Tesis sobre la traducción. Un organon para el momento actual - Carcaj.cl

Imagen: The Swan, de Hilma af Klint (detalle, intervenida)

19 de mayo 2024

Tesis sobre la traducción. Un organon para el momento actual

por Lawrence Venuti // Traducción de Rodrigo Zamorano

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Ninguna práctica puede realizarse sin asumir conceptos teóricos que a la vez la hacen posible y la limitan. Ninguna teoría puede ser formulada sin abordar la materialidad de una práctica, sus formas y procedimientos particulares, que permiten que los conceptos sean precisos en el pensamiento y efectivos en la aplicación.1 La teoría de la traducción constituye parámetros conceptuales dentro de los cuales se articulan problemas prácticos y se descubren soluciones. Pero los parámetros dan lugar solo a aquellos problemas y soluciones que están específicamente determinados por los conceptos que delimitan los parámetros. Otros problemas, aquellos que no están así determinados, son excluidos.

La teoría de la traducción puede llevar al desarrollo de prácticas traductivas innovadoras, mientras que las prácticas traductivas pueden llevar a la formulación de conceptos teóricos innovadores. La teoría sin aplicación práctica degenera en teoricismo, una fetichización de lo especulativo que reduce la traducción a una abstracción. La práctica sin reflexión teórica degenera en practicismo, una fetichización de la resolución de problemas que reduce la traducción a elecciones verbales particulares. Ambos extremos terminan trascendiendo o reprimiendo la situación cultural y el momento histórico que determinan la naturaleza y el sentido de un texto traducido. Esta trascendencia promueve un presentismo que apuntala el statu quo tanto en la traducción como en la cultura receptora en términos generales, al ser incapaz de establecer una base histórica para criticarlas. El recurso a la historia puede desarrollar una oposición crítica del presente que no es reductible a las contradicciones ideológicas que dividen la actual coyuntura, sino que más bien busca imaginar aquello que podría llegar a ser en el futuro.2

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Toda interpretación juzga implícitamente un texto como digno de ser interpretado, borrando la distinción entre hecho y valor y asegurando que el análisis sea simultáneamente evaluación, aún cuando ésta pueda ser negativa.3 Ningún texto es directamente accesible sin la mediación de la interpretación, ya sea que quien lee la realice al encontrarse por primera vez con un texto o que dicha interpretación sea anterior a esa experiencia de lectura y le dé forma o la permee. Todo texto, además, varía en forma, sentido y efecto según los distintos contextos en los que se sitúe, de modo que todo texto puede soportar interpretaciones múltiples y en conflicto, ya sea dentro de un mismo periodo histórico o a lo largo de distintos periodos.4

De modo que todo texto fuente llega al proceso de traducción siempre ya mediado por prácticas interpretativas que lo posicionan en una trama de significación. Algunas de estas prácticas se originan en la cultura fuente, mientras que otras se localizan en la cultura de llegada. Tan pronto como la traductora o el traductor comienza a leer el texto fuente, éste es mediado una vez más, es decir, interpretado, y la interpretación de la traductora o el traductor mira en dos direcciones al mismo tiempo, respondiendo no solo al texto y la cultura fuente, sino también a la lengua y la cultura traductora. La interpretación que una traducción inscribe, no obstante, se inclina en último término hacia la situación de recepción. La traducción es fundamentalmente asimilacionista.

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Analizar-evaluar una traducción simplemente comparándola con el texto fuente es un acto de autoengaño y al mismo tiempo de autocomplacencia. La comparación está siempre mediada por interpretantes,5 factores que realizan un potente acto interpretativo, pero que generalmente no son reconocidos por quien analiza-evalúa. De ahí el autoengaño. Los interpretantes comienzan con un concepto de equivalencia, una relación de correspondencia que supuestamente la traducción puede y debe establecer con el texto fuente. Este concepto usualmente determina un segmento de dicho texto como la unidad de traducción, que puede ir desde la palabra u oración individual hasta el párrafo o el capítulo, llegando incluso hasta el texto completo. La unidad del texto fuente se fija entonces en forma, sentido o efecto, creando así la base para evaluar si una unidad comparable de la traducción es equivalente. Finalmente, un código o tema se aplica para determinar qué es lo que comparten las unidades respectivas, pero ese código equivale a la interpretación del texto fuente por parte de quien analiza-evalúa. Los interpretantes que permiten la comparación eliminan las posibilidades interpretativas que dependen de un concepto diferente de equivalencia, una unidad diferente de traducción y un código diferente. Demasiado a menudo la interpretación de quien analiza-evalúa es simultáneamente suprimida y privilegiada tras el supuesto ciego de acceso directo al texto fuente. De ahí la autocomplacencia.

