¿Sueñan las palabras con programadores ciberpunk? - Carcaj.cl

Ilustración: Paula Andrea Jouannet

18 de agosto 2019

¿Sueñan las palabras con programadores ciberpunk?

por Nicolás López-Pérez

¿Sueñan las palabras con programadores ciberpunk? ¿Sueñan los programadores ciberpunk con las palabras? Las palabras sueñan. Sueñan las palabras. Y suenan, por supuesto. Suenan en la mente cuando son leídas en silencio o en voz alta. Suenan y no solo viajan en la estructura, la estructura viaja en ellas. Suenan en el cuerpo cuando la mente las ha leído y decodificado. Las palabras en sí funcionan como un entramado donde ocurre una reminiscencia a una imagen o a un conjunto de cosas. Pongámosle: lo que las palabras (nos) dicen, si dicen cuando dicen.

Sueñan. Las palabras sueñan. Tal vez el sueño de las palabras está en lo que hay afuera y adentro de ellas. De momento, el presente parece una continuidad de cosas y palabras que se ajustan a un código. Un diccionario. Una gramática. Una matemática. O un límite a las maniobras posibles del y con el lenguaje. El diccionario es la placa madre de la simulación de un destino. Cuando se dice Latinoamérica o quizás al ver las 170 palabras precedentes, nos damos cuenta que este texto se escribe en castellano y que también puede ser entendido y decodificado en gran parte de la península ibérica. Claro que no excluyo a los que comparten el conocimiento de la lengua. En 1713 la Real Academia Española (RAE) publicó el Diccionario de autoridades, sino el primer intento institucional por compendiar un habla escurridiza, una forma de unificar territorios y guardar la cultura. Así en su prólogo cuenta que el esfuerzo “limpia, fija y da esplendor”. Entre 1726 y 1739 se publicaron los seis tomos que constituyeron el primer diccionario de la RAE. Sin embargo, antes el capellán del rey Felipe II, Sebastián de Covarrubias con su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) y Antonio de Nebrija con su Diccionario latino-español (1494) fueron dos esfuerzos para sintetizar al estilo bizantino una lengua en peligro de desborde en una extensión de tierra tan considerable como indómita.

Y en el epítome de las palabras, el diccionario, tal vez leído como novela de ciencia ficción o cárcel de alta seguridad, queda una serie de preguntas y un deseo de precisión. Esto último se vio incrementado con la ciencia experimental cuyo auge fue posible en el tiempo inmediatamente posterior a la publicación de Nebrija y paralelo a los asentamientos y colonización española en el continente americano. Quedemos con dos proposiciones:

(1) Una lengua es una simulación.

(2) El diccionario custodia un misterio.

(1) y (2) podrían pertenecer al universo literario ciberpunk. Y eso no dice relación con si son proposiciones necesariamente verdaderas o falsas. No es el valor veritativo el que interesa, sino su capacidad y sentido de formulación, como el por qué se puede hablar de los unicornios. Todo va procesado por un sistema lingüístico y por referencias que vienen desde fuera. Sin embargo, en la discursividad del ciberpunk, el sentido radica en el precario cambio de la humanidad. Por otra parte, el misterio, lo arcano, se mantiene a través del tiempo. Lo que se explica con la vigencia de textos antiguos cuya relectura y reescritura se hace urgente de elaborar para el futuro. Extraña el misterio de la biblia, del Popol Vuh, del I Ching. Va más allá de las lenguas, como una planta que florece entregando la flor y botando semillas que caen a la tierra esperando el ciclo del agua para volver a la vida. Libros que se dicen eternos.

El universo literario ciberpunk puede abrir una ventana o una puerta en que una escena consista en un videojuego para asesinar repartidores de comida, caballos de fuerza humanos vestidos de naranja, amarillo, verde o rojo a domicilio. Como en equipos. De esta idea, un cuento que está siendo escrito en alguna mente de este ciudad. Por alguien. Lo ciberpunk como forma de evaluar críticamente al presente, empleando el recurso del pasado convertido en un futuro distópico. La ficción nos dice algo entre líneas y que no necesariamente apunta al héroe o al misterio resuelto. Sino a una forma de ensayar la propia realidad desde donde se habla o para un tiempo más o menos cercano. En el caso antes dicho: la precarización laboral.

