuir los recursos hacia quienes habían yacido en el fondo del viejo sistema.
Las designaciones de clase eran más detalladas para el campo, donde el PCCh había tenido años de experiencia estudiando estructuras de poder previas y detallando como sus privilegios eran asignados y quien explotaba a quien. Las designaciones urbanas eran ligeramente más abreviadas. En el momento del advenimiento del sistema de designación de clase, el PCCh solo había comenzado recientemente a operar de nuevo en las ciudades y las ciudades mismas estaban marcadas por un caos económico y demográfico, con porciones significativas de los trabajadores desempleados, sin hogares, y a menudo al borde de la migración. Las designaciones urbanas entonces fueron definidas por una clasificación relativamente simple, por ejemplo dividiendo a los artesanos de los trabajadores de empresas, pero no designando consistentemente el tamaño de la empresa. Otras designaciones excesivamente amplias tales como “ocioso”, fueron inventadas para absorber multitudes de las que no se les podía dar cuenta fácilmente.
Pese a sus evidentes inadecuaciones, el sistema no podría ser retratado como una medida totalitaria forzada sobre una población reacia: “pese a que el sistema fue impuesto a través de la agencia de poder estatal, gozó de considerable apoyo durante los años tempranos de la RPCh entre […] significativos segmentos de la población”.[76] En ese momento, se pretendía que el sistema fuese temporal y distinguía “origen de clase” (jiating chushen), o estatus de clase de la familia pre-revolucionario, del actual “estatus de clase” (geren chengfen). Las políticas oficiales de este período temprano reconocían que incluso los terratenientes “podían cambiar sus etiquetas de clase en cinco años si participaban en trabajo físico y obedecían la ley, y los campesinos ricos podían ser reclasificados después de tres años”.[77]
Pero el sistema tendría un poder remanente que vivió mucho más allá de su mandato popular. De hecho, como parte del dang’an (el portafolio político de cada uno), se volvería una de las medidas administrativas primarias utilizada para el control social a medida que las crisis crecieron y se volvieron crecientemente extendidas. La consolidación del sistema de designación de clase como un aspecto permanente del régimen de desarrollo ocurrió “al mismo tiempo que la construcción del sistema omnipresente del hukou […]”, y la designación de clase, como el hukou, pronto se volvería un rasgo heredable a medida que el “origen de clase” se enfatiza por sobre el “estatus de clase”, finalmente fusionando los dos.[78]
Las viejas categorías de clase rápidamente evolucionaron hacia nuevos significados a medida que llegaron a designar posiciones relativas dentro de la jerarquía de privilegios. Aquellos en el fondo del viejo sistema se encontraron en la posición beneficiosa dentro del nuevo orden. De modo similar, designaciones de clase enteramente nuevas fueron formadas para categorías no económicas. Éstas incluían tanto categorías deseables, tales como “soldado revolucionario”, “cuadro revolucionario” o “dependiente de mártir revolucionario”, así como designaciones políticas indeseables. En un principio, los últimos eran utilizados para designar participantes activos en los regímenes represivos previos, ya fuesen el GMD, japoneses o caudillos, incluyendo “oficiales militares para autoridades ilegítimas” y “Agentes Especiales del GMD”. Pero a medida que el sistema de designación de clase fue movilizado para reprimir el descontento doméstico, éste se expandió para incluir “derechistas”, “malos elementos” y “del camino capitalista”.[79]
La estructura de clase de la era socialista solo comenzó a realmente tomar forma después de que los efectos desclasadores de la revolución se habían asentado. Durante el curso de los 50 el régimen de desarrollo produjo una serie más o menos consistente de divisiones en el grado de acceso que cada uno tenía a la plusvalía absoluta producida en la era socialista. El acceso a esta plusvalía era la relación central que determinaba las clases y las relaciones de unas respecto a otras.
El sistema de clases que finalmente cobró forma fue marcado por la doble división. Primero estaba la división entre elites y no elites. Estas elites, sin embargo, no eran en ningún sentido unificadas. Había un conflicto interno dentro de la clase elite entre las elites políticas, las pertenecientes al Partido y militares, y las elites técnicas tales como ingenieros, científicos, administradores e intelectuales. A lo largo de la mayor parte de este período también hubo una porción significativa, aunque decreciente, de trabajadores privilegiados en las industrias pesadas con antigüedad y buen origen de clase que componían la parte inferior de esta clase de elite -ganando sueldos iguales o superiores que los cuadros de bajo nivel, técnicos e intelectuales- solo para ser arrojados al exterior de la elite durante la era de la reforma.