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Desde la Antigüedad, alrededor del mundo, el pensamiento sobre la traducción ha estado dominado por un modelo instrumental: la traducción se entiende como la reproducción o transferencia de un invariante, contenido en o producido por el texto fuente: una forma, sentido o efecto invariante. En la Antigüedad el invariante se basaba en una verdad sagrada o una consagración de la lengua y la cultura fuente, que posteriormente se secularizó como esencia metafísica.

Pero el invariante no existe. Si cualquier texto puede soportar interpretaciones potencialmente infinitas, entonces cualquier texto puede ser traducido de maneras potencialmente infinitas. Por lo tanto, el modelo hermenéutico de traducción, que surgió a comienzos del siglo XIX y que ha experimentado numerosas permutaciones desde entonces, está en posición de ser abarcador e incisivo. Entiende la traducción como un acto interpretativo que varía la forma, el sentido y el efecto del texto fuente según las inteligibilidades e intereses de la situación de recepción. Reconoce las diferencias culturales y lingüísticas que la traducción utiliza para resolver pero que inevitablemente hace proliferar. Es capaz no solo de abarcar las diversas condiciones en las cuales se produce y recibe una traducción, sino también de establecer distinciones precisas entre ellas.

La traducción es imitativa pero transformadora. Puede establecer y habitualmente establece una correspondencia semántica y una aproximación estilística con el texto fuente. Pero estas relaciones nunca pueden devolver intacto ese texto. Todo texto es un artefacto cultural complejo, que porta sentidos, valores y funciones que son inseparables de su lengua y cultura original. La traducción interpreta el proceso de significación y recepción de un texto fuente creando otro proceso tal, portando sentidos, valores y funciones que son inseparables de la lengua y la cultura traductora. El cambio es inevitable.

De modo que la inconmensurabilidad ocasiona y permanece en su mayor parte incólume ante la traducción. Este hecho, no obstante, no respalda los reclamos de intraducibilidad.6 Dichos reclamos necesariamente asumen un concepto de lo que la traducción es, de cómo debiese realizarse, de lo que debiera producir. Ese concepto es un modelo instrumental de la traducción, que postula un invariante que debe pero no puede ser reproducido. Sin embargo, si todo texto puede interpretarse, entonces todo texto puede traducirse.

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Quien traduce trabaja alternando entre las unidades del texto fuente, partiendo de la palabra, pero tomando en cuenta unidades más grandes y moviéndose de ida y vuelta entre ellas. No solo durante este proceso de zigzagueo, sino antes y después de él, comenzando con la elección misma de un texto para traducir, quien traduce inscribe una interpretación aplicando un intrincado conjunto de interpretantes tanto formales como temáticos. Los interpretantes formales son estructurales. Incluyen: la edición, que va desde la selección de una versión publicada del texto fuente al estudio de variantes del texto fuente para idear paratextos para la traducción; un concepto de equivalencia que puede ser revisado a medida que la traductora o el traductor articula diferentes problemas interpretativos en el desarrollo de un proyecto; y un estilo vinculado con un género o discurso. Los interpretantes temáticos son códigos. Incluyen: la interpretación del texto fuente que se formula en comentarios, independiente de la traducción; una ideología, definida como un ensamblaje de valores, creencias y representaciones afiliadas con los intereses de un grupo social específico; y la función que la traducción pretende cumplir en el mundo. Los interpretantes formales y temáticos pueden determinarse recíprocamente: un rasgo estilístico, como por ejemplo una terminología, puede respaldar una interpretación independiente, una ideología o una función, y viceversa.