(1) y (2) tienen como válvula de escape un tiempo posible en que se diga lo mismo de lo otro, mostrando la opacidad del lenguaje hegemónico. Si se asume (2), hay una custodia y se suele estar diciendo lo mismo del yo, esto es, lo que dice ser. El lenguaje, por tanto, nos hace pensar que es posible hacer una pregunta y, consecutivamente, generar una respuesta. El deseo de responder a las preguntas y que asume una desconexión entre el lenguaje y el principio de incertidumbre (una fórmula donde, en relación a un objeto, solo se puede saber el lugar exacto de un cuerpo o la velocidad a la que se mueve éste). Si una lengua es una simulación, entonces el mundo también lo es. Luego esto pertenece al dominio y el recorrido de la función del valor de verdad. Esto es, la función de creer que el lenguaje y la realidad son lo mismo. Las discusiones tienen lugar en los extramuros del misterio: el diccionario, la norma.

Ahora bien, el diccionario no es la única forma de encerrar la relación que tiene un ser con el lenguaje. Pero quizás entrega la certeza sobre lo que se puede decir antes de ser dicho. Lo mismo la gramática y la retórica. El misterio excede sus márgenes. Cuando (2) es dicho y se observa un río fluir, el río fluye con independencia del dominio y recorrido de las palabras involucradas. Como fórmula de semiótica cuántica —un ruido que recibí de una amiga— se podría decir el lugar del río y la velocidad del río.

El diccionario puede ser leído como un ficcionario cuando una lengua muta, asumiendo una serie de variables topográficas y diacrónicas del lenguaje. La simulación acusa una entrada y una salida. La posibilidad de un mundo nuevo en el soporte digital es el paso al ensamblaje de las lenguas, cómo se puede entrar y salir de ellas. Las vuelve dúctiles. Una lengua es un arma, si se piensa desde la subversión y no desde la violencia y la exclusión, lo que margina, segrega y separa. La simulación permite su ruptura. La salida de la simulación está en una ruta de escape tendida por la misma lengua. Un botón de eyección.

En este punto, eyectado, llega el hackeo de la lengua a manos de los programadores ciberpunk. Un hacker se apropia del código de acceso a un sistema para motivar su transformación o, si se quiere, producir un salto cuántico. Vale decir, un cambio brusco del estado físico de un sistema cuántico de forma prácticamente instantánea. Entiéndase que un sistema cuántico es una porción del universo empleada para analizar la relación entre onda y partícula.

Cuando (2) está en la mesa, el hacker va por el misterio o al menos, el quiebre del sentido de (1). Hay un ciberespacio en la literatura, en la idea del poeta Alan Mills[1]. En un ciberespacio, un depósito virtual de información cuyo tamaño es inconmensurable y cuyo acceso está mediado por una máquina. La tesis de Mills presenta como mayoría a los operadores del ciberespacio literario latinoamericano que utilizan al castellano como lenguaje “de navegación”, y se valen indistintamente de las lenguas y tradiciones inglesa y francesa. Con la lengua, la cultura. Y queda un alejamiento, una lengua ab-origen[2] y no es precisamente congruente con lo indígena. Y la lengua que, en Latinoamérica lleva poco más de cinco siglos, reglando y formulando las posibilidades culturales. Una lengua, una simulación, que tiene una cercanía a lo occidental creado a base o por afinidad con lo europeo y lo norteamericano (estadounidense). Hackear la propia lengua, dice Mills. Y hay ejemplos en “Loa satírica mixta de una comedia representada en el atrio de la iglesia del convento dominico de Nuestra Señora de la Asunción de Amecameca en la festividad de Corpus Christi” atribuida a Sor Juana Inés de la Cruz, en náhuatl y castellano, o en “Salmo 1492” de Graciela Huinao en mapudungun y castellano.

Hackear la dimensión. El lenguaje quebrando la monotonía de 2-D para entrar en la siguiente dimensión. En el espacio bidimensional se proyecta un modelo geométrico de cuerpos planos, donde es posible medir el largo y el ancho, pero no la profundidad. La 2-D es un módulo geométrico de la proyección plana y física del universo donde vivimos. Tiene dos dimensiones, es decir que cuenta con ancho y largo, pero no con profundidad. Se puede conocer la medida de la superficie de algo, o sea, la medida de su región interior. En la tridimensionalidad, ya es posible conocer el volumen de algo, vale decir, el espacio que ocupa y su profundidad.

