Tatán historiador y la señorita Carmen, su maestra.
Si bien conozco a más de un escritor que intenta borrar las huellas de sus ancestros literarios, ese no es mi caso. Más de alguna vez he declarado, a la poca gente que me desea escuchar, mi incondicional admiración por el Papelucho de Marcela Paz. No voy a decir que mi conocimiento de la historia de Chile viene sólo de ese libro, pero sí un entusiasmo que me llevó a leer incluso alguna página de Encina.
Cómo olvidarse de ese ejemplar y emotivo episodio donde la señorita Carmen le cuenta a Papelucho qué es la asamblea donde se reúnen los chilenos patriotas a elegir a un gobernador chileno.
Asamblea, explica ella, era: “Una cantidad de gente reunida para conversar de algo importante. Los que se reunieron se llamaban patriotas y decidieron pedirle su renuncia al gobernador Carrasco que era un español muy duro. Y Carrasco renunció”.
Luego, la señorita Carmen le enseña a Papelucho que fue elegido primer gobernador un viejito chileno, don Mateo de Toro y Zambrano, pero como no se llevaba bien con los jóvenes, éstos eligieron una Junta de Gobierno que era algo como la santísima trinidad: “Eran tres chilenos que reemplazaban al gobernador como si entre los tres fueran un Presidente (Carrera, O’Higgins y Marín). Esa fue la Primera Junta Nacional de Gobierno y fue nombrada el 18 de septiembre de 1810”.
Desgraciadamente uno no podía informar a la señorita Carmen que Carrera no llegó a Chile sino hasta julio de 1811 y que la Junta provisoria, el triunvirato Carrera, O’Higgins, Marín, se instala el 16 de noviembre de 1811. Tampoco podía mandarle recados a Marcela Paz recomendándole que por lo menos se leyera a don Walterio Millar. Mejor cargar los errores de la señorita Carmen a los malos sueldos y a eso que llaman “licencia poética”.
En estos días he vuelto a pensar en Papelucho historiador y en la señorita Carmen. En nuestros tiempos, ella habría sido una profesora probablemente condecorada por el ministro Lavín y enviada a enseñar a Cerro Navia bajo la protección del alcalde Plaza, o a Independencia, o a Recoleta para que los niños chilenos de esos sectores aprendan la verdadera historia. Otra posibilidad es que hubiera trabajado en el segundo piso de la Moneda escribiendo los potentes discursos del presidente. De hecho, tengo la impresión de que hay una señorita Carmen detrás de varios discursos bicentenarios pronunciados por Piñera en estos días. Para muestra un botón:
Si nos saltamos a “todas las chilenas y chilenos invitados a celebrar este Bicentenario como una gran fiesta ciudadana, familiar, republicana, de unidad y de futuro… porque eso es lo maravilloso del futuro, no está escrito y podemos, con nuestras manos, tomar los pinceles y trazar los trayectos del futuro… porque queremos que la fiesta salga de los salones y llegue hasta el último rincón, comuna, donde viven las chilenas y chilenos…para reunir a la gran familia chilena, que es la mayor riqueza de la cual disponemos y que siempre debemos cuidarla y fortalecerla” y bla, bla, bla, bla, hasta el infinito, allí, en medio del piélago retórico nos encontraremos con dos joyas de la narrativa histórica de este gobierno, que ha tenido el privilegio de hacerse cargo de las fiestas del Bicentenario.
Tal obligación implica que hay que resolver una serie de entuertos históricos, entre ellos la dolorosa pugna entre José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins. Primero, he aquí la magnífica descripción de nuestros padres de la patria. Según el presidente y su escritor:
“Mientras Carrera perteneció a la aristocracia colonial y fue padre y abuelo de hombres vinculados a nuestras más gloriosas historias, como su nieto Ignacio Carrera Pinto, héroe de La Concepción, O´Higgins fue hijo ilegítimo de un padre ausente, nunca contrajo matrimonio y no existe registro de su descendencia (el príncipe y el huacho)
Mientras el Padre de la Patria Vieja poseía una figura elegante y modales distinguidos, el Padre de la Patria Nueva era un hombre más bien de acción, y tal vez de formas rudas (el bonito y el feo).
Si Carrera recibió el influjo principalmente de Estados Unidos, O’Higgins se inspiró en las grandes naciones europeas, como Inglaterra y España (pro yankee y pro europeo con la inspiradora España y todo)
Mientras Carrera fue un hombre gozador y de una personalidad muy altiva, a veces arrogante, siempre indócil, O’Higgins fue más bien un hombre sufriente. En sus primeras etapas de la vida, enfermizo, pero con un carácter y una fuerza que lo hizo superar todos los obstáculos. (Miguel papurri y el serio Sebastián)
Ambos murieron lejos de la patria y en tristes y trágicas circunstancias, pero sus diferencias sociales, educacionales, religiosas o de personalidad, palidecen frente a lo que verdaderamente los unió, en la vida y también en la muerte, su magnífico patriotismo, su tremendo heroísmo, su inmenso amor por Chile, que en palabras de Camilo Henríquez, “es el más enérgico y el más noble de todos los sentimientos”. (¿será?)