Los interpretantes se aplican en la traducción de cualquier género o tipo de texto en cualquier campo o disciplina, ya sea humanista, pragmática o técnica. Toda traducción, en todo tiempo y en todo lugar, puede entenderse como un acto interpretativo.

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Los interpretantes se derivan de los materiales preexistentes tanto en la cultura fuente como en la cultura de llegada. Pero asimilan decisivamente el texto fuente a lo que es inteligible e interesante para quienes lo reciben, o de otro modo la traducción resultante no sería viable.

Los materiales preexistentes consisten en formas y prácticas culturales: patrones de uso pasados y presentes, convencionales y no convencionales, en el lenguaje traductor; tradiciones y convenciones de producción de composiciones originales, incluidos estilos, géneros y discursos; tradiciones y convenciones de comentarios y prácticas de traducción, incluidos los conceptos teóricos y las estrategias prácticas; patrones de recepción, tanto históricos como recientes, incluidas las traducciones anteriores de obras de la autora o el autor del texto fuente, así como también de otras autoras o autores de la lengua fuente; y valores, creencias y representaciones que han adquirido fuerza ideológica. Los interpretantes son selectivos en su derivación de tales materiales, imitativos pero transformadores, incluso deliberadamente revisionistas.

La traducción es autorreflexiva, pero quien traduce no ejerce un control consciente total sobre ella.7 Derivar los interpretantes y aplicarlos al traducir son acciones deliberadas. Pero quienes traducen acumulan reglas y recursos, estrategias y soluciones, algunas de las cuales pueden originarse con ellos mientras que otras no. Y este repertorio, que es tanto individual como transindividual, tiende a retroceder a un estado preconsciente, pasible de ser formulado y por lo tanto devuelto a la consciencia, pero empleado intuitivamente, a menudo de manera espontánea, sin que medie la reflexión crítica. Quien traduce, además, es incapaz de reconocer cada condición que determina la producción de una traducción. Tampoco puede anticipar todas sus consecuencias, especialmente porque una compleja trama de agentes, prácticas y medios facilitan la circulación y la recepción de cualquier traducción. Las condiciones no reconocidas y las consecuencias no anticipadas constituyen el inconsciente de quien traduce, que es al mismo tiempo psicológico y político, un reservorio de lo personal sobredeterminado por deseos colectivos.8

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Quienes traducen pueden cometer y, de hecho, cometen errores que, incluso si su trabajo es cuidadosamente revisado, quedan sin corregir. Las traductoras y los traductores principiantes pueden confundir los rasgos sintácticos y léxicos del texto fuente debido a la simple falta de experiencia o por no haber consultado las obras de referencia pertinentes. Las traductoras y los traductores experimentados pueden evitar los errores lingüísticos mientras que erran en el sentido etimológico de desvío o alejamiento deliberado del texto fuente, reescribiéndolo en un esfuerzo por inscribir una interpretación específica. Pero el hecho es que, sin importar su nivel de competencia, incluso si es muy alto, quien traduce puede cometer un error lingüístico sin saberlo o detectarlo. Aquí el error puede estar inconscientemente motivado: una unidad del texto fuente puede gatillar el deseo o la ansiedad de quien traduce, los cuales, no obstante, son inmediatamente reprimidos, dejando solo el lapsus como señal de su existencia. Este tipo de errores bien puede estar sobredeterminado por el prestigio de la lengua fuente, del texto fuente o de su autora o autor en relación con la situación cultural y el momento histórico en los que la traducción es producida. Como resultado, el lapsus equivale a un desafío o una interrogación por parte de quien traduce, ya se trate de una rivalidad emulativa que construye una identidad autoral, que siempre tiene marcas de género, o de un conflicto ideológico que expresa aspiraciones utópicas para la vida social.9 Lo que continúa siendo más notable sobre los errores de traducción es su capacidad de tener sentido para quienes leen y, por lo tanto, de pasar inadvertidos.

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Los interpretantes, como los materiales culturales a partir de los cuales derivan, se posicionan en jerarquías de prestigio o autoridad alojadas en las instituciones sociales. Estas jerarquías definen la coyuntura actual en la situación de recepción, mientras que las instituciones regulan cómo y en qué medida cambian.10 Las jerarquías de formas y prácticas varían no sólo a través de períodos históricos, sino también en un mismo periodo, a través y al interior de distintos grupos demográficos.