Segundo, estaba la división entre productores de grano y consumidores de grano. Esta era la división urbano-rural, designando la clase (campesinos) desde quienes se extraía plusvalía absoluta en su forma primaria (como grano), y la clase trabajadora urbana a la cual esta plusvalía era inyectada para poder ser transmutada en bienes de consumo. A lo largo de la era socialista, la gran mayoría de la población de China pertenecía a la clase de productores de grano. Pese a varias reorganizaciones y catástrofes, esta clase permanecería relativamente homogénea, con diferencias en la calidad de vida en gran medida determinadas por factores contingentes como clima y geografía. Había muy poca movilidad desde productor de grano hacia consumidor de grano y después del GSA, la movilidad rural-urbana sería revertida a través de una rustificación masiva. La urbanización fue completamente detenida ya por 1960, con el crecimiento poblacional en las ciudades detenido en torno al 1.4% anual por las siguientes dos décadas, la mayor parte de la cual fue resultado del crecimiento natural de la población a medida que la tasa de natalidad se estabilizó tras la hambruna.[80]
Mientras tanto, la clase de consumidores de grano se volvería crecientemente estratificada a medida que el régimen de desarrollo se volvió más inestable y las desigualdades entre elites y no-elites se dispararon. Un segmento creciente del pueblo se estableció en el fondo de la clase de consumidores de grano, constituyendo un proto-proletariado compuesto de temporales, aprendices, “trabajadores-campesinos” y rústicos retornados. Este segmento fue definido por su creciente precariedad en relación al privilegio de consumo de grano. Comenzando como un número relativamente pequeño de migrantes, “mano de obra de callejón” y aprendices, las crisis continuas pusieron más y más de la clase consumidora de grano en tal posición. Ésto significaba que sobre el curso de la era socialista grandes segmentos de la población fueron arrojados a esta zona gris entre la producción y consumo de la plusvalía del grano.
Esta clase no era un verdadero proletariado en el sentido marxista, ya que su labor no estaba integrada a los circuitos capitalistas globales y ningún proceso de acumulación de valor capitalista existía domésticamente. Su subsistencia estaba atada más fuertemente al salario que otros trabajadores, pero en último término era todavía autónoma respecto a él, ya que eran provistas hasta cierto grado por colectivos rurales o danwei urbanos más pequeños. Más importante aún: aunque eran trabajadores subcontratados, los mercados del trabajo no existían en el período socialista. En su lugar su trabajo era asignado a empresas por las autoridades planificadoras provinciales (y a veces de empresas o del Estado central) del mismo modo como con la maquinaria o recursos para la construcción de nuevas instalaciones. Como estos bienes de producción o inyección de recursos, incluso esta mano de obra subcontratada era asignada en “cantidades”, con la boleta de sueldo convertida a unidades monetarias después del hecho.
Al mismo tiempo, esta clase
puede decirse que constituía un proto-proletariado. Representaba el colapso de la
división de productor/consumidor de grano en una manera que tendía hacia la
producción de aglomeraciones de trabajadores separados de cualquier medio de
subsistencia fuera del sueldo. Esta clase también contenía dentro de su
estructura básica (como mano de obra migrante subcontratada) una tendencia
hacia la producción de mercados de trabajo, la dependencia en sueldos y la
creación de instituciones privadas de medios de producción -que ahora podían
comenzar a separarse de la fuerza de trabajo, ya que las empresas empezaron a
cortar el vínculo entre asignaciones reproductivas no mercantiles y empleo. Era
un proto-proletariado que más tarde actuaría como el centro de la nueva clase
trabajadora durante el curso de la era de la reforma y muchas de las
características de este proto-proletariado socialista serían acarreadas hacia
las relaciones de clase chinas post-socialistas.
[1] Naughton 2007, p. 63, figura 3.2
[2] Ibid, p. 73
[3] Frazier, p. 215
[4] Ibid, 214
[5] Ibid, 215
[6] Ibid, pp. 217-218
[7] Naughton 2007, p. 72
[8] Aunque aparentemente modelado según el sistema (de pasaporte interno) propiskam, el hukou tenía sus propios precedentes domésticos en varias encarnaciones de sistemas de registro pre 1949 que fueron utilizadas para recolección de impuestos y conscripción.
[9] Chan 2009, p.200
[10] Ver “No Way Forward, No Way Back” en este mismo número de Chuang.
[11] Chan 2009, p. 201
[12] Para una revisión breve del Bingtuan en Xinjiang, ver: “Dispatches from Xinjiang: The Story of the Production and Construction Corps,”Beijing Cream, July 3, 2014.
[13] Frazier, pp. 218-219
[14] Ibid
[15] Ibid, pp.220-221
[16] Ibid, p. 217
[17] Sheehan, p. 98
[18] Frazier, p. 216
[19] Naughton 2007, p. 379
[20] Ibid, pp.73-74
[21] Ibid, pp. 57, 63, Figuras 3.1 y 3.2
[22] Frazier, p. 216
[23] La Revolución Cultural es periodizada de dos formas. Una se enfoca en la Revolución Cultural “Corta”, cubriendo el período de movilización masiva entre 1966-1969, mientras que el otro se enfoca en la Revolución Cultural “Larga”, que se considera duró la década completa de 1966-1976.