Y sacrificaron en el camino muchas cosas. Probablemente lo que más amaban, se distanciaron de sus familias, se distanciaron de sus amigos, perdieron sus bienes más preciados, muchas veces fueron despojados de honores y de rangos muy merecidos, e incluso humillados. Y, peor aún, privados de la libertad e incluso ambos privados del derecho de morir en la patria por la cual habían entregado sus vidas”. (el pago de Chile)
¿De quién está hablando el presidente, a quiénes retrata con estas palabras tan sentidas? ¿Cuáles son “sus bienes más preciados”? ¡Qué delicia, señorita Carmen! Tu espíritu apasionado está con nosotros. Remata el presidente su revisión de la obra de Carrera con este bonbón:
“Pero hizo algo más, que debiera marcarnos el camino hoy día, porque preocupado de la calidad de la enseñanza, exigía a los maestros rendir exámenes de idoneidad, en ese tiempo, sobre su pericia para leer, escribir y contar”.
¡Señorita Carmen, a estudiar! ¡Bellaca, te pillamos! ¡Atención colegio de profesores, Jaime Gajardo, les llegó la hora! ¡Van a tener que aprender a leer, escribir y contar!
Y la siguiente joya referida a la valentía de O’Higgins:
“Y fue ese arrojo lo que lo llevó a enfrentar, a veces en condiciones muy adversas, los ejércitos realistas de García Carrasco, Pareja, Sánchez, Gaínza, Osorio, Del Pont, Ordóñez, y muchos más; y acompañar, pese a que estaba muy enfermo, a San Martín en el cruce de Los Andes y en la decisiva victoria de Maipú”.
Si quisiéramos entrar en precisiones tendríamos que decir que García Carrasco no tuvo tropas que pelearan contra O’Higgins porque se lo llevaron a Perú por ladrón y mal educado, el gobernador Marcó del Pont no mandaba tropas, pero sí el general Rafael Maroto derrotado en Chacabuco, Ordoñez, que defendía Concepción, fue el lugarteniente de Osorio al arribo de éste en su segunda campaña. Ahora, ese, “y muchos más”, final resuena en nuestros oídos con su tremenda belleza acumulativa. ¿Contra quiénes y cuantos más? Ese es el misterio que no devela el autor, pero uno supone que hubo muchos más ejércitos realistas de los cuales no sabemos y que debe ser información privilegiada sobre nuestro héroe peleador:
“Porque Bernardo O’Higgins fue, ante todo, un hombre valiente y un hombre patriota, que en el frente de la batalla ocupaba siempre la primera fila y tomaba los máximos riesgos, y peleaba hombro con hombro con sus soldados. Y les dirigía esas arengas que hasta el día de hoy recordamos, por su bravura, por su elocuencia: ¡O vivir con honor o morir con gloria!, ¡A mí, muchachos! ¡El que sea valiente, que me siga! Era la forma en que lideraba a sus hombres cuando debía enfrentar el momento del combate”.
Pero de que extrañarse, la admiración por la elocuencia y el liderazgo proviene de ser este el gobierno de los economistas y otros multiplicadores, el que lidera a miles y miles, millones y millones de chilenas y chilenos que necesitan una buena lección de historia, ¡A mí, muchachos!
Entonces, después de dejar resuelto de una vez y para siempre un momento dramático de la historia de la Independencia, poniendo a cada héroe en su caballo, ojo a ojo por la posteridad, veamos otro ejemplo de la sapiencia de estos chilenos de corazón en materia de historia: en el brindis Bicentenario de la Confitería Torres, desfilaron tres supuestos predecesores del presidente Piñera como los brindadores de 1910: Aníbal Pinto, Barros Luco y Emiliano Figueroa. Ayudado por los ilustrados de la prensa, que apoyaban la actuación de Barros Luco, éste fue finalmente el personaje elegido por el sitio oficial de la presidencia. Otros insistían en que el que levantó la copa de jerez fue Aníbal Pinto, aunque hubiera muerto en 1884 (¿influencia de Isabel Allende?) y ya para la una de la tarde TVN tenía ubicado al anfitrión: don Emiliano Figueroa.
¿Tan ignorante es la insobornable raza periodística y nuestra clase empresarial? Yo creo que no. Nos imaginamos que, por razones de Estado, en el segundo piso de la Moneda se tomó la decisión de reemplazar a Figueroa por Barros Luco. La información de TVN era históricamente correcta pero de muy mal gusto. El nombre de don Emiliano sigue todavía asociado a la calle donde han florecido algunos de los más famosos prostíbulos santiaguinos. No era conveniente vincular al presidente Piñera con un presidente prostibulario, mucho más positivo era vincularlo con un presidente sándwich. Y para hacerle el vínculo más estrecho, el histórico Claudio Soto, actual dueño de la Confitería, puso todo su esfuerzo imaginativo para crear “el bocadillo Piñera” con salmón ahumado chileno, rúcula chilena y Philadelphia cheese chileno. Todo muy sanito, mucho más sofisticado que un sándwich de carne con queso derretido y nuestro hasta el alma.
Así es la política, a veces la historia tiene que doblegar su cerviz para servir propósitos más elevados. Hay que acercar la historia al presente, qué importan los detalles si nadie sabe nada de nada: si en la era que comienza Manuel Rodríguez es “el guerrillero del amor”. Y en cuanto los errores históricos intencionales del presidente, la moraleja es: este país será una sanguchería, pero no una casa de puta.
¿No es cierto, señorita Carmen?