Los interpretantes que ocupan una posición dominante están investidos de canonicidad y poseen un capital que puede ser cultural, simbólico y económico.11 Ellos permiten que una traducción circule ampliamente al hacerla inmediatamente comprensible, aculturando el texto fuente a lo que es más familiar y más valorado en la situación receptora. Los interpretantes que ocupan posiciones subordinadas o marginales pueden ser residuales, provenientes de períodos anteriores, o emergentes, basados en materiales innovadores que aún tienen que lograr una aceptación amplia, y pueden estar estigmatizados en distintos grados por las ideologías dominantes.12 Los interpretantes marginales limitan la circulación de una traducción al exigir un procesamiento cognitivo mayor, aculturando el texto fuente a lo que es menos familiar y menos valorado. Pero esta falta de familiaridad puede registrar lo extranjero del texto fuente, su diferencia cultural y lingüística, aunque solo de manera indirecta. Lo extranjero en traducción es una construcción, fundamentalmente tendenciosa, un extranjerismo, mediado por los materiales culturales receptores y opuesto a lo dominante.

La interpretación de quien traduce ineludiblemente interviene en su coyuntura, validando o cuestionando las jerarquías culturales. Aplicar interpretantes marginales es un gesto ético porque cuestiona el predominio de formas y prácticas canónicas sobre los textos y culturas extranjeras. Aplicar interpretantes dominantes puede ser un gesto poco ético si mantiene el statu quo y si no se registran diferencias.

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Hoy en día, a lo largo y ancho del mundo, la traducción de lenguas tiende a adherir a los dialectos estándares actuales. Esta tendencia es evidente en diversos tipos textuales, ya sean humanistas, pragmáticos o técnicos, independientemente del texto y la lengua fuente y pese a que es probable que los textos pragmáticos y técnicos contengan elementos no estándar, como por ejemplo jerga. El actual dialecto estándar es la forma más inmediatamente accesible de una lengua traductora, y cuando se aplica en traducciones de gran fluidez, contribuye al ilusionismo de la transparencia mediante el cual la traducción parece no ser una traducción, sino el texto fuente. Traductoras y traductores son disuadidos de implementar una amplia variedad de dialectos, estilos y discursos por editoriales y editores, agencias y clientes, académicos y profesores, revisores y lectores; en suma, quienes sean que constituyan la audiencia proyectada de una traducción. En cambio, las formas y prácticas dominantes se imponen para hacer que las traducciones sean fácilmente legibles y, por lo tanto, consumibles en el mercado del libro, tan uniformemente mercantilizadas como sea posible.

Quienes traducen no debiesen ser persuadidos de abandonar la legibilidad, la fluidez y la transparencia; se trata más bien de expandir los parámetros dentro de los cuales se producen estos efectos. Esta expansión no debe ser arbitraria: ha de tomar escrupulosamente en cuenta los rasgos lingüísticos del texto fuente en relación con las jerarquías culturales en la situación de llegada, estableciendo una necesidad para la interpretación de quien traduce. Desviarse de los materiales dominantes, como el dialecto estándar, le permite a quien traduce hacerse responsable de la inevitable transformación realizada por la traducción, en la medida en que tales desviaciones matizan o limitan la predominancia intercultural de la situación de llegada. Ellas demuestran respeto por el texto fuente al cultivar la innovación en la lengua y la cultura traductora.

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Las lenguas y las culturas están posicionadas en jerarquías globales de prestigio y recursos apuntaladas y sobredeterminadas por diversas condiciones económicas y políticas, legales y militares.13 Las jerarquías van de lo mayoritario o predominante a través de diversas posiciones subordinadas donde se asigna lo relativamente menor o marginal. Las lenguas mayores como el inglés y el francés han acumulado tanto capital como para hacer de sus formas y prácticas culturales objetos de imitación y traducción por parte de las lenguas menores, que a su vez han buscado ser traducidas a las lenguas mayores para compartir su capital y obtener reconocimiento.14