[24] Wu, p.25, Figura 1
[25] Frazier, p. 255
[26] Para una descripción en profundidad de este proceso, ver: Joel Andreas, Rise of the Red Engineers, Stanford University Press, 2009.
[27] Xin 2011, p.143, fn 1. Riskin 1987, p.129
[28] Unger 2002, p. 75.
[29] Riskin 1987, p.129.
[30] Nolan 1988, p. 50.
[31] Riskin 1987, p.128
[32] Ibid, p.129.
[33] Ibid., p. 129
[34] Eyferth 2009; Naughton 2007, p.273
[35] Xin 2011, pp. 130-131.
[36] Selden 1988, p.161. Ver también Nolan 1988, p.57.
[37] Naughton 2007, p. 236.
[38] Nolan 1988, p. 52.
[39] Ibid., p.52
[40] Jonathan Unger ha delineado una trayectoria general para la evolución desde los tempranos 60 hacia fines de los 70 utilizando datos del pueblo Chen en la provincia de Guangdong, en la cual basamos esta sección. Unger 2002, capítulo 4; ver también Riskin 1987, pp. 129-130
[41] Unger 2002, p. 75.
[42] Ibid., p. 76-78
[43] Unger 2002, pp. 79-89; Naughton 2007, p.236.
[44] Unger 2002, pp. 89-90.
[45] Nolan 1988, pp. 58-9. Riskin 1987, p.129, para ver figuras.
[46] Nolan 1988, p. 65
[47] Vivienne Shue, The Reach of the State: Sketches of the Chinese Body Politic. Stanford University Press, 1988, pp. 132-4
[48] Selden 1988, p. 14.
[49] Nolan 1988, p. 67.
[50] Hershatter 2011, chapter 6; see also Nolan 1988, pp. 67-8.
[51] Ibid., p. 68.
[52] Naughton 2007, pp. 236-8.
[53] Huang 1990, 199.
[54] Huang 1990, 200.
[55] Nolan 1988, 64.
[56] Selden 1988, p. 161: “entre 1957 y 1980 la tasa de participación de fuerza de trabajo urbana creció de 30 a 55 por ciento de la población urbana”
[57] Naughton 2007, p. 237.
[58] Nolan 1988, 56.
[59] Nolan 1988, 64.
[60] Naughton 2007, p. 254.
[61] Ibid., p. 254.
[62] Ibid., pp. 239-40.
[63] Ibid., pp. 252-3. See also Nolan 1988, p. 63.
[64] Naughton 2007, p. 273.
[65] Ibid., p. 273.
[66] Ibid., p. 273.
[67] Ibid., p. 274.
[68] Selden 1988, p. 116; Riskin 1987, pp. 141-2
[69] Naughton 2007, p. 57.
[70] Ver Sheehan, p. 92, para un resumen de tal teoría de las “dos-líneas”, también presente con variaciones en Meisner, Andors, Naughton, Andreas y Lee.
[71] Raymond Lotta, ed., Maoist Economics and the Revolutionary Road to Socialism: The Shanghai Textbook. Banner Press, 1994.
[72] Para el tour prototípico de fábrica modelo, ver: Charles Bettelheim,Cultural Revolution and Industrial Organization in China, Monthly Review Press, 1974.
[73] Para ver partidarios, ver “The Theory and Practice of Maoist Planning: In Defense of a Viable and Visionary Socialism,” epílogo a impresión original en inglés del Shanghai Textbook; para ver detractores, revisar: Chino, “24. The Shanghai Textbook and Socialist Transition: 1975”, Bloom and Contend, 2013.
[74] Para una revisión en profundidad del uso por parte del PCCh de tradiciones indígenas folclóricas y la batalla cultural posterior por la historia revolucionaria, incluyendo la construcción del culto de personalidad de Liu Shaoqi, ver: Elizabeth Perry, Anyuan: Mining China’s Revolutionary Tradition. University of California Press, 2012.
[75] Ver: Boston Consulting Group,Wealth Markets in China. 2008 Report.
<http://www.bcg.com.cn/export/sites/default/en/files/publications/reports_pdf/Wealth_Markets_in_China_Oct_2008_Engl.pdf>
[76] Wu, p.41
[77] Ibid, p.42
[78] Ibid, p.43
[79] Para una lista más completa, ver: Richard Kraus, Class Conflict in Chinese Socialism. New York, Columbia University Press, 1981, pp.185-187.
[80] Chan 2010, p.