En la simulación de la lengua, la literatura. Me interesa dar unas palabras al poema. Que más allá de tres dimensiones puede alcanzar lo que sigue, integrando al tiempo como vector.

(3) El poema es tetradimensional.

Esto si se tiene en cuenta un cierto dominio y recorrido de la función género literario. Lo tetradimensional es el medio para hackear una lengua. El universo ciberpunk nos ofrece la posibilidad de hiperespacios, esto es, cuatro o más dimensiones. La pentadimensionalidad puede ser algo increíble. Por ahora, volvamos a la cuarta dimensión. Cuando hay (1) y (2) se asume que el lenguaje a disposición es un código cerrado cuya fuente no es maleable, esto es, no editable por cualquiera sin autorización. Hay una serie de cosas que se puede decir. Por otro lado, lo indecible y lo impensable son inexpresables pero no des-conocibles. La intuición y el silencio. Un ejemplo con el poema “dhayana” de Mario Montalbetti, aquí un extracto:

                        “(…) el sabio

medita fumando una noche su pipa

sin contar a la noche,

la pipa, el sabio

medita

            sin contar que medita”.

Montalbetti construye un espacio tetradimensional y pone una intuición al servicio de lo indecible y lo impensable. El sabio está meditando, pero no dice que está meditando. Está y no está. Es y no es. Si las contradicciones sobreviven en el universo es porque son parte del todo. En una lengua, una simulación, los opuestos se anulan. Pero en un guiño, quizás, de semiótica cuántica, un haiku de Ikkyū que Montalbetti recuerda en “Sentido y ceguera del poema”:

“Una barca es y no es

cuando se hunde

ambas desaparecen”

Lo cierto no es la desaparición, porque también aparece. Y aparece como ejercicio de concentración que se va desconcentrando como posición y velocidad. O como en Enrique Verástegui: “La totalidad es la contradicción: la escritura refleja esta contradicción”. La ruptura del principio de incertidumbre: el lugar de las partículas y su velocidad al moverse. Integrar la contradicción en la cuarta dimensión, en el todo, no busca una lengua dominante sino integrar las paradojas y el alcance de su continuidad a partir de lo discontinuo. Esto es: la fragmentación del lenguaje como potencia y cinética. Para salir de la simulación también espacios de fuga, túneles para que el misterio vuele. Tres ejemplos: a) “Cistema” cuando se transforma la palabra sistema con cisgénero; b) “Descrubir”, el intersticio entre describir y descubrir. Un proceso que integre ambas cosas; c) La primera persona en presente del verbo crear y del verbo creer: creo. Yo creo, de mantener una creencia o de estar creando. Flexibilidades y polisemias que irían en contra de una semántica constitucional (considerando (2) y con la metonimia de “constitución” para “diccionario de lengua”). Hackear la lengua implica que los hackers tiren las bombas lacrimógenas. El problema cuando se piensa en (1) está en la satisfacción de una lengua en su expresión y esplendor. Tal vez la exclusión constante de la experiencia y su significado. Esto me parece una sola cosa.

Un cuarto ejemplo que puede añadirse a lo dicho anteriormente está en el lenguaje inclusivo, en la remoción del androcentrismo en las maneras de hablar. Se hackea una lengua: la realidad crea un juego de lenguaje que sabotea la estructura que pone a (2) al servicio de (1) para disputar una zona de resistencia y sacrificio ritual.

Vuelvo a la idea de la unión entre experiencia y significado. Cuando una lengua es utilizada para hablar de la experiencia, se justifica una esclavitud a sus términos y condiciones de uso. Suele ocurrir en parte de la poesía reciente o actual, un neobucolismo (un estado de excepción de la barbarie presente, una pausa para anhelar una ilusión de oro), a partir de un procedimiento selfie y cascada-verso, una microhistoria que se aleja del desarme de la propia vida, de una reprogramación del tiempo y el espacio. Ya no (3) sino algo que se puede decir poema en 2-D o en 3-D. El poeta como represor y juez al mismo tiempo. Un primer contraejemplo en las Galaxias de Haroldo de Campos, traducido por Héctor Olea:

“páginas se enciman misman ensimisman donde el fin es el comienzo donde escribir sobre el escribir es no escribir sobre no escribir y por eso empiezo despiezo pieza por pieza acoto cotejo y me tejo un libro donde todo sea fortuito y forzoso un libro donde todo sea y no se esté sea un ombligodelmundolibro un ombligodelmundolibro un libro de viaje donde el viaje sea el libro el ser del libro es el viaje por eso comienzo pues el viaje es el comienzo y vuelvo y revuelvo pues en la vuelta me vuelco y de vuelta me renuevo…”

Otro contraejemplo en PALABRARmas, obra de Cecilia Vicuña:

“Palabrar más o palabrir

es armar y desarmar palabras

para ver qué tienen

que decir”

Pero aquí no se trata de hackear el diccionario ni la estructura, sino hackear una lengua y programar las palabras. Más allá de reconocer un conjunto de normas y principios que definen lo hablado, escrito, gestualizado (lenguaje de señas), tocado (braille) o dibujado (desde el rupestre hasta un trazo común y corriente que se corresponde con un significado). Y hackear mediante un sistema de pensamiento que re-configure lo existente y los límites de lo posible de un poema (cuatro dimensiones). O para hackear, ignorar todo lo anterior e ir contra el poema. Ser capaz de desobedecerse dentro y fuera del texto. Hackear la obsolescencia programada.

El hacker no controla el sistema en el que se mueve, sino que conoce la extensión de los medios y códigos para programar. Puede transgredirlos. Aquí la reescritura puede ser vista como un cambio de código o de circunstancias. Hackers, las obras, en el caso de Juan Luis Martínez y de César Vallejo (Trilce) y Oliverio Girondo (En la masmédula). En esos corpus de poesía si bien (3) tiene sentido, hay una contra a justificar el predominio cultural ajeno al paisaje, el vestigio y la ruina. Cuando el camino del inca supera el escenario de lo exótico y lo turístico, nos permite el paso a otro nivel de conciencia para ir conectando el universo de lo que puede ser dicho y mostrado. En este punto, la lectura y la escritura, la programación de las palabras, de una lengua, se ve como un guion que toma a quien está del otro lado y lo transforma. No es el lenguaje el que uno emplea para transformar el mundo, sino es el lenguaje que lo transforma a uno. Una metamorfosis que se asume, como si en la reescritura del relato de Gregorio Samsa, el escarabajo saliese de la casa para empezar otra vida posible. Como Internet, una reescritura del mundo. No es casualidad que Google Earth pueda ser un mapa en escala 1:1, como una réplica perfecta del territorio. O que el libro digital pese a tener el contenido del libro físico tenga más longitud como en el hipervínculo o el código QR.

Una lengua se emplea para resistir a la barbarie en busca del misterio, de lo puro. Un espacio posible es el intersticio entre lo humano y lo inhumano que integre las contradicciones, las paradojas, las oposiciones. Un espacio como el yin y el yang, de equilibrio. Hackear viene de una operación de fundir cuerpo y mente en la escritura. Opera hardware (duro) y software (blando), como las piedras y el agua, los elementos primordiales. Así es una lengua, un reinicio, ya no un simulacro. Un programa nuevo. En esto hay un enlace indefectible entre la matemática y la gramática, una fuerza de gravedad perdida entre la polisemia y la trayectoria de las palabras. Un nuevo software, un crackeo, un playback, un sample de lo real para entrar en lo real. Una demostración de que lo infinito está en lo finito, pero que no se dice.

Como cierre provisional: las palabras sueñan con programadores ciberpunk. Y después, las lenguas, los libros, los poemas sueñan. Todo transcurre en el siglo correcto donde el hacker viaja como virus y antídoto en una lengua que se va re-programando para habitar la simulación de un continente, de una no-identidad perdida y antes heredada sin beneficio de inventario.

Santiago, 5-8/agosto de 2019


[1] Alan Mills, “Literatura «hacker» y la creación del nahual del lector”, en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 744 (junio 2012), pp. 13-30.  

[2] Piénsese en el prefijo “ab” en todas sus posibilidades: una omisión (abstenerse, absentismo, absolver), un exceso (abuso) y una separación (abstraer). Se omite el origen, pero a la vez hay un exceso y una separación.

(Rancagua, 1990) Es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Ha traducido poesía y ensayo. Algunos de sus poemas han sido llevados a lengua inglesa. El 2018 publicó la plaqueta Geografía de las geografías y cofundó Ediciones Litost. Reside en la ciudad de Santiago

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