Las jerarquías crean un desbalance en los patrones de traducción. Las lenguas mayores tienden a ser las más traducidas, mientras que traducen menos que sus contrapartes menores; las lenguas mayores tienden a traducirse más frecuentemente entre sí, consolidando su prestigio y recursos mientras ignoran las lenguas que poseen diferentes grados de minoría. Las jerarquías también pueden motivar el modelo de traducción que prevalece en diferentes posiciones. El supuesto hermenéutico de la variación puede surgir de un deseo minoritario de desarrollo y reconocimiento cultural o de una complacencia mayoritaria con la hegemonía que es ciega a sus propias limitaciones culturales.15 El supuesto instrumentalista de la invariancia puede surgir de un investimento minoritario en el nacionalismo vernáculo que asegura conceptos esencialistas de pureza cultural y originalidad autoral o de una imposición mayoritaria del imperialismo lingüístico que extiende la dominación de una lengua mayor y controla la interpretación inscrita por la traducción.16

Las funciones éticas de la traducción varían asimismo de acuerdo con la distribución desigual de prestigio y recursos. La traducción ética al mismo tiempo expone y suple una falta en las instituciones culturales de llegada.17 Quien traduce a una lengua menor supera su marginalidad al estimular el desarrollo cultural mediante un compromiso con las culturas mayores. Quien traduce a una lengua mayor interroga su predominancia al admitir lenguas y culturas que han sido excluidas.

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Por un largo tiempo, las traducciones han sido leídas instrumentalmente, como si reprodujeran o transfirieran el texto fuente sin variación. Este enfoque invisibiliza el trabajo interpretativo de quien traduce. La lectora o el lector sucumbe a la transparencia ilusionista producida por la fluidez traductiva, con lo cual se le ofrece una posición de sujeto en cual sea la determinación ideológica que haya sido inscrita por la traducción.

Para leer una traducción como traducción, la lectora o el lector debe asumir un modelo hermenéutico con el fin de localizar y procesar los signos del trabajo de quien traduce. No solo debe comprenderse el sentido, que muy probablemente se reduzca al texto fuente, sino que la forma debe ser apreciada críticamente, los rasgos del registro, el estilo y el discurso que caracterizan de manera única el lenguaje traductor. Dado que quienes traducen a lo largo y ancho del mundo trabajan bajo un régimen discursivo que exige el uso de los actuales dialectos estándar, las desviaciones no estándar pueden considerarse sintomáticas de la intervención de quien traduce. La comparación con el texto fuente dice más de los interpretantes de quien traduce, siempre y cuando la lectora o el lector tenga presente que la comparación se basa en otra interpretación del texto fuente, introducida por ella o él, y no en el texto mismo.

Las elecciones verbales de quien traduce deben considerarse como gestos interpretativos que matizan las estructuras y sentidos del texto fuente, tales como el punto de vista narrativo y la caracterización, la prosodia y la imaginería, la terminología y el argumento, el tema y la ideología. La importancia de estos gestos se profundiza cuando se sitúan en contextos más amplios, incluyendo las otras traducciones de la lengua fuente, las composiciones originales en el lenguaje traductor, y las jerarquías globales de lenguas y culturas. Se puede dar inicio a una dialéctica crítica entre el texto fuente y el texto traducido, en la cual cada uno somete al otro a una crítica interrogativa, exponiendo sus avances y limitaciones. Al construir estos diversos contextos de interpretación, la lectora o el lector aplica un conjunto de interpretantes relevantes que son ellos mismos variables en la medida en que sirven para situaciones interpretativas cambiantes.

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Las propias traductoras y traductores contribuyen al malentendido y el descuido con los cuales la traducción ha sido crecientemente tratada desde comienzos del siglo XX, incluso con la aparición del campo conocido como estudios sobre la traducción. Sus autorrepresentaciones consisten en su mayoría en observaciones impresionistas sobre su trabajo, sobre su valor literario y cultural, sobre la equivalencia que creen haber establecido con los textos fuentes que traducen. Asumen una noción instrumentalista de reproducción no problemática, que degenera, en el caso de traductoras y traductores literarios, en un belleletrismo que privilegia la autonomía estética que le atribuyen a sus traducciones o, en el caso de traductoras y traductores de las ciencias humanas, en un dogmatismo que privilegia las interpretaciones dominantes que inscriben en los textos fuente o, en el caso de traductoras y traductores prácticos y técnicos, en un funcionalismo que privilegia las soluciones mecánicas que aplican sin considerar los usos sociales a los cuales sirven sus traducciones. Cada grupo adopta, en efecto, una actitud antiintelectualista hacia la traducción, resistiéndose a la autoconciencia teórica que podría permitirles criticar y mejorar su trabajo, así como también ofrecer una explicación esclarecedora de él a sus lectoras y lectores.

Quienes traducen pueden lidiar con su marginalidad aspirando a ser intelectuales de la escritura [writerly intellectuals]. Pueden adquirir conocimiento especializado de sus campos y disciplinas de modo de involucrarse con los métodos, tendencias y debates que constituyen esas prácticas. Pueden aprender a situar sus proyectos en marcos teóricos y prácticos no solo institucionales sino también transnacionales, tomando en cuenta las condiciones culturales y sociales. Pueden usar la lengua traductora para registrar indirectamente, en sus términos particulares, las diferencias que conforman las lenguas, textos y culturas fuentes, movilizándolas mediante innovaciones que cuestionen las jerarquías que estructuran las instituciones culturales y sociales en la situación de llegada.18 Como agentes que trafican con lo extranjero, pueden decidir producir incansablemente una sensación de extranjería que es estratégica en su crítica del statu quo.

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El término “traducción cultural” es pura tautología: la traducción es una práctica que media entre culturas. Ese término, por una parte, escinde la lengua de la cultura cuando piensa la traducción y, por la otra, reprime el medio real en el cual la traducción ocurre. De modo que no solo desalienta la reflexión sobre la traducción interlingüística, sino que también promueve el comentario especulativo que ignora las formas y prácticas materiales constitutivas de la traducción.

Solo insistiendo en esta materialidad es que el pensamiento sobre la traducción puede progresar. De ahí que el frecuente uso de metáforas para la traducción sea otro desvío más de una exploración rigurosa de la traducción como práctica cultural. Si las palabras usadas para clasificar y describir la traducción desde la Antigüedad han sido fundamentalmente metafóricas, si el lenguaje mismo es metafórico en su relación con la realidad, construyendo analogías que descansan en supuestos metafísicos,19 entonces la formulación desenfrenada de metáforas probablemente obstruya la traducción con el esencialismo.

El uso de la traducción como metáfora debe asimismo ser cuestionado. El movimiento entre distintos tipos de medios, cada uno con sus propias formas y prácticas, ha promovido la aplicación del término “traducción”. La performance teatral, la adaptación cinematográfica, la écfrasis, la edición textual, la exposición de museo: todas estas prácticas se han considerado traductivas. Pero el tratamiento usualmente no llega a considerar el concepto preciso de traducción en cuestión. La mayoría de las veces ese concepto es instrumentalista.

La metáfora puede ser productiva, no obstante, si asume un modelo hermenéutico que postula un acto interpretativo logrado a través de los rasgos materiales de un medio particular. Reflexionar sobre la traducción podría entonces iluminar otros campos y disciplinas como por ejemplo los lenguajes de programación computacional, la ley constitucional y las relaciones entre la investigación médica, el diagnóstico y el tratamiento. La traducción podría funcionar como el tropo maestro para las obras derivativas, develando en el proceso la naturaleza derivativa de los materiales fuente al llamar la atención sobre las condiciones subyacentes pero inexpresadas.20

14

Un modelo de traducción es una episteme en gran parte no formulada que, por una parte, es paradigmática, consistente en relaciones fundamentales entre parámetros y procedimientos de conocimiento, y por la otra, generativa, proyectando conceptos teóricos y estrategias prácticas.21 El modelo instrumental, al definir la traducción como la reproducción o transferencia de la invariancia, hace que ésta trascienda el tiempo y el espacio, mientras que el modelo hermenéutico, al definir la traducción como interpretación variable, la hace contingente en relación con situaciones culturales en momentos históricos específicos. La apariencia de oposición binaria, sin embargo, es engañosa: estos enfoques en competencia son ambos interpretaciones de lo que la traducción es, en la medida en que los modelos son construcciones heurísticas que permiten y limitan la reflexión sobre la traducción.

Pero cuando afirmamos que toda traducción puede entenderse como un acto interpretativo y que esta caracterización ofrece la explicación más abarcadora y penetrante de la traducción, ¿no son estas afirmaciones tan trascendentales como el instrumentalismo y por lo tanto igual de metafísicas?

No. La contingencia real de estas afirmaciones debe ser reconocida: ellas derivan de la situación contemporánea del comentario y la teoría de la traducción, que buscan cuestionar y cambiar, y según la cual el instrumentalismo sigue gozando de una predominancia tal que marginaliza el modelo hermenéutico. Qué comprensión de la traducción podría surgir en el futuro para revisar o desplazar la idea de interpretación constituye lo no pensado de estas tesis.


Notas

* Texto publicado originalmente como Thesis on Translation: An Organon for the Current Moment, Pittsburgh y Nueva York, Flugschriften, 2019, bajo una licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-Share Alike 4.0 International License.

1 Véase el seminario de Jacques Derrida, Théorie et pratique. Cours de l’ENS-Ulm 1975-1976, París, Galilée, 2017, p. 125: “Podemos estar seguros de que cada vez que intentemos desbordar [déborder] la oposición teoría/práctica, lo haremos según un gesto que será a veces análogo a una práctica, a veces a una teoría, a veces a ambas al mismo tiempo”.

2 Una reelaboración del concepto marxista de historicismo de Fredric Jameson, según el cual “no somos nosotros los que juzgamos el pasado, sino más bien el pasado, la diferencia radical de otros modos de producción (e incluso del pasado inmediato de nuestro propio modo de producción), es el que nos juzga, imponiendo el conocimiento doloroso de lo que no somos, de lo que ya no somos, de lo que todavía no somos”. Véase Fredric Jameson, “Marxismo e historicismo”, Las ideologías de la teoría, trad. Mariano López Seoane, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2014, 538-574, p. 572.

3 Barbara Herrnstein Smith, Contingencies of Value: Alternative Perspectives for Critical Theory, Cambridge, Harvard University Press, 1988, pp. 10-11.

4 Estas formulaciones recapitulan los conceptos derridianos de “inscripción” e “iterabilidad”. Véanse Jacques Derrida, “Violencia y metafísica (Ensayo sobre el pensamiento de Emmanuel Levinas)”, La escritura y la diferencia, trad. Patricio Peñalver, Barcelona, Anthropos, 1989, 107-210, p. 155; y Jacques Derrida, “Firma, acontecimiento, contexto”, Márgenes de la filosofía, trad. Carmen González Marín, Madrid, Cátedra, 1994, 347-372, pp. 361-362.

5 El término “interpretante” está adaptado de Charles S. Peirce, “Sobre una nueva lista de categorías”, Escritos filosóficos, trad. Fernando Carlos Vevia Romero, México, El Colegio de Michoacán, 1997, 303-320, pp. 308-309; Umberto Eco, Tratado de semiótica general, trad. Carlos Manzano, Barcelona, Lumen, 2000, pp. 32-33, 114-117; y Umberto Eco, “Peirce’s Notion of Interpretant”, MLN 91 (1976): 1457-1472.

6 Para ejemplos recientes, véase Barbara Cassin, ed., Vocabulaire européen des philosophies: Dictionnaire des intraduisibles, París, Seuil, 2004; Barbara Cassin, dir., Jaime Labastida, coord. general, Natalia Prunes, coord. del equipo de traducción, Natalia Prunes y Guido Herzovich, coord. de la adaptación al español, Vocabulario de las filosofías occidentales. Diccionario de los intraducibles, 2 vols, México, Siglo XXI, 2018; y Emily Apter, Against World Literature: On the Politics of Untranslatability, Londres, Verso, 2013.

7 Una caracterización de la agencia de la traductora o el traductor basada en Anthony Giddens, Problemas centrales en teoría social. Acción, estructura y contradicción en el análisis social, trad. Mariana Fiorito, Buenos Aires, Prometeo, 2014, cap. 2.

8 Una traducción también puede pensarse según los lineamientos de Fredric Jameson, Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmente simbólico, trad. Tomás Segovia, Madrid, Visor, 1989.

9 Este punto hace referencia a Eve Kosofsky Sedgwick, Between Men: English Literature and Male Homosocial Desire, Nueva York, Columbia University Press, 1985, pp. 1-5, 21-22; y Fredric Jameson, “Conclusión. La dialéctica de utopía e ideología. Documentos de cultura, documentos de barbarie”, op. cit., pp. 227-241.

10 Véase el concepto de “coyuntura lingüística” de Jean-Jacques Lecercle en The Violence of Language, Londres, Routledge, 1990, pp. 201-208. Véase también Frank Kermode, “El control institucional de la interpretación”, Enric Sullà Álvarez (comp.), El canon literario, Madrid, Arco libros, 1998, 91-112.

11 Véase Pierre Bourdieu, “Las formas del capital. Capital económico, capital cultural, capital social”, Poder, derecho y clases sociales, trad. María José Bernuz Beneitez, Andrés García Inda, María José González Ordovás y Daniel Oliver Lalana, rev. trad. Andrés García Inda, Bilbao, Desclée de Brouwer, 2001, 131-164.

12 Estas distinciones desarrollan la propuesta de Raymond Williams, “Base y superestructura”, Marxismo y literatura, trad. Guillermo David, Buenos Aires, Las cuarenta, 2009, 99-109.

13 Un concepto de “espacio mundial” que está en deuda con el trabajo de Pascale Casanova, pero que busca restaurar la noción althusseriana de la autonomía relativa de las prácticas sociales. Véanse Pascale Casanova, La República mundial de las Letras, trad. Jaime Zulaika, Barcelona, Anagrama, 2001; Pascale Casanova, “La literatura como mundo”, New Left Review 31 (2005): 66-83; y Louis Althusser, “Contradicción y sobredeterminación (Notas para una investigación)”, La revolución teórica de Marx, trad. Marta Harnecker, México, Siglo XXI, 2010, 71-106.

14 Pascale Casanova, “Consagración y acumulación de capital literario. La traducción como intercambio desigual”, trad. Susana Rut Spivak, “El Lenguas”: Proyectos Institucionales 8. El factor social. Selección de textos de sociología de la traducción (agosto 2022): 24-40.

15 El primer gesto hermenéutico es ilustrado por la obra del poeta y ensayista catalán J. V. Foix (1893-1987) en su multifacético compromiso con las vanguardias modernistas (a través de imitaciones, traducciones y comentarios). El segundo gesto es ejemplificado por Imitations (1961), la colección de adaptaciones producida por el poeta estadounidense Robert Lowell (1917-1977).

16 El escritor checo nacionalizado francés Milan Kundera ejemplifica ambos gestos instrumentalistas, primero en sus disputas con los traductores al inglés de sus novelas checas y luego en su decisión de escribir en francés en vez de checo y revisar las traducciones francesas de sus novelas checas.

17 Una ética de la traducción basada en Alain Badiou, La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal, trad. Raúl J. Cerdeiras, rev. trad. Álvaro Uribe, México, Herder, 2004, pp. 100-104.

18 Véase Edward Said, Representaciones del intelectual, trad. Isidro Arias Pérez, Barcelona, Debate, 2007.

19 Véase Jacques Derrida, “La mitología blanca. La metáfora en el texto filosófico”, Márgenes de la filosofía, op. cit., 247-311.

20 Véase el concepto de traducción “abusiva” o experimentalista de Philip E. Lewis, la que “al forzar el sistema lingüístico y conceptual del cual depende”, termina “dirigiendo un impulso crítico de vuelta al texto que traduce y en relación con el cual se vuelve una suerte de inquietante secuela (es como si la traducción buscara ocupar el hogar ya perturbado del original y, por lo tanto, lejos de ‘domesticarlo’, buscara convertirlo en un lugar aún más extranjero para sí mismo)”. Véase Philip E. Lewis “The Measure of Translation Effects”, Joseph Graham, ed., Difference in Translation, Ithaca, Cornell University Press, 1985, 31-62, p.43.

21 El término “episteme” está adaptado de Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, trad. Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI, 1968; y Michel Foucault, La arqueología del saber, trad. Aurelio Garzón del Camino, México, Siglo XXI, 1970, parte IV.

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